Marito Zanabria, su bendita zurda y la primera estrella
Este sábado se cumplen 44 años del inolvidable partido en Arroyito en el que Newell’s logró su primer campeonato en los torneos de la AFA, el Torneo Metropolitano 1974.
- Info general
- Jun 2, 2018
Por Rubén Alejandro Fraga
Aquel domingo 2 de junio de 1974, Rosario se había erigido como nunca en la verdadera capital del fútbol argentino. Porteños al margen, leprosos y canallas definían el título del Campeonato Metropolitano la Asociación del Fútbol Argentino en Arroyito.
En ese marco, donde el banquete final estaba reservado sólo para los dos equipos rosarinos, al compás de sueños y de angustias, de ilusiones y de nerviosismo, un Sol radiante se sumaba a la fiesta popular en “la Chicago argentina”, sin intuir aún que, pocas horas después, daría paso a una nueva estrella en el firmamento rojinegro.
Faltaban sólo 10 días para que el tres veces presidente constitucional Juan Domingo Perón se despidiera de su pueblo desde el mítico balcón de la Casa Rosada y eran tiempos en los que la pasión futbolera de los argentinos se repartía anualmente entre dos campeonatos: el Metropolitano y el Nacional. También estaba por comenzar el Mundial Alemania 74, que ganarían los locales y del que nadie olvida a la “Naranja Mecánica”, la Holanda de Johan Cruyff.
Empujado por el aliento incomparable de su gente y con su rica historia a cuestas, el glorioso Newell’s Old Boys iba en busca de su consagración definitiva en los modernos torneos de la AFA, aunque ya había protagonizado inolvidables campañas peleando mano a mano con los equipos grandes de Buenos Aires y había ganado la Copa Escobar en 1949. También había conquistado el campeonato de los grandes de Sudamérica, el Torneo Internacional Nocturno Copa de Oro Rioplatense, en 1943, cuando aún no existía la Copa Libertadores.
Esta vez la cita era nada menos que frente al rival eterno y en su cancha, increíblemente considerada “neutral” para la ocasión. Y le bastaba con el empate para dar la vuelta. Si perdía, debería jugarse un partido desempate para determinar al campeón. Pero a ningún leproso se le cruzaba esa idea por la cabeza. La consigna era ratificar una vez más aquella paternidad clásica que tenía un claro e indiscutible ADN futbolístico: el primer clásico de la historia ganado por 1 a 0 con gol de Faustino González el 18 de junio de 1905.
Al equipo del Parque de la Independencia lo dirigía el ex jugador Juan Carlos Montes. Apodado Canción, había sido un exquisito número 5 que dejó de jugar al fútbol pocos meses antes por una lesión en la rodilla. Y el plantel se había reforzado con la vuelta del Mono Alfredo Domingo Obberti desde Brasil y la llegada de Sergio Apolo Robles, un puntero salteño hábil y goleador recomendado por el Gitano Miguel Antonio Juárez.
Con 18 equipos divididos en dos zonas, el Metro 74 había comenzado para Newell’s el 2 de febrero en forma poco auspiciosa. Un empate con Ferrocarril Oeste de local, una derrota con Colón en Santa Fe y un nuevo empate, 2 a 2 con el encumbrado Boca Juniors en el Parque. Así, el pueblo leproso tuvo que esperar hasta la cuarta fecha, que se jugó el sábado 23 de febrero, para cantar el primer triunfo, frente al Estudiantes de La plata del Narigón Carlos Salvador Bilardo –por entonces con larga melena y aún sin su botella de “Gatorei”–, por 1 a 0 con gol de Santiago Santamaría. Tres días después, el martes 26 de febrero, en el Parque, un aplastante 4 a 2 ante Central (con dos goles de Santamaría, uno de Mario Nicasio Zanabria y otro del correntino José Orlando Berta) hizo que Canción Montes intuyera que no era descabellado soñar con obtener el título de campeón.
El resto del torneo tuvo como notas más destacadas la goleada a Chacarita Juniors por 5 a 2 (con tres goles de Cucurucho Santamaría, uno de Zanabria y otro de Obberti), y la victoria en la mismísima Bombonera, la tarde en la que el Mono Obberti hizo el gol y el arquero uruguayo Alberto Enrique Carrasco Santos –protegido del sol con una gorra, a la usanza de la época– “embolsó” un penal en el mismo arco del Riachuelo (el más próximo a la hinchada de Newell’s) donde el histórico 9 de julio de 1991 el Gringo Norberto Hugo Scoponi se convertiría en leyenda.
