LUNES, 18 DE NOV

La guerra secreta: teoría de la conspiración o terrorismo químico

Los chemtrails son estelas químicas que producen los aviones, cuyos efectos intoxican el medioambiente y enferman a la población mundial. ¿Por qué fumigan? ¿Quiénes lo hacen? ¿Cuál es el peligro de denunciarlo?

Por Fabrizio Turturici

—Papá, ¿qué son esas líneas en el cielo?

—Chemtrails, hijo. Chemtrails… Nos están envenenando.

La jornada primaveral de domingo los reúne en el parque. El sol radiante se impone, majestuoso, sobre un cielo eterno y azul, únicamente interrumpido por misteriosas rayas que cruzan el aire. Un inocente niño le pregunta a su padre sobre el eventual suceso que había presenciado, luego de que un avión cruzase por encima de ellos y dejase el cielo cubierto de estelas químicas, no propias del motor a reacción sino de una fumigación prohibida, o más bien secreta, cuyas causas y consecuencias son un fruto desconocido para la sociedad del siglo XXI.

De esta manera, el padre, crudamente sincero, incapaz de engañar al hijo, se dispone a contarle la historia completa, la verdadera, aquella que jamás se atrevió a esbozar. Se acomoda en el asiento y aclara la voz, mientras el pequeño, absorto por el suspenso -aunque maravillado a la vez- cruza las piernas en forma de canasta y deja caer el peso de su cabeza sobre la pera, ésta sostenida por las dos manos.

«No es ciencia ficción, por más escalofriante que parezca». Así comienza el relato del padre, hilvanado entre el orgullo de una actitud laudable y el terror de un recuerdo que preferiría haber dejado en el pasado.

“A diario, aviones mercenarios surcan los cielos de todo el mundo, dibujando una gigantesca red de líneas blancas. Se trata de estelas químicas, espesas y tóxicas, que permanecen en lo alto durante horas. Es imposible que sean producto del mero vapor de las turbinas, como nos quiere hacer creer la comunidad científica. ¿Con qué motivo? Nadie lo sabe; pero te aseguro que, el que se aproxima a la verdad, acaba mal. Estamos hablando de un plan oscuro, hijo, donde está comprobado que causan un daño inmenso al medioambiente y, por ende, a la población mundial”, continúa el padre.

Hasta aquí, el lector tiene la opción de desconfiar de la angustiante historia que se presenta; hacer oídos sordos; pensar que el único fin del locutor sea entretenerlos. Incluso, algunos otros, pueden tratarlo de conspiranoide o de chiflado. Pero los hechos fácticos van más allá de las teorías: al contrario, las comprueban, dándoles un frío baño de realidad.

“En otros lugares del mundo, como en Canadá, hubo periodistas que empezaron a investigar y de pronto, aparecían atropellados o muertos en distintas circunstancias sospechosas», confía a Conclusión la periodista Nora Covalcid, especializada en la temática de los chemtrails, quien más adelante revelará historias tanto o más siniestras.

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«Vuelan todo el tiempo sobre nuestras cabezas, mientras los gobiernos miran para otro lado y, ante las consultas, niegan su existencia», agrega la investigadora, cansada de la inercia y la abulia de la gente que no mira el cielo sino a las pantallas de sus celulares. “Para colmo, es de una ingenuidad total pensar que son estelas de vapor, ya que desaparecerían rápidamente. Además, es imposible (salvo que estén haciendo piruetas en el aire para divertirnos) que dejen tantas. Los chemtrails son más espesos, en cambio las estelas de vapor se dan después de los 9.000 metros de altura, con la condensación en la que se vuelven hielo. Esto es más bajo, mucho más, y permanece por horas. Yo vivo en Funes y en los días radiantes, el cielo se cruza de rayas y se torna algo nublado. Una vez fui a buscar al jardín a mi hija y hubo minutos en donde el sol hacía ver lo que caía. Eran millones de filamentos blancuzcos, como telarañas, que al tocarlos se deshacían. Eso uno lo respira, entra por la piel, ojos y oídos. Nos están fumigando vilmente y no sabemos por qué, para qué ni quiénes”, asevera Covalcid.

