MIéRCOLES, 20 DE NOV

70/30 #3 – Farolitos

Uniendo raíces en el corazón del barrio La República, de aquel territorio de lucha nació en 2001 una banda que se propuso, con rocanrol, levantar la bandera de los trabajadores, de los niños y de un futuro mejor en un país golpeado por la crisis. Mucha tierra y mucho pogo pasó por debajo de aquellas suelas y el presente los encuentra con una Argentina nuevamente sufriendo, pero con las guitarras y el grito de lucha más potentes que nunca. Muy convencidos del piso elegido.

 

Uniendo raíces en el corazón del barrio La República, de aquel territorio de lucha nació en 2001 una banda que se propuso, con rocanrol, levantar la bandera de los trabajadores, de los niños y de un futuro mejor en un país golpeado por la crisis. Mucha tierra y mucho pogo pasó por debajo de aquellas suelas y el presente los encuentra con una Argentina nuevamente sufriendo, pero con las guitarras y el grito de lucha más potentes que nunca. Muy convencidos del piso elegido.

Farolitos es el grupo que protagoniza la tercera edición de 70/30, la nueva publicación transmedia del Diario Digital Conclusión, pensada especialmente para la difusión de la rica y vasta cultura rosarina, incorporando elementos en diversos formatos.

Dentro de las distintas producciones realizadas en esta edición, una de ellas es el #3 de la revista en formato papel, que será presentada en el lanzamiento oficial de la revista, a realizarse en julio en Casa Brava.

Para leer todos los contenidos, podes acceder a la edición digital de la misma.

Hasta encenderla

Por Facundo Díaz D’Alessandro

Ante una realidad angustiante, o la aparición de un problema (serio, concreto, de rápida identificación), el sistema anímico nos abre tres puertas: evadirlo (seguir como si nada), asumirlo (y resignarse) o asumirlo y hacer cuanto esté al alcance para modificar la situación, sin pensar demasiado en la razón (probablemente no la haya), ni en el desenlace, que por supuesto siempre se augura exitoso aunque pueda no serlo.

Cuando ese problema es una sumatoria de problemas, cuando esa angustia se expande y se vuelve constante, regla, norma, imperativo de la hora, signo de época, el sistema anímico tiende a encontrar todo cerrado bajo siete baúles de llaves. El desafío, entonces, se multiplica, la voluntad del que abre algo se vuelve un gesto heroico; y claro que, cuando todo es tan oscuro, no hay tiempo de pensar nada, el temor empuja, como acto reflejo, hacia la luz. ¿Y si no hay luz?

Como en el principio, cuando todo era nada (era nada el principio), lo necesario para que la luz aparezca es la fe. Si lo vital para resolver es la prepotencia de trabajo, la acción instintiva, el paso previo. Cuando no hay lógica que pueda explicar esa voluntad, que ninguna ciencia ni algoritmo son capaces de predecir: habrá que creer.

Al comienzo de un milenio, cuando finalmente no hay vaticinios terminantes ni historias terminadas que valgan, un país puede desangrarse, y una ciudad portuaria ser una de las postales más cristalinas de ese destino maldito. Un grupo de pibes, al amparo de su deseo de ser y de habitar el territorio, pasará a los libros (o al gran libro inacabable que es la memoria colectiva de un pueblo) como la rebelión de un microcosmos, de La República dentro de Rosario, que se negó a ese presagio miserable y desesperanzado, para refundar dos clubes (y, al fin y al cabo, un barrio) al ritmo metálico de las cuerdas de una guitarra eléctrica o del rechinar de una cuchara sopera en el fondo de olla de una baldosa.

Por esa rebelión laten muchos corazones, recrean su mística en esas letras que tratan de canalizar un sentir popular, un redimirse, que no puede sino ser enunciado desde la personalísima visión del que lo escribe. Y amplificado por miles de voces más.

