Huellas de la cárcel en primera persona: vida marginal y el “machismo en el código barrial”
A partir de charlas profundas y sin tapujos con dos personas que atravesaron el infierno del encierro, Conclusión explora en el relato de una vida de exclusión que los vio entregarse al delito, a veces no sólo por necesidad sino por el desesperado anhelo de pertenecer. El primero de dos artículos, claves para entender la realidad de muchos sectores marginales y la psique delictiva.
- Info general
- May 31, 2020
Por Alejandro Maidana
Mauricio Fabián Oliva encontró cobijo en el trabajo social, teniendo como meta lograr torcer el paradigma que hoy predomina en el encierro. En el calor de lo que supo ser un reconocido barrio obrero, los pasillos de Tablada tienen para contar cientos de miles de historias, de las que todavía se visten de overol, y de las otras. Allí es donde nació, creció y perdió quién supo tener la costumbre de ser abanderado de la escuela primaria, para después terminar transitando los oscuros pasajes de una vida que le tendría preparado tanto para él como para sus amigos, otros planes.
A diferencia de muchos otros casos, la figura de la familia para Mauricio Oliva sigue siendo hasta estos días, un puntal fundamental. “Tengo un padre y una madre muy presentes y activos, ya que siempre me acompañaron aconsejándome de la mejor manera. Si bien puede resultar extraño, aparte de haber sido abanderado, tuve las calificaciones más altas de la escuela primaria (Provincia de Corrientes) cita en Ameghino y Sarmiento, a la que concurrí hasta los 13 años. Siempre me consideré un pibe inteligente, mi mamá siempre me incentivó a realizar lo que me gustaba, el arte y la música siempre estuvieron ligadas a mí, y detrás de mis inquietudes, siempre me acompañaba mi madre”.
Para la corta edad de Mauricio en aquellos años, la facilidad para realizar distintos dibujos era realmente asombrosa, algo que lo emparenta con Fernando Guidi. Hace hincapié una y otra vez en la activa figura de su madre, quién como ama de casa lo incentivaba de manera constante para que continúe con aquello que tanto le gustaba. “Mi papá es un papá presente pero quizás no tan activo como mi madre, el siempre trabajó mucho y en casa nunca faltó el dinero que supo ganarse con su oficio de albañil. Por ello considero preciso destacar la figura de ambos, ya que en mi caso particular nunca me faltó nada de pibe”.
Una infancia atravesada por el dibujo, la música y los libros, le abriría paso a una turbulenta adolescencia. “A los 13 años descubro Tablada, ya que hasta esa edad me la pasaba de la escuela a mi casa, basta con decirte que hasta el Martín Fierro leí a mi corta edad. Pero un día hice un click, me cansé de leer, de estar en mi casa y quise experimentar mi adolescencia, es allí cuando abro la puerta de mi hogar y me encuentro con Tablada y todas sus historias”.
Cada barrio tiene su cultura, pero en la cárcel pude entender que el machismo era lo que nos atravesaba de manera sostenida. Nos medíamos permanentemente desde pendejos, como se dice, para ver quién la tenía más larga.
Mauricio sostiene que pretendía hacer otra cosa, para dejar de hacer siempre las mismas. Allí las ganas por conocer chicas y ponerse de novio, pero claro, lo primero que conocería, serían los oscuros fantasmas que suelen rondar por las esquinas y pasillos de las barriadas populares. “Es en ese momento en donde me encuentro con Tablada, y lo que significaba Tablada; si bien era un barrio de laburantes, también reinaba la droga, el delito, las peleas y todo tipo de berretines y códigos, una cultura barrial que desconocía por completo. Una cultura mala o buena, pero en fin, me terminé envolviendo en la misma.”
El destino quiso de manera estrepitosa que aquel pibe abanderado, al año y medio mute de una manera radical. “Mi mamá me inscribe en una escuela privada para que pueda comenzar la secundaria, es en ese preciso momento que sinceramente no sé si fue por un tema hormonal o vaya a saber qué, salí con todo a experimentar el afuera encontrándome con lo que te comentaba antes. Al poco tiempo, más precisamente a los 14 años, comencé a consumir marihuana para luego continuar con cocaína y pastillas, mi vida cambiaría de una manera notable. Cambié a mis viejas amistades por otras, que no eran ni más ni menos que los vecinos de mi cuadra, acto seguido de mi inicio en el consumo, vendrían los robos, que atravesarían mi vida a la corta edad de 15 años. Robábamos celulares en calle San Martín y volvíamos corriendo para la Villa, así me iniciaría en el camino del delito, rastreando como se dice”.
