MARTES, 26 DE NOV

Cuando nació Miguel de Cervantes Saavedra

El 29 de septiembre de 1547 vino al mundo el escritor español autor del inoxidable “Don Quijote de la Mancha”

Por Rubén Alejandro Fraga

Escritor, soldado, recaudador de impuestos, la vida de Miguel de Cervantes Saavedra, creador del eterno mito del Quijote, es toda una leyenda digna de constituir en sí misma una novela.

Muchas son las incógnitas de la vida de ese hijo de Rodrigo de Cervantes –un modesto cirujano– y Leonor de Cortinas, cuarto de siete hermanos y del que se desconoce la fecha de su nacimiento –sólo es segura la de su bautismo, el 9 de octubre de 1547–, aunque se cree que vino al mundo un día como hoy, el 29 de septiembre de 1547, en la villa de Alcalá de Henares, cerca de Madrid.

Su época de juventud es incierta y tampoco se sabe cuál fue la formación de quien sería el mayor representante de la literatura española, en la que se inició con apenas 22 años. Cuentan que pasó su adolescencia en varias ciudades españolas y con 21 años se fue a Roma a prestar servicio como camarero del cardenal Julio Acquaviva.

Después de recorrer Italia, se enroló en la armada española y en 1571 participó con heroísmo en la batalla de Lepanto, que marcó el declive del poderío turco en el Mediterráneo. Allí Cervantes resultó herido y perdió el movimiento de parte de su brazo izquierdo, por lo que fue llamado el Manco de Lepanto.

En 1575, cuando regresaba a España, los corsarios lo apresaron y lo llevaron a Argel, donde sufrió cinco años de cautiverio. Liberado por los frailes trinitarios, a su regreso a Madrid encontró a su familia en la ruina.

Truncada también su carrera militar, intentó sobresalir en las letras. En 1584 publicó La Galatea y en diciembre de ese año se casó con Catalina de Palacios Salazar y Vozmediano, en Esquivias, Toledo.

Durante esa época luchó sin éxito por destacarse en el teatro, aunque vio representadas algunas de sus obras: Los tratos de Argel, La Numancia, La batalla naval y La confusa. Hasta que, sin medios para vivir, viajó a Sevilla como comisario de abastos para la Armada Invencible y recaudador de impuestos.

Allí terminó otra vez en la cárcel, por irregularidades en sus cuentas. En ese ruin calabozo sevillano empezó a engendrar al inmortal Quijote. Una vez recuperada la libertad, se trasladó a Valladolid, donde vivió unos años.

El éxito del Quijote en 1605 no implicó que Cervantes superara sus problemas económicos y la segunda parte del libro vio la luz recién en 1615.

Apenas un año después, el 23 de abril de 1616, Cervantes, al que la hidropesía y una cirrosis habían ido minando, murió en Madrid. Sin embargo, para mantener vivo su legado literario, desde 1976, cada 23 de abril se entrega el Premio Cervantes, considerado el Nobel de las letras hispanas.

El caballero de los cuatro siglos

Apaleado, maltrecho, destrozado por los obstáculos que la realidad pone en su camino, el larguirucho caballero andante retoma porfiadamente su marcha una y otra vez en pro de su ideal. Poco importa que ayer haya cumplido cuatro siglos de vida literaria: el ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha sigue cabalgando aún hoy, por la gris llanura de un mundo posmoderno y vacío de utopías, tan ávido de aventuras épicas como el primer día, junto a su robusto e inseparable escudero Sancho Panza.

Casi tan leído como la Biblia, el Quijote, cuya primera parte (El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha) se publicó el 9 de mayo de 1605, se convirtió en paradigma del idealista que jamás cede en sus principios. Gracias a esa obra cumbre de la literatura española nació la novela moderna y su héroe fue entronizado como el arquetipo universal del idealismo, la tolerancia y la libertad.

Denominado con justicia “el Príncipe de los ingenios”, Miguel de Cervantes Saavedra comenzó a escribir su extraordinaria novela en una cárcel de Sevilla donde purgaba una pena por deudas, en 1597.

