¿Cómo será aquel día en que podamos abrazarnos?
Lo virtual y la distancia ganan terreno en un mundo donde prevalece el miedo, aquí surge el interrogante de cómo será la sociabilización luego de la pandemia. “No somos sin la mirada de los otros pero tampoco sin los cuerpos, la necesidad del otro es algo de lo que aún no podemos prescindir”, le dijo a Conclusión la psicóloga Magali Besson.
- Covid-19
- Jul 19, 2020
Por Gisela Gentile
Si hay una característica que nos define a los sudamericanos y más precisamente a los argentinos, es el hecho de ser abrazadores y besadores por naturaleza. Sentir, oler, y tocar a nuestros afectos y amigos, son situaciones que nos han sido prohibidas en este aislamiento preventivo y obligatorio que ha sufrido casi todo el planeta producto del virus Covid-19.
Al principio costó y mucho, pero de a poco comenzamos a normalizar esa distancia que nos aleja del tan temido virus. Al principio fue un metro, y por estos días ya son dos, parecería que cuanto más lejos mejor. Los besos se cambiaron por codos, y las sonrisas cómplices quedaron detrás de un barbijo que no deja ver nuestras expresiones.
De a poco y de manera escalonada, estas situaciones que hoy nos parecen comunes están comenzando a cambiar, y la vuelta a la vida social que antes teníamos, está cada vez más cerca. Es allí donde surge el interrogante si podremos sacarnos los miedos que tanto han marcado este proceso, para poder nuevamente entrar en contacto real y afectivo con nuestros seres más queridos.
Somos piel, la misma en un ser humano adulto ocupa una extensión de 2 metros cuadrados y pesa más de 4 kilos. Nacemos, atravesamos la piel de nuestra madre, nos alimentamos de ella, sentimos, sudamos, nos estremecemos, fluimos y vivimos con la misma piel hasta que el reloj de la vida dice basta. Esa misma piel es la que nos vincula de tal o cual manera con un otro, por ello es paradigmático pensar cómo será nuestras pulsiones, deseos y pasiones después de esta pandemia.
Para profundizar acerca de los diferentes sentimientos y formas de relacionarnos post pandemia, Conclusión dialogó con la psicóloga Magali Besson. “La pandemia puso en evidencia algunas cuestiones que habitualmente no son materia de debates masivos. Antes de la misma el valor de los cuidados, como un asunto de la comunidad, no entraba en la agenda de los grandes medios de comunicación, y si llegaban a aparecer, era a título de recetas para el <buen vivir> poniendo en relieve el cuidado, pero no como una tarea realizada para la sociedad, sino como acción individual para el bienestar de cada uno”.
La pandemia nos obligó a pensar de otra forma la necesidad del otro, aun de aquel que desconocemos. “Nos instaló la pregunta sobre cómo cuidarnos como sociedad. Las discusiones sobre el cuidado empezaron a ganar un valor, aunque los cuidados en la cultura capitalista no son por regla reconocidos monetariamente en la mayoría de los casos; cuestión que ya denunciaron una cuantas feministas. Sin embargo, hablar de cuidados hoy <garpa> y pareciera que tuviese que ser necesario que esté en riesgo el cuerpo biológico. Muchos hicimos un parate que nos dispuso para la pregunta por cómo cuidar la vida, y cuidarla más allá de la conservación del organismo”.
Escuche a madres y a padres redescubriendo la crianza desde la posibilidad de estar cotidianamente más en sus casas.
Con la pandemia y la cuarentena las casas que habitamos pasaron a ser en gran medida los escenarios privilegiados de las relaciones sociales. “Voy a observar un aspecto favorable y que deriva del poder estar (permanecer sin tanto aceleramiento) en un adentro que genera preguntas también por el afuera que queremos y de modo en cómo podemos empezar por casa, sin desconocer que hay otras realidades que merecerían otro tipo de análisis. Escuche a madres y a padres redescubriendo la crianza desde la posibilidad de estar cotidianamente más en sus casas. Incluso, algunos aseveran que no volverán a incurrir en vértigos que avancen sobre los territorios ganados: el de los juegos sin tanto reloj y el de descubrirse en otra forma de mirar y de poner el cuerpo en el estar con sus hijos. Una amiga hace poco me dijo: prefiero andar con menos plata pero más tranquila y con más tiempo para estar en casa, para estudiar. Mientras que otra, me dice que su hija es aun chica y no quiere perderse de un momento en el que siente que algo de su presencia no tiene reemplazo. <Aunque haya otras manos quiero estar con ella. Ya habrá tiempo para retomar cuestiones profesionales con más intensidad>. Entiendo que cuidar lo cotidiano por sobre las grandes proyecciones abrió a pensar en un cuerpo más presente y situado y menos <volado> o disperso en mil planes a sostener a la vez”.
