Un día entre Tita y la Piaf
Una nació un 11 de octubre, hace 114 años, en el arrabal porteño; la otra murió un 11 de octubre, hace 55 años, en la Costa Azul. Y por eso, en este jueves 11 de octubre recordamos a ambas artistas que tuvieron algo en común: ser el dolor hecho canto.
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- Oct 11, 2018
Una nació un 11 de octubre, hace 114 años, en el arrabal porteño; la otra murió un 11 de octubre, hace 55 años, en la Costa Azul. Y por eso, en este jueves 11 de octubre recordamos a ambas artistas que tuvieron algo en común: ser el dolor hecho canto.
Tita de Buenos Aires
A la 7 de la tarde del martes 11 de octubre de 1904, en un viejo conventillo alumbrado a querosén de la zona más humilde del barrio porteño de San Telmo, vino al mundo una niña que tuvo todo para fracasar pero triunfó.
Hija de Santiago Merelli, un cochero de mateos, y Anna Gianelli, una joven planchadora uruguaya, nació en la sombra y vivió con luz propia. La bautizaron Ana Laura, pero antes de sus primeros balbuceos ya había adoptado el que sería su nombre de guerra: Tita Merello.
“El dolor nació conmigo”, diría más tarde esa mujer dura que a pura prepotencia de trabajo fue capaz de redimir una vida siempre remendada, rescatándose de todas las catástrofes y las miserias, construyendo su propio mito.
Antes de que Ana Laura Merello cumpliera cuatro meses de edad, su padre murió de tisis y su madre tuvo que internarla en un orfanato, donde se quedó hasta los 9 años. Cuando salió, llevó consigo los primeros resentimientos y una incipiente tuberculosis.
La llevaron a trabajar de sirvienta y boyerita (cuidadora de bueyes) a una estancia cerca de Magdalena y a los 12 años volvió con su madre. En una niñez sin muñecas, analfabeta y pobre, Tita forjó su carácter. “Era una niña triste, pobre y además fea. Presentía que iba a seguir siéndolo siempre. Después descubrí que no hace falta ser bonita. Basta con parecerlo”, recordó.
A pesar de no haber sabido jamás cómo era el amor de una maestra, Tita encontró a los 15 años a quien ella consideró su gran amigo: Eduardo Borrás, redactor del diario La Nación, quien le enseñó a leer y escribir.
Como cantante fue la Edith Piaf de Puente Alsina: ese canto desesperado, contraseña para quienes se sienten solos y tristes. Como actriz fue la Dietrich, la Garbo y la Bardot, trasladadas al empedrado húmedo y resbaladizo del Río de la Plata.
A partir de los años 20 hizo de todo: teatro, cine, revista, discos, drama, comedia, periodismo, radio y televisión. Según confesó, fue “por hambre” que a los 16 años entró al Teatro Avenida, respondiendo a un pedido de coristas. Después pasó al Bataclán, un “teatrillo de mala muerte”. Allí, con lúgubre decorado, cantó en público el primer tango, con su voz feroz y desafinada.
El empresario Roberto Cayol, impresionado por esa mina potente y distinta, la llevó al Teatro Maipo, donde devino en bataclana y luego en la “Vedette Rea”. Y de allí pasó a la comedia y al drama.
Su picardía y su expresión provocadora se hicieron voz en los discos desde 1929, cuando realizó sus primeras grabaciones para Víctor: “Qué careta”, “Sos una fiera”, “Mi papito”, “Che bacana”. Luego, éxitos como “Se dice de mí” (1954), “Arrabalera” (1955), “Niño bien” (1956), “Cambalache” (1956), “¿Dónde hay un mango?” (1960), “Yo soy del 30” (1964), “Niebla del Riachuelo” (1969), “Che Bartolo” (1969), “Con permiso” (1979) y “Padrino pelao” (1979).