Mauricio destaca la figura de su hermano, el “manguera”, quién le lleva dos años de edad y al que ama profundamente. “Él nunca se arrimó ni le pasó cerca al camino que yo había elegido, siempre se mantuvo al margen, fui yo quién se dejó embelesar por los berretines barriales, la droga y el delito, bajo ese contexto era siempre yo quién le ponía el ‘pecho’ a las peleas y las acciones que obligaba el pertenecer a esa cultura. Compartíamos el mismo grupo de amigos, pibes que en aquel entonces tenían entre 14 y 18 años y que hoy lamentablemente están todos muertos debido al camino que eligieron para su vida”.
Cuando profundiza sobre lo doloroso que significaron los días para las familias de sus viejos amigos, Mauricio no duda en denominarla como una causalidad. “De casual no tienen nada, de causal todo, hoy gracias a la conciencia social que he adquirido he tenido la posibilidad de analizar a la distancia todo lo que me ha tocado atravesar tanto a mí, como a muchos pibes del barrio. No es casual que seamos poquitos los que estemos vivos, y aquellos que quedamos con vida hemos pasado por las cárceles o nos encontramos con alguna bala en el cuerpo.”
La cultura machista como eje para entender ciertos caminos y toma de decisiones erróneas, en esto hace principal hincapié, mostrando un rostro hasta ahora desconocido en los códigos barriales que interpela de sobremanera al sistema patriarcal que nos acorrala. “Cada barrio tiene su cultura, pero en la cárcel pude entender que el machismo era lo que nos atravesaba de manera sostenida. Nos medíamos permanentemente desde pendejos, como se dice, para ver quién la tenía más larga, quién se la aguantaba más, quién robaba más , quién era más choro, en definitiva, quién era el más poronga del barrio. Ojo, vale aclarar que en todos los barrios predomina la gente laburante, muchos de ellos albañiles que se desloman, pero claro, de pobre nunca íbamos a salir, entonces muchos aspiramos a ser delincuentes, hoy en día, a rememorar a Pablo Escobar. Hay tanta desigualdad, tanta opresión, que este sistema nos empuja en muchas oportunidades a tomar malas decisiones”.
Mauricio recorrió desde los 16 años distintas comisarías pero nunca pisó un instituto de menores. “Fueron mis viejos los que siempre me iban a retirar de la comisaría 11, era un sinvergüenza que se medía cotidianamente con los compañeros de calle para ver quién era más picante y ladrón. Por eso pude llegar a la conclusión, con el tiempo, que la cultura machista es responsable de muchísimas cosas que nos atraviesan como sociedad, es ahí donde debemos complejizar el debate”.
“En lo particular quiero argumentar que lo que sucede en los barrios no tiene que ver con la droga, es mucho más complejo, si bien ésta puede incidir.
La muerte como consejera le depararía el lúgubre destino del encierro. Una ejecución, el dolor de un hermano, el asesinato de un amigo. “Después de reconocer mis hechos de robo, me conceden la posibilidad del arresto domiciliario, pero es en ese momento a mis 18 años, cuando cometo un homicidio que cambiaría aún más el destino de mis días. No fue un hecho aislado, fue un suceso aberrante, ya que a quién asesino es a mi compañero, a mi amigo Aldo Villarreal, que aparte de ser vecino era mi compinche de robo. Aldo tenía 14 años en ese momento, venía de perder a dos hermanos, uno de ellos fue asesinado mientras estaba conmigo, y es en ese momento donde se produce un quiebre en nuestra relación, ya que él nunca creyó que yo no sabía quiénes eran los que habían ejecutado a su hermano, que también era mi amigo”.
Una historia tan espinosa como dolorosa, una realidad barrial que mostraba una arista tan cruenta como poco conocida. “En ese entonces los pibes que andábamos robando no queríamos a los transeros, a los que vendían drogas, les hacíamos pagar, ya que no los queríamos en el barrio, era un choque de egos. En uno de esos movimientos, vamos con el hermano de Aldo a pedirle droga y plata a un transero que estaba instalado en los pasillos de la villa, es en ese momento cuando al ‘chancho’ lo asesinan. La historia es muy larga como para resumirla, pero lo concreto es que Aldo perdió a su hermano, y yo a mi amigo, lamentablemente para él siempre rondó la idea de que había sido una entrega y el responsable de hacerla había sido yo, siendo esto absolutamente falso”.
La exhibición de un arma, el orgullo herido y el peor de los finales. “Aldo en el mes de mayo del 2010 me amenaza con un arma y me tira un tiro que no me da, solo lo hizo para intimidarme, y eso en los barrios era una ofensa al orgullo. En los barrios cuando te arrancan un fierro no podes quedarte en el molde, ya que eso te demanda el vecino de la esquina, el de enfrente y el de la otra cuadra, es una señal de debilidad el no reaccionar, si te cabe es porque sos gil. Yo siempre me vi inmerso en esa idea de que en la selva sobrevive el más fuerte, esa mentira, eso que nos hicieron creer”.
