Religiosidad popular: la pata imperialista y la narcotización social en nombre de Dios
El téologo, biblista y cristiano de base Gabriel Andrade, realizó un análisis psicosocial sobre la injerencia de la religiosidad popular en la sociedad. La pata imperialista, la irrupción de lo esotérico y los fenómenos místicos, conforman una hoja de ruta que busca aportar claridad a una temática que amerita un debate medular.
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- Sep 20, 2023
Por Alejandro Maidana
“Cada vez me convenzo más de que ninguna revolución latinoamericana será verdadera, popular y triunfante si no incorpora el elemento religioso”. Fidel Castro a Leonardo Boff -1985. Esto el Imperio lo sabe. Por eso, el complejísimo tema de la religiosidad en Latinoamérica no es un tema menor, sino más bien esencial en la lucha por la liberación social, política, económica y existencial del Pueblo de Dios.
La década del 70 marcó para los argentinos la mayor derrota colectiva, social, política y económica de las fuerzas populares desde la batalla de Caseros en 1853. Desde aquella década se ha marcado un aumento de una compleja trama de religiosidad popular de las más variadas creencias que han ganado terreno en el espíritu colectivo en detrimento de la fidelidad a las enseñanzas y la autoridad de la Institución Católica.
Cuando existe una crisis mundial de la cultura y de la civilización desaparecen los puntos de referencia colectivos. Es entonces cuando emergen experiencias místicas y religiosas que tienen la función de crear un horizonte de sentido a las personas que perdieron esa referencia. Es una vuelta de lo místico y de lo esotérico como forma de dar sentido a una sociedad inmersa en un mundo que ha perdido sentido.
El catolicismo también conoce esos fenómenos con los grupos carismáticos; personas que se ligan a misticismos que intentan superar o completar las deficiencias de un catolicismo institucional con una visión más subjetiva. Es una época en que hay mucha más búsqueda de espiritualidad que de autoridad; que, por otra parte, está bastante desprestigiada. Esas prácticas prometen una salvación en forma de solución individual inmediata para los que están enfermos y no pueden ir a los hospitales o para los desempleados que tienen hambre.
“Pero esa solución es ilusoria, porque luego reaparecen los fenómenos de desestructuración, desempleo y hambre, ya que las causas de esas enfermedades continúan. Termina así siendo una patología de lo religioso; una manipulación de esa religiosidad inherente a toda persona que anestesia los problemas políticos sin darle una verdadera solución. Esta religiosidad popular puede ser definida como ese conjunto de ritos, modos y creencias profanas (etimológicamente “fuera del templo”) articuladas de formas ambiguas, variables y al margen de los cánones oficiales de la fe”, sostuvo el teólogo Gabriel Andrade en una reveladora charla con Conclusión.
De esta manera surgen movimientos sociales cuyo origen es una identidad religiosa. El investigador y sociólogo Fortunato Mallimaci explica contundentemente que “son grupos formados por hombres y mujeres que pertenecen a diversas confesiones religiosas y que organizadamente tratan de cambiar una determinada situación social. Cambiar una situación puede obedecer a que es in-justa por obra del sistema capitalista, o porque atenta contra el plan de Dios, o por la presencia del demonio; o puede ser considerada pecaminosa por el pecado constitutivo del hombre y la mujer. Para los que investigamos, poner al demonio como enemigo da gran fuerza y vitalidad. Si me quedo durmiendo el demonio sigue actuando ¿Qué significa demonizar a un actor, a un sistema, a un grupo? Ustedes saben: al demonio ni perdón. Y hay que tener mucho cuidado con demonizar; las dictaduras se hicieron demonizando. Los compañeros que participaron de esos gobiernos estaban embebidos de ciertas concepciones religiosas y pensaban que actuaban en nombre del «gran bien», que es capaz de llevar a todo tipo de sacrificio. La dimensión utópica religiosa concebida como Bien vs. Mal, hace militantes de hierro que van para adelante, y por eso los militantes cristianos son tan buscados”, enfatizó Mallimaci.
