JUEVES, 21 DE NOV

A un año de la gloria máxima: el día en que todo el país se unió atrás de una sola bandera

Como suele suceder en la realidad argentina, el fútbol fue el único motor capaz de reunir a toda la sociedad detrás de una sola consigna. El éxtasis que presagiaba la posible conquista en la previa quedó corto ante el tamaño inconmensurable de la alegría contenida que fluyó en un grito inolvidable cuando Gonzalo Montiel convirtió el penal decisivo que le otorgó la tercera Copa del Mundo a la Selección.

 

Por Paulo Viglierchio 

18 de diciembre en el país. No es un día más. Desde el año pasado, nada volvió a ser igual para la vida del público y no futbolero también. Se cumple el primer aniversario de la obtención del Mundial de Qatar por parte de la Selección Argentina, un equipo que, como pocos o nunca antes alguno, logró reunir y congregar a su favor a todo un pueblo, sufrido, presionado por el contexto económico y social, pero que si se trata de la redonda logra alzarse en una voz única, sin distinciones ni diferencias.

La Copa del Mundo representó una escena genuina de unión durante todo su desarrollo entre la gente, que se entusiasmó y enamoró del equipo de Lionel Scaloni a partir de los logros de la Copa América 2021 y la Finallisima 2022 y también del juego desplegado por un plantel rico en calidad, con valores jóvenes con buen pie que contaron con el respaldo, a partir de su experiencia y sapiencia, de los fuera de series Lionel Messi y Ángel Di María, rosarinos ambos por si hiciera falta agregar.

De la desilusión por el golpazo inicial ante Arabia Saudita hasta la recuperación anímica por las victorias ante México y Polonia, hubo necesidad de sufrir para superar a Australia y Países Bajos, con un Dibu Martínez decisivo, pasando por el disfrute de la goleada anta Croacia. Todos esos estados emocionales fueron compartidos por los protagonistas y los hinchas argentinos, que se unieron en una sola bandera atrás de un gran objetivo, volver a ser campeones otra vez. Había conexión. La ilusión crecía, había con que. El «Muchaachos» se había transformado en himno, cantado por todos, bajando un mensaje unívoco.

La final ante Francia de ese domingo eterno arrancó con una cierta calma y confianza por la sobriedad con la que había despachado la Scaloneta al último sub campeón del mundo en semifinales, sabiendo que se venía el plato fuerte, el más difícil, pero accesible. Desde temprano, banderas, gorros, camisetas, trompetas y todo tipo de artesanías celestes y blancas inundaron las casas y edificios, la circulación era escasa por las calles, se notaban las ganas y el optimismo para que el encuentro arrancara cuanto antes.

El desarrollo arrancó muy bien, los goles de Leo y Fideo se vivieron a full en cualquier espacio, con mucha pasión, y parecieron manifestar que todo sería muy tranquilo, la mesa estaba servida para descorchar, solo quedaba esperar. Pero Kylian Mbappé tuvo otros planes y logró aguar y postergar la fiesta, cambiando completamente el panorama en cuestión de minutos, despertando insultos y fastidio. Los fantasmas de finales pasadas acecharon, ¿una vez más se iba a escapar?, ¿por qué?

Nuevamente, el subibaja de emociones se volvió a activar con otro gol de Messi en el alargue, que se veía definitivo. Un ánimo que se vio nuevamente atragantado por otro tanto de Mbappé de penal sobre el final. Había que seguir sufriendo, pero el Dibu Martínez fue héroe y Montiel anotó el penal definitivo que desató la locura. Ahora si, basta de sufrimiento, el país se enarboló en una voz que resonó con fuerza a lo largo y ancho del territorio nacional.

Todo el mundo salió a la calle desatado, yendo a algún lugar o a ninguna parte, pero contento, extasiado, desbordado de múltiples sensaciones. En poco tiempo, los parques, plazas y demás espacios públicos fueron copados una multitud interminable, las veredas estaban colapsadas, había gente por todos lados. Una imagen icónica, reflejada por los medios del país y el mundo, impresionado por el fervor y la algarabía popular, que salió a festejar y celebrar a modo de desahogo, alegría y varias emociones más liberadas. Una nación entera afuera, siendo feliz, como nunca quizás.

Familias, amigos, parejas, solo/as, niños, adultos mayores, una película hermosa que quedó retratada para toda la vida. Cada uno con una sonrisa en el rostro, y el alivio de saber que esta vez si, un festejo merecido para un país resiliente, que sabe lo que es pasar momentos duros y sobreponerse, arremangarse y luchar si hace falta, y cuyos jugadores pudieron regalarle, al menos por una vez, la foto que siempre estará presente en cada corazón, la de una nación unida, junta, invencible.

 

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