Estados Unidos sigue apoderándose de los tesoros de las naciones en conflicto
La política exterior norteamericana sigue basándose en convertirse en una de las partes antagonistas para luego quedarse con parte del botín en pugna. Sin embargo, en el caso de Venezuela, esta estrategia parece no estar dándole resultado.
- Internacionales
- May 22, 2019
La larga mano del Pentágono suele jactarse, históricamente, de saber mover los hilos en la política exterior. Esos hilos tienen varios niveles y responden, en general, a intereses muy puntuales que el país del norte ostenta en cuestiones de geopolítica y a sus ambiciones económicas.
Ejemplos claros de ello abundan. La historia reciente no deja dudas de ello y así lo detalla Thierry Meyssan en su artículo Venezuela, Irán, Trump y el Estado Profundo (publicado en Voltairenet.org), en un recuento que va desde la operación Irán – Contras (entre 1981 y 1985) o la guerra contra Irak en 2003, solo por citar algunos.
En enero de 2019, Elliot Abrams, un oscuro arquitecto de este tipo de operaciones, cuyo nombre ha estado asociado a todo tipo de mentiras y manipulaciones quedó a cargo del expediente de Venezuela en el Departamento de Estado. Meyssan afirma que desde que se le puso a cargo del tema venezolano, Elliot Abrams ha venido trabajando con el mando militar de Estados Unidos para Latinoamérica (el SouthCom, que los latinoamericanos designan como el “Comando Sur”) con vista a derrocar al presidente constitucionalmente electo de Venezuela, Nicolás Maduro.
Barajando y repartiendo de nuevo en la Casa Blanca
Las elecciones parlamentarias estadounidenses del 6 de noviembre de 2018 privaron al presidente Donald Trump de la mayoría republicana que lo respaldaba en la Cámara de Representantes. El Partido Demócrata planteaba entonces la destitución del inquilino de la Casa Blanca como algo inevitable.
Por supuesto, Donald Trump no había hecho nada que justificara tal medida. Pero un ambiente de enfrentamiento histérico oponía a los dos componentes de Estados Unidos, exactamente como en tiempos de la Guerra de Secesión [1]. Hacía 2 años que los partidarios de la globalización económica seguían la llamada «trama rusa» y esperaban que el fiscal independiente Robert Mueller demostrara que el presidente Trump había incurrido en el delito de alta traición.
Robert Mueller siempre había hecho prevalecer los intereses del Estado federal estadounidense sobre la Verdad y el Derecho. En el momento del atentado de Lockerbie, perpetrado en 1988, fue Robert Mueller quien inventó la «pista libia», basándose en una evidencia que la justicia escocesa invalidó posteriormente . Fue también Robert Mueller quien afirmó, después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, que 19 terroristas musulmanes habían secuestrado 3 aviones de pasajeros, a pesar de que en las listas de pasajeros no aparecían los nombres de ninguno de aquellos terroristas. Sus conclusiones sobre la «trama rusa» se sabían desde antes de que iniciara su famosa investigación.
Así que Donald Trump negoció su supervivencia política con el Estado Profundo. No tenía otra opción. Y las partes decidieron que se aplicara el plan Rumsfeld-Cebrowski, a condición de que Estados Unidos no se viese implicado en una gran guerra. A cambio de ello, el fiscal independiente Robert Mueller cambió de casaca y eximió al presidente Trump de las acusaciones de traición.
Los halcones aprovecharon la oportunidad para imponer el regreso de los neoconservadores. Ese grupúsculo trotskista neoyorquino, conformado alrededor del American Jewish Committee (AJC), había sido reclutado en el pasado por el presidente Ronald Reagan y transformó el ideal de la «revolución mundial» convirtiéndolo en el principio del «imperialismo estadounidense mundial». A partir de entonces, los neoconservadores –hoy republicanos y mañana demócratas– participaron en todas las administraciones estadounidenses, sin importar la tendencia política del inquilino de la Casa Blanca. La única excepción había sido –hasta ahora– la administración Trump, que sin embargo no había expulsado a los neoconservadores de las agencias de las agencias cuyo control se les había entregado: la National Endowment for Democracy(NED) y el United States Intitute of Peace (USIP).
