El Día del Boxeador: «La pelea del siglo»
Por Rubén Alejandro Fraga
- Deportes
- Sep 14, 2017
Por Rubén Alejandro Fraga
“Vino la pelea Firpo-Dempsey y en cada casa se lloró y hubo indignaciones brutales, seguidas de una humillada melancolía casi colonial”. Así dice un fragmento de Circe (1951), de Julio Cortázar, en el que hace referencia a la llamada “pelea del siglo” por el cetro mundial de todos los pesos, que se disputó el viernes 14 de septiembre de 1923, ante unos 85 mil espectadores, en el estadio Polo Ground de Nueva York. Aquel día, del que hoy se cumplen 94 años, el campeón mundial Jack Dempsey venció al pugilista argentino Luis Ángel Firpo, apodado “el Toro Salvaje de las Pampas” por la guapeza con que suplía sus escasos recursos técnicos. Por esa fecha hoy se celebra en la Argentina el Día del Boxeador.
“Yo tenía en ese momento nueve años y aquello fue como una tragedia nacional, porque en la Argentina se consideró un robo al país aquella pelea. No faltaron los que pedían romper las relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Aquella pelea creo que definió mi pasión por el boxeo, porque yo quedé muy impresionado por lo de Firpo y empecé a interesarme por ese deporte que, en esos años ocupaba mucho espacio en los periódicos”, contó el autor de Rayuela.
Y no fue el único que se hizo amante del “viril deporte de los puños” a partir de Firpo y aquellos segundos memorables para el deporte argentino: al conjuro de aquel coloso el boxeo sacó patente de identidad y dejó de ser una práctica marginal y prohibida. Firpo fue el primer boxeador argentino que llegó a disputar un campeonato mundial y el que con sus hazañas en el exterior marcó el rumbo del pugilismo nacional. Con él comenzaron a llenarse los gimnasios, y nacieron los periodistas especializados.
Es cierto que hubo varios boxeadores que precedieron a Firpo desde que en 1898 Paddy McCarthy y Robassio protagonizaron la primera pelea en público realizada en el país. No pueden omitirse nombres como los del profesor Carlos Delcasse y el polifacético deportista Jorge Newbery, sumados a los de Pepe Lectoure, Alberto Festal, Enrique Wilkinson, César Viale o el inglés acriollado Willie Gould. Pero lo de Firpo fue de otra dimensión. Tanto, que fue el primer boxeador argentino que llegó a disputar un campeonato mundial y el que con sus hazañas en el exterior marcó el rumbo del pugilismo nacional.
Al gimnasio por una “gauchada”
Luis Ángel Firpo nació en Junín, provincia de Buenos Aires, el 11 de octubre de 1895 –aunque existe una partida de nacimiento fechada el mismo día pero de 1894– en el seno de un hogar humilde. Fue el segundo de los cuatro hijos del matrimonio formado por Ángela Larrosa y Agustín Firpo, un inmigrante que había llegado de Italia en 1887 y trabajaba en una zapatería juninense.
A los nueve años se trasladó con su familia a la Capital Federal y a los 19 años ingresó en una fábrica de ladrillos.
Por esa época le tocó acarrear ladrillos en la obra que terminaría siendo el Palacio de Telecomunicaciones, ubicado enfrente del lugar donde se levantaría nada menos que el estadio Luna Park, la catedral del boxeo argentino.
Cuentan que un día cuando transitaba por una calle porteña con el dinero recaudado por la fábrica de ladrillos fue asaltado por tres fornidos sujetos que lo intimaron para que entregara todo lo que llevaba. Pero Firpo no dijo media palabra y optó por usar sus terribles puños para ahuyentar a los cacos.
Enterado del hecho, su jefe en la fábrica y amigo de la familia, Carlos Mazola, le pidió “un gran favor”. “Necesito que te anotes en el Internacional, un club de boxeo, y lo practiques de vez en cuando. Es para quedar bien con unos amigos, nada más”, pidió el hombre al muchachote que a los 20 años ya andaba por los 82 kilos. Aceptó y, casi sin quererlo, se metió de lleno en un mundo de guantes, linimento y gimnasia.
En septiembre de 1917 los muchachos del club lo anotaron en un campeonato amateur y salió campeón sin pelear porque nadie se anotó. El 10 de diciembre de ese año enfrentó por dinero al australiano Frank Hagney. Aquella pelea se realizó a seis rounds, y aunque terminó sin decisión –una costumbre de la época–, marcó su debut como profesional.
A partir de allí, Firpo decidió buscar nuevos horizontes y viajó a Montevideo, donde, el 12 de enero de 1918, el veterano Ángel Rodríguez lo puso nocaut en el primer asalto. Lejos de desanimarse, el corpulento muchacho rumbeó para Chile, aunque olvidando un pequeño detalle: no tenía dinero. “Siga ese caminito que es el de los arrieros –le dijeron–. Vaya derechito, y cuando se acabe, listo: ya está en Chile”. Y hasta allá llegó… ¡caminando!
Luego de lograr una seguidilla de victorias por nocaut en Santiago de Chile y en Montevideo, el 30 de abril de 1920 obtuvo el título sudamericano al vencer por nocaut en un round a Dave Mills en la capital chilena. Ese año y el siguiente cosechó varias victorias –casi todas por nocaut– en Santiago, Valparaíso, Buenos Aires y San Miguel de Tucumán. Hasta que decidió probar suerte en Estados Unidos.
