¿Y si La Doctora les gana?
El error del Tercer Gobierno Radical fue elegirla como opositora preferida.
- Por los medios
- Nov 16, 2018
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Entre La Morsa y los Cuadernos
Cambiemos es el ciclo político que transcurre entre La Morsa (misteriosa) de Clarín y los cuadernos (que no existen) de La Nación.
En el medio se registraron múltiples amagues, excusas por doquier, culpables de arrebato, endeudamientos irresponsables a discreción, ostensible mala praxis, retrocesos inútiles, nada.
Pero el máximo error del Tercer Gobierno Radical consistió en diseñar a La Doctora como la adversaria recíprocamente ideal.
La embadurnaron cotidianamente de retórica fecal, durante los últimos tres años. Hasta transformarla en la Jefa de la Banda.
La representación del mal, mientras el bien se pulverizaba contra la realidad.
Pero lo sorprendente es que no pudieron anular a la viuda presentada como indigna. Un dilema electoral.
La magnitud del fracaso, del boleto picado que ya no tiene retorno, marca hoy que el tema político excluyente consiste en saber si ella, la viuda indigna, La Doctora, se va a presentar como candidata presidencial o no. Es lo que más interesa.
Es el enigma que signa el acontecer de la política.
La impericia estructural del macrismo le cede involuntariamente a La Doctora la centralidad. La iniciativa que dilata. Para resignación del Peronismo Perdonable.
El fracaso transversal del macrismo mantiene vigente el proyecto personal de La Doctora, que tampoco, hasta hoy, existe.
Se limita a sobrevivir a los hostigamientos insuficientes de Comodoro Py.
Carolina Mantegari
Tres experimentados dirigentes peronistas mantienen la esperanza de ser seleccionados por el dedo decisivo de La Doctora. El dedo que apunta, en definitiva, hacia ella misma.
Dos -Daniel Scioli, Líder de la Línea Aire y Sol, y Felipe Solá, Máximo Cuadro del Felipismo- fueron gobernadores de Buenos Aires, la provincia inviable.
El tercero, Alberto Rodríguez Saa, El Colibrí, es actual gobernador del Estado Libre Asociado de San Luis.
Otros dos dirigentes, con experiencia ministerial y parlamentaria, son “doctoristas” sin fisuras. Agustín Rossi, Ex Chivo, y Axel Kicillof, El Gótico.
Los dos primeros, Scioli y Solá, pueden sentirse acreedores del “proyecto”. Aunque no lo pregonen, sienten que La Doctora está en deuda con ellos.
Al Líder, Daniel, por no haberlo respaldado lo suficiente en 2015. Cuando confrontaba con su amigo Mauricio Macri, El Ángel Exterminador. Y con fuego amigo lo esmerilaban.
En aquella instancia poco y nada hizo La Doctora para evitar que se estimulara el mito de la preferencia personal por el adversario. Recíprocamente ideal.
Ambos, La Doctora y el Ángel, aún parecen entenderse en plena confrontación. Aunque no puedan evitar que se les infiltre, entre ellos, algún tercero.
Por el lado de Macri, logró infiltrarse la señora gobernadora María Eugenia Vidal, La Chica de Flores de Girondo.
Poderosos sectores la prefieren. La Mafia del Bien cree haberlo consumido totalmente al Ángel que ya nada tiene para ofrecerles. Ni sorprenderlos.
Y pese a La Doctora y al Ángel, el que pudo conquistar un desperdiciado espacio personal es Sergio, Titular de la Franja de Massa. El resto es paisaje.
El Máximo Cuadro Felipista, en cambio, puede esgrimir que La Doctora no quiso darle el menor respaldo en 2007. Cuando, a su criterio, aún podía ser reelecto. Como lo cuenta en su libro bastante rescatable y original, que funcionaría como plataforma de lanzamiento hacia ninguna parte.
Pero Felipe fue barrido por la severa tormenta de Misiones, desatada por el Padre Piña y por el Cardenal Bergoglio, quienes con el Arcángel San Gabriel vencieron a Carlos Rovira, El Breve Galo, y al superior Néstor Kirchner, El Furia.
El Colibrí, por su parte, nada tiene para reclamarle a La Doctora. Salvo, quizás, la factura sombría de la indiferencia. Durante 12 años.
Por saltar como un acróbata en garrocha, y repentinamente apoyarla, al Alberto comenzó a tambalearle, en simultáneo, el poder provincial. Hasta triturarle la casi blindada situación familiar.