Desde el punto de vista psicológico, en el análisis del especialista Federico Pavlovsky, “se proponen entonces prácticas religiosas con ideas fuertes, simples y efectivas: las circunstancias adversas o negativas de la vida (como la pobreza, el desempleo, la enfermedad, la muerte, el desamor, etc) obedecen a malos espíritus, o a la poca contemplación devota de la religión, entendida ésta, como un conjunto de ritos casi mágicos para sacar de su aparente indiferencia a un Dios, vírgenes o santos más o menos distraídos o directamente sádicos. “Esta religiosidad es a la que se refiere Freud cuando escribe que la cultura dominante se afianza a través de” la ilusión de un deseo de plenitud que distorsiona la realidad, uniendo a la masa no por solidaridad sino por esos deseos. La religión es una defensa infantil de protección contra el desamparo. De este modo se entienden que la participación de la gente en estos movimientos religiosos no es sólo por la acción social que hacen sino, principalmente, por la espiritualidad o emocionalidad con que se manifiesten, por la concepción que tienen de Dios, de Cristo, del pecado, del demonio, de la vida. Por todo esto, y como consecuencia obvia, no existe movimiento religioso perdurable que no convine espiritualidad con autoridad, organización burocrática con crecimiento emocional. Otra característica de estos movimientos religiosos en Argentina, es que tienen una creencia nómade, en tránsito, la gente entra y se va. Pasa de la Virgen de Luján al pastor Giménez; toca un poco a los metodistas, de aquí van a San Cayetano; luego a la new age y matiza con el horóscopo o algún curandero”, indicó Andrade.
Explica Mallimaci: “nuestras investigaciones nos dicen que la mayoría se queda no por el programa religioso que le dicen, sino por la emoción y la subjetividad que encuentran en el grupo. Muchos suponen que con programas y verdaderas creencias la gente participa; pero hoy sabemos que esta construcción subjetiva es fuerte en el momento de decidir creencias. Tenemos la idea de un Pablo de Tirso tumbado del caballo por un rayo y que se convierte instantáneamente, pero la conversión a una creencia es un largo proceso, con idas y vueltas, salidas y retornos, avances y retrocesos”.
Según un estudio de la socióloga Marita Carvallo, en 1984 el 62% de los argentinos se reconocía como una persona religiosa, cifra que trepó al 81% sólo en 15 años más tarde. De igual modo crecieron las convicciones religiosas basadas en intereses privados en desmedro de aquellas basadas en el bien común. “Se afirma en el mismo estudio que existe un convencimiento de que no puede haber líneas directrices claras sobre el bien y el mal, puesto que lo bueno y lo malo depende de las circunstancias del momento y de cada quién. Con esta cómoda concepción se vacía de contenido la idea del bien y del mal, de ética, de moral, de verdad, de justicia, de libertad, de potestad, de soberanía, de fraternidad, de solidaridad, de liberación y de todos aquellos valores que alguna vez fueron sentido común en una sociedad que quería ser mejor para todos y heredarla a las generaciones próximas. Por otro lado, este “sentido por lo sagrado” de nuestro pueblo siempre se ha definido más por las formas y creencias difundidas en el cuerpo social a la medida de los consumidores que por las orientaciones de preceptos, dogmas o cánones eclesiales. A partir del proceso de secularización propio de la modernidad, tanto de lo social, lo económico o lo político, éste avanza diseminando e individualizando lo religioso, terminando así la Argentina por ser una nación “secularizada de cultura católica” con esta cultura que da, la mayor de las veces, identidad, aunque no pertenencia”.
