VIERNES, 29 DE NOV

Un grande sin divismo

Por Perico Pérez (*)

Tuve la suerte de traer a Eduardo Galeano a Rosario dos veces.

La primera vez fue en el Parque España y la segunda en una actividad paralela al III Congreso Internacional de la Lengua Española en 2004. Desde el principio dejó muy en claro que no quería tener nada que ver con el congreso de una lengua que los dominadores nos legaron a fuerza de espada y sangre.

galeano1Las dos veces pidió que la charla sea con el Negro Fontanarrosa e hizo el comentario que después quería una cena íntima con su amigo.

Respetando a rajatabla el pedido de Galeano y en su primera visita los dejé solos en el Sunderland.

La segunda vez que vino me explicó que el estar sólo con el Negro debía entenderse con que no quería cenar con una multitud de personas. Solamente quería una mesa sencilla para conversar tranquilo. Tuve el privilegio de compartir esa noche con ellos.

En la visita al Parque España quedó gente afuera. Cuando se enteró pidió que entraran todos y la gente se sentó alrededor de él, en el escenario. Hincha de Nacional, apasionado del fútbol, disfrutaba del buen juego. Le regalaron las camisetas de Newell´s y de Central como recuerdo del paso por la ciudad. Cuando terminó la charla había una sola camiseta, por lo que se llevó solamente la de Central.

En el Teatro Broadway una mesa y dos copas de agua. No hacía falta nada más. Alcanzaba con su presencia para que el público quedara fascinado.

El primer libro que leí de Galeano fue Las venas abiertas de América Latina. Era la época de la militancia. Leíamos también la revista Crisis que seguía circulando después de haber dejado de salir, de mano en mano. Sin lugar a dudas fue un gran referente para nuestra generación pero también lo fue para las siguientes. Sus libros se siguen y se seguirán leyendo, generando cambios en el lector. Hay un antes y un después en autores como Galeano.

Sus palabras de trovador iban desde lo más pequeño a lo más universal.

Hablando de Puerto Vallarta, le comenté que yo iba a viajar por primera vez próximamente; me relató cómo se acomodaban en un bar sobre el mar a tomar algo con su mujer, comían unos langostinos y esperaban el atardecer: fue pintando con sus palabras un escenario  teatral de distintos atardeceres. Arrastré emocionado a mis dos compañeros de viaje durante nuestra visita a Puerto Vallarta, al mismo lugar, en las mismas condiciones y fue irreproducible contar lo que había contado Eduardo. No eran solo datos, sino la forma, la emoción y su enorme sensibilidad de ver y contar.

Haberlo conocido personalmente fue como una extensión del Galeano que conocía a través de sus libros.

Hace unas semanas mientras intercambiábamos unas palabras con Serrat antes del recital que dio en Rosario —a propósito de entregarle el libro de Horacio Vargas de la biografía de el negro fontanarrosa (La Biografía)—, contó que hacía unos días Galeano le había mostrado el libro en su casa en Montevideo. Los dos compartían la amistad con Fontanarrosa y compartieron varias anécdotas para el libro.

Cada uno de sus mails llegaban con una última palabra: abrazo.

Un grande sin divismo, sencillo, afectuoso. Un ser excepcional como persona y como escritor.

(*) Editor y propietario de Homo Sapiens Libros

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