MARTES, 26 DE NOV

El 1º de Mayo, un día de lucha obrera

Hoy se rinde homenaje a los Mártires de Chicago, obreros anarquistas que el 1º de mayo de 1886 lideraron en EE.UU. multitudinarias huelgas por las 8 horas de trabajo.

Por Rubén Alejandro Fraga

Este martes se conmemora en buena parte del mundo el Día Internacional de los Trabajadores, una fecha que rinde homenaje a los denominados “Mártires de Chicago”, cuatro de los dirigentes obreros anarquistas que el 1º de Mayo de 1886 lideraron en Estados Unidos las multitudinarias huelgas a favor de la jornada laboral de ocho horas y al año siguiente fueron condenados, con pruebas falsas, a morir en la horca.

Por entonces, se estaba en los albores de la revolución industrial en Estados Unidos donde, al igual que en las principales naciones europeas, se sometía a las masas obreras a una jornada de trabajo indefinida, inestabilidad laboral, bajos salarios, e incluso, en algunos estados, al pago del trabajo en productos (track system). Fue entonces cuando la clase obrera norteamericana comenzó a rebelarse contra las condiciones infrahumanas de trabajo y el principal reclamo, de las ocho horas diarias de trabajo, generó numerosas huelgas que dieron lugar a que se estableciera el 1º de Mayo como Día de Lucha Internacional de la Clase Obrera.

En su libro Historia del 1º de Mayo en Rosario (1890-2000), publicado en 2002 por Ediciones La Comuna, el historiador y docente rosarino Leonidas “Noni” Ceruti cuenta que por entonces 1.700.000 niños de 10 a 15 años soportaban jornadas de trabajo de 14 a 16 horas diarias en las nacientes industrias, en los socavones de las minas de carbón, y en las ruidosas tejedurías norteamericanas.

En Chicago, la segunda ciudad en importancia en Estados Unidos, las crónicas periodísticas de la época daban cuenta que “los obreros parten a las 4 de la mañana y regresan a las 7 u 8 de la noche e incluso más tarde, por lo que jamás ven a sus esposas e hijos a la luz del día”.

Los primeros sindicatos

En ese marco, fueron creciendo los primeros sindicatos, y la consigna unificadora fue la negativa a trabajar más de ocho horas diarias, aunque el verdadero objetivo para los luchadores socialistas y anarquistas pasaba por la construcción de una nueva sociedad. Eran revolucionarios y querían abolir el sistema económico donde los ricos dominaban y millones de trabajadores vivían en la miseria.

La mayoría de los obreros de Norteamérica estaban afiliados a la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo, pero tenía más preponderancia la Federación Americana del Trabajo (American Federation of Labor), AFL, por sus siglas en inglés, inicialmente socialista. En su cuarto congreso, realizado el 17 de octubre de 1884, la AFL resolvió que a partir del 1º de mayo de 1886 la duración legal de la jornada de trabajo debería ser de ocho horas. En caso de no obtener respuesta a este reclamo, se iría a una huelga.

Esta resolución despertó el interés de todas las organizaciones sindicales, que veían que la jornada de ocho horas posibilitaría obtener mayor cantidad de puestos de trabajo. Esos dos años acentuaron el sentimiento de solidaridad y acrecentaron la lucha de los trabajadores en general.

En 1886, el presidente estadounidense Andrew Johnson promulgó la llamada Ley Ingersoll, estableciendo las 8 horas de trabajo diarias. Al poco tiempo, 19 estados sancionaron leyes que permitían trabajar jornadas máximas de 8 y 10 horas, aunque siempre con cláusulas que permitían hacer trabajar a los obreros entre 14 y 18 horas. Las condiciones de trabajo eran similares, y las condiciones en que se vivía seguían siendo insoportables.

Como la Ley Ingersoll no se cumplió, las organizaciones laborales y sindicales de Estados Unidos se movilizaron. La burguesía norteamericana se decidió a enfrentar la protesta obrera y la prensa calificó el movimiento en demanda de las ocho horas de trabajo como “indignante e irrespetuoso”, “delirio de lunáticos poco patriotas”, y manifestando que era “lo mismo que pedir que se pague un salario sin cumplir ninguna hora de trabajo”.

Cuando nació todo

Así se llegó al sábado 1º de mayo de 1886, cuando se lanzaron a la huelga más de 300.000 trabajadores y se sucedieron enfrentamientos en las principales ciudades de Estados Unidos. La represión en Milwaukee dejó nueve muertos y varios heridos. En Chicago, donde las condiciones de los trabajadores eran mucho peores que en otras ciudades del país, las luchas adquirieron un matiz particularmente agudo y se vieron envueltos obreros de toda la ciudad, especialmente los de la fábrica de maquinaria agrícola McCormik. En la misma, el lunes 3 de mayo se concentraron varios miles de huelguistas y mientras sus delegados, con Auguste Spies a la cabeza, parlamentaban con la patronal, una provocación sirvió de pretexto para que la policía ametrallara la asamblea, produciendo un saldo trágico de seis muertos y 50 heridos entre los obreros.

