MIéRCOLES, 27 DE NOV

Los argentinos no quieren a su país

El titular de la Fundación Saber Cómo, creada por el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (Inti), deja una mirada al respecto de los males que afectan al país y desde dónde podrían solucionarse de acuerdo a su pensamiento.

Por Ricardo Auer*

Dentro del gran desorden mundial, el tradicional desorden nacional queda bastante disimulado. Sin embargo hay que tener claro cuáles son los principales vectores portadores de futuros reales en el contexto global.

El sistema global de poder se sustenta básicamente en los actores principales (USA, China, Rusia y el Poder Financiero que se mueve en forma independiente) y algunos secundarios (Japón, India, EU, Inglaterra, Israel, Indonesia, Saudiarabia, Turquía, y otros).

Los conflictos del mundo presente se centran principalmente en la disputa tecnológica y en la creación de empleo.

Temas como deudas financieras, estados fallidos, globalización, narcotráfico, ideología, ecología, género, migraciones, si bien son de gran importancia, sólo preocupan a algunos países o a los directamente interesados.

Pero no son issues trascendentales para los actores centrales. Y bastante poco en muchos de los secundarios.

Hay que tener en claro estos puntos de referencia para entender desde la óptica global lo que ocurre a nuestro alrededor, porque considerar que nuestros problemas y conflictos son el ombligo del mundo, nos puede llevar a equivocarnos de rumbo una vez más.

Ninguna ideología puede cambiar el rumbo de la decadencia nacional actual. Ni el liberalismo, ni el marxismo, ni la doctrina justicialista pueden hoy en Argentina cambiar la realidad actual.

Pueden servir de base para el análisis y el debate de ideas del rumbo a tomar, de cuáles son las fallas intrínsecas de esta sociedad dividida, con graves niveles de anomia, violencia y maltrato a las mujeres.

Pero ese debate iniciado desde hace muchas décadas, ha mostrado que no ha servido para lograr un entendimiento común, una base para modificar conductas, ni para aprender de los errores, y tampoco ha servido para encapsular los inmensos problemas que se siguen acumulando cual capas geológicas.

El problema argentino es emocional. Los argentinos no quieren a la Argentina, no quieren a su país. Casi todos están insatisfechos con él y descargan su odio u ofensa de modo diverso.

Siempre la culpa la tiene algún otro: el gorila antiperonista, el negro que no quiere laburar, la ineptitud de la política, el imperialismo, la infiltración marxista leninista, los militares, los civiles, el campo, los industriales, Sarmiento, Rosas, los italianos, los españoles, la Iglesia Católica, los judíos, los árabes o los pañuelos de uno u otro color.

Nunca somos responsables nosotros mismos como sociedad. Siempre son los otros. Siempre tenemos alguna excusa a mano.

Así, vamos transcurriendo las décadas sin encontrar el rumbo que nos lleve a resurgir como Nación, capaz de aceptar los desafíos del futuro como alguna vez lo pudimos hacer.

El presidente Alberto Fernández, cabeza de un gobierno de coalición, intenta acercarse al ideal de concentrarnos en los temas principales pero o no lo dejan, o se desconcentra, o intenta ganar tiempo con distracciones secundarias.

Estamos inmersos en una guerra asimétrica aunque muchos no se den cuenta y crean que se embarcaron en un crucero de lujo, que podría llegar a ser el Titanic, o estar afectados por el coronavirus.

«Todo en la guerra es muy sencillo, pero aún lo más sencillo es muy difícil», decía Karl von Clausewitz.

Las tres etapas pensadas: negociación por la deuda, plan económico-social y etapa política, podrían llegar a ser totalmente abstractas en los caminos a transitar de la política externa e interna.

Los internismos de la política, las disputas de espacios de poder gubernamental en el marco de sociedades crecientemente polarizadas y la falta de iniciativas políticas en casi todos los ministerios, podrían ser como “pasto seco” para los incendios que podrían desatar los poderes ocultos de la sociedad incivilizada local o global.

Me refiero a los carteles de la droga, a los barrabravas, a las “células dormidas”, a las mafias internacionales y a sus financiadores enmascarados.

En el marco de agendas donde hay poco para distribuir, podría crearse un combo virtualmente explosivo.