Los códigos barriales se habían transgredido, y en ese preciso momento, la venganza ya había elegido la fecha para entrar en escena. “Estuve días sin poder dormir, Aldo me había zarpado, todo el barrio había visto la reacción, por eso debía demostrarles cuál iba a ser la mía. Un día martes alrededor de las 18 lo veo a mi vecino y a quién hasta hacía horas lo consideraba mi amigo, pasar por la puerta de mi casa, es en ese momento donde tomo un revolver calibre 32 que se encontraba en mi casa y le disparo tres tiros. Aldo agonizó un tiempo para terminar muriendo días después. En ese momento sentía que la sociedad me lo demandaba, que el barrio me obligaba, una cultura que pude terminar de corroborar en mi estadía intramuros, ya que muchos de los pibes presos habían pasado por lo mismo”.
Muerto o cumpliendo largas condenas, ese era el único horizonte que se asomaba en la vida de Mauricio Oliva en aquellos tiempos. “En lo particular quiero argumentar que lo que sucede en los barrios no tiene que ver con la droga, es mucho más complejo, si bien ésta puede incidir, no podemos simplificar la realidad que se vive y adjudicárselo solo al consumo. En los barrios predomina la cultura machista, ahí radica el eje de todo”.
Parece loco lo que te voy a decir, pero yo quería tumbear, yo quería caer en cana para poder cerrar el circuito que demandaba la cultura que me atravesaba. Quería vivir la cárcel, ser el Mauri tumbero.
La etapa tumbera, los fantasmas de la misma y un camino que comenzaría a allanarse. “Después del asesinato de Aldo me entrego y allí comienza mi derrotero en distintas cárceles, parece loco lo que te voy a decir, pero yo quería tumbear, yo quería caer en cana para poder cerrar el circuito que demandaba la cultura que me atravesaba. Quería vivir la cárcel, ser el Mauri tumbero, de pibe veíamos al que salía de la cárcel como el máximo referente, el que se la aguantaba, el que se las sabía todas, y yo quería caer en cana. En mi época anhelábamos ser delincuentes, hoy los pibes quieren ser Pablo Escobar, un narco”.
La condena por el asesinato le daría la posibilidad de pasar un tiempo importante tras las rejas, pero si bien eso fue lo que deseaba desde pibe, la misma le tendría preparado otro destino. “Me condenan a 12 años, ese cartel que yo anhelaba tener se había hecho realidad, iba a entrar a la tumba y cumplir con un paso más en mi carrera. Me presento en tribunales con mi abogado defensor para cumplir con mi condena, y de allí me derivan a la Unidad 3, lugar que conocía ya que había pasado 6 meses encerrado. Entré canchero, ya que conocía los códigos tumberos, en el encierro dejé casi 8 años de mi vida. Hoy lo veo desde otro lugar, con otra psicología y conciencia, pero en aquellos tiempos yo solo quería tumbear, ya que consideraba que solo tenía dos caminos, el de la muerte o el del encierro.”
Los talleres socioeducativos entrarían en escena, una colectora luminosa que le cambiaría el rumbo de los días de una manera esperanzadora. “Si bien la cárcel es una mierda, yo tuve la suerte de caer en la Unidad 3 de Rosario, de conocer gente zarpada de los talleres socioeducativos, y tener una familia que nunca me soltó la mano. Ellos oficiaron como las patas de una mesa que terminó por equilibrarse, me ayudaron a repensarme, a poder verme desde otro lugar y a transformarme en lo que soy hoy. Si bien siempre fui un pibe extrovertido, eso me ayudó mucho para poder terminar la secundaria estando detenido y poder llegar a conocer los talleres socioeducativos”.
A los estudios secundarios se le sumaron los talleres socioeducativos, y junto a ellos, la absorción de saberes que lo seducirían de sobremanera. “Si bien termino la secundaria en Piñero, ya que fui trasladado, en el mismo momento que estaba cursando mis estudios realizaba lo talleres socioeducativos. Me encontré con talleres de teatro, títeres, arte, filosofía y comunicación social, al principio no entendía mucho, pero después terminaría apasionado con esos saberes. Las figuras de María Chiponi y Mauricio Manchado fueron fundamentales en mi camino, pude retomar la lectura e ir descubriendo nuevos horizontes, ojo, que no estoy romantizando la cárcel, el encierro es una mierda, pero estos procesos colectivos son fundamentales y transformadores”.