Mientras tanto, la Iglesia oficial tolera un catolicismo light y cuentapropista; una construcción individual y subjetiva de las creencias que se transforma en una religión difusa y algo indiferente (que no significa increencia) y con un capital simbólico religioso que ha quedado a disposición de los que quieran utilizarlo y apropiárselo, en palabras de Mallimaci; quien además destaca como característica sobresaliente de estas creencias “un fuerte contenido identitario de búsquedas de certezas en un particular momento de incertidumbre”. “La iglesia católica romana no puede o no quiere romper con la inercia de esta institución aburguesada y más interesada en conservar la cantidad de fieles que la calidad de su fe, dejando que personas que se identifican formalmente con ella persistan en las contradicciones de una fe híbrida y alejada de la esencia del proyecto de Jesucristo. Para corregir esto se tendría que reabrir los debates históricos -principalmente sobre las cuestiones sociales- y volver a militar en la prédica profética del Concilio Vaticano II y las Conferencias Episcopales Latinoamericanas de Medellín y Puebla de los años 60 y 70, comprometiéndose la iglesia oficial con la liberación integral del pueblo oprimido y oponiéndose -como lógica consecuencia- a los mecanismos que los empobrecen”.
En vez de esto, se habla ambiguamente de humanizar las relaciones económicas pero no se critica frontalmente a ese capitalismo financiero enmarcado en el liberalismo conservador excluyente, ni se lo señala como ilegítimo e inmoral según el plan de Dios y responsable directo del empobrecimiento artificial de su pueblo. Mucho menos se da nombres propios ni se resignifica un imaginario social fuerte homogéneo, movilizador, simbólico y utópico con enemigos claros y precisos. “Recordemos que es de teología social básica el hecho de que los pobres, naturalmente como tales, no existen, sino que existen los empobrecidos, ya que Dios dispuso las riquezas como dones de este mundo para todos y nadie que se conozca tiene un documento firmado por Dios cediéndole estas riquezas en particular. Pero puntualizar esto no parece estar en la voluntad de la Institución Católica. Amenazada por esta contradicción que mina los dispositivos institucionales de la regulación de lo creíble, la institución católica reafirma teórica y prácticamente la centralidad del magisterio romano, mientras se suma en comparsa a disputarle en ese mismo nuevo terreno de misticistas, curadores y milagreros a las otras creencias”, expresó Andrade.
Gabriel Andrade no dudó en rememorar lo acontecido el 24 de octubre de 1994, allí como una grotesca caricatura del mensaje liberador del Evangelio, el actual diputado provincial Carlos del Frade hablaría del Marketing Religioso, que con la cordial bendición del entonces arzobispo de Rosario, monseñor Eduardo Vicente Mirás, se llevó adelante. «Según los conceptos de los dos licenciados en comercialización que lo dictaron, cada parroquia tenía que trabajar como una empresa y decirle a cada segmento de fieles-clientes lo que quería escuchar, porque en definitiva sabemos que nuestro producto es el mejor; porque, hasta incluso por tradición, supera a la Coca-Cola. Entre seminaristas, sacerdotes ordenados, integrantes de distintos movimientos de laicos vinculados con la arquidiócesis, dirigentes de empresas y de la Fundación Mater Dei, los licenciados Aldo Alonso y Raúl Burone expusieron sobre la necesidad de enfrentar a la competencia manteniendo la esencia del mensaje cristiano, pero bajando los precios porque la competencia ya lo hizo antes. Hay que hacer de todo con el menor esfuerzo posible: es más fácil mantener los fieles que conquistarlos y es más fácil conquistarlos que reconquistarlos, fue la consigna que usaron los disertantes a la hora de pedir que se imiten las técnicas de la competencia, término que englobó a sectas y otras confesiones».
«Las variables deben ser controladas por la institución”, prologó el profesor de la Universidad Argentina de la Empresa, Aldo Alonso. Sin hacer una sola mención a la cuestión social, sostuvo la necesidad de «bajar el precio por el cual la Iglesia ofrece sus servicios para mantener la necesidad del mensaje para que nada cambie. No es posible que la tradición y el prestigio de Iglesia se reduzcan por la desactualización y en eso nos gane la competencia». La cuestión de las contraprestaciones desarrollada por Alonso, se basó en que «exigimos mucho a cambio de lo que ocurrirá en la otra vida, mientras que la competencia promete todo tipo de salvaciones en este mundo», cosa que Burone reafirmó diciendo que «vendemos planes de ahorro previo a cambio de la salvación eterna en lugar de ofrecer algo que se goce ahora, por eso es hora de tomar la idea de la iglesia del amor y no del temor».
