«Un presidente impopular es un presidente en problemas»
El analista político internacional Patricio Navia, chileno pero radicado hace 30 años en Estados Unidos, dialogó con Conclusión sobre: presente de América latina, izquierda en retirada y elecciones en EE.UU.
- Info general
- Mar 21, 2016
Por Fabrizio Turturici
Patricio Navia es, entre otras cosas, un prestigioso analista político internacional. Chileno de nacimiento, el doctor en ciencia política está radicado desde hace treinta años en Estados Unidos. Profesor de la disciplina en la Universidad Diego Portales, de Chile, y en el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Nueva York, es además columnista regular de algunos diarios como El Líbero, Buenos Aires Herald y Diario Perfil.
Algunos de los temas por los que recorre la lupa de Patricio Navia en entrevista exclusiva de Conclusión son los referidos a las elecciones en Estados Unidos, su impacto en América latina, la izquierda en retirada y los nuevos desafíos del continente.
—Comenzando con las elecciones en Estados Unidos, ¿qué mundo imagina si ganara Donald Trump?
—No me gusta ni el estilo de Trump ni su mensaje, pero él no ha sido un extremista toda su vida. Fue un pragmático, más interesado en el dinero y la figuración que en la ideología o los principios. Me cuesta imaginar un Trump que al ser presidente se convierta en un dogmático. Al contrario, si llega al poder, creo que terminará decepcionando a los más conservadores, porque asumirá posturas más moderadas y pragmáticas. Pero sí me preocupa que la retórica agresiva de su campaña sean vientos que desaten tempestades. Cuando Trump se dedica a insultar a distintos grupos, incentiva a que sus seguidores se pasen de la raya y adopten actitudes violentas. Los insultos también inducen a sus detractores a ser cada vez más agresivos en la forma en que le responden. Trump no es un buen líder para Estados Unidos, pero no me parece correcto decir que el país se va a ir a la extrema derecha si él gana. A mí me preocupa mucho más Ted Cruz, su rival ultraconservador, quien ha tenido un desempeño muy radical en el Senado. Si Cruz gana, vamos a tener a un dogmático conservador en la Casa Blanca. Con todo, como Trump tiene más posibilidades de ganar la nominación republicana, creo que el hecho que él haya monopolizado el debate inevitablemente hará que la elección se convierta en un referéndum sobre Donald. La candidata presunta de los demócratas, Hillary Clinton, se escudará en que ella no es Trump. Eso le bastará para atraer el voto de millones de personas. Al final, los estadounidenses votarán en noviembre como si esto fuera un plebiscito sobre si quiere o no a Trump en la presidencia.
«Trump no es un buen líder para Estados Unidos. A mí me preocupa mucho más Ted Cruz, su rival ultraconservador. Si Cruz gana, vamos a tener a un dogmático conservador en la Casa Blanca»
—¿Cuál sería el futuro de los latinos en este eventual contexto con un Donald Trump que se ha manifestado en contra de los mismos con mucho énfasis?
—Los latinos somos casi un 20 por ciento de la población de Estados Unidos. Es verdad que muchos son jóvenes y niños y no votan, y otros no somos ciudadanos, por lo que el peso electoral de los latinos es sólo en torno al 10 por ciento. Además, la mayoría de los mismos vive en estados que son firmemente demócratas, como California y Nueva York, o firmemente republicanos, como Texas. Ahora bien, en los 30 años que llevo viviendo en EE.UU. —y que he visto la población latina pasar de ser el 10 al 20 por ciento del país— nunca había visto tanto interés entre la comunidad para hacerse ciudadano e inscribirse para votar contra Trump. Si es el nominado republicano, Trump logrará algo que ningún líder latino pudo lograr, incentivar a los latinos a participar del proceso político. Supongo que la gente tiende a actuar por miedo muchas veces y lo que ha hecho Trump con sus bravuconadas es lograr que la comunidad latina se asuste y comience a movilizarse.
—¿Cuáles serán los efectos de las elecciones de EE.UU. en América latina?