Y así fue como se llegó al expediente Venezuela. Y a la aplicación de la ya conocida estrategia Rumsfeld-Cebrowski – estrategia cuayo aplicación ya lleva 15 años en el Gran Medio Oriente- como la versión que de ella hace el Comando Sur en un documento del 23 de febrero de 2018 redactado por el almirante Kurt Tidd, documento que la periodista y escritora argentina Stella Calloni reveló en mayo de 2018. Lo que está sucediendo en Venezuela corresponde claramente a la aplicación de la “versión SouthCom” de la estrategia Rumsfeld-Cebrowski.
El fracaso de Estados Unidos en Venezuela
El fiasco de la operación estadounidense contra Venezuela, con el descubrimiento de la traición del general Manuel Ricardo Cristopher Figuera, jefe del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN), y el fracaso de la intentona golpista que ese general improvisó precipitadamente el 30 de abril, ante la inminencia de su arresto, demuestra la poca preparación del Comando Sur, o más bien su desconocimiento de la sociedad venezolana. El aparato de Estado estadounidense, a pesar de haber tenido por delante todo un semestre, no ha sido capaz de hacer trabajar juntas a sus diferentes agencias y a las personas que tiene en el terreno. Mientras que, a pesar de la desorganización del país, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) mostró estar dispuesta a defenderlo.
El reconocimiento anticipado que Washington, los países miembros del Grupo de Lima (con excepción de México) y los aliados europeos de Estados Unidos se apresuraron a conceder a Juan Guaidó como presidente de Venezuela en lugar de Nicolás Maduro, hunde al bando estadounidense en una serie de problemas insolubles. España fue el primer país en inquietarse al verse privado de un interlocutor con quien tratar los problemas de los venezolanos residentes en suelo español y de los numerosos españoles que residen en Venezuela. Nunca antes, ni siquiera en tiempo de guerra, hubo un país que se negara a reconocer la legitimidad de un presidente constitucionalmente electo ni a reconocer su administración.
En pocas semanas, Washington robó una parte fundamental de los activos venezolanos en el extranjero, exactamente como lo había hecho en 2003 contra el Tesoro iraquí, en 2005 contra el Tesoro iraní y en 2011 contra el Tesoro libio. Exceptuando a los iraníes, los pueblos propietarios de esos fondos nunca han logrado recuperarlos. Los gobiernos de Irak y Libia fueron derrocados y sus sucesores han tenido especial cuidado en no llevar la cuestión ante ningun tribunal. Pero la República Bolivariana de Venezuela sí ha reclamado sus derechos y Estados Unidos se ve ahora en una postura muy difícil de justificar.
A menor escala, será interesante ver cómo va a manejar Washington el problema de la embajada de Venezuela en la capital estadounidense. Después de la ruptura de relaciones diplomáticas entre la República Bolivariana y Estados Unidos, miembros de varios grupos pacifistas –legalmente autorizados por el gobierno legítimo de Venezuela– se instalaron en la sede de la embajada venezolana en Washington para impedir que el edificio fuese ocupado por el “representante” del presidente autoproclamado Juan Guaidó. Aunque las autoridades estadounidenses les cortaron la luz y el agua, los defensores de la embajada se mantuvieron firmes. Cuando los partidarios de Guaidó cercaron el edificio y comenzaron a impedir que los defensores recibieran comida del exterior, el pastor afroestadounidense Jesse Jackson acudió personalmente a la embajada para entregar a los defensores alimentos y botellas de agua. Finalmente, agentes del Servicio Secreto estadounidense penetraron ilegalmente en la embajada y arrestaron a las últimas 4 personas que la defendían… pero ahora Washington no sabe cómo justificar sus propias acciones, violatorias de la Convención de Viena sobre las sedes diplomáticas.
Desviando la atención hacia el tema de Irán
A esas alturas del partido, el presidente Donald Trump recordó a sus subalternos las reglas del juego: luz verde para derrocar a Maduro… pero no para meter a Estados Unidos en una guerra clásica. El presidente Trump es un jacksoniano; su consejero para la seguridad nacional, John Bolton, es un excepcionalista y Elliot Abrams, quien en otros tiempos hizo campaña contra ellos y hoy está a cargo de la cuestión de Venezuela en la administración Trump, es un neoconservador. Así que hay, tratando de trabajar juntos en un tema tan delicado, a tres hombres que representan tres ideologías diferentes que no existen en ningún otro país –exceptuando a Israel, que tiene sus propios neoconservadores.
