Todos los caminos conducen a la Roma mexicana
Roma es la obra maestra de un director latinoamericano al que la gran industria norteamericana del cine le ha reconocido talento confiándole mega proyectos de los grandes estudios.
- Espectáculos
- Ene 15, 2019
El film Roma, del mexicano Alfonso Cuarón ganó cuatro premios de la Asociación de Críticos Cinematográficos 2019 como mejor película. Ganó como mejor película extranjera y al mismo tiempo como mejor película. Parece que se trata de un hecho histórico: es la primera película que triunfa en esa categoría en un idioma que no sea el inglés.
El film de Alfonso Cuarón está hablado en castellano y en lengua mixteca. La versión disponible en Netflix tiene como idioma original a ambos, sólo que en el segundo caso está subtitulado para que los hispanoparlantes comprendan la lengua nativa en la que hablan la protagonista del film, la debutante Yatzila Aparicio, Cleo en la ficción, y su compañera.
Roma, en referencia a un barrio del DF que lleva ese nombre, transcurre a finales de 1970, principios del 71. Y podría decirse que es el documental ficcionado 40 años después de la vida cotidiana de una familia mexicana de clase media profesional.
La primera parte puede inquietar al espectador en el sentido de que pareciera que la trama demora en armarse. Pero la trama es ese mismo encadenamiento de horas y días aparentemente insignificantes, es la vida misma de esa familia y como la viven los padres, la abuela, los niños, las dos empleadas cama adentro y el perro.
Roma tiene dos grandes pilares. En primer lugar el guión entrecruza la fenomenal complejidad de la sociedad mexicana. Un México vasto, multiétnico y que acaba de organizar el primer Mundial de Fútbol de su historia.
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Cuarón pinta a través de la vida cotidiana de esa familia un entramado de relaciones sociales y de poder que es clásicamente vertical, definidas por pertenencia económica y étnica, pero al mismo tiempo transversal: machismo, abandono, desamor, sumisión, dependencia económica y afectiva de la mujer no respetan clase social, color de piel, nivel educativo.
Es muy rico el juego de espejos que construye el film entre las dos parejas protagonistas. Entre la dueña de casa que recurrentemente hace valer su condición de patrona en lo laboral, pero que al final despliega una especie de sororidad y compañerismo cuando asume que su situación de soledad y sufrimiento anímico no es demasiado diferente al de esa joven que levanta la caca de su perro, despierta a sus hijos y los lleva a la escuela, les cocina el almuerzo, los cuida y arriesga su vida por ellos, todo lo cual, llegado el momento, la lleva a hace valer su prevalencia social en sentido positivo cuando la muchacha enfrenta una situación crítica.
Ese juego de espejos también se da entre los hombres, que a pesar de no conocerse y proceder de lugares y clases sociales muy diferentes (uno es médico y el otro un migrante interno que en la capital es reclutado como mano de obra parapolicial) comparten esa naturalización del abandono, del hacer y deshacer en beneficio propio sin importar las responsabilidades devenidas de sus actos. Formas más o menos crueles de correrse y llevar adelante sus deseos es lo único que los diferencia.
El otro gran pilar de Roma es la realización cinematográfica, absolutamente inusual para un film latinoamericano.
Roma es la obra maestra de un director latinoamericano al que la gran industria norteamericana del cine le ha reconocido talento confiándole mega proyectos de los grandes estudios. La obsesión de Netflix por el mercado hispanoparlante le proporcionó la oportunidad de demostrar que además de gestionar un buen presupuesto es capaz de volver a su país y llevar a la pantalla una idea original con un estándar elevadísimo, al punto de lograr lo de este último domingo cuando acostó a los demás films de habla inglesa y de acercarse a la posibilidad de darle a México el primer Oscar de su cine.
Son notables los recursos técnicos y económicos a disposición de la realización de Roma. Una obra de arte en todo sentido. Obsesión y paciencia puesta en detalles y actuaciones para componer escenarios y escenas de un realismo que muy pocos cineastas pueden alcanzar por más recursos y estrellas que tengan a disposición. Roma conjuga la tradición del cine social latinoamericano con la realización artística y técnica propia de la gran industria del cine comercial.
Elijamos tres escenas (podrían ser otras) que dan cuenta de esto. La primera pareciera propia de un momento intrascendente del film, quizás alguien podrá pensar que era una escena prescindible. Ocurre cuando la abuela y Cleo salen de la casa para llevar los niños a la escuela y se les escapa el perro a la vereda. El mayor sale de cuadro a buscarlo y vuelve a entrar trayéndolo del collar. Lo extraordinario es su hermanito pequeño de unos 7 años, completamente secundario en la escena, que lo sigue saltando y juguetón, y le insiste con que lo atrape, aportándole a la escena una naturalidad y realismo que no hubiera tenido si solo se tratase de ir y buscar el perro.
También es impresionante la recreación de una manifestación callejera reprimida por fuerzas parapoliciales y filmada a través de la vidriera desde el interior de un comercio ubicado en un primer piso. No se trata del primer plano de un actor con cara de aterrado o héroe rodeado de un puñado de extras que recrean la sensación de estar dentro de una manifestación como es habitual en el cine. La acción es contada todo el tiempo por medio de tomas panorámicas, desde el punto de vista donde está Cleo, dentro del comercio, y por tanto esos cientos que recrean la participación lejos de correr en un sentido para aparentar una estampida, están actuando. Sin dudas componer esos minutos de Roma debió resultar un trabajo de hormiga.
La recreación del hospital del DF y las escenas de parto son otro punto alto de Roma. Hay una elaboración muy cuidada de la escena, el proceder y los diálogos. Particularmente en los momentos críticos donde entran en juego idiosincrasias muy distintas de los personajes.
Cuarón elige apegarse a la vida cotidiana. Todo está ahí. Por eso prescinde de bajar línea o usar personajes para la condena manifiesta ante la injusticia o el abuso con el riesgo de traspolar nuestro tiempo a una historia que transcurre en una sociedad determinada 50 años atrás. Ahí es donde comienza la parte del espectador.