La cárcel es el infierno, el hacinamiento, lo deshumanizante del entorno, no genera otra cosa que mayor putrefacción.
No existió un click mágico dentro de la cárcel, pero si distintos procesos que lo empujaron a transformarse en una persona con una conciencia social avanzada. “Mientras estuve privado de mi libertad estudié y analicé mucho la realidad que atravesábamos en los barrios, no conocía nada sobre capitalismo y menos de neoliberalismo. Recién algunos años atrás pude interpretar el daño que origina el neoliberalismo y que nosotros habíamos sido un producto de ello. Allí fue como caí en la cuenta de que lo que yo pensaba no era errado, no era casualidad lo que nos pasó, sino que eran políticas que apuntaban a eso”.
En el fragor de la charla el entrevistado va y viene con el relato de su vida, pero en ese vaivén de recuerdos, experiencias y padecimientos, resalta una y otra vez el acompañamiento de su familia. Sus padres Omar y Marisa, su hermano el “manguera” y la abuela Gladys, a la que según relata Mauricio, le pegó muy duro su estadía en la Unidad 3 y en el penal de Piñero, si bien nunca dejó de visitarlo. Nada queda de aquel pibe que pululaba incesantemente por el Pasaje Medici al 4600, entre Lola Mora y Santa Rosa de Lima, la vida le dio una nueva oportunidad y el sueño gratificante y transformador de convertirse el día de mañana en un trabajador social, es el combustible que lo impulsa día tras día. “Nunca me voy a olvidar de ese Pasaje, por las historias que lo atraviesan, y porque aun viven mi mamá, mi tío y mi abuela en el barrio, sin olvidarme a los pibes que han podido sobrevivir”.
La Bemba del Sur, una brújula que no haría otra cosa que terminar de delinear ese nuevo sendero a transitar. “Conocerlos me cambió la vida, son mis amigos, grandes compañeros y militantes. Gracias a ellos pude enamorarme de la filosofía y del teatro, algo que me empujó a realizarme una serie de preguntas ¿Por qué tuve que conocer esto en la cárcel y no pude tener acceso a lo mismo en mi barrio? ¿Por qué pude conocer la instancia educativa universitaria privado de mi libertad, y no haber podido graficármelo antes? ¿Por qué tuve que conocer las Ciencias Sociales y la importancia del trabajo social intramuros? Todo esto no me lo brindó el Estado, el Estado primero llegó a los barrios de la manera en que te lo grafiqué en muchas oportunidades. La cárcel es el infierno, el hacinamiento, lo deshumanizante del entorno, no genera otra cosa que mayor putrefacción. Yo me considero un tipo con suerte, primero por la familia que tengo, segundo por la gente que me permití conocer que abrieron el camino del saber, y por último por las ganas de cambiar mi historia”.
Aquellos que recuperan su libertad, deben enfrentar los límites que les impone un paradigma que se encarga de extender los muros carcelarios. “En lo particular a eso lo estoy experimentando, ya que hace solo 4 meses que recuperé mi libertad. Lo que si te puedo asegurar es que pude conocer gente copada, soy un afortunado, hoy por hoy me encuentro vinculado a la Dirección Socioeducativa en Contextos de Encierro, que es parte del área de DDHH de la UNR. Formo parte del Colectivo La Bemba, este año antes de la pandemia teníamos como meta llevar adelante talleres con los pibes que habían salido en libertad, algo que para mí es nuevo y tengo muchas ganas de experimentar. Es preciso remarcar que el Estado está muy presente para castigar pero no para incluir y contener a los que recuperan su libertad después del encierro. Hay pibes que salen sin familia, sin hogar y lógicamente, sin trabajo ¿qué pretendes que hagan?
Sobre el final de una charla sin tabúes ni medias tintas, Mauricio Fabián Oliva acercó una reflexión final. “Los días intramuros me han servido para poder encontrarme, para repensarme, si bien bajo este contexto de pandemia me siento aún aturdido, ya que los efectos de la cárcel se hacen físicos en uno y es una obligación ser muy fuerte de la cabeza. Yo tengo la suerte de tener una familia, pero la mayoría de los pibes no, y la desprotección en la que se ven sumidos es abominable. El eje de mis charlas ha mutado considerablemente gracias a los saberes que he podido abrazar, hoy tengo otros intereses, pero todo esto fue empujado por distintos procesos. Yo elegí la carrera de Trabajo Social para poder llevar adelante la transformación que tanto anhelo en las pibas y pibes de los distintos barrios olvidados de la ciudad. Tenemos que fomentar la cultura en los mismos, abrirles un abanico de posibilidades para que la pibada pueda elegir qué destino darle a sus vidas”.