En un esfuerzo por desviar la atención del fracaso sufrido en Venezuela, se ha iniciado una operación tendiente a dirigir los proyectores mediáticos hacia Irán para salvar a Elliot Abrams y tratar de deshacerse de John Bolton. Ahora la prensa estadounidense cubre a Abrams mientras responsabiliza a Bolton.
Las grandes diferencias entre Venezuela e Irán
Thierry Meyssan afirma que el caso de Irán es muy diferente del caso de Venezuela. En Venezuela, Estados Unidos orquestó desde 2002 numerosas operaciones contra el modelo bolivariano, tratando de destruir su prestigio en Latinoamérica, pero sólo comenzó a actuar directamente contra el pueblo desde hace un año.
El pueblo iraní, por su parte, ha tenido que enfrentar los embates del colonialismo desde principios del siglo XX. Bajo la ocupación británica, durante la Primera Guerra Mundial, el hambre y las enfermedades costaron la vida a 8 millones de iraníes. El derrocamiento del primer ministro Mohammad Mossadegh, organizado conjuntamente por Estados Unidos y el Reino Unido, en 1953, y su sustitución por el general pronazi Fazlollah Zahedi, quien impuso a los iraníes la sangrienta represión de la SAVAK –la policía política iraní de aquella época– son hechos ampliamente conocidos.
Después de la Revolución del iman Khomeini, la detención de los agentes de la CIA sorprendidos in fraganti en una cámara secreta de la embajada de Estados Unidos en Teherán fue presentada en Occidente como una «toma de diplomáticos como rehenes» (1979-81), a pesar de que Estados Unidos nunca presentó el caso a la justicia internacional y de que dos marines liberados confirmaron la versión iraní de lo sucedido. En 1980, las potencias occidentales empujaron Irak a entrar en guerra contra Irán, vendieron armamento a ambos países para garantizar que sus pueblos se mataran entre sí y más tarde lucharon junto a los iraquíes, cuando estos últimos ya llevaban las de perder. Un portaviones francés llegó a participar en los combates sin que la opinión pública francesa fuese informada de ello. Aquella guerra costó 600.000 vidas al pueblo iraní. En 1988, el ejército de Estados Unidos derribó un avión de pasajeros de la línea Iran Air, con saldo de 290 víctimas civiles, sin que Washington presentara nunca algún tipo de excusa a la República Islámica.
Hoy en día, sin entrar a mencionar lo absurdo de las durísimas sanciones adoptadas contra Irán, Estados Unidos e Israel afirman que Teherán sigue trabajando en un programa nuclear que fue iniciado –con ayuda de Occidente– en la época del shah Mohamed Reza Pahlevi. Sin embargo, los documentos más recientes publicados por el primer ministro israelí Benyamin Netanyahu muestran que tales acusaciones son fruto de una extrapolación. Los Guardianes de la Revolución iraníes no buscaban más que fabricar un generador de onda de choque que, aunque podría entrar en la composición de una bomba, no constituye por sí mismo un arma de destrucción masiva.
Es en ese contexto que Irán anunció su decisión de poner fin a la aplicación de una cláusula del acuerdo JCPOA sobre su programa nuclear, decisión que está en todo su derecho de tomar dado el hecho que un firmante de ese acuerdo –Estados Unidos– no está respetando las obligaciones que había contraído. Además, Irán dio a la Unión Europea un plazo de 2 meses para que le comunique si tiene o no intenciones de respetar sus obligaciones. En medio de esa situación, una agencia de inteligencia de Estados Unidos emitió una alerta según la cual una nota del Guía Supremo iraní, el ayatola Ali Khamenei, supuestamente hace pensar que hay preparativos para la realización de atentados contra los diplomáticos estadounidenses en Bagdad y en Erbil, capital del Kurdistán iraquí.
Seguidamente, y supuestamente como respuesta,
1. Washington envió al Golfo Pérsico el grupo aeronaval encabezado por el portaviones USS Abraham Lincoln y retiró de Irak su personal diplomático no indispensable.