Por La Doctora, el Alberto y el Adolfo, Padre de la Puntanidad, se distanciaron. Influyeron también los rencores provincianos hacia otra dama, la señora Gisela, la última esposa del Adolfo, que atraviesa distintos picos de valoración.
María Lux, hija de Alberto, cuestiona a la tía, a la esposa del tío Adolfo. Por no liquidar los 80 millones de pesos que fueron destinados a su fundación.
Para el marido, El Padre de la Puntanidad, Gisela es comparable, por su rigor moral, con la señora Michelle Obama. Un paralelo que fastidia a los naturales del Estado Libre Asociado que siguen las instrucciones del Colibrí.
Completan el cuadro, de los que aguardan la señal del dedo heroico, los doctoristas de paladar negro, kirchneristas puros como Rossi o Kicillof.
Ambos, Ex Chivo y El Gótico, mantienen el atributo de haber acompañado los delirios de La Doctora. Desde el principio del declive, cuando se decidió a la tontería de “ir por todo”.
Es cuando el atributo amenaza con convertirse en defecto.
Lula 2
Prolifera la patología de los observadores sagaces. Trafican influencias al mostrarse siempre bien informados. Como si contaran con el dato preciso.
Son los que aseguran que La Doctora no va a presentarse.
Cacatúas que opinan con propiedad y bajan línea acerca de lo que La Doctora debe hacer. Reaccionan mecánicamente ante las operaciones de los estrategas míticos que “nunca perdieron una elección”.
Una manera de aludir a Marcos Peña, El Pibe de Oro, o al pensador Jaime Durán Barba, El Equeco.
Los estrategas marcan la necesidad de que La Doctora sea la candidata opositora, para que triunfe otra vez Mauricio.
Según las encuestas milimétricas de don Jaime, sólo a La Doctora están seguros de ganarle con El Ángel, en segunda vuelta.
Cabe entonces la presión contundente: La Doctora es candidata o va presa.
No tienen en cuenta la utopía planteada en el inicio de la crónica. “¿Y si les gana?”.
“Imposible, olvídese, en segunda vuelta no puede ganar nunca”.
Antes de ganar, en todo caso, va presa. Lula 2.
El paraguas
El que no moja en el peronismo conspira.
En el poder, el peronismo tiende a fragmentarse. El que se queda afuera plantea invariables disidencias.
En la oposición, cuando aquel que lo venció huele a calas, florecen las apelaciones a la unidad.
En peronismo explícito, clavar la consigna de la unidad significa concertar con La Doctora. Con la secreta esperanza de que La Doctora no sea la candidata, aunque es lo único que a ella le interesa ser.
Se sospecha que cuando se mira por las mañanas, aparece milagrosamente en el espejo la ceremonia de la banda. Se la coloca, otra vez, su hija.
Debe colocarse la postulación o no de La Doctora bajo un paraguas. Metodología diplomática, impuesta por Cisneros y Di Tella, para los inspiradores del Peronismo Perdonable que se inclinan, para ganar, por el entendimiento.
En especial si La Doctora, con su elegancia patagónica, los aprieta con instalarles la divisoria Unidad Ciudadana en las provincias.
Al cierre del despacho, crece la interpretación que señala a Macri como adversario exclusivo. El objetivo es atraer a La Doctora. Aunque, en realidad, los Peronistas Perdonables se dejan encantar por ella. Cuando calla, para colmo, crece en consideración. Temen repetir el ritual de aplaudirla.
Sergio no cree que sea el momento oportuno de celebrar un encuentro público. Prefiere dialogar con Máximo, En El Nombre del Hijo, el canal.
Otros hablan asombrados con Alberto Fernández, El Poeta Impopular. Porque La Doctora lo escucha. Estigma de resurrección.
Quien prosigue con su distante reticencia es Juan Manuel Urtubey, El Bello Otero. Prefiere no acercarse a La Doctora. Pero le cuesta encontrar la manera de proyectarse. En especial cuando, para descalificarlo, pretenden situarlo muy cerca de Macri.
En cambio Schiaretti, Vuelve Juan, al contrario del Bello Otero, mantiene el pretexto de quedarse en Córdoba. Otros cuatro años.
De los que amagaron con un lanzamiento, el senador Miguel Pichetto, El Lepenito, es quien queda más afectado por el cuento de la unidad (que no lo contiene).
Creció Pichetto en el vacío de la confrontación con La Doctora. Supo inventarse el rol de intermediario con el poder central, que finalmente los gobernadores no le respetaron. Demasiado astutos para aferrarse a los puentes.