MARTES, 26 DE NOV

Tragedia de Monticas: vidas “en pausa” y esperando a la justicia

Nicolás Spoto, sobreviviente del siniestro, en diálogo con Conclusión comentó: “Quedé en pausa”. Mientras que familiares de María Belén Genga, en coma a partir del choque, reclaman “que se sepa lo que pasó para que no se repita”.

Por Guido Brunet

Exactamente un año atrás más de 150 bomberos intentaban rescatar a decenas de personas de dos colectivos destruidos casi en su totalidad. El kilómetro 779 de la ruta 33 entre las ciudades de Pérez y Zavalla parecía zona de guerra.

Más de veinte ambulancias llegaron rápidamente para atender a los heridos. Pero a pesar de los esfuerzos, trece personas perdieron su vida y más de treinta resultaron heridas aquel 24 de febrero.

El choque de Monticas no solamente terminó con la vida de 13 personas, sino que también modificó los días de todos sus sobrevivientes. Según contaron a Conclusión, nadie retomó su ritmo habitual. De hecho, ninguno pudo volver a trabajar. El impacto se sigue sintiendo.

Por su parte, Luciana Marchegiani es prima de María Belén Genga, quien quedó en coma luego del hecho. María Belén iba a visitar a Luciana a Rosario, cuando su colectivo chocó de frente contra otro de la misma empresa. El reventar de una rueda y años de desidia y falta de controles impidieron ese encuentro.

En pausa

Nicolas Spoto es contundente: “El accidente fue una masacre”. “Fueron tres impactos, nos zamarreamos y terminamos en una cuneta”, rememora el joven en diálogo con Conclusión.

Quedé en pausa completamente”, manifiesta Nicolás. El joven es becario del Conicet en la Facultad de Ciencias Agrarias de Zavalla, pero aquel choque le puso un freno a su vida. Para avanzar en su carrera es imprescindible completar cursos y asistir a Congresos, lo que le ha sido imposible para él, por lo que a causa del hecho se ha retrasado en su profesión.

Una vez por mes se reúnen con el resto de los sobrevivientes para intercambiar experiencias y sensaciones y “hacerse el aguante”. De los que estuvieron en esos colectivos ninguno trabaja, nadie pudo seguir con su vida tal como era antes de la tragedia.

Para Nicolás los incidentes con esa línea eran parte de su cotidianeidad. Eran “comunes”, dice mientras recuerda micros prendidos fuego, ventanillas rotas, ruedas averiadas y puertas que se abrian durante los viajes. Aquel día no era diferente, «el colectivo estaba en muy mal estado», recuerda Nicolás.

Realizaron varios reclamos, tanto a la Secretaria de Transporte de la provincia como a la Defensoría del Pueblo, pero «con las denuncias no pasa nada, es hablar contra una pared».

Sobre la causa dice que “no se avanza, todo es lento”. «Hay dos responsables claros: la empresa y quien controla. Y el segundo tiene más implicancia porque es un deber público», considera Nicolás, quien desde aquel día no volvió a subirse a un colectivo.

Una visita que no llegó a darse

Minutos después del choque, María Belén Genga ingresó al Heca por la gran pérdida de sangre y la falta de oxígeno en el cerebro que sufrió. Actualmente se encuentra en estado de coma en San José de la Esquina en la casa de su madre y junto a sus hermanas, y con la permanente visitan de sus amigos y demás familiares.

Hoy por hoy puede abrir los ojos y oír, pero no puede hablar, moverse, caminar o alimentarse sola. “No sabemos si tiene algún tipo de comprensión, desde nuestro lugar no conocemos qué pasa por su cabeza realmente”, dice su prima Luciana Marchegiani a Conclusión. María Belén viajaba desde San José de la Esquina a Rosario para visitarla.

Belén no llegaba, Luciana supuso que estaba demorada comprando materiales para trabajar. Tenía que llegar a las 10.30, pero se hizo la hora y ella no apareció. A las 11 Luciana prendió el televisor y vio en vivo a los colectivos destruidos en la ruta. Se fijó en qué horario fue la última conexión de Belén al WhatsApp, había sido a las 9.08. “La agarró arriba”, pensó su prima, que en ese momento cuenta que entró en estado de shock. Y luego se subió a un taxi para llegar lo antes posible al Heca.