El peronismo es experto en resiliencia y cuando está en la oposición se amolda bien para generar una coalición electoral (todos unidos triunfaremos) que le permite ganar en las urnas.

Pero gobernar es muchísimo más complejo, más aún cuando hay peleas internas. Tal vez sea el momento de gestionar sin etapas previamente enlazadas y atacar todos los temas en simultáneo, aún a riesgo de errar y corregir; lo que también ya se está haciendo en lo estrictamente económico.

La gestión debería enunciar metas, objetivos, tiempos y programas de gobiernos en cada ministerio. Ello llevaría a visualizar un gobierno con acción y con ideas, base de la esperanza ciudadana.

También otros agentes externos e internos podrían entrar en el debate del que no hay que rehuir. Las turbulencias son propias de la etapa.

Queremos llegar a introducirnos en el mundo moderno, de la tecnología 4.0, de la creación de empleo del futuro.

¿Pero que estamos debatiendo actualmente? Sin dudas, temas importantes para mucha gente: tasa de aumento a los jubilados, hambre en Salta y en el conurbano bonaerense, precios cuidados, indexación de los contratos de trabajo, violencia juvenil.

Con esa agenda, un futuro con esperanza se vuelve difícil, lejano y abstracto; la incertidumbre domina el escenario nacional y va quedando poco margen para la esperanza.

Un Gran Plan Nacional necesita un Nuevo Relato esperanzador, bien diferente al de las viejas confrontaciones, que escape del pasado y se introduzca en el futuro.

Una política de Estado, expresión de una Estrategia Nacional, traducida como un relato movilizador popular. Solo así podremos iniciar una nueva etapa para generar riqueza, tangible o intangible.

Lo más relevante para la etapa actual es la generación de conocimiento que efectivamente impacte en la economía real, ya que ello supone inversión, no sólo material o física, sino en la capacitación humana de todos los argentinos.

Si ello no ocurre en los próximos años, solo acumularemos mayores problemas a resolver y ni siquiera será posible mantener la actual y poco justa relación de equidad social.

Los países más desarrollados, e inclusive muchos otros, han elevado el nivel de los servicios educativos. Perder el tren de la capacitación masiva, orientada a fines prácticos y efectivos, es perder la batalla del desarrollo.

Ello requiere simultáneamente tener una Plan Estratégico que indique el rumbo nacional, en cuanto a su especificidad e inserción mundial, con orientación geopolítica y alianzas claves.

A partir de establecer este punto central, la elevación del nivel de la educación como el bien más preciado nacional, se van estableciendo las siguientes prioridades correlativas, lo que en definitiva es un Plan General de Gobierno.

Las falencias educativas son varias y no precisamente debe centrarse en la excusa de siempre: faltan recursos y problemas edilicios.

Los problemas de la educación argentina son más conceptuales, se debe preparar a los estudiantes a tener espíritu emprendedor, a afrontar emocionalmente las dificultades que siempre proseguirán, a tener un mayor espíritu solidario y a crear conciencia de que lo material (el consumo), si bien es una de las bases del crecimiento de un país, no lo es todo.

Los sectores medios están esperando una oferta gubernamental que los incluya también a ellos, no se trata sólo de simples pagadores de impuestos.

En el campo de la educación, de la ciencia y la tecnología, de la defensa del ambiente y de la cultura, es que pueden desarrollarse proyectos que los entusiasmen.

El mundo innova, se desarrolla, planifica y lleva a cabo estrategias de crecimiento.

Argentina debería integrarse desde su propia cultura resolviendo sus problemas de inestabilidad, de autoengaño, y de desidia para enfrentar sus problemas.

Caso contrario seguirá dividida, atomizada y sus mejores valores emigrarán hacia rumbos más esperanzadores, pese a las contradicciones culturales que ello acarrea.

Cuando un sistema o software de gobierno no sirve más, resulta más barato cambiarlo que arreglarlo o emparcharlo.

Se lo puede hacer mediante un plan, o bien la realidad lo va a ejecutar inexorablemente.

*Licenciado en Ciencias Químicas y presidente de la Fundación Saber Cómo, creada por el Instituto Nacional de Tecnología Industrial.

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