Allí, rodeado de maleantes e individuos fuera de la ley, empezó a dar forma a las andanzas de Alonso Quijano, un hidalgo de unos 50 años que perdería el juicio por leer novelas de caballería, a través de un narrador imaginario, Cide Hamete Benengeli, un autor arábigo y manchego.

El primero de los dos volúmenes de la obra, titulado El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que consta de 52 capítulos, entró en la imprenta de Juan de la Costa en Madrid el 20 de diciembre de 1604 y salió a la venta varios meses después, en 1605, en la librería madrileña de Francisco Robles, debido al camino tortuoso que tuvo la obra antes de autorizarse su publicación.

Es por esto que se considera que el 9 de mayo es el día más apropiado para celebrar la difusión en el mundo de la primera parte de las aventuras del hidalgo manchego.

La segunda parte de la obra apareció en Madrid 10 años después. La saga de aquel loco-heroico montando su caballo Rocinante y su escudero Sancho Panza, que en cambio iba al lomo de su burro, se desarrolló en escenarios de la meseta ibérica, en especial de la actual región de Castilla-La Mancha, por donde el hidalgo –el estamento más bajo de la nobleza del siglo XVII– enamorado platónicamente de doña Dulcinea del Toboso hizo sus dos primeras salidas.

La tercera, íntegramente narrada en la segunda parte del libro que consta de 74 capítulos, se aleja del terruño manchego y llega hasta Zaragoza y Barcelona, donde el Quijote y Sancho Panza –que representan el enfrentamiento entre el idealismo y el materialismo– vieron el mar por primera vez. Parodiando a los libros de caballería, entre sus propósitos se encuentran “desfacer agravios, socorrer viudas y amparar doncellas”.

Aquella primera edición europea del Quijote fue publicada en castellano, que por entonces era la lengua del imperio español que dominaba los territorios de Italia, Flandes, Bruselas, Lisboa y América.

De inmediato, la “nueva y jamás vista historia” de un soñador que soñó con transformar la salvaje realidad a partir de gestas imposibles e ideales destronados comenzó a ser leída en silencio y en voz alta, en posadas, mesones, talleres y tabernas, a través de los secos y polvorientos caminos castellanos.

A mediados de 1605, el hidalgo de la triste figura cruzó el Atlántico y desembarcó en América. Hacia 1612 se hicieron las primeras traducciones limitadas al inglés y dos años después al francés, para una clase social adinerada.

Pese a las seis ediciones que se imprimieron de la primera parte del Quijote en 1605, es muy probable que el propio Cervantes no intuyera en aquel entonces el valor de la obra que había escrito, sobre todo cuando Lope de Vega lo atacó con un desdén que tenía mucho de celo profesional. “De poetas muchos están en ciernes para el año que viene –comentó– pero ninguno tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe el Quijote”.

Con todo, desde su primera tirada de 1.200 ejemplares, el Quijote fue uno de los libros más vendidos y cuatro siglos después aún es el más publicado y traducido, después de la Biblia.

Sólo tres de aquellos ejemplares iniciales sobrevivieron al paso de los años: uno se guarda en la Biblioteca Nacional de España, otro en la Real Academia Española y otro en la Biblioteca de Cataluña. Pero ninguno de ellos puede ser abierto, para evitar daños irreparables.

En 2005, el Instituto Cervantes, a través de sus más de 40 sedes en todo el mundo, encabezó los festejos del cuarto centenario de la inmortal obra literaria en distintos continentes.

En la Argentina, la Secretaría de Cultura de la Nación realizó aquel año varios homenajes que incluyeron obras de teatro, exposiciones y conferencias a través del Teatro Nacional Cervantes, la Biblioteca Nacional y la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares.

Asimismo, a tono con el cuarto centenario del libro, las academias de la Lengua –la española y las latinoamericanas– prepararon con la editorial Alfaguara una edición conjunta de El Quijote, a un precio accesible “con un texto riguroso”, que fue presentado con singular éxito durante el Tercer Congreso Internacional de la Lengua Española, que tuvo lugar en Rosario, en noviembre de 2004.

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