JUEVES, 21 DE NOV

Los confines de un espejismo

Un periodista y un detective sentados a una mesa gastan la noche en las anécdotas del segundo, en las que configura su personalidad y, de algún modo, la de la ciudad y sus habitantes. Recorrerla es oír sus historias, intrigas y presagios, o lo que es igual, la incertidumbre de los días. Entrega especial de la Revista 70/30.

 

Por Leandro Di Paolo –  70/30

Antes de que amanezca aquí estarás

y Dante y el Logos y todos los estratos y misterios

y la luna marcada.

Samuel Beckett

 

***

Las palomas, que recién se levantan, esperan al habitante loco y solitario que las alimenta. Baldíos repletos de gatos abandonados que maúllan al cielo abierto. Un borracho no sabe qué día es y mira el sol para adivinar el horario, en el parecido que tiene el amanecer con el anochecer. Las persianas se levantan, las fábricas nunca se acostaron y la ciudad toma el ritmo de un corazón arrítmico y esperanzado. Mientras todo esto sucede, Sandro Galasso, detective de la ciudad, camina y despacio contempla una tormenta que todavía no llega a formarse. Un simple peregrino del misterio que lleva 28 años en el oficio que logró encantar su corazón en la infancia. Calles irreales van zurciendo su espíritu, como un perdón. Entrevista intima de dos desconocidos, sensación del sol después de largos días de lluvia.

EL ORÁCULO ERRANTE

—Nunca en mi casa, ni con amigos, familia o conocidos. Aparezco manejando, es otra ciudad, pero no se parece a ninguna. Donde voy se siente como si viviera o hubiese vivido. Entro a un bar y hablo con los que están en las mesas y cuando me despierto no sé quiénes son. Pienso, busco los rostros en mi memoria, pero nunca encuentro nada.

En estas cenizas que deja el despertar, Galasso naufraga. Cuando está compenetrado en un caso, mujeres, hombres y niños lo observan, ahí la gente lo conoce le cuenta cosas.

Fábricas, descampados, ventanas, autos abandonadas, todo le parece familiar.

¿ALGUIEN EN LA CASA?

—Decía que le intercambiaban cosas, una campera por otra con distintos colores, por ejemplo, pero su gran dolor, el tema por el que me consultaba, era que en el balcón tenía un canario que se lo habían cambiado por otro.

Era anciana, estaba muy encorvada (casi perpendicular), subía la cabeza unos pocos centímetros para hablarme, se le veían los ojos verdosos y aguados, con ese brillo que tienen las miradas en la vejez.

Uno no se imagina cual es el sufrimiento de las personas. Gente sola y con delirios persecutorios es algo muy común. Lo veo mucho en personas mayores, me llaman para que investigue, son personas solitarias mayormente, sin visitas.

En 1990 se mudó a Buenos Aires para estudiar en la Primer Escuela Argentina de Detectives (que funcionó entre 1953 y 1994).

Departamento en calle San Juan, cuarto piso, con esto quiero decir la altura, 8 metros mínimo, balcón a la calle. La puerta de entrada a la casa era blindada y además tenía dos trabas por dentro. Al pájaro me lo cambiaron, no es, tiene otro canto, soy experta en conducta animal y no es él, me dijo.

Se me ocurrió decirle que podía ser una exageración, que los canarios son parecidos entre sí, que cerca había un forraje que vendía pájaros. En ese instante se desato la furia:

Usted no me puede decir que este es el mío, porque yo lo conozco y usted no lo conoce. El forraje que usted nombra debe estar implicado en el robo, porque si mal no recuerdo, yo pasé y vi que tiene unos canarios en la parte de atrás y no sé si alguno es el mío.

Sospechaba de un sobrino que sabía sus horarios y movimientos, pero no puedo tomar un caso de este tipo.

TODA VIDA ES COTIDIANA

Destinos inhóspitos, lugares con gran cantidad de gente y otros donde ya no quedan ni las sombras ¿Dónde transcurre el tiempo el detective? Estaciones de trenes, terminales, bares, cementerios, bosques, hoteles y hospitales.

—Voy a la estación de trenes por las pasarelas —se remonta en el tiempo —, haber viajado en tren de chico me causa una cierta nostalgia.

