El último funeral de un Papa presidido por su sucesor fue en 1802
Con motivo del funeral de Benedicto XVI que presidirá Francisco, se recordó un precedente en la historia en el que un papa reinante despidió a su antecesor.
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- Ene 5, 2023
El director editorial del Dicasterio para la Comunicación, Andrea Tornielli, dedicó su último editorial -publicado el miércoles 4 de enero, en vísperas de las exequias del papa emérito que presidirá Francisco en la Plaza de San Pedro- a recordar que hay un precedente en la historia de un hecho similar ocurrido con Pío VI quien, tras morir en el exilio en Valence en 1799 como prisionero de Napoleón, tuvo un solemne funeral tres años después, cuando sus restos fueron traídos de vuelta a Roma, el cual fue celebrado por Pío VII.
El editorial de Andrea Tornielli
Un Papa celebrando el funeral de su predecesor: lo que está a punto de suceder en las próximas horas en la Plaza de San Pedro, con Francisco presidiendo el funeral de Benedicto XVI, se ha presentado, comprensiblemente, como algo sin precedentes en la historia de la Iglesia en los tiempos modernos.
Ciertamente sin precedentes fue la renuncia del Papa Ratzinger, motivada por razones de edad y falta de fuerza física y mental para sostener las responsabilidades y la carga de compromisos asociados al pontificado.
Pero que un Pontífice reinante bendiga el cuerpo de su predecesor antes del entierro es un hecho que tiene un precedente bastante reciente, si se toma como parámetro los dos mil años de historia de la Iglesia.
Ocurrió en febrero de 1802, con los solemnes funerales de Pío VI, celebrados en la Basílica de San Pedro por su sucesor, Pío VII. El difunto, nacido Giannangelo Braschi (Cesena 1717 – Valence 1799) y elegido pontífice en 1775, tras un largo reinado murió en el exilio en Francia, prisionero de Napoleón.
El funeral tuvo lugar en Valence, inmediatamente después de su muerte, mientras que los «novendiali» (los nueve días de Misas de sufragio antes del comienzo de las votaciones en el cónclave) se celebraron en Venecia, en la ciudad donde los cardenales se habían reunido para elegir a su sucesor.
Pío VII, elegido el 14 de marzo de 1800, quiso que los restos de su predecesor volvieran a Roma. Fueron exhumados en diciembre de 1801 y viajaron de Valence a Marsella y desde allí, en barco, a Génova. Tras desembarcar en Italia, el cuerpo del Pontífice exiliado inició un peregrinaje triunfal, con solemnes exequias celebradas en cada parada.
El 17 de febrero de 1802 tuvo lugar «la magnífica entrada triunfal a Roma», con los cardenales que esperaban los restos en el Puente Milvio. La solemne ceremonia fúnebre se celebró en San Pedro, en presencia del papa Pío VII.
Sin embargo, los restos de Pío VI no tuvieron paz: su corazón y el «precordium» (antiguo nombre de los órganos y formaciones anatómicas de la cavidad torácica que rodean al corazón, considerados como la sede de los afectos, los sentimientos y la sensibilidad) fueron llevados de regreso a Valence, por petición explícita del gobierno de París, en un largo viaje a través de Francia, en 1802.
Sin embargo, en 1811, el corazón del pontífice fue llevado nuevamente a Roma.