En una ciudad que muchas veces se pretende cosmopolita y algo pacata, incluso (¿o sobre todo?) en ciertos ambientes culturales, asumirse como una banda representante del rock barrial es una declaración de fin y principios al menos valiente y poderosa. Aquí no es “hacer la fácil”. Menos encarnando realmente las luchas que se cantan y poniéndole el pecho a las balas de esas miradas de reojo.

Para no olvidar que todavía vale la pena, para no pensar que todo está perdido. Para recordar que la lucha colectiva es redentora en serio y sobre todo que le hace bien a cada uno. Para no dudar que el rock bien entendido va mucho más allá de un riff o una trasnochada narcótica. Para iluminar las almas de los pibes de todos los barrios del mundo (pero sobre todo del mío): hay que pensar un farol hasta encenderlo.

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Recitales con una sola constante: cambiar, según la lucha lo demande

Por Sofía Fernández

En una plaza o en un bar, en el mítico Willie Dixon o en algún país vecino, en Ludueña o en Capital. La impronta de una banda que mantiene una constante: adaptar sus recitales según la lucha lo demande, sin olvidarse nunca de donde salieron, con rimas de luchas pasadas que se reversionan al compás de este presente.

Ir a un recital de Farolitos ya tiene, para los rosarinos y rosarinas, y los de afuera también, un sabor a ritual. Con las ideas de siempre como bandera, los encuentros faroleros tienen ya una carga emotiva de la cual es difícil despegarse y justamente por eso se sienten a flor de piel (y hasta diría más: se militan). Ojo, pueden también sorprender a algún desprevenido, invitándolo a pensarse con «ésta jodida conciencia» pero sin dejar de lado nunca la fiesta.

Es consecuencia de que allí se mezclen la memoria y las peleas eternas de los barrios, de los trabajadores y más recientemente las de las mujeres “con la matriz en rebelión”. Y así, ya es un rocanrol que viaja por esos barrios, “iluminando al sin techo y al trabajador”, sumando a su paso lentejuelas de alguna murga, el overol del laburante, las manos siempre hacedoras de los sectores populares, las hormigas que dejó “Pocho” Lepratti, el pañuelo blanco y también el verde, el fútbol, la libertad y la fiesta que nos une, sabiendo que el desafío será no perder la alegría.

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No es casual que sea ese el reflejo que nos regalan, porque al calor de la lucha nacieron. Allá, en la República del Oeste, imaginaron sus canciones al son de algún cacerolazo, y al grito que exigía “que se vayan todos” ellos le respondieron permaneciendo, sosteniendo una barriada, trabajando en colectivo, como no puede ser de otra manera, combatiendo con poesía, haciendo de la lucha una canción. Canciones que hoy se vuelven actuales, problemas que vuelven a sonar, porque sigue oliendo a kerosene y un desempleado mas «se emborrachaba muy fiero después que cerró la fundición de acero»… una crisis más suena, y van.

Ayer, como hoy, en un recital de Farolitos resuena eso, y como saben que “a la libertad no se la encuentra quieto”, se mueven detrás de las luchas, las que nunca abandonaron y las que están llegando, adaptándose según el tiempo lo demanda, acompañando. Marcando un estilo que es propio y de todos a la vez, el de demostrar que, con los pies sobre la tierra y los que están “en esta parte de la tierra”, se puede cantar, convocar y luchar.

Ciertos deseos abren caminos, con ideas que nunca mueren y que al futuro bailando se van, porque están muy convencidos del suelo elegido.

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Discografía 

Contada por Ariel Ciccaleni (baterista), Leonardo Vega (guitarrista) y Rodrigo Martínez (tecladista).

En esta parte de la tierra (2007)

Leonardo: Empezamos a grabar en el invierno, en el estudio de Pasco al 400, Blueroom, con Carlos Altolaguirre y un par de ayudantes más como Diego Longinotti. Para noviembre o diciembre lo pudimos presentar en el club El Luchador, y después lo volvimos a tocar más cerca de fin de año en lo que aún era Galpón 11. Creo que puntualmente “En esta parte” lo que tiene es como una gran recopilación de todo lo que se venía trabajando previamente que no había sido editado. Había mucho por dejar plasmado, mucho material dando vueltas, y fue el primer momento donde se pudo registrar todo ese trajín que se venía formando acá mismo en el barrio, en la calle, en la sociedad. Toda esa carga que se venía arrastrando se pudo finalmente llevar al concepto material de disco y de tener en formato físico el CD ya terminado. Fue también la primera experiencia de grabar en estudio, entrar a hacer algo un poquito más prolijo, más profesional, y fue una experiencia que estuvo bárbara para todos nosotros.

