VIERNES, 22 DE NOV

Un perfil del padre Joaquín Núñez: la bondad contra la pobreza, las drogas y los militares

El cura franciscano fue un ícono de Rosario, y la prueba fehaciente de que las convicciones y la conciencia colectiva transforman vidas y dejan huellas que atraviesan el tiempo. A modo de homenaje, tras su fallecimiento, un perfil del fraile que honró sus votos, a partir de una entrevista realizada en 2015.

Por Santiago A. Fraga (este perfil fue realizado en diciembre de 2015 y se republica en forma de homenaje tras su fallecimiento, a los 84 años)

Joaquín Núñez tiene 76 años. Nació en Misión San Francisco de Laishí, Formosa, un asentamiento a unos 64 kilómetros de la capital formoseña, que tiene una marcada historia por los misioneros franciscanos que llegaron en 1900 para integrar a los indígenas nativos, civilizarlos, enseñarles a trabajar y facilitar a las industrias que necesitaban para su desarrollo. Hoy, vive desde hace décadas en la zona oeste de Rosario, en el barrio de Bella Vista Oeste, prácticamente a la entrada de Villa Banana, conocida en su mala parte como una de las villas más peligrosas de la ciudad.

En todo este contexto es que se desarrolló la vida del hoy cura Joaquín. Recorriendo ciudades, pueblos, asentamientos, villas y así también cárceles de todo el país. Siempre del lado de los más desfavorecidos, brindando una mano, haciendo lo imposible por los más marginados, y estando en contra de los poderes políticos y eclesiásticos más nefastos que atentaron (y atentan, algunos todavía) contra la igualdad de todas las personas y sus derechos.

 

En la iglesia, en épocas de obispos militares, lo marcaron en Corrientes por armar un pesebre realista que reflejaba además la triste realidad que se vivía en América Latina, la de esas zonas pobres a las que se miraba para un costado. En Quitilipi, Chaco, donde ayudó y alfabetizó a los trabajadores de las zonas rurales, un patrón incómodo llegó a pagar para que lo fueran a asesinar; en esa misma localidad, luego le tendieron una trampa, con la cual terminó siendo preso de los militares por varios años. Con la vuelta a la democracia, luchó, peleó, y todavía resiste para ayudar a los más marginales en Rosario, aunque algunos todavía pongan palos en la rueda. Una historia más que interesante, digna de conocer, y marcada además por pura historia argentina, de ayer y hoy, aunque sea de la más nefasta.

Sus comienzos

En su época de estudiante, Núñez acompañaba a uno de los curas a una capilla en San Lorenzo, Santa Fe, que estaba ubicada en un barrio bastante humilde. En ese período, que duró un año y medio, comenzó a tener contacto con “los pibes, los adolescentes y las necesidades”. Posteriormente se recibió como cura franciscano, y viajó un año a Buenos Aires para realizar y completar el profesorado en Filosofía y Pedagogía. Regresó a San Lorenzo, al convento, en donde se desarrollaba el seminario de los menores para cura, y después de un año lo trasladaron a la Iglesia de las Mercedes, en Corrientes. Una iglesia franciscana, pero con bastante capacidad monetaria. Allí fue que hizo su primer “travesura”, a desgano de las autoridades de poder.

En aquel entonces, al ya ser cura y tener contacto con otros curas del tercer mundo, logró en sí mismo una visión más directa de la realidad social, política, y de lo que vive la gente en las zonas más periféricas. En Corrientes, ya había una tensión debido a que el obispo estaba confrontado contra un grupo de cinco curas que decidieron meterse en las villas a contrario de lo que la jerarquía eclesiástica correntina quería. Llegando a fin de año, en pleno 1972, a Joaquín le tocó armar el pesebre de la lujosa iglesia, lo que le terminaría trayendo polémica.

El famoso pesebre

“A mí no me parecía bien el pesebre que se hace siempre al lado del altar, todo lleno de poder y de riqueza, cuando Jesús nació justamente en medio de un burro y alguna oveja con olor a caca, que era el famoso pesebre que tenían en la zona fría. Entonces me decidí por hacer algo, y lo que armé fue: Puse una silla a la entrada del templo, en esa silla puse una bandera que llegaba hasta el piso, sobre la bandera el niño Dios, y también sobre la bandera un borceguí de los milicos, alrededor de eso escritos en telgopor describiendo varias zonas del mundo muy pobres, de acá de Latinoamérica sobre todo, pegado a eso un fusil de madera, luego en otro telgopor escrito “Latinoamérica”, y ahí un perfil de San Francisco, con justamente todas las marchas, las huelgas en universidades, las represiones, las muertes, todo pegado. Eso fue mi pesebre”, contó.