2. Arabia Saudita, que acusa a Irán de haber cometido sabotajes contra sus instalaciones petroleras, llama a Washington a iniciar un ataque contra la República Islámica; Bahréin exhortó a sus nacionales a salir inmediatamente de Irán e Irak y ExxonMobil retiró su personal del emplazamiento petrolífero iraquí West Qurna 1.
3. El general Kenneth McKenzie Jr., comandante del CentCom (el mando de las tropas estadounidenses en el Medio Oriente), solicitó refuerzos al Pentágono.
4. El New York Times dio a conocer un plan de invasión de Irán con una fuerza de 120 000 efectivos estadounidenses, inmediatamente desmentido por Donald Trump, quien además propuso a Teherán la apertura de conversaciones.
En todo lo anterior, no hay nada serio.
Contrariamente a las elucubraciones de la prensa:
1. El informe de la inteligencia de Estados Unidos sobre un hipotético ataque contra diplomáticos estadounidenses se basa en una nota del Guía iraní Ali Khamenei. Pero los analistas estiman que esa nota puede ser interpretada de otra manera.
2. El grupo aeronaval estadounidense encabezado por el portaviones USS Abraham Lincoln no fue enviado al Golfo Pérsico como amenaza a Irán. El desplazamiento del grupo aeronaval estadounidense hasta esa región estaba previsto como parte de una serie de ensayos del sistema de combate naval Aegis. Un navío español, la fragata Méndez Núnez (F-104), que participaba en ese desplazamiento como integrante del grupo aeronaval estadounidense, se retiró de esa fuerza por orden del ministerio de Defensa de España, que se negó a meterse en el enredo del Golfo Pérsico. La fragata española no cruzó el Estrecho de Ormuz y se mantuvo en el Estrecho de Bab el-Mandeb.
3. La retirada del personal diplomático estadounidense en Irak es la continuación de la brusca retirada del personal diplomático de Estados Unidos en Afganistán, en marzo y abril [16]. Pero ese movimiento, que constituye de hecho una reorganización, no es un preludio de guerra sino más bien lo contrario ya que fue negociado con Rusia, sobre todo teniendo en cuenta que, sin el respaldo de las milicias iraquíes proiraníes, Estados Unidos perdería su base en el país.
Por desgracia, el gobierno iraní rechaza todo contacto con el presidente Trump y su equipo. Hay que tener en mente que en sus tiempos de parlamentario, el hoy presidente iraní Hassan Rohani fue el primer contacto de las potencias occidentales en el caso Irán-Contras. El presidente Rohani conoce personalmente a Elliot Abrams. Fue Rohani quien puso al Estado Profundo de Estados Unidos en contacto con el ayatola Hachemi Rafsandyani –quien se convirtió en el personaje más acaudalado de Irán gracias al tráfico de armas del Irán-Contras. Estados Unidos devolvió el favor a Rohani favoreciendo su victoria en las elecciones presidenciales frente a los seguidores del ex presidente Mahmud Ahmadineyad, a quienes se les impidió participar en aquella elección y cuyos principales miembros están hoy en la cárcel.
Con razón o sin ella, Rohani cree erróneamente que si el presidente Trump sacó a Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán fue para utilizar la ola de descontento popular que sacudió Irán en diciembre de 2017 y con intenciones de derrocarlo a él. Rohani también sigue creyendo que la Unión Europea favorece a su gobierno, a pesar de que el Tratado de Maastricht y los posteriores tratados europeos prohíben a Bruselas adoptar una actitud que no sea la que adopte la OTAN. Es por eso que Rohani ha rechazado en dos ocasiones las proposiciones de diálogo de la administración Trump y sigue esperando que los globalistas regresen a la Casa Blanca.
Por supuesto, con tantos actores interpretando papeles equivocados es imposible excluir la posibilidad de que toda la farsa degenere en un incidente que provoque una guerra. El hecho es que la Casa Blanca y el Kremlin se hablan. Ni el secretario de Estado Mike Pompeo ni el ministro ruso de Exteriores Serguei Lavrov desean dejarse arrastrar por la lógica bélica.
Artículo publicado por Thierry Meyssan en el portal Voltairenet.org