VIERNES, 29 DE NOV

El primer restaurante del mundo

El primer restaurante propiamente dicho se estableció en el año 1765 en la rue des Puolias de la ciudad de París. No se sabe el nombre del lugar, pero si el resturador de estómagos conocido como André Boulanger.

Por «Mandy» Milesi

Conclusión presenta, junto a Rosario a la Carta, temas que se pregunta o le interesan al común denominador de los consumidores de restaurantes, avezados lectores de artículos o libros de gastronomía, adictos a programas gastronómicos que hoy en día se encuentran en casi todos los canales abiertos o por cable, personas amantes de la cocina familiar (aquellas que adoran cocinar para su familia, pareja o grupo de amigos ), dueños de restaurantes, trabajadores del rubro y todos aquellos que directa o indirectamente tienen algo que ver con el mundo de la cocina.

¿Cómo habrá surgido la primera casa de comidas ? ¿En qué lugar de este mundo se habrá abierto el primer restaurante, fonda, mesón  o bodegón? Francia, España u Italia, o porqué no Marruecos cruzando el estrecho de Gibraltar; quizás algunos de estos lugares fueron el epicentro sin saberlo del primer negocio gastronómico del mundo. Pudo haber sido una ciudad al pie de alguna montaña o tal vez a la vera de algún río, o simplemente una ciudad recostada sobre algún maravilloso mar azul.

El primer restaurante propiamente dicho data del año 1765 en la rue des Puolias de la ciudad de París. No se sabe el nombre del lugar, pero sí el restaurador de estómagos conocido como André Boulanger.

Una mujer de 30 años, madre de familia, con una mano increíble para la cocina, comenzó quizás cocinando para sus vecinos por necesidad y también por gusto: tartas, pastas, carnes o postres; con tan buena mano que luego de un tiempo personas de otros barrios comenzaron a acercarse a ella. Luego esta mujer, al no dar más abasto con tantos pedidos, tomó como empleado a su esposo, luego a sus hijas que para esa época tenían 12 y 13 años, y al darse cuenta que en la cocina y luego en el comedor no había más lugar para tantas ollas, sartenes, cucharas, cucharones, cuchillos, bolsas de harina, verduras, carnes, especias, y demás productos que demanda toda preparación, se ve obligada a rentar la casa de la esquina cuyos ocupantes habían sido desalojados meses atrás por no pagar su mensualidad. Y allí se va con todos sus bártulos e ilusiones sin saber que sería quizás a la postre el primer restaurante del mundo.

Los meses pasaban, sus ingresos se incrementaban y ya tenía aparte de su familia a dos de sus amigas trabajando para ella. Una, entregaba la comida a clientes que vivían a 3 manzanas a la redonda. Un buen día, cuando el sol expiraba y la luna comenzaba a esbozar sus primeras formas, dos hombres llegan al negocio de esta mujer con mucho apetito. Eran forasteros que atraídos por el olor de los guisados entraron con sus pertenencias a cuestas. Preguntaron si podían comer y su esposo, que estaba por cerrar las puertas luego de un día largo de trabajo, le contesta que sólo cocinaban para sus vecinos y clientes de barrios cercanos, y que la comida que producían era sólo a pedido. Estos hombres movidos por el hambre y más por el irresistible olor le consulta nuevamente si no le sobraba algo para venderles, que tenían el estómago vacío hacía casi dos días y tenían monedas de plata para pagarle. En esos instantes cuando comenzaban a retirarse con la cabeza gacha, sale detrás de un biombo que separaba la cocina del depósito de materias primas la mujer y estos al transmitirles a ella cuál era su intención, sin ni siquiera prestarle mirada a su esposo ordena a una de sus hijas que estaba desplumando un faisán les arme con una tabla y dos toneles de madera una mesa. Con una bandeja de lata, un cuchillo con el mango roto, dos cucharas de madera y una latón de agua la mesa estaba servida; y los primeros comensales estaban sentados. Que el pastel de carne era una exquisitez no fue ninguna novedad…

Movida por esa primera experiencia, tres tablones y un par de banquetas desplazaron al depósito de materias primas al sótano. El pan, luego el vino, después el agua y un pastel de fresas que desplazó a las frutas fueron invitados obligados a su mesa. Su primer mozo fue su esposo, luego fue reemplazado por una tía materna después de haber quedado viuda de una de las tantas guerras sin sentido que este mundo tuvo. La moza resultó ser buena, hasta el punto que los clientes comenzaron a darle un extra a la cuenta por su buena predisposición.

Más tablas, banquetas y personas ocuparon el lugar día tras día. Cuando no entraba más gente en el salón, tablones y banquetas se trasladaban a la calle.

El tiempo ha pasado y mucho no ha cambiado…

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