—Desde el fin de la Guerra Fría, la relación de Estados Unidos y América latina ha sido de dulce y agraz. De dulce, porque Estados Unidos dejó de apoyar regímenes totalitarios anticomunistas y comenzó a promover la democracia en la región. Pero ha sido de agraz porque el país norteamericano ha circunscrito su preocupación por la región a cuestiones de libre comercio, drogas e inmigración. En vez de ser un socio para el desarrollo, ha querido evitar que la región se convierta en un dolor de cabeza para Estados Unidos. Por eso, los países que representan una potencial amenaza por temas de migración, drogas o comercio, son los que más preocupan a Washington. El ejemplo más claro es México, que se ha convertido en el país más importante para Estados Unidos en América latina. No es casualidad que Trump haya usado a la inmigración mexicana como la amenaza más patente para lo que él considera su objetivo de hacer que América vuelva a ser grande. Da la impresión que en la medida que Estados Unidos es cada vez más morena, más amenazados se ven algunos.
—Y el fenómeno de la izquierda en retirada, acentuado con las derrotas electorales de Cristina Kirchner en Argentina, las legislativas de Evo en Bolivia y Maduro en Venezuela, la crisis brasileña…
—En primer lugar, yo diferencio la izquierda del populismo. Puede haber populismo de derecha. Lo ha habido. Cuando los líderes que concentran el poder lo hacen con un discurso nacionalista, hay populismos de derecha. Pero si hablamos de la izquierda populista, creo que su retroceso se debe al fin del ciclo de los commodities. En la medida que los precios de las exportaciones de materias primas se han venido al piso, los gobiernos de la región no tienen la misma holgura para financiar los programas sociales que popularizaron los gobiernos de izquierda. Como esos gobiernos se preocuparon más de repartir, muchas veces de forma clientelista, que de generar riqueza, ahora que se acabó el dinero, no tienen respuestas para salir de la crisis. América latina necesita distribuir mejor, pero necesita también tener un modelo de desarrollo que permita el crecimiento sostenido.
«Yo diferencio la izquierda del populismo. Puede haber populismo de derecha»
—¿Qué diferencia a un Gobierno populista de uno popular?
—Hay un debate enorme respecto a qué significa el populismo. Obviamente que todos los gobiernos aspiran a ser populares. Un presidente impopular siempre es un presidente en problemas. Además, siempre hay que ser carismático. Si no eres carismático, difícilmente vas a ganar la elección. A su vez, todos los candidatos siempre prometen más de lo que pueden cumplir. Esa es la norma en las campañas. Pero creo que la diferencia entre un gobierno verdaderamente democrático y uno que cae en la tentación del populismo es la importancia que dan a las instituciones. Los líderes siempre son importantes, pero en democracia los líderes funcionan en el contexto de instituciones. En el populismo, los líderes tienden a concentrar el poder y adquieren una dimensión casi divina. Ellos lo solucionan todo personalmente. Hay un culto a la personalidad. Los populistas, a mi juicio, son los líderes que concentran el poder e irrespetan las instituciones y los procedimientos. No se trata si eres de izquierda o derecha, los populistas siempre creen que ellos son mesías que vienen a salvar al mundo. Por eso, puedes encontrar populistas de izquierda, como Chávez o Morales, y populistas de derecha, como Uribe o el propio Menem en Argentina.
—El concepto “populismo” significa una cosa en Europa y otra en América latina…
—El término populismo significa cosas distintas en distintos países y en distintas disciplinas. Es un concepto muy usado y abusado. Dependiendo de la definición que se use, distintos líderes son populistas. Algunos economistas usan el término para indicar gobiernos que actúan de forma irresponsable fiscalmente. Gobiernos que gastan mucho más de lo que tienen y de lo que parece prudente. Otros lo usan para referirse al tipo de campaña que hacen los candidatos. Otros, como yo mismo planteaba antes, lo usamos para referirnos a la forma en que gobiernas y al respeto que tienen por las instituciones. Por eso, si revisas la literatura, cuando se analiza a distintos gobiernos en Argentina, todos son clasificados de populistas por alguien. Algunos dicen que Alfonsín fue populista, por sus políticas económicas. Otros dicen que fue Menem, por su estilo de liderazgo. Otros dicen que los Kirchner fueron populistas, por su estilo de liderazgo y sus políticas económicas. Cuando el concepto es tan ampliamente utilizado, a veces deja de ser útil.