Lo armó y se fue a decir misa a una pequeña comunidad de las Hermanas Clarisas, que son una comunidad totalmente encerrada. Cuando regresó, le habían pateado el pesebre, y días más tarde se lo robó gente del arzobispado. Dos días después, el arzobispo lo llamó para decirle que le retiraban la licencia ministerial, por órdenes, también, de más arriba.

 

Tras unos meses en su pueblo natal, le volvieron a dar la licencia y lo trasladaron a Quitilipi, Chaco, otra ciudad que lo marcaría a fuego en su vida.

Quitilipi

Cuando el cura Joaquín llegó a la localidad, se estaba comenzando a gestar un movimiento rural muy fuerte en el Chaco. Había un grupo de jóvenes que eran católicos y trabajaban con la gente, tenían jordanas, iba creciendo, y entonces el obispo de Sáenz Peña lo puso a cargo de ellos. En aquel entonces se daban marchas y encuentros, principalmente porque había todo un enfrentamiento entre el sector de los militares con el sector de estudiantado, y también existían conflictos en todo lo que era la comercialización de los productos del campo.

Allí mismo, tanto él como los curas que lo acompañaban y ese grupo de jóvenes comenzaron a trabajar con los hacheros de la zona, a quienes les enseñaron a leer y a escribir, por ejemplo. Éstos estaban totalmente sometidos por sus patrones, con lo cual alfabetizarlos era algo fundamental. Tras mucho trabajar y recorrer esa zona, un día en el que estaba dando misa cerca, un hachero lo llama: “Mire, tengo que hablar con usted Padre. Mi patrón me ofrece (x) cantidad de pesos para que lo mate”, le dijo el hombre. Ante esta situación, Núñez le respondió “mirá, estamos mano a mano”, a lo que el hachero, con sentido humano, le contestó: “No, Padre, yo por eso venía a avisarle que yo me voy, porque eso no lo voy a hacer nunca”.

El trabajo fue creciendo, y comenzaron a sumarse los movimientos estudiantiles, de la juventud, de las cooperativas y de los obreros. En aquel entonces, ya estaba en el poder el militar Alejandro Lanusse, y el obispo chaqueño no tuvo mejor idea que invitarlo. Los muchachos del Movimiento Rural Católico organizaron una jornada de reclamo por su visita, y muy de frente le hicieron una crítica a fuego al presidente, tanto, que el obispo inmediatamente mandó un escrito por diario, pidiéndole disculpas a Lanusse porque “los jóvenes se habían exaltado un poco”… en realidad, le habían dicho de todo.

 

 

Así, el Movimiento Rural se fue distanciando cada vez más de quienes tenían el poder en la iglesia, y eso provocó que se sumaran otras fuerzas a la lucha, entre ellas, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).

“Entre ellos se mezclaba alguno que trabajaba para la línea del Brujo (José López Rega), el secretario de Isabel Perón, que hizo un trabajo de ir frenando, marcando, y matando gente. Tenían todo un ensañamiento en la frontera entre Paraguay y Argentina, en Formosa, y por eso mucha gente que éramos de allá fuimos maltratados por ellos. A muchos los secuestraron, los mataron, lo mismo ocurrió en Gran Buenos Aires, y a nosotros nos tendió una trampa”, contó Joaquín.

La trampa y la detención

“Se fueron acercando a nosotros una pareja de chicos universitarios, que supuestamente eran del ERP. Nos pedían reuniones y nosotros nos reuníamos, un poco ingenuos. Ellos nos fueron observando a ver qué podían hacer como para atarnos las manos, porque después nunca más aparecieron. Hubo una vez una reunión ahí en Quitilipi, que fuimos los curas y un grupo de jóvenes que trabajábamos en la parroquia; éramos alrededor de 12. Nos íbamos a reunir en un salón, que ya estaba todo pactado. Esa misma noche nos encontramos en un determinado lugar, y ellos dos (la pareja) se alejaron diciendo que iban a pedirle algo a la policía. En ese momento fueron a un destacamento y se agarraron a los tiros con los oficiales. Ahí rajamos todos, pero los curas quedamos colgados por eso. Nos metieron presos al otro cura, a mí, y a otros seis. Nos dieron una buena paliza y nos metieron en la cárcel”.

