MARTES, 26 DE NOV

El asesinato de un periodista desnudó la cara más oscura de Arabia Saudita

En medio de las desmentidas diarias de la monarquía saudita, los principales medios del mundo comenzaron a recrear lo que sucedió con fuentes no oficiales o anónimas: Khashoggi fue detenido por orden del príncipe heredero Mohamed bin Salman ni bien ingresó al consulado, fue torturado, interrogado, asesinado y, finalmente, su cadáver fue desmembrado y retirado del lugar en valijas diplomáticas.

Arabia Saudita está gobernada por una monarquía absolutista, sin oposición, que encarcela a las mujeres que reclaman derechos básicos y protagoniza la guerra en Yemen, un país al borde de la hambruna; sin embargo, nada generó tanta indignación y rechazo entre la opinión pública occidental como el asesinato este año de un periodista.

El reino, la principal potencia petrolera de Medio Oriente y la sede del G20 en 2020, enfrentó una serie inédita de sanciones, boicot y críticas de sus propios aliados occidentales, quienes a su vez sufrieron una fuerte presión interna para exigir una investigación imparcial y justicia, especialmente el gobierno de Donald Trump.

El 2 de octubre, Jamal Khashoggi, un periodista saudita que hacía más de un año que se había autoexiliado en Estados Unidos, ingresó al consulado de su país en la ciudad turca de Estambul para pedir un certificado de divorcio para poder casarse con su novia turca. Las cámaras de vigilancia de la calle registraron cuando entró, pero nunca se lo ve salir.

Al no tener noticias suyas, su novia, Hatice Cengiz, hizo la denuncia y lo que sucedió después fue una pulseada internacional pocas veces vista.

Khashoggi era un periodista que supo ser parte de la élite política e intelectual saudita, pero sus críticas, al principio leves, lo fueron aislando hasta que en junio de 2017 decidió autoexiliarse en Estados Unidos.
Allí se convirtió en columnista regular del diario The Washington Post y gradualmente su oposición al gobierno de su país se fue haciendo más fuerte y explícita.

Tras su desaparición, el gobierno saudita negó durante tres semanas que algo le hubiese pasado al periodista dentro del consulado en Estambul, pese a que los principales medios turcos filtraban de a gotas la investigación policial.

En medio de esta lluvia de versiones, el gobierno de Turquía -responsable el también de una fuerte represión contra opositores y periodistas en su país- anunció que tenía una grabación del momento de la muerte del periodista saudita y se la compartió a Arabia Saudita y a los líderes de las principales potencias occidentales.

Esta grabación, aunque nunca se hizo pública, sí generó una renovada presión internacional sobre la monarquía saudita, que finalmente aceptó que Khashoggi murió dentro del consulado.

Primero dijo que falleció en medio de una pelea espontánea y, más tarde, reconoció que fue asesinado en una operación «no autorizada» por el rey y el príncipe heredero, el joven de 33 años que el año pasado se convirtió en el gobernante de facto del reino y lanzó una purga inédita contra sus propios familiares y los hombres más poderosos del país.

La monarquía acusó a 11 ciudadanos sauditas, cinco de ellos a pena de muerte, y cambió la cúpula de sus servicios de inteligencia. No sólo no involucró de ninguna manera al príncipe heredero, sino que además lo puso al frente de la restructuración de los servicios de inteligencia.

Este proceso, sin embargo, no convenció a las autoridades turcas que pidieron la extradición de los sospechosos sauditas, lo que fue negado por Riad.

La investigación saudita tampoco convenció a los jefes de Estado y gobierno de Reino Unido, Alemania, Francia y Canadá.

Este grupo de aliados pidió una investigación internacional, incluso frente al príncipe heredero durante la cumbre del G20 en Buenos Aires.

Además, Estados Unidos, Francia y Canadá impusieron sanciones contra los sospechosos del asesinato, mientras que Alemania fue aún más lejos y suspendió la venta de armas al reino, una decisión simbólica ya que los principales proveedores militares de Riad son Washington, Londres y París.

Pero la mayor presión pública se sintió en Estados Unidos, el país que Khasshogi había elegido para autoexiliarse.

Pese a que informes filtrados de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) desmintieron el relato oficial saudita y señalaron inequívocamente al príncipe heredero como el responsable intelectual del asesinato, Trump se negó una y otra vez a condenarlo.

«Nos dan muchos puestos de trabajo, nos dan muchos negocios y mucho desarrollo económico», «Me dijeron que él no jugó ningún rol», «Es un aliado verdaderamente espectacular», «Quizás lo hizo, quizás no», «Yo no sé, ¿Usted sabe? ¿Quién puede saber realmente?», fueron algunas de las explicaciones que dio en los últimos tres meses Trump para mantener su buena relación con el príncipe heredero.

A tres meses del asesinato de Khashoggi, la imagen pública de Arabia Saudita quedó muy dañada en Occidente, pero sus alianzas políticas, financieras y comerciales siguen igual de fuertes.

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