MARTES, 26 DE NOV

El Salvador celebra el séptimo aniversario de beatificación de San Romero

Desde el Vaticano anunciaron una ceremonia memorable e “inolvidable”. El cardenal Gregorio Rosa Chávez y el postulador de la causa del santo, monseñor Rafael Urrutia, recuerdan al sacerdote asesinado y cuya beatificación tardó 27 años.

 

En el séptimo aniversario de la beatificación de San Romero, el Cardenal Rosa Chávez y el postulador de la Causa de canonización, monseñor Rafael Urrutia, realizaron dos profundas reflexiones sobre este santo, modelo, ejemplo a seguir para todos los católicos, perseguido por defender a los más débiles.

“A los jóvenes hay que ponerles a caminar”, esta frase, dice en su reflexión el cardenal, es la que el Papa Francisco dijo a los obispos salvadoreños cuando se reunieron con él. Y sobre este “caminar”, el purpurado recordó unas palabras de monseñor Romero, cuando se dirigió a las alumnas de último año de bachillerato de un colegio católico y les dijo:

“Que para unos él era ‘un monstruo de maldad, el culpable de todos los males del país’, pero para el pueblo sencillo era ‘el pastor que camina con su pueblo’. La directora le comentó que las jovencitas quedaron contentas con ese encuentro, pero cuando contaron su experiencia en su casa, varios padres de familia sacaron a sus hijas de ese centro educativo porque había invitado a ‘ese obispo comunista’. Los jóvenes fueron los que más se entusiasmaron con el verdadero monseñor Romero”.

La propuesta del Papa: Hay que caminar

“Vuelvo a las palabras que Francisco nos dijo a los obispos de El Salvador: A los jóvenes hay que ponerlos a caminar. Y también a toda la Iglesia. Esta Iglesia que somos nosotros y que el vicario de Cristo desea verla en salida, en medio de la gente, caminando juntos. En sinodalidad”.

La historia del arzobispo de San Salvador

Tras trazar el recorrido histórico por el cual el pueblo salvadoreño tuvo a su quinto arzobispo, Oscar Romero, Urrutia hace también un análisis de la situación de la Iglesia salvadoreña en ese entonces, y la decisión de la Santa Sede de elegir a Mons. Romero, de quien el Vaticano tenía, afirma Urrutia, un dossier ampliamente positivo abonado por los últimos Nuncios Apostólicos en El Salvador:

“Roma “querría para San Salvador a un Obispo menos crítico contra el gobierno salvadoreño que monseñor Rivera Damas”, querrían uno de los suyos, con la esperanza de poder controlar la politización del clero y reconducir a la Iglesia a su labor espiritual. Para el clero de San Salvador, monseñor Romero era un conservador muy obediente a las directrices del Vaticano, quien siendo obispo auxiliar de San Salvador no se integró a la pastoral diocesana y conflictuó seriamente con los Jesuitas del Colegio Externado y manejó el Periódico Orientación a su manera, sin sentir en aquel momento con la Iglesia Arquidiocesana y poco conocedor de la realidad histórica de su pueblo. Así tomó posesión de la Arquidiócesis el 22 de febrero de 1977 en la Parroquia San José de la Montaña… El clero de San Salvador conocía poco de la prueba pastoral que Romero había dado en Santiago de María y mostró así su descontento”.

Urrutia conoció a Romero desde sus primeros años de sacerdocio, y es testigo que el santo prelado mantuvo vivo su ministerio, dándole primacía absoluta a una nutrida vida espiritual, la que nunca descuidó a causa de sus diversas actividades, afirma Mons. Urrutia,  manteniendo siempre una sintonía particular y profunda con Cristo, el Buen Pastor  a través de la liturgia, la oración personal, el tenor de vida y la práctica de las virtudes cristianas, así quiso configurarse con Cristo Cabeza y Pastor participando de su misma  “caridad pastoral” desde su donación de sí a Dios y a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y a su imagen, hasta dar su vida por la grey, señaló.

Monseñor Romero desde su fe aprendió a obedecer, como Cristo, en el sufrimiento, pues desde su juventud había educado su alma para hacer de sí mismo una entrega libre y amorosa a Dios, señala más adelante Mons. Urrutia, así, aprendió a vivir como quien muere cada día de amor, hasta morir de verdad, ayudando a vivir a los demás. Nunca le fue fácil ni cómodo ser arzobispo de San Salvador. Desde su nombramiento le resultó tremendamente difícil y heroico.

“Fue la Palabra de Dios la que inspiró la imitación de Cristo en su vida y lo convirtió en “signo de contradicción”, el hombre crucificado que supo saborear en el gozo del Espíritu la fecundidad de la cruz. La cruz de la búsqueda de nuevos caminos a partir del martirio del Padre Rutilio Grande y de la búsqueda de nuevas iniciativas pastorales. La cruz de no ser comprendido por los que le rodeaban. La cruz de la impotencia ante el sufrimiento y la explotación de los pobres, de los obreros y de los campesinos. La cruz de no saber comprender plenamente a los demás. La cruz de tener que estar siempre disponible para escuchar a los demás, para aprender, para empezar todos los días de nuevo”.

Fuente Vatican News

 

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