La necesidad del otro
Hoy la distancia nos aleja de ese otro, situaciones que comienzan a normalizarse y que nos distancian de formas que estaban muy arraigadas a nuestras costumbres. Si nos remontamos al nacimiento, desde ese crucial día que comenzamos a vivir, necesitamos de otros para sobrevivir. “No porque se dé un apego instintual más propio de los animales, sino porque es menester que haya alguien que quiera y desee disponer su cuerpo para dar respuesta a nuestras necesidades. Respuesta que produce un plus de satisfacción, que da nacimiento a la esa fuerza que en psicoanálisis llamamos pulsión y nos vuelve cuerpos vivos más allá de la necesidad. Quienes nos reciben al nacer ofrecen su piel, sus brazos y las palabras que nos aportan sentidos y ayudan a regular la excitación que estas mismas ofertas nos producen para que sea tolerable. Luego necesitamos encontrar a quienes nos sigan habitando para construir los propios sentidos. Pero también necesitamos de nuestros semejantes y de sus cuerpos ¿cómo soportaríamos sino que la realidad sea lo que es; incontrolable y además cada vez más hostil? De ahí lo difícil de pensar la distancia física en momentos de mayor vulnerabilidad como el de la pandemia”, enfatizó.
Contar con el cuerpo presente amoroso del otro es imprescindible, aunque el momento de la vida y las épocas propongan distintos modos de dependencia.
De ahí la dificultad de resignar los abrazos porque como indica la psicóloga, “en ellos, en ese histórico refugio frente a los apremios de la vida podría estar la fuente del contagio del virus. Dijimos que cuando los seres humanos ya constituidos dejamos de depender, como al comienzo de los primeros amores, empezamos a necesitar más de otras presencias, de otros cuerpos, de otras pieles y palabras que nos calmen y den placer. Entonces, contar con el cuerpo presente amoroso del otro es imprescindible, aunque el momento de la vida y las épocas propongan distintos modos de dependencia, y aunque esta necesidad de contacto (que no es igual a conexión) no sea igual para todos. La necesidad de encontrarnos con otros cuerpos en un aquí y ahora es hasta ahora algo invariante”.
No somos sin la mirada de los otros, pero tampoco sin los cuerpos.
Se sostiene a pesar de los cambios históricos dados al momento. “No somos sin la mirada de los otros, pero tampoco sin los cuerpos. La necesidad del otro y de su cuerpo (tacto, olor, mirada presente, disposición) es algo de lo que aún no podemos prescindir y no podemos hacerlo porque es el alimento de nuestra materia erógena, de nuestro territorio sensorial y táctil. Aunque el escenario Black mirror avance, las propuestas de realidad virtual son vivenciadas por personas con cuerpos atravesados por la búsqueda de sentido (Silvia Bleichmar) la incertidumbre y el dolor que, como dice Mariana Enriquez, no se puede sentir en los sueños. Tampoco lo que podría aliviar dicho dolor es sin el cuerpo decimos nosotros. Mientras haya vida, enfermedad, y muerte, no podremos huir de la materia y de lo ingobernable en ella”.
Encuentros sin abrazos ni miradas compartidas. Plataformas que sostienen sólo una parte del cuerpo.
¿Qué nos pasa con los cuerpos y con las presencias en estos tiempos? ¿Qué implica estar presentes? ¿Qué le suma la corporalidad al encuentro con otros y que nos sucede con la propuesta de conectarnos sin cuerpo pero con imagen y sin un «aquí» material compartido pero en una «sala» que nos une desde alguna tarea? Son preguntas que Magali Besson se viene realizando y que hoy intentará desarrollar.