No obstante, los antecedentes no son esperanzadores: el que se atreve a denunciarlo, acaba mal. En Estados Unidos, una mujer bioquímica que se cansó de llevar a su hijo al médico para que le digan que lo que tenía era un problema psicológico, se dispuso a analizarlo ella misma, gracias a sus conocimientos en nanotecnología, y descubrió filamentos sintéticos autorregenerantes que sólo pueden verse con microscopios electrónicos, que originan (entre tantas cosas) una nueva enfermedad, llamada «morgellons».

Los chemtrails comenzaron a investigarse también del otro lado del mundo, precisamente en el país español del viejo continente, donde las plantaciones de los campesinos se empezaron a morir y, esto, afectaba a la producción local. Entonces, los lugareños se movilizaron y presionaron a la alcaldía, que al final tuvo que admitir que había firmado un contrato con empresas estadounidenses que se llaman de «Geoingeniería» y cuyos objetivos (al menos los que blanquearon) eran modificar el clima y preservar la tierra contra el cambio climático.

«Según dicen —continúa Covalcid—, con esa campana de gases, lo que hacen es refractar la luz del sol para que no se caliente tanto la tierra”. Pero si así fuera, ¿por qué tanto énfasis en ocultarlo?, se le pregunta a la periodista, que responde: “Lo ocultan porque dentro de los análisis que hicieron, encontraron virus modificados genéticamente, bacterias y glóbulos rojos también modificados. Todo el mundo está enfermo de lo mismo, los chemtrails nos están contaminando”, exclama resignada.

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En Rosario, un grupo de vecinos se acercó al Concejo Municipal en mayo de 2012 para exigir respuestas acerca de “extraños aviones” que día y noche surcaban y fumigaban el cielo rosarino. Pero la respuesta fue nula y los ediles atinaron a derivar el problema a la Fuerza Aérea y al ministerio de Defensa, en ese entonces dirigido por Nilda Garré.

Según pudo averiguar Conclusión, los denunciantes dijeron haber visto más de treinta aviones AWACS, de guerra electrónica. De más está aclarar que la Fuerza Aérea Argentina no cuenta en su arsenal con este tipo de naves.

Sobre el propósito por el cual ciertos aviones rocían la tierra de este producto químico, son varias las hipótesis esgrimidas: control del clima (tal vez para mitigar los efectos del cambio climático, o tal vez para provocarlos), usos militares, comunicaciones, radares, guerra biológica o química, propagación de enfermedades, causar sequías, alterar el ADN y, la teoría que mayor fuerza cobra, detener la superpoblación mediante la esterilización de los sujetos.

En este sentido, Covalcid remarca que «es una planificación global, que está en todos lados menos en China o en Rusia, donde tienen un control aéreo más severo y estricto. Esto nos indica que los chemtrails, entonces, operan en Argentina con el aval del gobierno nacional. Los aviones salen de acá, no de una pista secreta de aterrizaje. Muchas veces, son vuelos de líneas regulares que en los tanques tienen mangueras con salidas al exterior para rociarnos”.

Por otro lado, la especialista expone que, según una fuente confiable (que debe mantener en reserva para que conserve su trabajo “y también la vida”), “en un aeropuerto X, había un bombero haciendo su tarea; siempre atento en caso de algún accidente, como indica el protocolo.  Estaba controlando la entrada y salida de aviones y notó que en un área convencional había un montón de naves sin número, también drones no tripulados que son fumigadores, y ninguno figuraba en los registros oficiales. Es decir, pasaban desapercibidos a las torres de control y era como si no existiesen”, cuenta.

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A esta altura de la historia, todavía no se sabe quién es la cara visible de los chemtrails, los responsables de llevar adelante las operaciones en los cielos del mundo. Es que son corporaciones que operan con el velo puesto, respaldadas por el aval de los gobiernos nacionales. Los periodistas, ambientalistas o investigadores que se propusieron alguna vez a hurgar en el tema, casualmente –algunos de ellos- terminaron sufriendo sospechosos accidentes o extrañas muertes.