El 20 de marzo de 1922 debutó en Newark, Nueva Jersey, frente a Bailor Tom Maxted, a quien noqueó en el séptimo round. A partir de ese triunfo, Firpo cosechó 11 victorias por nocaut –8 en Estados Unidos y las restantes en Buenos Aires, La Habana y Ciudad de México– y protagonizó dos combates sin decisión.
Esa campaña, que asombró al público norteamericano, lo puso a las puertas de un combate con el gran Jack Dempsey, el imbatible “Matador de Manassa”, un invicto estadounidense ante cuyo poder habían caído todos cuantos intentaron arrebatarle el título mundial de los pesados que había conquistado unos años antes al batir al gigantesco Jess Willard.
La pelea del siglo
Bautizado por el legendario periodista estadounidense Damon Runyon como el “Toro Salvaje de las Pampas”, Firpo dejó en el camino a boxeadores de la talla de Bill Brennan, Jess Willard, el sargento Homer Smith –al que derribó 15 veces sin poder sacarlo por nocaut–, Jack Herman y Joe Burke.
Tantos méritos había acumulado Firpo que cuando el promotor Tex Richard anunció su pelea con Dempsey, ésta fue calificada de inmediato por el mundo del boxeo como el “combate del siglo”.
El viernes 14 de septiembre de 1923 unos 85.000 espectadores se dieron cita en el estadio Polo Ground de Nueva York para asistir al duelo entre Dempsey y Firpo. El precio del ring side era de 50 dólares y se alcanzó un récord de recaudación: 1.188.603 dólares. Las apuestas favorecían a Dempsey –de 27 años– por 3 a 1. El campeón se alzó con una bolsa de 509.000 dólares y el púgil argentino recibió 156.250 dólares.
Lejos del rugido de los aficionados estadounidenses que colmaron el Polo Ground alentando a su invicto, en la Argentina millones de compatriotas vivieron en vilo y con las limitaciones mediáticas de la época –sin radio ni televisión– lo que estaba ocurriendo a miles de kilómetros de distancia con el crédito criollo.
Buenos Aires no durmió esa noche. Desde temprano la población se volcó a las calles en busca del lugar donde pudiera saber con la mayor rapidez lo que estaba ocurriendo en Nueva York.
Para evitar que la gente desertara de los espectáculos públicos, se había instalado en las salas una especie de “servicio de información”. Alguien iba a ir dando cuenta del desarrollo de la pelea a medida que llegaran las noticias por cable. Frente a los diarios se aglomeraron multitudes.
Frente al diario La Razón se concentró un gentío extraordinario para esperar el resultado del gran combate. En lo alto del pasaje Barolo se había instalado un reflector que mediante un sistema de luces informaría al público sobre el resultado del match. Si aparecía luz blanca, era porque había ganado Firpo. Si por el contrario, roja, anunciaba la victoria de Dempsey.
Hasta hubo casas de comercio que colocaron en sus vidrieras muñecos de cartón imitando a los dos titanes del ring que luchaban en Nueva York, anunciando que permitirían al público la rotura de los cristales si el triunfo era de Firpo.
Y llegaron las primeras noticias: “¡Dempsey ha sido lanzado fuera del ring!”. El entusiasmo del público fue delirante. Se esperaba la confirmación de la noticia que podría significar la conquista del título máximo. Pero ésta nunca llegó. Por el contrario, las informaciones posteriores dieron cuenta de la victoria del campeón.
Con todo, a medida que se fueron conociendo los pormenores del combate se tuvo la sensación de que el Toro Salvaje de las Pampas había sido despojado de un legítimo triunfo.
Firpo, quien había subido a combatir con el húmero fracturado y sin que nadie lo supiera, cayó siete veces a la lona durante el primer round y dos en el segundo, en el cual perdió por nocaut.
Pero lo insólito de todo fue que a los dos minutos y medio del primer round, luego de su séptima caída, Firpo se recuperó y con un golpe poco ortodoxo lanzó a Dempsey fuera del ring.
Con la ayuda de asistentes y periodistas el campeón subió al cuadrilátero tras 17 segundos beneficiado por la pasividad del árbitro de la pelea, Johnny Gallagher, quien no atinó a realizar la cuenta reglamentaria de diez segundos. Hubo mucha controversia por ese hecho y Gallagher fue suspendido durante cinco semanas por la Comisión Municipal de Nueva York.
Aquella noche, Firpo perdió la chance de lograr el título mundial y se transformó en el primer “campeón moral” en el sentir de los aficionados argentinos. En su homenaje, cada 14 de septiembre se celebra en la Argentina el Día del Boxeador.
Aunque siguió combatiendo, Firpo no volvió a tener otra oportunidad de disputar el título mundial. En 1936 se presentó en Rosario para realizar su penúltima pelea: le ganó por nocaut en el tercer round a Siska Habarta. Luego, perdió por abandono con Arturo Godoy en el tercer round y colgó los guantes.
Fuera del ring Firpo demostró –a diferencia de la mayoría de sus colegas– ser muy hábil en los negocios. Primero tomó la representación de los automóviles Stutz, y posteriormente instaló un criadero de aves y anexos en Florencio Varela con animales y elementos traídos de Estados Unidos.
El Toro Salvaje de las Pampas falleció en la Capital Federal el domingo 7 de agosto de 1960 de un síncope cardíaco, dos meses antes de cumplir 65 años y dejando tras su corpulenta figura una leyenda deportiva que aún perdura.