Preso político

Fue allí que comenzó la travesía de Joaquín y sus compañeros por distintas cárceles de la Argentina. De Quitilipi los trasladaron a Sáenz Peña, de ahí a Resistencia, a una de las prisiones más seguras en la zona del Litoral; posteriormente los mandaron a Rawson, a una cárcel de seguridad muy antigua, de la capital chubutense a Capital Federal, luego a La Plata, y ese, afortunadamente, sería su último destino antes de salir con libertad condicional. A todo esto, él ni siquiera tenía una causa, y lo que decían para sustentar su detención era totalmente absurdo, “pero los militares no querían largar a los que tenían presos”.

“Era tan así que hubo sobre todo dos años en que quedamos muy encerrados en la cárcel. No había visitas, no tenías birome, lápiz, apenas te daban un plato de comida y cada tanto te garroteaban, a por mayor el castigo para todo. Te hacían la famosa requisa, que era que te ponían en pelotas en el pasillo y buscaban a ver qué encontraban en tu celda, y, una vez, encontraron un elemento peligroso en mi celda. Un clavo”, relató irónico. “Un clavo que estaba en la pared, donde colgábamos un espejito arriba de una piletita. Yo les dije que eso estaba ahí cuando nos metieron, pero nos cagaron a palos y nos metieron al calabozo, justo cuando comenzaba el Mundial del 78. La primera semana del Mundial y los primeros partidos los escuche desde el calabozo”.

Finalmente, después de un tiempo de castigo y aislamiento, y luego de que le rechazaran su primer pedido de libertad condicional justamente por ese clavo en su celda, consiguió salir de la cárcel en 1979. Su destino, sin dudarlo, fue Rosario. “Si iba al Norte era boleta. Yo pensé que acá en Rosario no me iban a conocer, pero resulta que me conocían todos porque después cuando tuve que hacer los trámites en la policía que me tenía que presentar por la condicional me trataron para la mierda también esos, pero por suerte ya estaba en el convento de San Francisco Solano”.

Llegada a Rosario; la iglesia San Francisco Solano y el Hospital Carrasco

 Tras un cruce con el arzobispo de aquel entonces de Rosario, que según Joaquín era “100 por ciento amigo de los milicos” y “veía comunismo por todas partes”, consiguió la autorización para dar misa en su jurisdicción, y confesar únicamente a niños (ni jóvenes, ni adolescentes, ni adultos). Pasado un tiempo, sin embargo, la gente al saber su historia acudía a verlo especialmente a él.

Allí comenzó su vida en la ciudad. Después fue a trabajar al Hospital Carrasco, donde terminó siendo capellán, trabajando mucho en aquel entonces con la asistencia espiritual, el acompañamiento, y con mucha gente pobre a la cuál siempre buscó soluciones. Joaquín Núñez atendió en ese momento a quien fue el primer caso de Sida en Santa Fe, previo a una peste que se desparramó en aquel entonces. En esa época, dicha enfermedad no tenía cura, con lo cual quien la padecía, se moría.

 

 

Ante lo difícil de trabajar con gente en esas circunstancias, y que eran conscientes de cuál era su futuro, él afirmó que lo mejor era “tratarlo con toda la comprensión, la consideración, no mencionarle que tenía la muerte ya muy cerca aunque lo supieran, y darle toda la atención espiritual, como a todos”.

A su vez, contó que existía un gran temor aún de los médicos y enfermeros por el contagio. “Yo en eso fui bastante burdo porque no me puse ninguna inyección ni nada. Fue una experiencia también muy importante, muy de hermano a hermano”. Luego de todo eso, comenzó a meterse en los sectores más periféricos; en las villas.

“Estuve al frente del Colegio San Francisco Solano, me hice cargo como representante legal de todos los colegios franciscanos en el litoral argentino, que había desde Bahía Blanca, Formosa, hasta San Lorenzo y después se extendió en San Miguel, Buenos Aires. Pasado eso hubo un movimiento de la orden de los curas franciscanos internacional, donde se pedía en los pueblos y ciudades la inserción en los sectores más pobres, y eso acá es la villa.

Adentrándose: la Capilla de Caacupé, el Cementerio La Piedad, Villa Banana, y una nueva etapa de lucha

 En los primeros años de los 80′, la primera inserción dentro de los sectores más desfavorecidos fue con una capilla en la pequeña villa de Caacupé, ubicada pasando la Avenida Pellegrini, por Pascual Rosas. La zona era en honor a la Virgen de Caacupé, debido también a la gran cantidad de paraguayos que residían en la zona.