Otra de las recomendaciones que dio el licenciado en comercialización, Aldo Alonso, fue que «tenemos que segmentar los fieles para hablarles mejor y lograr captar a los equivocados». Se definió al individuo como «un conjunto de recipientes vacíos que la competencia llena con elementos mágicos» y se hizo hincapié en la necesidad de «estudiar técnicas de comunicación y oratoria y que es preciso vender una idea».Burone fue terminante cuando afirmó que «bien se ha dicho que si Dios no existiera habría que inventarlo, por ello es necesario presentar nuestro proyecto que es la salvación de la mejor manera posible; es hora de hablar del goce más que del terror». El intelectual finalmente se preguntó «si es necesario que la Iglesia se muera por no cambiar la manera de presentar el mensaje. Creo que es mejor cambiar el envase y relanzarlo al mercado de otra manera».
Pero hoy por hoy, y cada vez más a pesar de los innovadores intentos marketineros, la competencia le lleva ventaja a la institución católica en la captación de adeptos. “Tanto es así que las parroquias, iglesias, capillas y santuarios católicos existentes en la Argentina, ya se han visto superados solamente por sedes evangélicas que en todo el país asisten entre 3 y 4 ½ millones de fieles contra los 3 ½ millones de católicos que se declaran practicantes, según un estudio de la consultora Gallup del 2005; superada así en número y mucho más en militancia. Ya sea en la pastoral penitenciaria, especialmente la bonaerense con sus pabellones especiales de convertidos; en deportes, especialmente en el fútbol de las ligas del interior del país, con clubes cristianos cuyas hinchadas alientan los 90 minutos con cánticos cristianos; con conjuntos musicales, especialmente rock y cumbias; como así también en toda clase de actividades académicas y pastorales en sus instituciones educativas de todos los niveles y modalidades. Pero volviendo a las comunidades emocionales católicas, donde la Renovación Carismática es su principal expresión pero no la única, son las que compiten principalmente con las Pentecostales tanto a niveles medios como populares, planteando un conveniente catolicismo flexible en la identidad y dogmas; catolicismo de mensaje simple y efectista, de emociones y de la diversidad donde cada uno tiene su propia comprensión de lo religioso, de la modernidad, de lo social, de la pobreza, de lo vivencial, del bien y del mal, todo atravesado con un fuerte sesgo individualista, de la solución personal y privada«, enfatizó el biblista.
En palabras del sacerdote Santiago Mac Guire, se manipula lo que llaman renovación por no abocarse de lleno a su vocación de testimoniar el Evangelio en la construcción en la tierra del Reino de Dios. “Hacer esto significa no conocer a Jesús, fomentando un regocijo de grupo. Lo mágico deja de lado la vida, pasión y muerte de Cristo para ir detrás de la sanidad o cualquier otro bien no comunitario. Sumado a otros temas como la moral sexual y anticonceptiva, la familia, la educación, los progresos de la bioética, el lugar de la mujer especialmente dentro de la propia institución y con un manejo de poder eurocéntrico y excluyente (siendo que las ¾ parte de la feligresía habita en el tercer mundo) una institución Iglesia Católica irremediablemente ciega, se va apartando de las prácticas sociales, de la vida de su pueblo y de su misión profética al lado y en promoción de los más humildes”.