“Escuchá, hijo”. El padre retoma el hilo conductor de la historia, dispuesto a contar otra anécdota con el fin de atraer nuevamente la atención del niño y no aburrirlo con tantos tecnicismos: “En un país, no importa dónde, había un mecánico de una empresa aérea que trabajaba en la reparación y mantenimiento de una nave Boeing. Cierta vez, un compañero que estaba a cargo de otra área, faltó por enfermedad y le pidieron a éste, aunque no le corresponda, que fuera a cubrirlo. Hay que aclarar que, como nadie quiere ocuparse de los desechos de los pasajeros, una empresa privada se especializa exclusivamente en eso. Ellos desagotan y llenan las aguas; nadie se mete en su trabajo, porque es cosa sucia. Resulta que son los que se ocupan de llenar los tanques con los líquidos de fumigación, pero este mecánico no lo sabía. Empezó a ver caños raros y siguió el recorrido, hasta encontrarse con reservorios cuya existencia era un enigma. Los conductos terminaban dirigiéndose a las alas del avión, por donde luego tenían una salida exterior para rociar el líquido. Le llamó la atención, así que lo comentó a sus cercanos y empezó a investigarlo. Días más tarde, cuando caminaba por la calle, dos extraños lo asaltaron y le pidieron, por su vida, que se olvide de todo lo que había visto. El mecánico, que se presenta con un seudónimo, continuó desde las sombras y se terminó encontrando con resultados parciales. Por ejemplo, demostró que los chemtrails se arrojan mucho sobre las reservas indígenas. Un día, uno de los habitantes de la reserva se desplomó y, como se trataba de una muerte extraña, decidieron hacerle una autopsia para ver qué era lo que había producido su deceso. El final de la historia, hijo, te lo contaré de un tirón y sin anestesia: los expertos descubrieron que el hombre tenía el corazón comido por dentro, a causa de un virus extraño y desconocido”.

Los hechos fácticos y comprobables son, a esta altura, más pujantes que las teorías conspirativas. Allí, cuando la realidad supera a la ficción, es cuando debemos encender las alarmas y mantenernos alerta. Ciudadanos, periodistas e investigadores han ido, a lo largo del tiempo, aportando pruebas fehacientes acerca del fenómeno de los chemtrails. Incluso, acaso una de las exposiciones más valiosas, sea la de una disidente del ejército estadounidense que se animó a contar su versión, lo que ella vio con sus propios ojos.

No obstante, a veces basta con alzar la vista en un día despejado, advertir las cruces de los chemtrails en el cielo y gritarlo a los cuatro vientos. Así, se estará abriendo los ojos de algún cercano y, una problemática tan comprometedora como secreta, saldrá –al fin- a la luz y dejará de significar una lucha quijotesca de pocos individuos contra las más grandes y poderosas corporaciones. En definitiva, como decía un entrañable humorista neoyorquino, el futuro debería preocuparnos, pues es el sitio donde pasaremos el resto de nuestras vidas…

Más pruebas

Las estelas químicas fueron fotografiadas vía satélite sobre Irak y Arabia Saudita, durante la Guerra del Golfo. Afganistán fue saturado con dichos aerosoles; aunque más tarde comenzaron a vislumbrarse también en Estados Unidos y, paulatinamente, en el resto del globo.

Expertos aseguran que el programa ha sido declarado “secreto” para la población civil y para las agencias de protección ambiental. En verdad, los sistemas computarizados y la química han sido fusionados para ser utilizados como armas de guerra, en claro detrimento de la salud ambiental y humana.

¿Cómo puede mantenerse en secreto una estratagema tan grandiosa de ingeniería planetaria? Haga el lector el ejercicio mental de pensar por cuánto tiempo se han ocultado, a un público indiferente y desilusionado, los horrores del agente naranja entre el pueblo vietnamita, la enfermedad de la Guerra del Golfo, que dejó incapacitados y mató a miles de combatientes, o las 16.000 muertes en Chernobyl…

¿Qué opinan los ambientalistas?

“Es un tema enigmático, poco tangible. He visto cientos de veces las estelas químicas en el cielo, pero nunca pude averiguar más de lo que dice internet”, se sincera David Linaro, titular del grupo ecologista Génesis, antes de añadir: “Me preocupa, pero más que dudas no puedo aportar. Es una investigación que difícilmente pueda ser abordada por un particular, sino que debería declararse cuestión de Estado”, disparó.

¿Será posible, algún día, que el Estado se ocupe de esta problemática tan grave? ¿O están –todos ellos- entramados en un oscuro y secreto plan que se ejecuta a espaldas de la sociedad civil?

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