Pero la derrota con Argentinos Juniors de visitante en la penúltima fecha de la fase regular encendió todas las alarmas y puso en dudas la participación de la Lepra –que lideraba la Zona B– en el cuadrangular final que definiría al campeón. El último partido fue ante San Lorenzo de Almagro en el Parque. Aquella tarde, Newell’s pareció disfrazarse de la selección uruguaya, ya que lució una inusual camiseta celeste en lugar de la eterna rojinegra. El partido fue durísimo y un agónico gol del correntino Juan Ramón Rocha (a los 43’ del segundo tiempo) en el arco del hipódromo selló la ansiada clasificación (Carlos Picerni había conquistado el primer gol leproso a los 32’ del PT). Antes, con el partido empatado 1 a 1 (lo que determinaba que NOB se quedaba afuera de la definición del torneo) y mientras la Lepra buscaba el gol de la clasificación, en un contragolpe azulgrana y ante la salida desesperada de Carrasco, el delantero Oscar Ortiz remató por sobre el cuerpo del uruguayo y la pelota pegó en un palo, recorrió toda la línea, pegó en el otro y fue milagrosamente atenazada por la Momia, lo que hizo que miles de corazones rojinegros se paralizaran por unos segundos.
Pero después de tanta angustia, con el pitazo final del árbitro se desató en toda la ciudad un inolvidable carnaval pintado de rojo y negro.
El “petit torneo” final arrancó el sábado 25 de mayo, un día patriótico, gris y lluvioso. Después del chocolate matinal y el locro del mediodía, en Arroyito, Newell’s le ganó 3 a 2 (Arsenio Ribeca, Santamaría y Obberti) al Huracán del Flaco César Luis Menotti, con una actuación colosal de Cucurucho. Al miércoles siguiente, en partido nocturno, NOB venció a Boca Jrs. en la cancha del Globo, el Tomás Adolfo Ducó. Aquella noche, el Mono Obberti volvió a “vacunar” a los xeneizes con un gol poco ortodoxo y la Momia Carrasco se atajó todo lo que pasó cerca suyo (y más), en la que fue una de sus mejores actuaciones en la primera rojinegra.
Y así, la Lepra llegó al último partido del cuadrangular final con dos puntos de ventaja sobre Central y Huracán. En tiempos en los que se otorgaban dos puntos por la victoria, con un empate en la última fecha los de Montes serían campeones.
Aquel domingo 2 de junio del 74, la tarde languidecía en Arroyito (en realidad el barrio Doctor Lisandro de la Torre, un leproso ilustre) cuando, a los 24 minutos del segundo tiempo llegó el 2 a 0 a favor de los locales y pareció sentenciar la historia.
Sin embargo, dos minutos después, el zaguero Armando Rafael Capurro puso la nuca y descontó 2 a 1, para avisar a propios y extraños que el sueño leproso aún era posible. Entonces, impulsados por el aliento loco y ensordecedor de su hinchada, los herederos del gran maestro Isaac Newell (notable educador inglés, pionero del fútbol en esta parte del mundo) se empecinaron en torcer la historia. Había que sacar a relucir la chapa de campeón.
El reloj se acercaba al minuto 36 cuando el recién ingresado Manuel Rosendo Magán recibió al filo del área grande el centro de Carlitos Picerni y bajó de cabeza la pelota para la entrada de Mario Nicasio Zanabria. De frente al arco y al borde de la medialuna del área, el Diez leproso la durmió con el pecho y cargando en un botín milagroso los anhelos de la inmensa mayoría de la ciudad, la empalmó de zurda, gloriosa e inolvidablemente.
“¡Iiiiiiiimpresionante el golazo de Zanabria! ¡Desde fuera del área anidó la pelota en el ángulo izquierdo! ¡No podía hacer nada ni Biasutto ni el mejor arquero del mundo!”, gritó a los cuatro vientos el Gordo José María Muñoz, apodado “el relator de América”, por LS5 Radio Rivadavia y para todo el país.
“Yo nunca le pego tan fuerte… alguien me empujó la zurda. Desde el suelo alcancé a ver que pasaba cerquita del travesaño y se iba para adentro. Después, no vi nada más. Sólo sentí el alarido de la tribuna”, contó Mario, quien tras el gol se trepó a lo más alto del alambrado, con sus hinchas, buscando acercarse a esa primera estrella rojinegra en los modernos torneos de la AFA que ya asomaba en el horizonte. Luego, quedaron pocos minutos más de juego en los cuales NOB estuvo mucho más cerca del tercero que de pasar zozobras. Y el corte del alambrado, la invasión de los hinchas leprosos al campo de juego y la vuelta olímpica en la cancha y en la cara del clásico rival, un hecho que ni la lamentable violencia de los mediocres de siempre pudo empañar. A la noche, con un estadio de Newell’s en el que no cabía un alfiler se repitió el festejo loco y la vuelta olímpica del campeón del Metro 74, esta vez en el Parque y sin minorías resentidas que intentaran impedirla.
Aquel 2 de junio de 1974, cuando el arquero canalla intentó en vano detener el colosal zurdazo de Marito, junto con él volaron impotentes los fantasmas de la semifinal perdida en 1971 en cancha de River. Mientras se desataba una inolvidable fiesta leprosa en las calles de Arroyito y en cada rincón de la ciudad, el país y el mundo donde late la inimitable pasión rojinegra, cuentan que vieron pasar sus espectrales y frustradas figuras. Dicen que se las tragó el río. Para siempre.