Repasando la historia política de la opresión ¿Cómo llegamos a este estado de la cuestión? “Vayamos al convulsionado siglo XX, cuando Theodore Roosevelt (presidente EEUU, 1901-1909), donde refiriéndose a nuestra América Latina sostuvo: “Creo que será larga y difícil la absorción de estos países por los Estados Unidos mientras permanezcan católicos”. El informe Rockefeller “La cruz y la espada” de 1969 señalaba al Departamento de Estado Norteamericano el potencial peligro que representaba para su política de sometimiento los sectores nacionalistas del ejército de extracción popular y el ala progresista de la Iglesia Católica, con su teología liberadora nacida en las conferencias latinoamericanas de Medellín y Puebla. Aconsejaba entonces al gobierno norteamericano el apoyo a todo tipo de religiones que propugnaban una filosofía individualista, apolítica y apocalíptica, a fin de que eliminase en cada adepto ganado cualquier tipo de conciencia de lucha por condiciones de vida más justas para el conjunto. Si el individuo es bueno, Dios lo va a ayudar. Si a alguien le va mal, es porque algo habrá hecho para que Dios lo castigue. La política es demoníaca y no hay que meterse individualmente ni en partidos, ni en sindicatos. Esto está reservado a los líderes de las iglesias, al igual que el discernimiento de todo lo agradable a Dios y lo que no lo es. Y a apurarse con la conversión que el fin del mundo está cerca”; es la apretada síntesis de esta nueva teología de opresión inventada y alentada por el imperio”.
Cuando a mediados la década del 60 se dan los primeros pasos en los planes de ajuste en América Latina, las sociedades todavía poseían fuerzas de resistencia. “Tanto es así que se generalizaron las movilizaciones y luchas populares que frenaron estos planes, e incluso avanzaron en nuevos proyectos que a veces lograron triunfos significativos, como los de Cuba, Chile, Nicaragua y hasta el intento en 1973 de retorno al estado de bienestar de la otrora Argentina de Perón y Evita. Estado de bienestar que junto al ideario católico formaron la cultura e identidad nacional argentina en las anteriores décadas. Cuando esa resistencia fue quebrada por atroces dictaduras militares en la mayoría de nuestros países, o por métodos semejantes en los demás, tuvo el imperialismo como misión fundamental quebrar todas las organizaciones populares y romper toda posibilidad de proyecto alternativo”.
Pasada la primera etapa de este proyecto y caídas las dictaduras militares, generalmente agobiadas por sus propias contradicciones, en una segunda etapa los gobiernos democráticos que les sucedieron no tuvieron ni la voluntad ni la fuerza suficiente para frenar y revertir el proceso de reconversión económica iniciado por el neoliberalismo conservador y de una u otra forma se terminó por minar toda fuerza de resistencia popular. “El plan neoliberal conservador se impuso con todo su poder, avasallando endebles democracias más formales que efectivas y terminó de desarticular las débiles resistencias que todavía podían surgir de los sectores populares. En definitiva, resistencia para proponer el Reinado de Dios. Detrás de esta racionalidad económica subyace una concepción del ser humano que delimita la grandeza del hombre y la mujer a la capacidad de generar ingresos monetarios. Exacerba el individualismo y la carrera por ganar y poseer a costa de los otros y de cualquier cosa, atentando contra Dios y la integridad de la creación. Se impone un orden donde prima la libertad individual de acceder al consumo de satisfacciones y placeres sobre el bien común. Desconoce así no sólo la gratuidad de los dones-riquezas de Dios para todos, sino en lo concreto la intervención del Estado regulador de la iniciativa privada; se opone a planes sociales, desconoce la virtud de la solidaridad y sólo “adora” a las leyes de mercado. A partir del control de los medios masivos de comunicación de masas, estas ideas colonizadoras penetraron en nuestros países con contenidos simbólicos de gran narcotización. Reflexionando sobre esto, el obispo emérito Esteban Hesayne puntualizaría con meridiana claridad: “no se puede ser cristiano y neoliberal porque la fe cristiana promueve la cultura de la vida y la ideología neoliberal, en su realización histórica, es la antesala de la muerte para la mayoría excluida”, detalló Gabriel Andrade.