Galasso ve esos lugares y se pregunta ¿Cuántas personas habrán estado en esa estación caminando con valijas, cajas y canasto? ¿Dónde habrán ido? ¿A qué pueblos? ¿Ya no estarán? Y tal vez los cruza en el cementerio y no sabe quiénes son.

En su oficio se vuelve hacia atrás, se reconstruye, para pensar el presente de un hecho. Despedidas y bienvenidas, amores que aún esperan. Una obsesión que nace por quienes pisaron las baldosas, se apoyaron en las paredes y apagaron cantidades de puchos a lo largo del tiempo sobre los andenes.

Las personas tienen más de secreto que de personas.

—En Los Cementerios se ve otra parte de la humanidad —reflexiona— Las personas que están enterradas vivieron, pero cómo lo hicieron, qué les paso- se pregunta, teje biografías en pocas líneas- se han ido, pero para muchos siguen estando ahí. Ese lugar es otra parte de los vivos.

Mientras hablamos los recuerdos se presentan. Bares que han desaparecidos, otros que están por desaparecer. Direcciones sueltas, ruinas de hoteles donde pasó algunos días. Muchas ciudades dentro de la misma ciudad.

—Todo fue cambiando. No es lo mismo la zona terminal ahora que en los ’90, ni en el ’80; el centro, los movimientos de gente, todo cambió, hasta los colores de la noche son distintos.

LATIR DESORIENTADO

—Llaman por teléfono a mi oficina, 8:30 del día 21 de junio, me acuerdo porque empezaba el invierno. Era un hombre que vivía en los Estados Unidos y me hablaba de su hermana, una médica solitaria. Habían heredado un campo en Mar del Plata por la muerte de su padre. Me contó que un amigo suyo había visto a su hermana un tanto extraña, desprolija y distante.

Tras algunas averiguaciones que no le dijeron demasiado, Galasso viajó a la ciudad y descubrió que la mujer habría ingresado en una secta, cuyos integrantes se habrían mudado a la casa del campo, la casa heredada.

—La tenían sometida a servidumbre, limpiando y cocinando. Estaba confinada en un cuarto, pequeño y sucio, lejos del casco de su propia estancia donde vivían los líderes. Se pasaba el día atendiendo a lo que le pidieran porque le habían dicho que debía saldar un karma.

Uno imagina que quienes caen en estos grupos son personas dóciles, poco preparadas, pero no.  Son personas que se encuentran vulnerables: atravesando un duelo, desprotegidos por sus familias, con problemas espirituales, sufriendo una depresión o solo quisieron pertenecer a un grupo.

Los casos lo acompañan, desayuna con ellos, se ducha con ellos y se queda dormido a su lado.

Galasso pasó algunas veces con el auto por la puerta de la propiedad con la idea de mirar de cerca. Habló con el cuidador del campo de al lado y con los dueños de la proveeduría en la zona. Todos respondieron no saber nada, pero aseguraron que los nuevos ocupantes eran raros.

—Los captados se despersonalizan, dejan de ser quienes fueron y después hay que reconstruirlos. Creen en estos salvadores, que toman posesión de su vida terrenal, espiritual y de sus bienes. Toma tiempo desarticular las historias que les dicen, quedan atrapados, uno encuentra trozos del que fue, no se encuentran todos los pedazos, nunca vuelven enteros.

Yo necesitaba saber quiénes eran, qué hacían y si tenían solvencia para comprar el lugar. Logré entrevistarlos después de mucha insistencia. Me hice pasar por comprador, ofrecí una gran suma de dinero, ellos respondieron ser dueños y no estar interesados en venderlo.

Radiqué una denuncia en el juzgado, por estafa bajo el predominio de una secta. Pude desarmar la banda y recuperar a la mujer captada. Al tiempo el hermano viajó a tomar posesión de la propiedad.

CORAZÓN A CIELO ABIERTO

Tenía curiosidad por investigar, ya sea el paradero de un perro al que se lo vio por última vez en la plaza del pueblo o de dónde provenía un pájaro que no había visto nunca.

Su infancia fue en Cañada de Gómez, nació 1970 en el domicilio de calle La Valle al 190. En sus primeros años de adolescencia supo que quería ser detective.

Pasó por distintos trabajos: fue lustrador de carpintería, ayudante en un taller de arenado y obrero en distintas fábricas. En 1990 se mudó a Buenos Aires para estudiar en la Primer Escuela Argentina de Detectives (que funcionó entre 1953 y 1994). Finalizó sus estudios y se mudó a Rosario, donde actualmente tiene resueltos más de 5.000 casos.

