VIERNES, 22 DE NOV

Jesús y la Pascua

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La historia de las últimas horas de vida de Jesús, es la historia de miles, de millones de seres humanos. Es la historia de aquellos que habiendo perdido casi todo, son abandonados por quienes en algún momento fueron sus seguidores y admiradores. Es la historia del amor traicionado, de la lealtad pisoteada, del olvido, del escarnio, de la tortura y de la muerte. Es la historia de la soledad ante la adversidad. No son, al fin y al cabo, tan culpables los enemigos de Jesús, sino sus propios  discípulos que lo abandonan, lo dejan solo.

Unos se quedan dormidos en el Monte delos Olivos mientras Él, repleto de miedo y angustiado, ora y le pide a Dios que si es posible le evite tomar ese cáliz amargo. Es decir, le pide que, en la medida de lo factible, lo salve de la muerte de cruz. Es decir, unos permanecen indiferentes ante la desesperación del hombre. Otro lo traiciona, convirtiéndose su traición en paradigma de perversidad. Y no sólo eso, sino que lo entrega dándole un beso en la mejilla. Otro más  lo niega, les dice a quienes persiguen al Hijo del Hombre que él, Pedro, no tiene nada que ver con el sujeto que han apresado.

En el momento más doloroso, el de la crucifixión, casi ninguno de los discípulos está a su lado. Sólo permanecen con él su madre, un amigo leal que pocas horas antes se comportaba como loco y esa mujer admirable, leal a más no poder: María Magdalena o Mariam de Magdala, esa misma mujer que la insensatez de algunos jerarcas cristianos siglos más tarde ofenderían (a ella y por tanto a  Jesús, por supuesto) tildándola de prostituta, cuando en realidad fue puntal en la nueva religión que nacería de la misma entraña del judaísmo, proclamando al mundo que lo único cierto y verdadero es el amor. María Magdalena es paradigma de lealtad, de amor hacia ese crucificado al que incluso acompaña hasta después de su muerte. Será tal vez por eso que el Ungido la premia, enviándole de paso un mensaje a toda la humanidad para siempre, cuando se le presenta a ella antes que a los otros.

En efecto, y como dije antes, la historia de las últimas horas de Jesús es la amarga historia de aquellos buenos humanos que caen en el pozo de la desgracia y son olvidados por el mundo; es la historia de los desvalidos, de los sufrientes, de los pobres, de los desprotegidos, de los sufridos. Es la historia de los que claman justicia y no la obtienen, de los que tienen sed de derechos, pero el opresor  les sacia esa sed con vinagre.

Pero quienes creen (creemos) en un Orden Superior que pone las cosas en su lugar en algún momento de la vida, podemos decir, también, que la historia de Jesús es la resurrección. Esa resurrección que más tarde o más temprano debe darse en los corazones abandonados por el hombre y las circunstancias.

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