VIERNES, 29 DE NOV

Polémica imperdible: la Vieja normalidad frente a la Nueva normalidad

Ya no será un «capitalismo» basado en los mercados libres y la competencia. Las economías serán monopolizadas por actores globales, como las plataformas de comercio electrónico.

Por Colin Todhunter

Del neoliberalismo de los años 80 al Gran Reinicio

El capitalismo, que se vende bajo el disfraz de la búsqueda del máximo bienestar y «felicidad», se nutre de la explotación de las personas y del medio ambiente. Lo que realmente cuenta es la búsqueda de mantener márgenes de beneficio viables. El sistema económico actual exige niveles cada vez más altos de extracción, producción y consumo y requiere un cierto nivel de crecimiento anual del PIB para que las grandes empresas obtengan suficientes beneficios.

Pero, en algún momento, los mercados se saturan, las tasas de demanda caen y la sobreproducción y la sobreacumulación de capital se convierte en un problema. Como respuesta, hemos visto la expansión de los mercados de crédito y el aumento del endeudamiento personal para mantener la demanda de los consumidores mientras se reducían los salarios de los trabajadores, el aumento de la especulación financiera e inmobiliaria (nuevos mercados de inversión), la recompra de acciones y los rescates y subsidios masivos (dinero público para mantener la viabilidad del capital privado) y la expansión del militarismo (un importante motor para muchos sectores de la economía). También hemos asistido al traslado de los sistemas de producción para que las empresas globales puedan captar y desarrollar mercados en otros países.

La Vieja normalidad

Gran parte de lo expuesto anteriormente es inherente al capitalismo. Pero la década de 1980 fue un periodo crucial que ayudó a definir el marco en el que nos encontramos hoy.

¿Recordamos cuando el culto al individuo ocupó el centro de la escena? Formaba parte de la retórica de Reagan / Thatcher sobre la «nueva normalidad» del neoliberalismo de los años 80.

En el Reino Unido, los recortes en las prestaciones sociales se justificaron con la retórica del gobierno y los medios de comunicación sobre la «responsabilidad individual «, la reducción del papel del Estado y la necesidad de «valerse por sí mismo».

El bienestar estatal, la educación, los servicios de salud y el papel del sector público fueron implacablemente socavados por el dogma neoliberal y la creencia de que el mercado (las corporaciones globales) eran el mejor método para satisfacer las necesidades humanas. La misión declarada de Thatcher era liberar el espíritu empresarial mediante la abolición del «Estado del Bienestar». Se apresuró a aplastar el poder de los sindicatos y a privatizar activos estatales clave.

A pesar de su retórica, no redujo realmente el papel del Estado. Utilizó su maquinaria de forma diferente al servicio de los negocios. Tampoco desató el «espíritu empresarial». Bajo su mandato, las tasas de crecimiento económico fueron similares a las de la década de 1970 pero se produjo una concentración de la propiedad y los niveles de desigualdad se dispararon. Las políticas de Thatcher destruyeron una quinta parte de la base industrial británica en solo dos años. El sector de los servicios, las finanzas y la banca se promocionaron como los nuevos motores de la economía, mientras que gran parte del sector manufacturero británico se trasladó a economías de mano de obra barata.

Con Thatcher, la participación de los trabajadores en la renta nacional se redujo del 65% al 53%. Muchos de los empleos industriales relativamente bien pagados que habían ayudado a construir y sostener la economía desaparecieron. En su lugar, el país vio la imposición de un régimen de bajos impuestos y de empleos mal pagados e inseguros en el «sector servicios» (trabajo sin contrato; trabajos poco cualificados y mal pagados, empleos en call centers que se trasladaron pronto al extranjero), así como una burbuja inmobiliaria, la deuda de las tarjetas de crédito, la deuda estudiantil, que ayudaron a mantener la economía a flote.

Sin embargo, al final, lo que hizo Thatcher -a pesar de su retórica de apoyo a las pequeñas empresas y de su bandera nacional- fue facilitar el proceso de globalización abriendo la economía británica a los flujos internacionales de capital y dando rienda suelta a las finanzas globales y a las empresas trasnacionales.

Volviendo al principio, está claro que la felicidad y el bienestar de unos importan más que los de otros, como explica David Rothkopf «Superclass: The global power elite and the world they are making». Los miembros de la superclase pertenecen a las megacorporaciones, a las élites políticas mundiales interconectadas, y proceden de las más altas esferas de las finanzas, la industria, el ejército, el gobierno y otras élites en la sombra. Estas son las personas a cuyos intereses sirvió Margaret Thatcher.

Estas personas establecen las agendas de la Comisión Trilateral, de Bilderberg, del G7, del G20, de la OTAN, del Banco Mundial y de la OMC. No olvidemos tampoco los diversos grupos de reflexión y ámbitos de elaboración de políticas, como el Consejo de Relaciones Exteriores, el Instituto Brookings y Chatham House, así como el Foro Económico Mundial, donde sectores de la élite mundial elaboran políticas y estrategias y las transmiten a los gobiernos. Impulsado por la visión de su influyente presidente ejecutivo, Klaus Schwab, el Foro Económico Mundial es una de las principales fuerzas motrices del distópico Gran Reinicio, un cambio tectónico que pretende modificar la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos.