Ariel: Calculá que la banda arranca en el 2001. Yo entro en 2004 más o menos, y durante todos esos años se fue plasmando, dándole vuelta a las canciones… fueron como seis años hasta que sacamos el disco y decir “Bueno, ahora sí podemos cerrar las canciones como queríamos”, después de pasar por una infinidad de cambios. Sí hay canciones muy representativas de la banda que hasta el día de hoy siguen dando sus frutos, porque son contemporáneas y la realidad de la sociedad y de cómo se van dando las cosas políticamente hacen que siga vigente cada canción.

Rodrigo: Si bien yo todavía no tocaba en la banda, los conocía a los chicos porque mi hermano arrancó en la primera formación de Farolitos y de hecho al principio ensayaron mucho tiempo en mi casa. Entonces, yo estaba ahí con los chicos en todo momento prácticamente. Hoy en día, cuando en los recitales van los pibes y cantan los temas, ves que los sienten como algo que está pasando ahora. Si bien son temas que tienen casi como 15 o 20 años siguen estando vigentes (debe ser un poco la cuestión de Argentina que tiene esos procesos cíclicos). “En esta parte de la tierra” creo que fue cuando la banda tomó una formación ya final, porque salvo yo siguen siendo los mismos desde ese momento. Siempre estuve cerca.

Las voces del sótano (2010)

Leonardo: Terminamos 2007, pudimos grabar “En esta parte…” y pasó que las canciones tuvieron buena aceptación. La gente encontró los matices, y a partir de ahí quisimos dar un pasito más para grabar en 2010 “Las voces del sótano”, donde ya nos planteamos poder ir a Buenos Aires a grabar las baterías, buscar un estudio que sea por ahí un poco más acorde para la acústica, en cuanto a las herramientas, y poder profesionalizar un poquito más el audio de las canciones. En esta parte se fue gestando todo cuando ya alquilábamos una casa acá por la zona oeste, en calle Cullen, y armamos toda una salita ahí. Ese disco salió de ahí prácticamente, porque ahí surgieron y se perfeccionaron las canciones. La grabación fue toda en Buenos Aires, menos las voces. Pudimos darnos el gusto de ir una semana, hacer una escapada, y nos íbamos turnando: algunos pudimos estar todos los días, otros tenían que ir y volver, pero fue una linda experiencia. En cuanto a las canciones, creo que también se retoma una puesta en resignificar lo social, lo que va pasando en esos momentos y las vivencias también de la banda. Hay una canción que se llama “La República de los Niños” que surgió junto a una actividad, y estuvo muy vinculado a eso, al trabajo que se venía haciendo en el barrio a través de lo clubes. Es como un conjunto que te va empapando y ahí en 2010 con “Las voces…” pudimos plasmar toda esa energía, todos esos colores que uno va vivenciando y ver cómo ir llevándolo a las canciones.

Ariel: Con “La República de los Niños” puntualmente, pasó que varios de los integrantes de la banda tenemos anclaje en los clubes de acá del barrio, tanto El Federal como El Luchador, y acá en esta plaza (Ciro Echesortu) se hacía una actividad, que se hizo varios años por el Día del Niño y se llamaba de esa manera por el barrio, “La República”, y estaba buenísima. Todo autogestionado… se llenaba la plaza de chicos. Con respecto al disco, ahí dimos un pasito más en ir a grabar a lo que en ese momento era Circo Beat, de Fito Páez. Tuvimos la oportunidad de hacerlo con Carlos Altolaguirre también, que está en todos los discos. Lo presentamos en El Federal, siempre autogestionadamente, tratando de conseguir algún escenario pero apostando siempre por ese camino y también con los compañeros de los clubes que se prenden a trabajar en todo lo que proponemos. Es un disco más corto, llegamos a nueve canciones (el primero tenía doce, así que nos daba bastante bien la ecuación). Los temas tienen que ver con la militancia en diferentes barrios. Fuimos conociendo gente, como en el Bodegón en Ludueña, donde sale la canción de “La Hormiga” que habla de ‘Pocho Lepratti’.