“Escucho que el zoom y otros dispositivos virtuales usados por varias horas al día cansan y me pregunto por qué ¿Es porque <resuelven> algo de la distancia al mismo tiempo que la ponen de manifiesto todo el tiempo? ¿Será que cansa ese esfuerzo por revertir la distancia y el relativo desencuentro? ¿Nos cansa renegar de los efectos de la inmaterialidad? Las miradas están pero no se encuentran. En un punto hasta se vacían en ese mirar a todos y a nadie. Si se mira a alguien la mirada se enfoca pero los ojos de ese que está en la pantalla no se pueden encontrar con quien los mira. El encuentro puede traer cierta frustración y añoranza de presencia. Añoranza de cuerpos y de lo que es difícil que se dé en el zoom: el debate, el encuentro de diferencias y su eventual composición. En contraste con el facebook o el twitter donde los hilos se sostienen en la impunidad alentada por la ausencia de cuerpos (nadie se va a las manos en la red y cada quien <elige su propia aventura> en intercambios muy limitados) en las más recientes plataformas todo debe ser prolijo para lograr escucharnos”.
Cuando los fines son laborales, académicos o profesionales, suele ser una dinámica mas prolija que en los intercambios amistosos o familiares. “Levantamos una mano virtual o chateamos para participar y los aportes raras veces logran abrir a intercambios fecundos en salas con muchas personas. Si hay descontento con lo que pasa también se puede optar por sustraerse de la imagen o apagar la cámara y restar aún más el cuerpo-. Pero momento, la idea tampoco es militar aquí la anti tecnología. Estos medios han permitido más de un puente entre quienes no podrían haberse comunicado de otra manera y han sido mucho más y mejor que nada. La materialidad insiste y de vuelta tropezamos con los cuerpos. Como a la mayoría nos sucede, no sabemos cómo se redefinirá la socialización después de la pandemia”, espetó.
El problema es cuando la tecnología refuerza la soledad
Como reaccionaremos frente a la posibilidad de poder tocarnos, lo haremos o nos sentiremos más seguros y a salvo detrás de una pantalla. “Lo que en todo caso si necesito precisar como un problema, es la creencia de que no nos pasa nada grosso con este asunto de la ausencia de los cuerpos. El obstáculo sería creer que lo virtual tiene la clave para salvarnos de todos los naufragios y que hay cosas que hasta se resuelven mejor si estamos solos. Por ejemplo, hace un tiempo asistimos a la difusión de la idea (aún más divulgada en cuarentena) de que darse placer sexual de modo autónomo sería una opción superadora frente al conflicto que impone el encuentro con la injusticias del machismo en hombres y mujeres”.
La ilusión de pensar a la virtualidad como la suplencia ideal para las relaciones presenciales impedidas no es más que una defensa ante una realidad que se ha puesto aún más hostil.
También se vende como salvación para la actividad política donde se puede discutir en plataformas que permiten decir cualquier cosa, con la terrible ventaja que el cuerpo del otro no pone el límite. “Cada uno con su monólogo se baja de la pseudo discusión cuando se siente interpelado por el otro, diferente cuando no lincha a su oponente. Excepto estemos un tanto deshumanizados como para poder colmar nuestra necesidad de lazos con estos procedimientos, la alteridad (el semejante diferente) pero también de cuerpo presente será siempre algo más tentador, aunque nos asuste. La ilusión de pensar a la virtualidad como la suplencia ideal para las relaciones presenciales impedidas no es más que una defensa ante una realidad que se ha puesto aún más hostil”.
Para finalizar la psicóloga realizó una observación que nos interpela y nos corre de las formas que el sistema nos pretende brindar como forma de relacionarnos. “Los cuerpos se ven más amenazados y con ellos la vida propia o de seres queridos, las defensas (negaciones e ilusiones) frente a dicha amenaza proliferan y eso en sí, no es algo cuestionable. Lo que sí puede serlo es desatender a lo que estas defensas pueden generarnos si no cuestionamos sus efectos en nosotros. Y para hacer ese ejercicio precisamos escuchar qué nos dice el cuerpo sobre nuestros afectos. Necesitamos entonces recuperar la faz corpórea de la realidad si es que queremos alterarla. Animarnos a realizar una exploración de nuestro cuerpo como una propiedad que nunca será del todo propia pero sin la cual no somos. Quizás de esa experiencia íntima y real emergen las condiciones para llegar con menos temor a un encuentro más real con otros, sin que lo virtual frustre todo, ni la presencia por si sola garantice poder ser abrazados de algún modo”.