En honor a Fray Luis Beltrán se celebra el Día del Metalúrgico

Este 7 de septiembre, Rosario Sin Secretos se traslada 17 kilómetros y llega a Puerto Borghi, pueblo fundado por don Domingo Borghi y que, en 1950, Año del Libertador, pasó a llamarse Fray Luis Beltrán y nos invita a celebrar con su vecindad, el Día del Trabajador Metalúrgico.

 

Un 7 de septiembre, pero de 1784, hace exactamente 240 años atrás, nacía en la provincia de Mendoza José Luis Marcelo Bertrand, devenido con el tiempo y los errores de anotación, en fraile y en Luis Beltrán, perdiendo la huella francesa de sus ancestros.

Este soldado con sotana, al que sólo conocemos por algunos dibujos con un yunque en una fragua, fue en el movimiento independentista de América del Sur, un verdadero militante de Dios y de la Patria. Un MacGyver telúrico y revolucionario (ya hace más de 20 años que la Academia de Oxford incorporó a su diccionario esta definición: “MacGyver: hacer o reparar algo de una manera improvisada o ingeniosa, haciendo uso de cualquier cosa que se tenga a mano”), algo así como el “lo atamos con alambre” argento, demostrando inteligencia, capacidad y talento para resolver las cosas.

De puro curioso y tras haberse ordenado sacerdote a los 16 años, tenía apenas 20 cuando Bernardo O’Higgins se lo recomendó a José de San Martín y, a pie, con su bolso lleno de inventos y herramientas, cruzó la Cordillera para ponerse a sus órdenes en la causa de la emancipación.

En su memoria (sólo muere lo que se olvida…) se eligió la fecha de su nacimiento (¡enhorabuena!) para celebrar el Día del Metalúrgico.

Carpintero, químico, mecánico, dibujante, relojero, herrero, de su mente brillante y ágiles manos surgieron cañones, granadas, fusiles, lanzas, herraduras, estribos, uniformes, zapatos y hasta la tinta para teñir la ropa. No hubo campanas, ollas ni rejas que se les resistieran, para ir a la búsqueda de los triunfos del ejército patriota en la recuperación de soberanía.

Lo llamaron Arquímedes, Vulcano y cierta vez le dijo a San Martín: “Si los cañones tienen que tener alas, ¡las tendrán!” sin perder, aún en los peores momentos, un ápice de espíritu entusiasta y alegre. Hasta se permitió una mentirita piadosa cuando en su desesperación por levantar el ánimo a la tropa dijo que tenía el depósito lleno mientras que había quedado devastados y sin provisiones.

Su fe, talento y fuerza de voluntad convocó a miles entre hombres, mujeres y niños, y en pocos días aparecieron 22 cañones, cientos de fusiles y miles de municiones para sellar la libertad a pura fragua, aquel 5 de abril de 1818 en Maipú, transformando la última derrota en definitiva victoria.

Equipos especiales para transportar los cañones a lomo de mula, aparejos para subir empinadas laderas, puentes colgantes y transportables para soldados y animales, nada quedó ausente de su febril imaginación e inspiración.

Por su fidelidad al servicio de la causa americana, avanzó junto al Padre de la Patria también al Perú y, cuando Bolívar le recriminó injusta y públicamente una cuestión, su honorabilidad se sintió herida, cayó en depresión y casi en la locura… Estuvo, no sin antes haber intentado quitarse la vida, abandonado de sí mismo, con un cajón colgado al cuello, vendiendo estampitas, deambulando por las calles de Huancacho, mientras los chicos en corrillo le gritaban “¡loco, fraile loco”!

En 1825 volvió a Buenos Aires y dos años después entregó su alma al Señor para eternizarse en recuerdo cada 7 de septiembre y todos los días que nuestras vidas recuerden la suya.

Como cultores del cine y la memoria, no podemos evitar recordar (volver a pasar por el corazón) a “Mimí Metalúrgico, herido en su honor”, aquella película de Lina Wertmüller, protagonizada por Giancarlo Giannini, Mariángela Melato y Agostina Belli, ¡un clásico del cine italiano!

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