El trabajo de Joaquín, sin embargo, desde un comienzo de su llegada a Rosario estuvo marcada por la lucha. Un ejemplo de ello es que en aquella época, a muchos aborígenes los mandaban desde el Norte del país a la Ciudad, y tanto el entonces intendente, Horacio Usandizaga, como su compañía, “los cargaban en el tren y los devolvían para allá”. “Ahí también me tocó plantarme y pelearme con Usandizaga. Nos peleamos feo, pero él fue inteligente también y no me acusó con el obispo ni nada”.

Mientras tanto, a la capilla comenzaron a llegar grupos de jóvenes, grupos de acción católica y gente de la parroquia, con lo cual todo fue creciendo y terminaron por aparecer en lo que es la Villa Banana, y también más adentro de la zona del Cementerio La Piedad.

“El Cementerio tenía una extensión en el terreno de enfrente, que era casi de dos manzanas, que pertenecía a los mismos dueños. El oleaje de gente que viene cada tanto llegó y se metieron, y ahí también yo metí la mano cuando se comenzó a armar eso. Tuvimos reunión con el vicegobernador de entonces, yo lo conocía mucho, y entonces lo coloque a él por delante y a un concejal que también nos ayudó bastante. Separamos lotes para cada casa, tirado con alambres, cintas, y de la noche a la mañana se metió la gente y están hasta ahora. Desde el Cementerio nunca reclamaron porque si bien el terreno es de ellos, ¿cómo los sacas después de más de 15 años viviendo ahí? Eso fue un beneficio para la gente”, consideró.

Tras ese logro, mientras tanto con los demás curas franciscanos ya estaban metidos en la zona en la que reside actualmente, casi en la entrada de Villa Banana, y crearon el Centro Comunitario San José Obrero (ubicado Servando Bayo al 1808), con el cual comenzaron a trabajar. Para conseguirlo necesitaron “manguear”, pedir a la gente porque ellos no tenían dinero; y fue así que de golpe una gran ayuda llegó: en dólares, y desde Europa.

Una mano holandesa

“Recuerdo que mandamos una nota a Holanda. No sé cómo nos llegó la dirección de que había una entidad que ayudaba a los países pobres. Nosotros ya nos habíamos reunido con gente de acá del barrio y algunos otros que también se fueron sumando en esta penetración en el sector más pobre, y estos dos holandeses vinieron para ver si era cierto. Nos presentamos, hablamos, y nos dijeron que sí, pero nosotros nos habíamos reunido en la parroquia San Francisco Solano, entonces nos preguntaron ‘¿Y la villa?’. Les dijimos que la villa quedaba a 10 cuadras de ahí, y entonces nos dijeron que no, que querían conocer la villa para poder ayudar, y se fueron”, comenzó recordando Joaquín.

“Volvieron a los 3 meses, y ahí sí los hicimos recorrer. Nos metimos por toda la villa, y ese fue el primer aporte para poder empezar a trabajar en parte de la capilla de Caacupé, en parte de esta zona y en parte de lo de atrás del cementerio”.

Si bien no recuerda el nombre de esos dos holandeses, sabe que eran de un movimiento que trabajaba y tenía conexiones con los sectores más periféricos de América y África. “Con ese dinero hemos abierto calles, colocado agua, cañerías, todo para la gente, hicimos una parte de lo que era el Centro Comunitario, pero nos faltaba hacer un salón grande que es en el que ahora está el comedor, que también lo usamos de sala de clases, de todo un poco”.

En ese proceso de “manguear”, recuerda que hasta consiguieron que el mismísimo presidente de la Nación por aquel entonces, Carlos Menem, lograra aportar para la causa. Además del comedor y del Centro Comunitario, otro de los grandes logros que han construido allí fue una panadería.

Creando trabajos y oportunidades

“Con esa panadería cubríamos todos los comedores de las villas de Rosario. Era hecho a pulmón, y hecho con gente también de las cárceles en donde nos metimos para estar con los presos, acompañarlos, ayudarlos, sacarlos a trabajar y que vuelvan otra vez (a veces se nos escapaban también -recordaba entre risas-). Logramos hacer una panadería en la que venían varios presos a la mañana a trabajar y a la tarde los acompañábamos de nuevo a la unidad donde estaban adentro”.

