MIéRCOLES, 13 DE NOV

Rosario sin secretos: Montenegro, el urbanizador “trapecista”

Por derecho “irrevocable” y “desde oy (sic) en adelante para siempre”, el capitán Santiago Montenegro se apartó del derecho de propiedad, señorío y posesión de una lonja con forma de trapecio y donó, en testamento de puño y letra, las tierras donde se erigiría la iglesia para la devoción de Nuestra Señora del Rosario, el 12 de noviembre de 1757.

 

Doscientos sesenta y siete años se cumplen del día en que, en pleno uso de sus facultades mentales y ante los testigos que el documento requería, el santiagueño Montenegro (sí, el mismo que el de la Plaza que antes se llamaba Pinasco, no el de “la espalda del transportista”), donaba por testamento parte de las tierras que le había comprado a los descendientes de Luis Romero de Pineda.

Fue, sin dudas, el primer urbanizador de Rosario, porque no sólo proyectó el lugar de recogimiento espiritual en una aldea en la que nunca faltó la fe y determinó el origen del nombre con el que nos conocen en el mundo, sino que delimitó, en su decisión, el trazado de una plaza pública, “Mayor” en ese entonces, hoy “25 de Mayo” así como las calles que la circundan.

¿Por qué decimos urbanizador “trapecista”?

No nos referimos al primer oficio de Burt Lancaster antes de lanzarse al estrellato en Hollywood junto a Ava Gardner, ni a la argentina María Noel Arce, directora de las escuelas de Circo de América Latina de una importante cadena internacional de hoteles que ocupó un importante nicho de entretenimiento para turistas, sino al formato del terreno donado.

Sólo lo usamos como mnemotécnica. Suele ser muy útil para archivar datos en la memoria.

Cuenta la historia que la franja en cuestión tenía 74 varas de frente al este por Mensajerías (25 de diciembre, luego Juan Manuel de Rosas) y 94 varas al oeste sobre calle Real (hoy Buenos Aires).

Si bien esta medida de longitud tiene distintos valores según su origen, centímetro más, centímetro menos, deducimos que se utilizó la de mayor uso aquí por entonces, la “castellana rosarina” (0,836 metro).

Si era trapecio rectangular, escaleno o isósceles, dejamos el tema a los agrimensores. La cuestión es que este formato de lonjas, terminó produciendo trazados irregulares y provocando que calles como Córdoba y Santa Fe no corran paralelas en ese tramo primigenio.

Montenegro, dueño de la pulpería y el molino ubicados en la zona donde se enseñorea la casa del Dr. Bartolomé Vasallo que hoy oficia como sede del Concejo Municipal, había llegado en 1724 al Pago de los Arroyos con apenas 28 años, y rápidamente, ¡éramos tan pocos!, pasó de fletar mulas del y hacia el Potosí, a dedicarse a la agro ganadería, hasta convertirse, en dos oportunidades, en Alcalde de la Santa Hermandad.

Tras la designación del Curato de los Arroyos en 1930, los mismos vecinos lo designaron para organizar la construcción de la capilla a la que contribuyeron con su proverbial generosidad los feligreses de entonces, y al llegar 1751 fue nombrado por primera con ese título que había estrenado, en 1725, el sargento Francisco de Frías, a quien la ciudad le está debiendo un gran homenaje, más teniendo en cuenta que por su acendrada probidad, terminó siendo enterrado de limosna en el primer cementerio aledaño a la capilla, la casa parroquial y la primera escuela.

Fue justamente Frías, que había recorrido a lomo de caballo todo el Pago de los Arroyos, quien, junto al sargento mayor José de Benegas, también un 12 de noviembre, pero en 1738, quien hizo el primer censo que tuvo la villa, con sus correspondientes límites jurisdiccionales establecidos por el Cabildo de Santa Fe al dividir los Curatos.

Parece que el 12 de noviembre tiene para los rosarinos una connotación especial, porque, entre muchas otras cosas, ocurrió en 1886, la inauguración en Aduana (Maipú) y Santa Fe (iba creciendo el casco histórico) de la Compañía de Teléfonos Unidos de Rosario, de origen inglés, que con el tiempo devino en Unión Telefónica.

Y cómo si esto fuera poco, otro 12 de noviembre, en 1899, se levantaba frente a otra plaza, la San Martín, en la esquina de Córdoba y Dorrego, un coliseo taurino en una gran estructura de madera con aires moriscos que, a pesar de los ingentes esfuerzos empresariales por permanecer, tuvo corta vida.

Los rosarinos, desde siempre, amaron y respetaron a los animales, a tal punto que hasta la mismísima Ley Sarmiento que los protege, fue inspirada en una reunión realizada en el maravilloso teatro Olimpo de Mitre y Urquiza, donde hoy funciona una concesionaria de automóviles y cuyos arcos arquitectónicos son los originales, así como las mayólicas que hoy visten sus paredes exteriores. Pero esto será tema de otro Rosario Sin Secreto. ¡Hasta entonces!

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