No son inofensivos avioncitos a chorro: nos están envenenando
El cielo de Rosario sigue invadido de Chemtrails, estelas químicas que producen los aviones, cuyos efectos intoxican el medioambiente y enferman a la población mundial y de quienes las autoridades no se hacen cargo.
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- Oct 11, 2016
Todos miran para el costado. ¿Creen que la gente se olvida?, ¿creen que les resulta simpático ver el cielo con estelas blancas y saber que para muchos es veneno para sus pulmones, los de sus hijos, nietos y de todos los seres vivos que habitan en la ciudad? La pregunta es ¿hasta cuando las autoridades nacionales, provinciales y municipales van a seguir siendo cómplices de una intoxicación masiva que podría producir la muerte? Todos los días, a toda hora, el cielo de Rosario se inunda de estelas blancas. Se trata de Chemtrails, químicos que producen los aviones, cuyos efectos intoxican el medioambiente y enferman a la población mundial y de quienes las autoridades no se hacen cargo.
Mientras tanto, esos enigmáticos aviones que “decoran el cielo” a diario, siguen “fumigándonos”, cual plagas difíciles de erradicar. Y a pesar de que vecinos se acercaron al Concejo Municipal para hacer los reclamos al respecto, parece que es un tema que resulta más productivo (cómodo o conveniente) tenerlo en un cajón, archivado, bien tapado con otros papeles…tan tapados como sea posible…tan tapados como los pulmones y los poros de la piel de quienes ingerimos e inhalamos el aire que los avioncitos simpáticos que hacen dibujos en el cielo nos “regalan gratuitamente”.
“En otros lugares del mundo, como en Canadá, hubo periodistas que empezaron a investigar y de pronto, aparecían atropellados o muertos en distintas circunstancias sospechosas”, confía a Conclusión la periodista Nora Kowalczyk, especializada en la temática de los chemtrails, quien más adelante revelará historias tanto o más siniestras.
“Vuelan todo el tiempo sobre nuestras cabezas, mientras los gobiernos miran para otro lado y, ante las consultas, niegan su existencia”, agrega la investigadora, cansada de la inercia y la abulia de la gente que no mira el cielo sino a las pantallas de sus celulares. “Para colmo, es de una ingenuidad total pensar que son estelas de vapor, ya que desaparecerían rápidamente.
Además, es imposible (salvo que estén haciendo piruetas en el aire para divertirnos) que dejen tantas. Los chemtrails son más espesos, en cambio las estelas de vapor se dan después de los 9.000 metros de altura, con la condensación en la que se vuelven hielo. Esto es más bajo, mucho más, y permanece por horas. Yo vivo en Funes y en los días radiantes, el cielo se cruza de rayas y se torna algo nublado. Una vez fui a buscar al jardín a mi hija y hubo minutos en donde el sol hacía ver lo que caía. Eran millones de filamentos blancuzcos, como telarañas, que al tocarlos se deshacían. Eso uno lo respira, entra por la piel, ojos y oídos. Nos están fumigando vilmente y no sabemos por qué, para qué ni quiénes”, asevera Kowalczyk.
No obstante, los antecedentes no son esperanzadores: el que se atreve a denunciarlo, acaba mal. En Estados Unidos, una mujer bioquímica que se cansó de llevar a su hijo al médico para que le digan que lo que tenía era un problema psicológico, se dispuso a analizarlo ella misma, gracias a sus conocimientos en nanotecnología, y descubrió filamentos sintéticos autorregenerantes que sólo pueden verse con microscopios electrónicos, que originan (entre tantas cosas) una nueva enfermedad, llamada “morgellons”.
Los chemtrails comenzaron a investigarse también del otro lado del mundo, precisamente en el país español del viejo continente, donde las plantaciones de los campesinos se empezaron a morir y, esto, afectaba a la producción local. Entonces, los lugareños se movilizaron y presionaron a la alcaldía, que al final tuvo que admitir que había firmado un contrato con empresas estadounidenses que se llaman de “Geoingeniería” y cuyos objetivos (al menos los que blanquearon) eran modificar el clima y preservar la tierra contra el cambio climático.
“Según dicen —continúa Kowalczyk—, con esa campana de gases, lo que hacen es refractar la luz del sol para que no se caliente tanto la tierra”. Pero si así fuera, ¿por qué tanto énfasis en ocultarlo?, se le pregunta a la periodista, que responde: “Lo ocultan porque dentro de los análisis que hicieron, encontraron virus modificados genéticamente, bacterias y glóbulos rojos también modificados. Todo el mundo está enfermo de lo mismo, los chemtrails nos están contaminando”, exclama resignada.