Así se fue armando todo. Los curas franciscanos, de hecho, compraron terrenos y junto a eso crearon un centro de salud, con el nombre de un famoso médico del norte de Formosa que hizo un excelente trabajo también en Rosario: el doctor Esteban Maradona.

“Se atendió casi 12 años ese dispensario, hasta que una Secretaria del municipio, que trabajaba en conjunto con nosotros, nos lo usurpó. Se metieron, se hicieron cargo, nos afanaron el nombre y pasando la vía hicieron otro dispensario con ese mismo nombre. Hace más de 10 años no los podemos sacar”, recordó con pesar. En la panadería también se les metió gente, que además de usurparles el lugar les corrompió más a sus empleados.

El flagelo de las drogas: una realidad social, que atraviesa clases sociales

“El panadero era un viejo que aprendió ese oficio en la cárcel. Trabajo mucho con nosotros, pero eso mismo llevó a que se juntara con gente que se metieron en la droga, y eso nos pudrió”, comenzó a relatar. “Él por ahí se rayaba por el calor del fuego, del horno, y si tomaba algo frío se perdía. Le pasó una vez que la señora lo tuvo que atar y se calmó, pero otro día le sucedió de nuevo y ya con la nueva gente que se había metido, y salió a buscar una botella de cerveza en un estado dado vuelta, con una ralladura tremenda que hasta saltaba los tejidos, y los vecinos en esa situación lo ataron y lo entregaron a la policía. Ellos lo garrotearon un rato y lo llevaron a la 13ª; para cuando me avisaron a mí ya estaba muerto. Eso fue un golpe brutal para nuestra panadería. Desde ahí eso se fue desarmando, nos lo usurparon y nadie de la justicia nunca fue”.

Es sabido popularmente ya que la droga está muy inmersa en los barrios y que afecta principalmente a los más vulnerables, que son los jóvenes y los pobres. No obstante, es erróneo decir que la droga es un problema de la pobreza, porque ni desde dónde parte, ni quienes la consumen, pertenecen necesariamente a los estratos sociales bajos.

“Yo descubrí de entrada que donde comenzó el flagelo de la droga fue en los tribunales, entre secretarios, jueces, abogados”, afirmó Joaquín, que lo consideró “increíble”. “La droga comenzó a entrar, y esa era la moneda de pago entre un juez y un abogado, o un abogado y su representado. Yo lo sé porque también me metí en eso, en acompañar a los presos. En tribunales recuerdo que cuando yo acompañaba a un preso común, que no estaba en la droga, él me llevó con su abogado, un doctor famoso, hombre grande, que lo habían tiroteado hace dos años. Él, 20 años atrás, me dice: ‘Mire Padre, aquí en tribunales se paga en especies’. Yo no entendía nada, qué eran las especies, y me dice ‘Sí, con drogas’”.

“Imaginate que si querés combatir contra la droga y lo que pasa hoy en día,  el lugar que tenía que actuar para poder correr eso estaba totalmente contaminado ya, y después la policía”, reflexionó finalmente.

Entrando en la villa

Al contrario de la creencia popular de que si entrás en una villa y no te conocen, la vas a pasar mal, Joaquín contó que cuando se metieron ellos en la villa “no hubo ningún problema”. “La gente nos recibió bastante bien, y fueron bastante inteligente en ese sentido ya que nosotros veníamos a hacer mejorías, a abrir el comedor, tener la copa de leche, procurar conseguirles trabajo; en eso nos metimos así”.

Sin embargo, pese a eso, la droga es un problema existente y persistente. Lo que antes era un problema de “los centros o los departamentos más altos de Rosario”, donde todavía se consume, hace “5 o 7 años” que la droga se metió en las villas.

“El manejo interno en las villas es muy distinto con respecto al que era antes, y para peor. Se fue empeorando permanentemente y cada vez esta más complicada la entidad de seguridad, es decir, la policía, y sobre todo la Provincial, que además no tiene la facultad para allanar donde se comercializa droga, porque eso es federal, y de la Federal había 5 o 6 policías, no había más, así que eso circulaba siempre”, dijo respecto a la realidad que se vive ahora en el barrio, denunciando de todas formas que “los de la provincia iban a determinado día y hora; llegaban, los muchachos les pagaban, y se iban. No tomaban a nadie ni hacían denuncias porque no era ni es el fuero. Y eso hace mucho mas compleja la realidad”.

