MARTES, 12 DE NOV

Se cumplen 39 años de la primera ronda de las Madres de Plaza de Mayo

El 30 de abril de 1977 un grupo de mujeres irrumpió en la escena pública empujadas por Azucena Villaflor de De Vincenti para reclamar en forma pacífica ante la Junta Militar por sus hijos secuestrados.

La irrupción pública de un grupo de madres que el 30 de abril de 1977 fue a la Plaza de Mayo empujadas por Azucena Villaflor de De Vincenti para reclamar a la Junta Militar por sus hijos secuestrados marcó el inicio del movimiento de resistencia político más emblemático que en forma pacífica logró resignificar el dolor en lucha colectiva.

«No puedo imaginarme una Argentina sin la lucha de mi madre y de las Madres de Plaza de Mayo, porque eso significa que tampoco hubiera existido la lucha de muchos jóvenes como mi hermano por una sociedad más justa», contó Cecilia De Vincenti al recordar que, a los 15 años, fue testigo de las reuniones que en su casa paterna organizaba su mamá con un puñado de mujeres desesperadas que buscaban a sus hijos.

En medio del estado de sitio impuesto por la dictadura, Azucena, Berta Braverman, Haydée Garcí­a Buelas, Marí­a Adela Gard de Antokoletz, Julia Gard, Marí­a Mercedes Gard y Cándida Gard, Delicia González, Pepa Garcí­a de Noia, Mirta Baravalle, Kety Neuhaus, Raquel Arcushin, Elida de Caimi y una joven que no dio su nombre, se encontraron aquel sábado sin saber que serían protagonistas de un fenómeno inédito en la historia contemporánea.

Ese día habían dicho «basta» en la iglesia Stella Maris, donde se reunían con monseñor Emilio Gracelli esperando recibir información que después llegaba a los represores para seguir persiguiendo, secuestrando y desapareciendo científicos, obreros, dirigentes gremiales, artistas y estudiantes.

No fueron recibidas, pero ése fue el momento fundacional en el que las Madres sembraron el espíritu colectivo de su lucha, que había comenzado hacía más de dos años buscando en soledad conocer el paradero de sus hijos.

«Lo que mi madre me dejó es el concepto de luchar solidariamente, de manera colectiva, por más que lleve más tiempo», sintetiza Cecilia sobre el legado dejado por Azucena, de la que asegura que aprendió a «ser coherente en la vida y a hacer lo que digo».

Ana Bianco, hija de María (Mary) Eugenia Ponce de Bianco, una de las Madres secuestradas por el grupo de la ESMA que integraba el represor Alfredo Astiz en la iglesia Santa Cruz y cuyo cuerpo fue, tiempo después, arrojado al mar en los llamados ‘vuelos de la muerte’, tenía 21 años cuando desapareció su madre; y coincide con De Vincenti en que le dejó «un camino de lucha colectiva caracterizado por la ética y el temple».

«Las Madres se fueron amuchando desde el dolor, con un compromiso ético y político», apuntó Bianco al subrayar la militancia de su madre al Partido Comunista, del que se alejó al desaparecer su hermano, y su activa militancia en solidaridad con los presos políticos.

A Mary le desapareció su hija Alicia exactamente un año antes del nacimiento de Madres y después, el terrorismo de Estado secuestró a sus sobrinos Oscar y Manuel, y a la hija de éste, Soledad, de once meses, que fue entregada en Casa Cuna.

Algunos de los esposos de aquellas mujeres que salieron a la Plaza después del golpear puertas de juzgados, comisarías, iglesias y despachos de funcionarios, no pudieron soportar el dolor de la pérdida de sus hijos y decidieron poner fin a su vida, como los abogados Alfredo Galetti y Augusto Comte.

Otros acompañaron a sus esposas en «retaguardia», como Marcos Weinstein, cuyo hijo desapareció en abril de 1978, y se reunía con sus pares sobre la recova de la Plaza de Mayo, dado que por ese entonces la plaza estaba vallada y no permitían el acceso de los hombres en las marchas de los jueves.

«Las rondas impactaron no sólo en Argentina sino en el mundo y dio inicio al movimiento de resistencia más fuerte que las fuerzas militares no pudieron destruir por más que lo intentaron y pensaron que se iba a agotar por sí mismas», acotó uno de los integrantes de Padres de Plaza de Mayo.

Por su parte, para Ana María Careaga, hija de una de madres secuestradas en la iglesia Santa Cruz y arrojada al mar en los vuelos de la muerte, Esther Ballestrino de Careaga fue una mujer «comprometida con la realidad de su tiempo desde muy joven, sumamente sensible a las injusticias y solidaria con los más necesitados».

«Tanto mi hermana como yo crecimos en un ambiente donde su práctica militante era su posición en la vida. Nuestra mesa estaba siempre llena de comensales, sin preguntar jamás su signo partidario y donde se debatía sobre los más nobles valores de la vida», recuerda al destacar su «posición ética, sus valores inquebrantables, su generosidad y el respeto a su propia palabra y la del otro con el fin de encontrar la paz tan necesaria para construir la patria soñada».

Las diferencias políticas las distanció en 1986 y desde entonces Madres-Línea Fundadora, presididas por Marta Vásquez, y la Asociación Madres de Plaza de Mayo encabezada por Hebe de Bonafini, continúan su reclamo en forma separada pero con la misma consigna «por los 30.000 detenidos desaparecidos, ahora y siempre».

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