Mientras estudió en Buenos Aires, trabajó como cuidador en el Cementerio de Espeleta, partido de Quilmes, donde se encuentra la morgue judicial. Su recuerdo de ese lugar es llamativo:

—Un lugar bellísimo, enorme y tranquilo; se escuchan los pájaros y el viento, la niebla en la mañana es espectacular. Ahí solo hay que tenerle miedo a los vivos que se te quieren meter a la noche.

PIEL DE MÁRMOL

—Me citaron en el hotel Riviera, hablaban en inglés, buscaban a una persona que había fallecido en Argentina en 1962 y querían saber dónde estaba enterrado. Eran «palestinos católicos no sirios», que no dijeron nombres.

Pagaron una parte para empezar la investigación, como únicos datos me dijeron que había estado en el sur de Buenos Aires, solo sabían su nombre, que vivió en Argentina y una fecha aproximada de su muerte. Visité cementerios, pueblos, revisé infinidad de archivos y registros.

No pude dar con la lápida, algo faltaba, no tenía ningún papel, mis clientes no me eran sinceros, nunca me dijeron en verdad para que lo buscaban. Les hice preguntas y resultaron ser muy esquivos. Se fueron tal como habían llegado, como fantasmas en la puerta de un hotel.

ÍNTIMA NOCHE

En la soledad de un hotel de provincia siente algo muy lindo, serenidad. Llega cansado de andar en el día, se baña y sale. Ser el extraño que camina por el pueblo.

Arma un hilo para ver a donde ir o a donde volver en la investigación. Algo que no le parecía importante de repente es la clave. Los casos lo acompañan, desayuna con ellos, se ducha con ellos y se queda dormido a su lado.

Si los infieles son de moverse, cambiar de auto, abandonarlos y tomarse un taxi, igual al tiempo tienen un recorrido, desopilante, pero ruta al fin.

También me cuenta de lugares en la ciudad que lo ayudan a enfocarse, como él dice, mantenerse en la cuerda floja.

—Del Bosque de los Constituyentes había oído hablar, pero cuando me mudé cerca me metí por dentro. Te habla esa arboleda, que parece no terminar, ves la inmensidad de los pinos, álamos y animales, y sentís una tranquilidad espectral… es un lugar que te da calma.

A los bares va todos los días y elige las mesas al lado de las ventanas, donde pueda ver el afuera, pensar en un caso o esperar las corazonadas:

—Le hago caso a mi corazón, a las cosas que viví. A las corazonadas te las da la experiencia.

TRAMPAS AMOROSAS

Son los casos que mayormente le llegan. Los resuelve en poco tiempo. Ya conoce los movimientos.

—Si dos amantes se encuentran en una cortada perdida de la ciudad, lo más probable es que vuelvan a esa misma calle, el mismo día de la semana y en el mismo horario. Si van a un hotel, lo repiten, porque les gustó el lugar. “Es tranquilo, hay poca gente, es discreto”, piensan. Somos de costumbre. Hasta lo variado se vuelve una rutina. Si los infieles son de moverse, cambiar de auto, abandonarlos y tomarse un taxi, igual al tiempo tienen un recorrido, desopilante, pero ruta al fin.

El noventa y cinco por ciento de las infidelidades se confirman, los clientes vienen con una duda y cuando se investiga su intuición se comprueba. Del cinco por ciento restante, hay un tres por ciento que se trata de celotipia, ven fantasmas donde no los hay. Por último, están los compulsivos, hacen de la infidelidad un vicio. No les interesa el sexo.

Se sufre mucho, los que perdonan se vuelven enemigos, viven un pasado continuo. Los casos que seguí a través de los años son un infierno.

UNA LUZ VINIENDO

—Córdoba capital. Año 2003. Matrimonio mayor con dos hijos, todo muy típico y ordenado. Por curiosidad y recomendación de los vecinos, la familia se acerca a una pareja que hace lecturas espirituales, al tiempo se alejan, excepto la hija menor. Que mantuvo una relación oculta con el hombre de las lecturas.

Desesperada la familia nos contactan y viajamos con el Dr. Navarro, abogado especialista en sectas. La mujer tenía la idea de casarse y estaba averiguando para comprar un departamento. Por distintas averiguaciones, descubrimos que esta pareja en el pasado operaba en la zona de Rio Cuarto.