Hacer lo posible para ayudar

Pese a todos estos problemas existentes, el cura Joaquín cree que lo más importante es “hacer todo lo posible como para poder acompañar y formar a los pibes, a los adolescentes y a los jóvenes”. “Formarlos, seguirlos, cuidarlos y que terminen la escuela, porque sino todos terminan en la droga, y para eso hay que jugarse, porque cuando están dados vuelta te desconocen, por más que cuando no lo estén te reconocen y te saludan”.

A su vez, reconoció que hay gente que todavía se acerca a ayudar. Vecinos, matrimonios, o familias que están cerca de la zona se llegan cada tanto para dar una mano, aunque sea “cada vez más pesado”, y que “cada vez se puede menos”. En gran parte, cree que esto es porque “aún hoy en día la gente no se anima de denunciar dónde están vendiendo, porque saben que pierden. Si le descubren y saben quién fue, seguro que al poco tiempo están en una cuneta, y hay gente que ya no se anima a hablar”.

Los primeros trabajos en la villa

En los primeros tiempos en la zona, se llevó a cabo proceso de alfabetización de adultos, guardería de niños, y se comenzó con el comedor, donde ahora y desde hace bastante está funcionando un centro de alfabetización. “En un tiempo había mucha más gente y ahora hay menos, porque no vienen tantos, pero aún se necesita eso porque la escuela de los chicos es muy irregular. Por más que, lamentablemente, haya muchos que sólo anoten y firmen que van a la escuela para poder cobrar. Por eso esto sigue siendo todo un trabajo”.

“La gente reconoce cuando se logran cosas”, dice Joaquín. Mientras tanto, en su propia casa, decenas de cajas llenas de medicamentos acompañan la cálida morada. “Esas son las donaciones”, contó. Las mismas, generalmente, están dirigidas a los dispensarios. Si bien por el mencionado conflicto con dicha Secretaria ahora ya no le aceptan los remedios en los centros de salud públicos, él lo que hace es donar lo que consigue a un centro de salud estilo privado, que trabaja con bastante gente pobre, y todo lo que él lleva es tratado ahí, a cambio de que él también pueda enviarles gente que necesite tratamiento, para que los atiendan directamente sin cobrarles.

¿Quiénes son los que realizan estas donaciones? “Gente allegada, médicos. Comencé con esto con mi cardiólogo. Él justamente me comenzó a dar cajas de remedios, esas que tienen los médicos, y con eso ya comenzamos a repartir. Hay gente que viene a ver si tengo algún medicamento y lo llevan, hay gente que viene a ver si no están vencidos algunos de los que les sirven. Es tanto para la gente relativamente pobre, como para los pobres, y para aquellos que de alguna manera manejan medicamentos porque están enfermos. Ellos vienen a revisar, buscan, llevan, y sino yo lo llevo directamente al centro de salud y ellos por ese trato que yo hago me atienden gente que yo llevo porque no tienen  medios para hacerse tratar. Es una asistencia, y hay muchos de éstos. Estos son remedios que hay que fijarse que no estén vencidos, pero que son de mucho uso, y por más que algunos sean muestras, para los que no tenemos plata sean muestras o no mientras sirvan se lo utiliza, y todo ese movimiento hace mucho bien a la gente”, detalló.

La gente simple y el valor de las cosas

“Lo gratificante es que la gente simple y sencilla justamente son agradecidos. Agradecen el hecho de que esté acá, que yo les pueda conseguir cosas, que ellos participan, y así se ofrecen también para ayudar. Son gente de las zonas marginales y también gente de zonas no tan marginales que se preocupan y te acercan ya sea remedios, ropa, mercadería, y que permanentemente vienen a pedirnos también para comer”, destacó.

Por último, resaltó que “mucha gente grande” lo ha acompañado en esto. “Cuando vinimos sobre la villa desde aquella capillita de Caacupé, eso fue todo un espaldarazo muy fuerte. Me acompañaron, trabajaron, formaron a la gente, buscaron fondos, medios; ése es el servicio. Pero cada vez la cosa es más dura, y ahora con lo que se viene quizás sea peor todavía”, en referencia al futuro político.

Mientras tanto, aún pese a todos los problemas y los palos en la rueda, el cura Joaquín Núñez sigue siendo una de las personas que más trabaja y se dedica por los más marginados; aquellos que no tienen las mismas oportunidades que muchos, y que viven rodeados de una realidad en la que necesitan que cada tanto alguien se acerque con una mano, con un abrazo, una contención, y con un mensaje esperanzador para un futuro.

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