VIERNES, 22 DE NOV

Las ballenas ayudan a combatir el cambio climático e impulsan la economía azul

Al alimentarse de krill y defecar, van reponiendo nutrientes que permiten el crecimiento de algas y otros microorganismos que son a su vez alimento del krill, en un ciclo perfecto de economía circular.

Las ballenas tienen la capacidad de capturar CO2 -uno de los gases responsables del efecto invernadero- y de reponer nutrientes al mar, por lo que su rol es clave frente al cambio climático, señalan especialistas; en tanto que su contribución a la economía fue estimada en 4 millones de dólares por ejemplar.

Las ballenas fueron foco de atención mediática a comienzos de octubre, cuando se hallaron más de 30 ejemplares muertos en las costas de la Península Valdés. El episodio, provocado por una floración algal venenosa -conocida como «marea roja»- inusualmente intensa, invita a la reflexión: ¿Por qué son tan vulnerables e importantes estos gigantes oceánicos?

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«Las ballenas son guardianas de los océanos y de la vida misma», afirma Roxana Schteinbarg, co-fundadora y coordinadora de Programas de Comunicación del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB).

Y continúa: «Con sus enormes cuerpos, tienen la capacidad de capturar CO2 (dióxido de carbono) de origen antropogénico, mucho más que un árbol: 33 toneladas a lo largo de su vida, que puede superar los 100 años. Cuando mueren y sus cuerpos llegan al fondo del mar, este gas queda retenido en el lecho oceánico, reduciendo el stock de CO2 en la atmósfera, y contribuyendo como si fueran bosques, a la mitigación del cambio climático«.

Pero no es ésta su única función ecosistémica. Las ballenas son también grandes fertilizadoras de los océanos: al alimentarse de krill y defecar, van reponiendo nutrientes que permiten el crecimiento de algas y otros microorganismos que son a su vez alimento del krill, en un ciclo perfecto de economía circular.

Por otro lado, estas enormes y carismáticas criaturas del mar también contribuyen, a partir de actividades de avistaje, al desarrollo del turismo en muchas regiones del mundo, como la península de Valdés en la Patagonia argentina.

Paradójicamente, y pese a sus enormes contribuciones al ecosistema, las ballenas son una de las especies más amenazadas por los desequilibrios ambientales generados o agravados por la actividad humana: el cambio climático, la basura plástica y la contaminación de los océanos y mares.

Un estudio de investigadores del ICB y de Ocean Alliance mostró los efectos del cambio climático sobre la supervivencia de las hembras de ballena franca austral. De acuerdo a este trabajo, que fue publicado en la revista científica Science Advances, la mortalidad de las hembras aumenta luego de eventos de El Niño, y esto puede retrasar o incluso impedir el nacimiento de nuevos ejemplares.

El Niño, -un fenómeno caracterizado por la fluctuación de las temperaturas del océano- provoca un calentamiento de la superficie del mar, reduciendo la abundancia del krill. Esto disminuye las posibilidades de alimentación y afecta especialmente a las hembras en etapa reproductiva. Las ballenas tienen un año de gestación seguido por otro año de lactancia, lo cual implica un sobre-esfuerzo para su organismo que las hace perder masa corporal, según mostró el estudio a partir de foto-identificación y comparación de imágenes de las ballenas a lo largo de los años.

El cambio climático también genera una mayor frecuencia e intensidad de fenómenos como la marea roja que ocurrió en la zona de Península Valdés entre fines de septiembre y principios de octubre y provocó la muerte de al menos 30 ballenas.

«Hay evidencias que muestran que los cambios en las corrientes marinas y en la intensidad de los vientos, el aumento de la temperatura del mar y de la cantidad de materia orgánica en el agua, favorecen las floraciones algales que provocan la marea roja», explica el biólogo Mariano Sironi, co-fundador y director de investigaciones del ICB.

«Lo que sucedió es que este año las floraciones algales tuvieron niveles récord de toxinas. Y si bien las ballenas no se alimentan de algas sino de zooplancton y krill; filtran el agua con algas y al filtrarla, ingirieron las toxinas letales«, explica Sironi.

Aunque la caza comercial ya no es un peligro para las ballenas, debido a las altas regulaciones para la actividad, «hoy siguen en riesgo por otros factores: el mencionado cambio climático, la basura plástica, las colisiones con embarcaciones, la prospección sísmica offshore y el enmallamiento cuando quedan atrapadas en redes de pesca», enumera Schteinbarg, quien es ingeniera agrónoma y se dedicó varios años a la consultoría en ese campo, hasta que las ballenas llegaron a su vida, a partir de un voluntariado que realizó para una organización conservacionista.

Dispuesta a estudiar y proteger a estos fascinantes seres marinos, Schteinbarg fundó el ICB junto a los biólogos Mariano Sironi y Diego Taboada en 1996. Desde 2014, la entidad lleva adelante el proyecto «siguiendo ballenas» junto al Conicet, la Universidad Nacional de Comahue y un grupo de entidades científicas y de conservación locales e internacionales.

Este programa permitió el seguimiento satelital de 65 ejemplares de Ballena Franca Austral, «mediante el uso de sensores colocados en su cuerpo que permiten registrar sus movimientos y traslados sin alterar su comportamiento ni bienestar», explican los especialistas del ICB.

La información generada permite conocer más acerca de las ballenas y pone de relieve la importancia de contar con Áreas Marinas Protegidas para su conservación. Además, resulta un insumo valioso para recomendar regulaciones de actividades (pesqueras, petroleras y de transporte naviero) con potencial impacto sobre esta y otras especies marinas.

Para llevar adelante las tareas de conservación e investigación, el ICB lanzó su campaña «Adoptá una ballena», que a cambio de una contribución económica partiendo de los $ 700 mensuales, permite acceder a información biográfica del ejemplar elegido y materiales didácticos y educativos.

Finalmente, un estudio llevado adelante por la Fundación Meri de Chile; las universidades de Duke, en EE.UU. y de Tucsia, en Italia, y dirigido por el economista del FMI Ralf Chami, calculó la contribución de la ballena franca austral a la economía trasandina en U$D 4 millones cada ejemplar.

El trabajo fue publicado en julio de 2020 con el título de «On Valuing Nature-Based Solutions to Climate Change: A Framework with Application to Elephants and Whales»(«Sobre la valoración de las soluciones al cambio climático basadas en la naturaleza: un marco con aplicación a los elefantes y las ballenas»). Su objetivo fue medir el aporte de las ballenas en términos de servicios ecosistémicos (captura de carbono, mejora del fitoplancton, incremento de la productividad de los océanos, el turismo y el empleo).

Además de poder usarse para otras especies marinas y terrestres, «esta valuación busca concientizar a los gobiernos y organismos multilaterales a comprometer recursos para la conservación de estas especies y la restauración de sus ecosistemas», señalan los autores del trabajo.

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