—¿Por qué, al contrario de lo que sucede aquí, en el resto del mundo emergen referentes populistas de derecha como Trump en EE.UU. y Le Pen en Francia?
—El fenómeno de Trump y Le Pen, a mi juicio, se explica por motivos similares a la aparición de liderazgos populistas en América latina. Cuando hay un importante sector de la población que se siente marginado y se ve a sí mismo como perdedor mientras otros ganan, el descontento alimenta la aparición de líderes que con un discurso simple y atractivo, se autoproclaman como los defensores de esos marginados y excluidos. A veces el discurso va acompañado del nacionalismo—sobre todo en países que han tenido inmigración. Otras veces es un discurso contra los ricos y poderosos. Pero siempre es un discurso también contra el establishment político que aparece como el responsable de la marginación y la exclusión de muchos en manos de unos pocos.
—¿La caída del populismo tiene que ver con el desplome del precio de los commodities? ¿Por qué?
—El discurso populista funciona cuando hay dinero para repartir. Cuando no hay dinero, entonces aparecen otros discursos, el del resentimiento, el de la polarización y el del miedo a perder lo poco que se tiene. De hecho, cuando se acaba el dinero, a menudo la gente piensa que la corrupción es la responsable. Cuando hay dinero, la gente quiere que el Gobierno distribuya la riqueza de la gallina de los huevos de oro. Cuando la gallina deja de poner huevos, la gente cree que los políticos se están robando los huevos. Eso es lo que podemos ver hoy en América latina. No es que haya más corrupción en Brasil hoy que antes, es que se acabó el crecimiento y la gente culpa ahora, no antes, a la clase política de corrupción.
«No es que haya más corrupción en Brasil hoy que antes, es que se acabó el crecimiento»
—América latina tiene cierta tendencia a vivir de sus materias primas, olvidando por completo sus industrias nacionales. ¿Cuáles son las consecuencias? ¿Es lo que nos priva de ser desarrollados como otros países?
—Hay que diversificar. Es iluso pensar que no se deben aprovechar las materias primas. La región las tiene y debe aprovecharlas. Pero hay que saber que después de los años de vacas gordas siguen los años de vacas flacas. Así que hay que prepararse para esos malos años. Hay que ahorrar en los buenos años para gastar en los malos años. De igual forma, hay que diversificar. No se puede depender sólo de las exportaciones. Pero tampoco podemos creer que las políticas proteccionistas de las industrias nacionales van a funcionar en el largo plazo. La competencia es buena y no tiene sentido obligar a la gente de un país a pagar más por productos malos si se pueden importar esos productos a menor precio. Esto da para mucho, pero creo que la clave para que funcione el modelo exportador y de optimización de recursos es que haya gobiernos pragmáticos y que se invierta mucho en educación, salud e infraestructura. Solamente así el capital humano podrá ser realmente competitivo y los países se beneficiarán de la globalización.
—¿Cuáles son los desafíos ahora que se acabó el boom de los commodities? ¿A qué se debe apuntar?
—Hay que articular nuevos modelos de desarrollo que no renuncien a las materias primas, pero que sepan adaptarse a los ciclos y promuevan la diversificación. No es fácil. Toma tiempo. Pero hay que empezar. Los gobiernos debieran concentrarse en generar oportunidades, no en decidir cuáles son las industrias a proteger o promover. Hay que educar a la población, hay que invertir en infraestructura y salud, para que el capital humano pueda desarrollarse al máximo. El Estado no lo puede hacer todo, por eso debiera concentrarse en proveer las herramientas para que la gente pueda desarrollar toda su potencialidad.