Él era chileno, su nombre artístico, «Nicanor» en alusión al poeta que tanto le gustaba. Era bajo, angosto y caminaba un tanto torcido, parecía un poste mal clavado al costado de la ruta. Sabía hablar muy bien y gesticulaba con precisión, característica que mayormente comparten los estafadores.

Ella era altísima, debería medir metro ochenta y seis (sin estar calzada), su pelo era rojizo y enrulado. Usaba un pañuelo como vincha y en varios de los dientes de abajo, coronitas plateadas. Se hacía llamar Timai, decía que tenía visiones y oficiaba como traductora de arameo. Le gustaba escuchar música alta cuando no había gente.

La policía nunca encuentra a nadie, es un sistema anclado en la corrupción y en la pereza.

Nos constituimos en el barrio de la capital donde vivían. Sacamos fotos de la casa, tenía un jardín delantero con dos maceteros grandes, en forma de cisnes. Se los veía lastimados por el tiempo, golpeados por el granizo, comidos en la entrada.

Observamos sus movimientos y entrevistamos a los vecinos: entra y sale mucha gente de la casa, lo extraño es que a la tarde se escuchan gritos desgarradores y agudos como de una criatura. Pero nunca veían a quien suponían escuchar.

Lo primero que pensamos fue en sesiones de exorcismo, que son tan comunes en este tipo de casos. El dato de los gritos nos dio el pie para hacer la denuncia. Una persona secuestrada.

Hubo un allanamiento. Salieron Nicanor y Timai esposados. Los gritos eran ciertos. Había una niña, hija de Timai, la tenían como un animalito, no la acariciaban para que se volviera mala. Estaba sucia y pálida, no la dejaban ver el sol. Las pericias dijeron que era esquizofrénica.

Entramos en la casa. Estaba alfombrada en su totalidad y había distintas estatuillas. Arriba de un pequeño escritorio, vimos una foto de un famoso ya fallecido. Dejaba entender, como se dice en la jerga, que le estarían “haciendo un trabajito”.

Le avisamos a la familia y ellos le comunicaron a su hija que estaba siendo víctima de una estafa y de un monstruoso amor.

BRASAS MORIBUNDAS

El aviso del diario, que tiene hace 20 años, es el medio por donde más lo contactan. Con tono alarmante, cuenta que pocas personas leen los clasificados, mejor dicho, que pocas personas leen el diario.

Antes de llamarlo, las personas ya investigaron y fueron descubiertos por aquellos que intentaban descifrar o se frustraron por la falta de resultados.

—El noventa por ciento de los clientes son nuevos, el otro diez por ciento restante son los mismos consultantes, cada vez que les aparece una duda, llaman.  El 70 por ciento lo recomienda y el resto no vuelven, porque les da vergüenza haber contratado un detective, lo tienen como un secreto. Hay veces donde un detective es el último recurso. Muchos de los clientes después son colaboradores.

¿Qué diferencia hay entre un detective privado y uno de la policía?

—La policía nunca encuentra a nadie, es un sistema anclado en la corrupción y en la pereza. Los casos quedan amontonados, mueren en los archivos. Yo trabajo para mi cliente, el código es no traicionar. Algunas veces recibo consultas de policías, tengo amigos en la fuerza y enemigos que me los gané por denunciarlos, no les gusta que se metan en sus “asuntos”.

***

Cuando los clientes llegan, Galasso quiere escuchar. Cuando ellos hablan, el imagina. Hay conversaciones que lo vuelven íntimo de un desconocido. Se pierde en palabras que pocas veces fueron dichas.

—Aprender a valorar, a ser discreto, es hacer valer la integridad del otro y la propia. Un secreto solo se puede romper por una circunstancia mayor, como una intervención policial.

A los secretos algunos se lo llevan a la tumba, otros los escriben en un diario, está el que los cuenta y hay quienes intentan olvidarlos. Son parte de la vida cotidiana, se convive con ellos. Las personas tienen más de secreto que de personas.

LOS ROSTROS DEL DOLOR

Por una nota en el diario, donde Galasso figuraba en la resolución de un crimen, lo contacta un recluso desde la cárcel, para que investigue su caso.

Eran las tres de la madrugada, en un pequeño pueblo de Santa Fe. La noche estaba en su plena oscuridad, solo se escuchaban pájaros nocturnos y algún camión que pasaba por la entrada.