La Nueva normalidad (The New Normal)

El Gran Reinicio prevé una transformación del capitalismo que se traducirá en una restricción permanente de las libertades fundamentales y en una vigilancia masiva, sacrificando medios de vida y sectores enteros para reforzar el monopolio y la hegemonía de las empresas farmacéuticas, los gigantes de la alta tecnología, las grandes cadenas globales, la industria de los pagos digitales, las biotecnológicas, etc. Todo ello bajo la apariencia de una «Cuarta Revolución Industrial» en la que las economías se están reestructurando y muchos puestos de trabajo serán proporcionados por las tecnologías basadas en la inteligencia artificial.

Al mismo tiempo, se están creando nuevos mercados y, gracias al Covid 19, se están abriendo nuevas oportunidades para extraer beneficios. Por ejemplo, el presidente del Banco Mundial ha declarado que se «ayudará» a los países más pobres después de los confinamientos que han sufrido. Esta ayuda estará condicionada al afianzamiento de nuevas reformas y al debilitamiento de los servicios públicos, continuando con el ajuste estructural de las economías.

Hay quien no pierde el tiempo en hablar de una especie de toma de posesión marxista o comunista del planeta. Una élite capitalista autoritaria -apoyada en tecnócratas políticos pretende asegurarse un control aún mayor de la economía mundial. Ya no será un «capitalismo» basado en los mercados libres y la competencia. Las economías serán monopolizadas por actores globales, como las plataformas de comercio electrónico dirigidas por empresas como Amazon, Walmart, Facebook, Google y sus multimillonarios propietarios. Las restricciones que hemos visto desde marzo de 2020 han contribuido a aumentar sus beneficios y han consolidado su dominio.

También se crearán nuevos mercados mediante la «financiarización» y la propiedad de todos los aspectos de la naturaleza, que será colonizada, mercantilizada y comercializada bajo la falsa noción de protección del medio ambiente. La llamada «economía verde» se inscribe ya en la noción de «consumo sostenible» y «emergencia climática».

Al mismo tiempo, los derechos fundamentales están siendo erradicados como resultado de las medidas tomadas por los gobiernos con la crisis sanitaria. El elemento esencial de esta «nueva normalidad» es la necesidad de suprimir las libertades individuales y personales ya que el consumo sin restricciones ya no será una opción para la mayoría de la población.

Una parte importante de la clase trabajadora ha sido considerada durante mucho tiempo como «excedente»: perdieron sus puestos de trabajo por la automatización y la deslocalización de empresas. Han tenido que depender de la escasa asistencia social del Estado y de unos servicios públicos en decadencia. Pero lo que estamos presenciando ahora parece ser una gran reestructuración de las economías capitalistas.

Con la inteligencia artificial y la automatización avanzada de la producción, la distribución y prestación de servicios (impresión en 3D, tecnología de drones, vehículos sin conductor, alimentos cultivados en laboratorio, granjas sin agricultores, robótica, etc.), la mano de obra masiva -y, por tanto, la educación masiva, el bienestar masivo, la prestación de asistencia sanitaria masiva y todos los sistemas para la actividad económica capitalista- ya no serán necesarios. Al reestructurarse la actividad económica, se transforma también la relación del trabajo con el capital. El neoliberalismo puede haber llegado a su conclusión lógica (por ahora): la impotencia de los sindicatos, la reducción de los salarios para crear niveles inimaginables de desigualdad y (a través del desmantelamiento de Bretton Woods) la libertad del capital privado para obtener beneficios e influencia política bajo el disfraz de la «globalización».

En un sistema reorganizado que ya no necesita vender las virtudes del individualismo excesivo mediante el consumismo, ya no se tolerarán los niveles de derechos y libertades políticas y civiles a los que estábamos acostumbrados. Por un lado, se dará la concentración de riqueza, poder y propiedad; por otro, la mayor parte de la población recibirá una renta mínima universal controlada por el poder y será sometida a la disciplina de un Estado de vigilancia de la bioseguridad, diseñado para restringir libertades que vayan desde la libertad de movimientos hasta la de expresión.

La gestión de las percepciones es vital para acompañar todo ello. La retórica sobre la «libertad» y la «responsabilidad individual» funcionó muy bien en los años 80 para ayudar en el robo masivo de riquezas. Esta vez se trata de una alerta de salud pública y de «responsabilidad colectiva» en el marco de una estrategia cuyo objetivo es el control de las economías por un puñado de actores mundiales.

La percepción de la libertad también interviene en esta situación. Una vez vacunados, muchos empezarán a sentirse libres; más libres que bajo el confinamiento. Pero no será gratis en absoluto.

Fuente: www.iatranshumanisme.com

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