El efecto más devastador producido por el imperialismo en esta nueva etapa denominada «globalización» y que impuso la ideología neoliberal-conservadora, es la desestructuración social que ha devenido en la pérdida de identidad, desorientación, escepticismo, tristeza, falta de horizontes y desesperación del pueblo trabajador. Lo que implicó este plan en el nivel macroeconómico fue un fraccionamiento al infinito de los sectores sociales y en especial de los que se hallaban más abajo en la escala social. Esto hizo que, además de las penurias económicas que fueron de una gravedad inusitada, estos sectores sufrieran una pérdida de identidad alarmante. “Sin identidad no hay sujeto. Estos sectores pasaron a ser objetos manejados a voluntad. Se extendió la sensación de desorientación y desamparo. La vida no tuvo más sentido, nada valía la pena. Los ideales colectivos quedaban pisoteados en el suelo, sus actores muertos o desaparecidos, la memoria aplastada e ignorada, los proyectos comunitarios fracasados, el sentido común dado vuelta. Ahora desde los centros de poder mundial se bajaba el mensaje de que las utopías colectivas habían llegado a su fin, sus profetas yacían crucificados y el Dios de los pobres había muerto. La nueva religión era el mercado e imponía un pensamiento único. Ahora se trataba de tener éxito apelando a cualquier medio; ya que el éxito y el dinero que lo acompaña, podían cualquier cosa. Por lo tanto, valía hacer cualquier cosa para obtenerlos. Necesariamente entonces dejó de tener sentido común todo sentimiento de solidaridad, de justicia y de cualquier búsqueda de liberación colectiva”.
El pueblo ya no se podría identificar más con aquellos ideales; el horizonte y toda referencia le había desaparecido y ahora tendría que buscar otros nuevos. «Es entonces que para salir del desamparo que provocó esta falta de identidad, los sectores populares recurrieron a las más diversas formas religiosas, en las que se mezclaron los símbolos, los fetiches, las supersticiones, las doctrinas exóticas y el pensamiento mágico. Como ya hemos explicado, incluso la Iglesia Católica, que siempre había pretendido mantener una equidistancia con los grupos de exaltado misticismo, casi ocultos hasta hace cuarenta años, dio cabida en su seno a los grupos carismáticos (fundados en 1967 en Argentina) que se expandieron de una manera asombrosa. Hasta la década del 70 hubiese sido impensable esa marea de curas sanadores, que ahora están presentes en los sectores populares que recurren a ellos, los consultan y esperan sus milagros. Que como ya dijimos, al iguales que sus pares de otras religiones, prometen una salvación individual en reemplazo de la construcción del Reino de Dios en la Tierra como proyecto comunitario de liberación colectiva”.
El imperialismo ha sido consciente desde hace mucho tiempo de la limitación e insuficiencia de las dictaduras militares y sus miles de desaparecidos y muertos en todo el continente. “Ni con la gigantesca, proveedora de dependencia y “varias veces paga deuda externa” (Juan Pablo II; 1999) alcanzó. Llegado a cierto punto del desarrollo de dominación, el opresor necesitaba convencer al oprimido de que el orden establecido, el statu quo, era el correcto y así extirparle de su espíritu el deseo de cambio. Necesitaba atacar en todos los frentes y procurar la destrucción ideológica; tanto del individuo, al desconocerse como sujeto, como de la sociedad en conjunto, desconociendo su vocación de libertad, su conciencia de clase, de lucha y de búsqueda de la verdad histórica y la justicia colectiva. En ese sentido trabajó hasta la actualidad, sumándose a un fenómeno mundial en donde la política global está cada vez más marcada por lo que se da en llamar política profética. Las voces que se levantan como una autoridad trascendental están llenando cada vez más los espacios públicos y ganando los enfrentamientos cruciales. Cada vez más, cuando la gente puede elegir por lo secular y lo sagrado, prevalece la fe”.