María Belén trabajaba como artesana. Realizaba collares, vinchas, pulseras y accesorios para el pelo. “Hacía lo que amaba, lo que le hacía feliz”, expresa Luciana. Participaba en ferias de toda la región, así como en otras provincias; además de dar clases de yoga. Por su trabajo, era una usuaria permanente de los colectivos Monticas. “Todo el tiempo estaba arriba del colectivo”, comenta Luciana.

El estado de los coches era una queja permanente, Belén le contaba a Luciana que ninguno tenía cinturones de seguridad y que muchas veces se quedaban a mitad de camino. Prevenida, la mujer tenía como costumbre tomarse la unidad anterior para llegar a horario en caso de que el coche tenga tuviera algún problema y no pueda continuar su ruta.

Luciana reclama “que se sepa lo que pasó para que no se repita”. “Y que no nos vuelvan a meter como ganado, que la gente que tiene que hacerse cargo lo haga y haya justicia”.

Desde el amor que siente por ella, su prima la describe como “una persona fuera de serie que tiene una luz propia y sin dobles intenciones”. La prima la compara con un lago por su tranquilidad y transparencia.

Luciana destaca que “siempre tenía tiempo para ir a visitar a los amigos”. “Con los dos pesos que tenía se tomaba el colectivo y venía”, dice.

Ahora las amigas son las que la van a visitar “para recargar nuestras energías”. Porque “ella todavía nos genera bienestar”, cierra la prima, quien todos los días escucha los mensajes en audio de Belén para oír su voz.

Vidas apagadas

Aníbal Pontel era de Rosario y tenía 53 años. Era chofer de la línea Metropolitana (propiedad de Monticas) desde hacía 7 años. Estaba casado con Sandra desde 1995, con quien tenía una hija de 15 años. Era fanático de la parrilla y quería presentarse como delegado.

Sergio Chena era oriundo de Rosario, pero se había ido a vivir a Pujato. Muchos años fue viajante junto a su padre y trabajó en una fábrica de indumentaria local.

Marcelo Machado, tenía 23 años, vivía en Fray Luis Beltrán junto a su familia pero trabajaba en Pérez. Generalmente viajaba en un micro que traslada personal de empresas, pero ese día se le hizo tarde y optó por el coche de línea.

Gabriela Márquez tenía 25 años, era de Casilda y se había recibido de profesora de inglés y trabajaba como docente en instituciones de Casilda y la zona. Cintia Albornoz había nacido en Rosario pero hacía 16 años se mudó a Casilda para casarse con Alberto. Natalia Angiorama nació en Mar del Plata, pero vivió en Casilda desde chica. Había viajado a Rosario para titularizar horas.

Joana Fernández tenía 20 años y era oriunda de Zavalla. Volvía de Rosario de ver a su hija de un año y medio internada en el Hospital Centenario con problemas pulmonares. Su hermana Gianella, de 15 años la acompañaba y murió en el Heca diez días después del choque.

Gustavo Souza, de Zavalla, era el otro chofer de Monticas y tenía tres hijos: un varón de 14 años y dos nenas de 8 y 9 años.

Juan Burzacca también vivía en Zavalla. Trabajaba en la Facultad de Ciencias Agrarias, pero su pasión era el contrabajo. Juana Ferreyra tenía 69 años y vivía en Zavalla. Se había quedado viuda hace cinco años y su hijo había fallecido meses antes de aquel día.

Jorge Fargioni, de 62 años fabricaba vino como hobby en su casa de Zavalla. Jorge Ledesma era de Zavalla, pero se había mudado a Pérez. Trabajaba como no docente en la Facultad de Ciencias Agrarias. El día del accidente no debía trabajar, pero por diversos trámites fue a la casa de estudios.

Trece estrellas

Los familiares de los fallecidos pintaron 13 estrellas amarillas en el kilómetro 779 de la ruta 33 entre Pérez y Zavalla, lugar donde sucedió la tragedia, en homenaje a sus seres queridos.

La actividad formó parte de una iniciativa nacional para recordar a las víctimas de siniestros viales y para crear conciencia. Por lo que hoy el asfalto luce trece estrellas amarillas y al costado de la ruta se puede divisar una cruz.

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