De inmediato, Adolf Fischer, redactor del diario alemán Arbeiter Zeitung (Periódico de los Trabajadores), corrió a su periódico desde cuya portada, al día siguiente, lanzó una proclama que luego se utilizaría como principal prueba acusatoria en el juicio que lo llevó a la horca: “Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado. Ayer, frente a la fábrica McCormik, se fusiló a los obreros. ¡Su sangre pide venganza!”. La proclama terminaba convocando un acto de protesta para el día siguiente, a las 4 de la tarde, en la plaza Haymarket.

Al día siguiente, mientras se desarrollaba el acto del que participaban más de 20.000 trabajadores, unos 180 policías disolvieron violentamente la concentración. Un artefacto explosivo estalló entre los policías produciendo un muerto y varios heridos entre los uniformados.

El ametrallamiento de la multitud dejó un luctuoso saldo de 38 muertos y más de un centenar de heridos.

Se declaró el estado de sitio y el toque de queda en Chicago. El Ejército ocupó los barrios obreros, y se dedicó a saquear los locales sindicales, destruyendo sus bibliotecas y sus imprentas. Se realizaron redadas en las que se detuvo a centenares de trabajadores que fueron golpeados y torturados, acusados del asesinato del policía.

La complicidad patronal

Tiempo después se descubrió que los industriales en complicidad con la policía habían montado la provocación a fin de “aleccionar a los revoltosos que no querían trabajar”.

En la actualidad, los descendientes de la familia McCormik controlan un imperio de medios de comunicación que incluye a los periódicos Chicago Tribune, Los Ángeles Times, Baltimore Sun, News Day y un par de docenas de canales de televisión.

El Crimen de Chicago costó la vida de muchos trabajadores y dirigentes sindicales; no existe un número exacto, pero fueron miles los despedidos, detenidos, procesados, heridos de bala o torturados. La mayoría eran inmigrantes: italianos, españoles, alemanes, rusos, irlandeses, judíos, polacos y eslavos.

Luego de la masacre de Chicago, los principales dirigentes obreros fueron detenidos y llevados a juicio.

Un juicio infame

El lunes 21 de junio de 1886, se inició la causa judicial contra 31 sindicalistas acusados de ser los “responsables” de los sucesos, cifra que luego se redujo a ocho: Georg Engel, Michael Schwab, Louis Linng, Adolf Fischer, Samuel Fielden, Hessois Auguste Spies, Oscar Neebe y Albert Parsons.

Las irregularidades en el juicio fueron tantas y se violaron todas las normas procesales de forma y de fondo a tal punto que, en 1893, se terminó admitiendo oficialmente que todo había sido una farsa. Sin embargo, ya era tarde: para entonces los ocho anarquistas juzgados habían sido declarados culpables: tres de ellos fueron condenados a prisión y cinco a morir en la horca. Fue un auténtico linchamiento legal.

Finalmente, el viernes 11 de noviembre de 1887, los obreros condenados a la pena de muerte enfrentaron el cadalso en la cárcel del condado estadounidense de Cook.

Los mártires de Chicago

Las víctimas fueron tres inmigrantes alemanes: Hessois Auguste Spies, periodista de 31 años; Georg Engel, tipógrafo de 50 años; y Adolf Fischer, periodista de 30 años; y el periodista estadounidense Albert Parsons, de 39 años.

Otro de los condenados a muerte, Louis Linng, un carpintero alemán de 22 años, apareció “suicidado” en su celda por la explosión de un cartucho de dinamita colocado en su boca a modo de cigarro.

Unos días antes de la ejecución, se había conmutado la pena de muerte por la de prisión perpetua al periodista y tipógrafo alemán Michael Schwab, de 31 años, y a Samuel Fielden, un inglés de 39 años, ex predicador metodista y obrero textil. Oscar Neebe, un vendedor estadounidense de 36 años, fue condenado a 15 años de trabajos forzados.

José Martí, el héroe nacional cubano, exiliado por entonces en Estados Unidos, escribió una crónica sobre las ejecuciones para el diario porteño La Nación, que fue publicada en la edición del domingo 1º de enero de 1888 titulada “El Gólgota de Chicago”, en la que narró y condenó el crimen cometido por las autoridades norteamericanas: “Salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas plateadas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos… abajo la concurrencia sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro… plegaria es el rostro de Spies, firmeza el de Fischer, orgullo el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita que la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora… los encapuchan, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos cuelgan y se balancean en una danza espantable…”.

En homenaje a esos mártires y en reivindicación de las luchas obreras de ayer y de hoy es que se conmemora esta fecha casi a nivel planetario. Sin embargo, en Estados Unidos, Canadá y otros países no se conmemora hoy el Día de los Trabajadores. En su lugar se celebra el Labor Day el primer lunes de septiembre en un desfile realizado en Nueva York y organizado por la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo. Ocurre que el por entonces presidente estadounidense Grover Cleveland, auspició la celebración en septiembre por temor a que la fecha del 1º de Mayo reforzase el movimiento socialista en Estados Unidos desde 1882. Posteriormente, Canadá se unió a conmemorar el primer lunes de septiembre en vez del 1º de Mayo a partir de 1894.

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