En el período en el que la modernización política y económica fue más intensa, los últimos 50 años, hemos sido testigos del crecimiento de la fe en todo el mundo. Las mayores religiones se han expandido a un ritmo que supera el crecimiento demográfico mundial. “A comienzos de 1900, apenas poco más del 50% de la población mundial se dividía entre católicos, protestantes, musulmanes o hindúes. Al comienzo del siglo XXI estamos en el 64% y se espera un 70% para el 2025. En Latinoamérica, a medida que las dictaduras iban cayendo dando paso a las democracias, los movimientos evangélicos se fueron convirtiendo cada vez más en un influyente bloque a la hora del reparto del poder, especialmente en el populoso Brasil. En este país de 130 millones de católicos bautizados, el gobierno de Lula ha mudado en gran parte su alianza con la Iglesia Católica -cercana a la teología latinoamericana de la liberación con la que fundó el PT en los 70- a las iglesias neopentecostales que se han convertido en una fuente de apoyo que define elecciones al actuar en bloque con su multitud de candidatos a legisladores que se presentan como obispos, junto con la Iglesia Universal del Reino de Dios apoyándolo con todo su poder económico y político consistente en más de 50 radios, 70 canales de TV, un banco, varios diarios, unos 3500 templos y múltiples personerías jurídicas funcionales al enriquecimiento de este movimiento ,especialmente de sus líderes, haciéndolos un factor político poderoso”.
Dentro de esta nueva generación de movimientos creados por la modernización que avanzan su poder en los estados y los afecta, podemos reconocer los ya nombrados cristianos evangélicos en EEUU, el pentecostalismo en Latinoamérica y el Opus Dei y el Movimiento Carismático dentro de la Iglesia Católica Romana. “Este tipo específico de religiosidad no es la vuelta a la ortodoxia, sino que se ha transformado en una neoortodoxia, igual de radical y conservadora en sus concepciones teológicas, políticas y sociales. Una característica de estas neoortodoxias es un despliegue de un aparato político sofisticado y toda la infraestructura que da la sicología de masas, la sociología, la comunicación social, la tecnología y el poder económico para reclutar miembros, fortalecer las conexiones con los antiguos, comprar voluntades políticas e influir en la esfera pública y prestar servicios sociales a manera de propaganda. Es una contracara a la misión que se llevó a cabo en la religión, especialmente después del Concilio Vaticano II, de movilizar a millones de personas en contra de regímenes totalitarios, coloniales o nativos, para transitar hacia la democracia y apoyar los derechos humanos, tanto en Latinoamérica como en el África Subsahariana, Europa del Este o Asia”.
En un tiempo en donde con el aporte de los satélites mil millones de personas pueden alcanzar el mensaje del Evangelio (se calcula en no más de 30 mil las personas que escucharon a Jesús en toda su vida), miles de millones de dólares son utilizados para la narcotización social en nombre de Dios. “Contra el proyecto de Dios, y acá hay que hacer principal énfasis. La batalla ideológica en la política desde la religión es fundamental para todo proceso liberador integral del hombre y de la sociedad en su conjunto. A nivel global, el discernimiento del proyecto salvífico de Dios encarnado en los signos de este tiempo, es fundamental para separar el trigo de la cizaña y adoptar una teología universal que nos lleve a la construcción de ese Reino de verdad y justicia predicado por Jesús; aunque, como ya dijimos, sin olvidar el componente emocional e individual imprescindible para viabilizar lo esencial del mensaje liberador. Tanto como para no perder de vista aquello de Leonardo Boff de que la cabeza piensa a partir de donde los pies pisan, y todo punto de vista es sino la vista desde un punto. Con las tres cuartas partes de la población mundial sobreviviendo en los límites de la pobreza, es fácil adivinar que una teología universal necesariamente debe ser la que se mira y viene desde los pobres, más allá de los adornos que le pongamos para mejor difundirla a través de estos sectores populares”, concluyó.