En Rosario, un grupo de vecinos se acercó al Concejo Municipal en mayo de 2012 para exigir respuestas acerca de “extraños aviones” que día y noche surcaban y fumigaban el cielo rosarino. Pero la respuesta fue nula y los ediles atinaron a derivar el problema a la Fuerza Aérea y al ministerio de Defensa, en ese entonces dirigido por Nilda Garré.
Según pudo averiguar Conclusión, los denunciantes dijeron haber visto más de treinta aviones AWACS, de guerra electrónica. De más está aclarar que la Fuerza Aérea Argentina no cuenta en su arsenal con este tipo de naves.
Sobre el propósito por el cual ciertos aviones rocían la tierra de este producto químico, son varias las hipótesis esgrimidas: control del clima (tal vez para mitigar los efectos del cambio climático, o tal vez para provocarlos), usos militares, comunicaciones, radares, guerra biológica o química, propagación de enfermedades, causar sequías, alterar el ADN y, la teoría que mayor fuerza cobra, detener la superpoblación mediante la esterilización de los sujetos.
En este sentido, Kowalczyk remarca que “es una planificación global, que está en todos lados menos en China o en Rusia, donde tienen un control aéreo más severo y estricto. Esto nos indica que los chemtrails, entonces, operan en Argentina con el aval del gobierno nacional. Los aviones salen de acá, no de una pista secreta de aterrizaje. Muchas veces, son vuelos de líneas regulares que en los tanques tienen mangueras con salidas al exterior para rociarnos”.
Por otro lado, la especialista expone que, según una fuente confiable (que debe mantener en reserva para que conserve su trabajo “y también la vida”), “en un aeropuerto X, había un bombero haciendo su tarea; siempre atento en caso de algún accidente, como indica el protocolo. Estaba controlando la entrada y salida de aviones y notó que en un área convencional había un montón de naves sin número, también drones no tripulados que son fumigadores, y ninguno figuraba en los registros oficiales. Es decir, pasaban desapercibidos a las torres de control y era como si no existiesen”, cuenta.
A esta altura de la historia, todavía no se sabe quién es la cara visible de los chemtrails, los responsables de llevar adelante las operaciones en los cielos del mundo. Es que son corporaciones que operan con el velo puesto, respaldadas por el aval de los gobiernos nacionales. Los periodistas, ambientalistas o investigadores que se propusieron alguna vez a hurgar en el tema, casualmente –algunos de ellos- terminaron sufriendo sospechosos accidentes o extrañas muertes.
Más pruebas
Las estelas químicas fueron fotografiadas vía satélite sobre Irak y Arabia Saudita, durante la Guerra del Golfo. Afganistán fue saturado con dichos aerosoles; aunque más tarde comenzaron a vislumbrarse también en Estados Unidos y, paulatinamente, en el resto del globo.
Expertos aseguran que el programa ha sido declarado “secreto” para la población civil y para las agencias de protección ambiental. En verdad, los sistemas computarizados y la química han sido fusionados para ser utilizados como armas de guerra, en claro detrimento de la salud ambiental y humana.
¿Cómo puede mantenerse en secreto una estratagema tan grandiosa de ingeniería planetaria? Haga el lector el ejercicio mental de pensar por cuánto tiempo se han ocultado, a un público indiferente y desilusionado, los horrores del agente naranja entre el pueblo vietnamita, la enfermedad de la Guerra del Golfo, que dejó incapacitados y mató a miles de combatientes, o las 16.000 muertes en Chernobyl…
¿Qué opinan los ambientalistas?
“Es un tema enigmático, poco tangible. He visto cientos de veces las estelas químicas en el cielo, pero nunca pude averiguar más de lo que dice internet”, se sincera David Linaro, titular del grupo ecologista Génesis, antes de añadir: “Me preocupa, pero más que dudas no puedo aportar. Es una investigación que difícilmente pueda ser abordada por un particular, sino que debería declararse cuestión de Estado”, disparó.
¿Será posible, algún día, que el Estado se ocupe de esta problemática tan grave? ¿O están –todos ellos- entramados en un oscuro y secreto plan que se ejecuta a espaldas de la sociedad civil?