A los 28 años asomó en el celuloide, nada menos que en Tango! (dirigida en 1933 por Luis José Moglia Barth), la primera película sonora del cine argentino, donde encarnó a una chica de barrio y cantó dos tangos, el punto de partida de su reconocimiento crítico y popular. Compartió elenco con Alberto Gómez, Pepe Arias, Libertad Lamarque, Azucena Maizani y Luis Sandrini, el hombre que la marcó sentimentalmente y con quien compartió 10 años de encuentros y desencuentros.
Actriz temperamental y versátil, entre sus filmes figuran: La Fuga (1937), Filomena Marturano (1950), Los isleros (1950), Mercado de Abasto (1954), Para vestir santos (1955), Amorina (1961), El Andador (1967), La madre María (1974), Los Miedos (1980) y Las barras bravas (1985), con la que se despidió del cine.
Mujer con una vida sentimental tumultuosa e inestable, además de Sandrini sus biógrafos señalan al aristócrata Simón Yrigoyen Iriondo y a los actores Juan Carlos Thorry, Tito Alonso y Arturo García Buhr como algunos de sus romances.
En 1931, Tita se inició en el periodismo en la revista Voces. En 1972 escribió el libro autobiográfico La calle y yo.
Peronista, sufrió persecuciones tras el golpe del 55. En los 60 reapareció, seducida por la televisión. En 1968 debutó en los “Sábados circulares” de Nicolás “Pipo” Mancera, donde alternaba canciones y anécdotas. Después llegaron los programas propios como el que condujo con el periodista Víctor Sueiro.
Pero con el tiempo se recluyó en su soledad. Desde febrero de 1967, y durante años, su gran compañero fue Corbata, su perro. La Fundación Favaloro fue su último hogar. Tita Merello murió el martes 24 de diciembre de 2002, a los 98 años.
Edith, el Gorrión de París
El viernes 11 de octubre de 1963 se anunció al mundo la muerte de una de las cantantes francesas más célebres de todos los tiempos, Edith Piaf. Jean Cocteau falleció el mismo día al conocer la muerte de su amiga, ocurrida en la aldea de Plascassier, en la Costa Azul.
Piaf, cuyo verdadero nombre era Edith Giovanna Gassion, murió de cirrosis a los 47 años, tras una vida intensa y melodramática.
Cuando en 1946 Edith se convirtió en una estrella internacional con su grabación de “La vie en rose” (La vida en rosa), una canción que se hizo inseparable de su imagen pública, junto a “Non, je ne regrette rien” (No, no me arrepiento de nada), en Francia su vida llena de dolor ya era toda una leyenda.
Abandonada por su madre y descuidada por su padre, siendo adolescente tuvo una niña que murió a corta edad. A los 20 años apenas podía sobrevivir como cantante callejera en el barrio parisino de Montmartre. Pero en 1935 Louis Leplée, dueño de un cabaret de moda en París, el Gerny’s, la invitó a debutar en su local nocturno con el nombre artístico de “la môme Piaf” (la niña Gorrión) debido a que era de pequeña estatura (1,47 metro) como un gorrión.
Sus presentaciones gustaron tanto que uno de los asistentes, el famoso actor y cantante francés Maurice Chevallier, se levantó y exclamó: “¡Esta chiquilla tiene agallas!”.
Desde entonces, las interpretaciones de “el Gorrión de París” elevaron la canción popular francesa a un nivel nuevo e hicieron que fuera respetada en todo el mundo. Sola en escena, vestida de negro, con su pelo rizado, explicando historias de amor y de desamor con una voz temblorosa y rota, a menudo arrancaba lágrimas de sus admiradores.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Piaf cantó en clubes y music-halls, en donde conoció a su contemporánea alemana Ilona Hesse, y ayudó a los prisioneros a escapar mientras duró la ocupación nazi de París.
Su fama aumentó en los años 50 por una serie de asuntos amorosos, accidentes de tránsito y adicciones que acentuaron el halo de tragedia que la rodeaba.
Morfinómana y considerada una “devoradora de hombres”, Piaf tuvo muchos romances. Los más conocidos fueron con Louis Dupont, Raymond Asso, Yves Montand, Marcel Cerdan, Marlon Brando, Charles Aznavour, Georges Moustaki y Théo Sarapo, su último marido.