Fin Zona Urbana (2015)

Ariel: Lo grabamos a mediados del 2015. Ahí sí nos planteamos de grabar ya más instalados en la sala que tenemos nosotros ahora y solamente las baterías a Buenos Aires, por una cuestión de la acústica y las herramientas que tienen allá. Volvimos a ir al mismo lugar, nada más que ya había cambiado de nombre y ahora era Romaphonic. En cada disco creo que va surgiendo una experiencia diferente a la hora de grabar. Pudimos contar con la presencia del ‘Bolsa’ González como Dr. Drum de batería y aprendimos un montón la verdad, y el resto de los instrumentos los grabamos en nuestra sala, también con Carlos Altolaguirre. Ahí creo que volvimos a dar un paso nuevo, tratando de buscar en las canciones diferentes ritmos que por ahí no nos habíamos propuesto antes. Salir un poco del rock y hacer un disco, si se quiere para el público “medio raro”, o diferente, en el sentido de que hay un candombe, un reggae, un chamamé, y pasamos por otros lugares. Nos sirvió para ir creciendo a nivel personal y darle bola a otras músicas. Porque no sólo es rock toda la vida.

Leo: Es así. No deja de ser rocanrol, pero la sala nos permitió poder indagar en otras cuestiones rítmicas, jugar con otros sonidos. En un momento me acuerdo de estar grabando con una tapa de una Essen, con agua, revoleando un caño. Entonces, al no correrte la formalidad del estudio te permite un proceso creativo muy distinto. Ni mejor ni peor, pero nos da otra libertad de tiempo y nos permite estar más tranquilo que estando en otro lugar.

Rodrigo: Ese disco se presentó en el Gabino Sosa, cancha de Central Córdoba

Leo: Una presentación media caótica. Era un sábado, la tuvimos que pasar para el domingo por una fuerte tormenta, pero fue muy linda. Fue un lindo recital, un lindo show, me acuerdo de ver muchísima gente. Fue un lindo momento.

Nuestro (2018 – single)

Leo: A finales de 2018 nos decidimos por empezar a grabar en un formato de canciones tipo EP, con todos los nuevos tiempos de lo digital, y quizás el día de mañana, el año que viene, a mediados de 2020, poder editar una recopilación de todos estos singles nuevos, porque también es lindo el disco y el formato físico, tenerlo en la mano (ojalá podamos hacerlo, pero ahora estamos abocado a la grabación de estos temas). En ese final de 2018 grabamos “Nuestro”, con Carlos Altolaguirre al mando y ya en nuestra nueva sala. Ahí ya teníamos un nuevo integrante en la banda, Rodrigo, aportando lo que tiene que ver con las teclas. Fueron una o dos semanas de ir a grabar y un laburo distinto también, porque no teníamos la presión de ir y hacer 5 o 6 canciones sino que pudimos trabajar sólo puntualmente con esta canción.

Rodrigo: Creo que el formato de grabar una sola canción te permite concentrarte más y dedicarle más tiempo a tener que estar concentrado en 10, 12 o 9 canciones. Te permite ajustar las cosas a otro nivel, y también que cuando vas a grabar estés también más concentrado, prestándole más atención y haciendo más tomas de una misma canción en vez de estar corriendo para cortar y seguir con la otra porque se te acaba el tiempo. Después, hubo mucho trabajo en la sala previo, de haber estado horas, horas y horas internado tirando arreglos nuevos, cambiando cosas. Me parece que es parte del proceso y que se nota al final en la canción, que está buena.

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Fotos: Florencia Vizzi

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