MIéRCOLES, 27 DE NOV

Donald Trump devuelve el mundo a la ‎situación de 1983‎

  Por Valentin Vasilescu Al sacar a Estados Unidos del Tratado INF, el presidente Donald Trump vuelve a la ‎situación anterior a la Iniciativa de Defensa Estratégica de Ronald Reagan, o sea a la ‎época en que Estados Unidos –incapaz de rivalizar con la política de defensa soviética– ‎la combatía más eficazmente saboteando el complejo […]

 

Por Valentin Vasilescu

Al sacar a Estados Unidos del Tratado INF, el presidente Donald Trump vuelve a la ‎situación anterior a la Iniciativa de Defensa Estratégica de Ronald Reagan, o sea a la ‎época en que Estados Unidos –incapaz de rivalizar con la política de defensa soviética– ‎la combatía más eficazmente saboteando el complejo militaro-industrial de la URSS.‎

Estados Unidos y la URSS firmaron el Tratado SALT-2 el 18 de junio de 1979. Ese tratado tiene ‎que ver con los misiles balísticos intercontinentales y, por consiguiente, no afecta los misiles de ‎alcance medio e intermedio. Dos países miembros de la OTAN que no tenían que ver con ese ‎acuerdo –Reino Unido y Francia– disponían de misiles nucleares de alcance medio que apuntaban ‎a la Unión Soviética. Sin embargo, Estados Unidos pospuso la aplicación del tratado utilizando ‎como pretexto la intervención de la URSS en Afganistán. Además, el 12 de diciembre de 1979, ‎la OTAN decidió instalar 572 misiles nucleares estadounidenses (108 Pershing II y ‎‎464 Tomahawk) en Inglaterra, Bélgica, Holanda, Italia y la República Federal de Alemania (RFA). ‎

La respuesta soviética fue el despliegue de los nuevos misiles balísticos RSD-10 Pioneer en las ‎montañas del Ural occidental y las cercanías de Moscú. El RSD-10 era un misil de 37 toneladas ‎cuya precisión era de 150 metros en relación con el emplazamiento del blanco, podía portar una ‎carga nuclear de 1 megatón y su alcance era de 5 000 kilómetros. Este misil soviético era ‎superior a los misiles estadounidenses y podía ‎alcanzar cualquier blanco en Europa. ‎

A su llegada al poder, el presidente estadounidense Ronald Reagan cambió de orientación, ‎ejecutando un viraje de 180 grados en relación con la política de la administración Carter. ‎Reagan aprobó el plan de la CIA tendiente a sabotear el complejo militaro-industrial soviético. ‎

Gracias al coronel del KGB Vladimir Vetrov, responsable del robo de información y de tecnología ‎occidentales, quien se había convertido en agente de los servicios secretos franceses, estos ‎últimos tenían en su poder la lista del equipamiento tecnológico vital que los soviéticos estaban ‎tratando de obtener (Operación Farewell). ‎

Se trataba principalmente de bombas turbo y de cierres utilizados en los misiles balísticos ‎así como en las redes de distribución de gas natural. En secreto, la CIA hizo llegar aquel ‎equipamiento a la URSS a través de terceros países. Pero habían sido concebidos de manera que comenzaran a tener fallas de funcionamiento al cabo de cierto tiempo, lo cual provocó una ‎ola de fracasos en el lanzamiento de misiles balísticos rusos. ‎

También como resultado de una propuesta de la CIA, Reagan aprobó un plan destinado a engañar ‎el KGB y el GRU [1] haciéndoles llegar falsos indicios ‎sobre la inminencia de un ataque nuclear. Aquel plan fue sugerido a partir de las informaciones que el ‎coronel del KGB Oleg Gordievsky había proporcionado después de su deserción hacia Inglaterra. ‎

Esta última operación, bautizada Ryan, provocó una verdadera sicosis en el Kremlin. El 26 de ‎noviembre de 1983, el centro de alerta espacial Serpujov 15, situado en el sur de Moscú, recibió ‎de un satélite de vigilancia infrarroja el «código rojo de lanzamiento», que señalaba la presencia ‎de misiles balísticos estadounidenses a 30 000 kilómetros de altitud. Aquello resultó ser una falsa ‎alarma. ‎

El 20 de noviembre de 1983, a propuesta de la Casa Blanca, la cadena estadounidense de ‎televisión ABC transmitió por primera vez el film The Day After (“El día después”) que describía ‎las consecuencias de un ataque nuclear de la URSS contra Estados Unidos. La producción de ‎aquel film había costado 7 millones de dólares. ‎

Hay que recordar que Leonid Brejnev había fallecido en 1982. Fue reemplazado por Yuri ‎Andropov, quien estuvo hospitalizado durante la mayor parte de los 15 meses que estuvo en ‎el poder. ‎

Reagan propuso a Andropov un acuerdo: a cambio de una anulación del despliegue de los misiles ‎estadounidenses en Europa, los soviéticos tendrían que destruir todos sus misiles RSD-10. ‎Andropov rechazó la propuesta y, en diciembre de 1983, Reagan puso en servicio los misiles ‎nucleares estadounidenses en Europa. ‎

Hasta la llegada de Reagan al poder, la estrategia de guerra nuclear entre las dos grandes ‎potencias se había basado en la destrucción mutua por oleadas sucesivas de misiles nucleares. ‎Reagan estaba convencido de que la superioridad tecnológica de Estados Unidos podía modificar ‎las reglas de aquel juego. ¿Por qué emplazó entonces aquellos misiles en Europa?‎

Anteriormente, el 23 de marzo de 1983, el propio Reagan había presentado la «Iniciativa de ‎Defensa Estratégica» (Strategic Defense Initiative, SDI), más conocida como la «Guerra de ‎las Galaxias». Su objetivo era crear armas capaces de neutralizar [desde el espacio] todos los ‎misiles balísticos soviéticos después de su lanzamiento. Las instalaciones científicas de la «Guerra ‎de las Galaxias» fueron creadas por el programa espacial estadounidense Apollo, que dio lugar ‎al surgimiento de ordenadores de gran potencia capaces de calcular la trayectoria de un misil ‎balístico en cuestión de segundos. El programa Apollo introdujo también el equipamiento de tipo ‎CCD (Charge Coupled Device) utilizado en las cámaras de la televisión numérica. Los CCD ‎abrieron la puerta a la aparición de los sistemas ópticos de alta resolución que se utilizan en los ‎interceptores antibalísticos autodirigidos. ‎

La «Guerra de las Galaxias» de Ronald Reagan acabó teniendo que renunciar a su plan inicial, ‎que consistía en poner en órbita, sobre la totalidad del territorio de la URSS, centenares e incluso ‎miles de misiles antimisiles que debían derribar los misiles balísticos soviéticos que fuesen ‎lanzados. Además, el uso de la energía dirigida de un láser nuclear de rayos X no resultó viable.

Hoy en día sólo quedan los escudos balísticos terrestres o emplazados en navíos de guerra. Pero ‎el alcance de sus misiles antimisiles no pasa de 500 kilómetros. Con la salida unilateral de ‎Estados Unidos del Tratado INF, el presidente Trump vuelve a la situación de 1983. ‎

La diferencia es que Rusia dispone ahora de misiles hipersónicos extremadamente maniobrables ‎cuyas trayectorias no podrán ser previstas por los ordenadores estadounidenses, misiles que ‎no podrán entonces ser interceptados. ‎

Y por último, Vladimir Putin no es Yuri Andropov. ‎

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