Hoy en día se ve mucho pánico, fobias a cosas extrañas, ansiedad, es parte de un cambio cultural.

En ese mismo momento, a pocas cuadras de la ruta, un hombre asesinaba a una mujer con un martillo a sangre fría. En la habitación contigua, un niño de cuatro años dormía sin pausas.

—A la mañana siguiente hay dos detenciones, el esposo de la víctima y mi cliente, a quien este había señalado como el autor del asesinato. Dos imputados por un mismo hecho.

Nos encontramos hablamos una hora y media. Volví a mi casa y me acosté, estaba exhausto. Algunas preguntas se me presentaron con mucha insistencia ¿Lo habían acusado falsamente? ¿Qué relación tenía con la víctima y el otro imputado?

Comencé a buscar, hasta que di con una joya: un hombre a quien también le habían ofrecido “el trabajo” de asesinar a la mujer.

Galasso tiene el tono de la noche, lento, oscuro y alerta, con voz enredada por el relato dice –es un mundo tenebroso- está un poco agitado, respira con dificultad, pero continua.

—Se trataba de una estafa, el marido había ofrecido a mi cliente y al testigo, cuarenta mil dólares por el asesinato. El que aceptó fue mi cliente, tomó el dinero y se fue del pueblo sin dejar rastro.

En venganza por el robo del dinero y como coartada, decidió inculparlo. El encargo no se hizo y comenzó una lluvia de llamados a su teléfono por parte del que contrataba. Estas comunicaciones fueron indicios de que mi cliente estaba implicado.

Trabajamos en conjunto con su abogado, realicé distintas averiguaciones, logramos que el testigo declarara y que no haya una prueba fehaciente de que mi cliente hubiera cometido el hecho.

Más tarde, por las pericias forenses realizadas en la escena del crimen, donde se encontró material genético del marido de la víctima y las pruebas acumuladas, mi cliente quedaría en libertad.

Al salir de la cárcel nos encontramos en un café, en la Avenida del Rosario, conversamos y meses después falleció por una enfermedad extraña. El verdadero asesino sigue en prisión al día de la fecha.

HUESOS DE OTROS

En algunas investigaciones sus sentimientos se involucran, queda atrapado como un gato al cruzar la calle en medio de los autos. “Intento ayudar, de ese modo yo también me salvo”.

Hay algo que lo despierta por las noches, un pensamiento que lo traspasa y lo empuja a aquello que intenta no pensar.

—Pienso en los riesgos, el miedo paraliza. Hoy en día se ve mucho pánico, fobias a cosas extrañas, ansiedad, es parte de un cambio cultural. Los temores cambian con las generaciones, en una época atemorizaba la bomba atómica. En un plano más cotidiano, perder el trabajo, las personas los conservaban de por vida, hoy eso es extraño.

Convive con los temores, lo seducen y los respeta, como una persona que sabe nadar, pero pide permiso al entrar al río…

—En la vida hay que estar preparado para las pérdidas y eso pocas veces se logra.

Hay algo que lo despierta por las noches, un pensamiento que lo traspasa y lo empuja a aquello que intenta no pensar ¿Qué pasaría si le sucediera algo? No imagina las circunstancias o imagina demasiadas, pero querría que investiguen, lo encuentren y lo devuelvan al lado de sus seres queridos.

EPÍLOGO

Comienza a clarear, ladridos perdidos, cantos de pájaros a los cuales es difícil adivinarles el eco ¿Cantarán en realidad? ¿O será el ensueño?

Al despedirnos Sandro me dice que espere, le faltó algo. Estuvimos conversando toda la noche, sin descanso y con algunos silencios.  Me muestra un cuadro, al cual titula «el mar de las vacas»: hay un faro delante una casa, pinos, agua y olas; tiene colores muy precisos y bonitos.

Otra vez la armonía que tanto busca en su andar, la sombra que persigue en sus sueños errantes. Recuperar el aliento en medio de un paisaje, donde el agua se parece al desierto.

—Lo pinté en medio de un caso en Misiones, de una nena desaparecida. Miré por la ventana, buscaba donde y con tanta selva se me dio por mirar el mar.

Me subo a la moto y cuadras después, freno en el Bosque de los Constituyentes, está amaneciendo detrás de los árboles.

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