Tiburones mutantes y cocos radioactivos: las secuelas que los ensayos atómicos dejaron en las Islas Marshall
Entre 1946 y 1958, Estados Unidos lanzó, a modo de prueba, decenas de bombas atómicas sobre este territorio ubicado en el océano Pacífico. Uno de los ensayos fue mil veces más radioactivo que la detonación de Hiroshima.
- Info general
- Ago 7, 2024
Las Islas Marshall –ubicadas entre Hawái y Filipinas, sobre el océano Pacífico– son más radioactivas que Chernóbil y Fukushima, dado que en 1946 Estados Unidos probó armas nucleares sobre este territorio. Producto de la contaminación, que aún persiste, algunos animales marinos sufrieron mutaciones genéticas.
Las zonas más afectadas son los atolones –islas con forma de anillo que tienen una laguna interior que, generalmente, se comunica con el mar– de Bikini y Enewetak. Entre 1946 y 1958, Estados Unidos, que controlaba la región, probó 67 armas nucleares.
El mayor experimento se realizó en 1954 en Bikini, cuando se probó la bomba de hidrógeno conocida como “Castle Bravo”, que era mil veces más potente que la que se lanzó sobre la ciudad japonesa de Hiroshima.
Sobre finales de 1970, Estados Unidos construyó un almacén de residuos nucleares, cubierto de hormigón, en el atolón de Enewetak, el cual fue apodado con el nombre de “la tumba”. Se estima que más de 4.000 soldados estadounidenses trabajaron en la recolección de los restos radioactivos que había en las islas, y los depositaron en un cráter que está cubierto por esta estructura.
Sin embargo, en los últimos años hubo denuncias sobre una posible rotura de esta cápsula, que estaría conteniendo 73.000 metros cúbicos de material radioactivo. Es que la estructura presenta grietas en la superficie, y, como si esto fuera poco, no se selló el fondo con concreto, por ser un trabajo demasiado costoso. Esto quiere decir que este contenedor nunca fue realmente capaz de evitar que se filtre material radioactivo.
Si bien es un riesgo que las aguas subterráneas que fluyen hacia el Pacífico se contaminen, los expertos advirtieron que esto no necesariamente incrementaría los niveles de radioactividad en la zona oceánica lindante, los cuales ya son considerablemente elevados a causa de los experimentos.
Tiburones mutantes y frutas altas en radioactividad
A pesar del correr del tiempo, los niveles de radioactividad no parecen ceder: en 2016, un informe realizado por científicos de la universidad estadounidense de Columbia indicó que los valores de contaminación en Bikini habían aumentado. En 2022 el estudio se volvió a repetir y los resultados fueron alarmantes: la radiación gamma fue significativamente elevada, superando el límite máximo acordado en 1990.
Los expertos aclararon que los niveles de plutonio, una de las sustancias más tóxicas del mundo, en las islas eran entre diez y mil veces más altos que los de Fukushima y cerca de diez veces más elevados que los de la zona de exclusión de Chernóbil.
Además, se comprobó que las frutas autóctonas de las islas –como los cocos– tenían niveles de radioactividad más altos de los que permiten las normas de seguridad alimentaria
Asimismo, académicos de la Universidad de Stanford encontraron en la zona corales del tamaño de autos, cangrejos que se alimentan de agua subterránea radioactiva y tiburones que perdieron su segunda aleta dorsal.
El profesor de ciencias marinas de la Universidad de Stanford, Steve Palumbi, quien visitó las islas para analizar el impacto de la contaminación, detalló: “Hay tiburones nodriza individuales en las Islas Marshall que sólo tienen una aleta dorsal. La creencia popular es que la radiación causa mutaciones, y saben qué, es verdad”.
La situación en los atolones que componen las islas Marshall es dispar: en algunas zonas hay habitantes, pero en otras, como en Bikini, no están dadas las condiciones de salud ante los altos niveles radiactivos. No obstante, los ciudadanos de la región denuncian la persistencia de enfermedades como cáncer entre generaciones, y se ven impedidos de consumir los productos frutales o marinos que crecen en las islas, debiendo traer alimentos –principalmente enlatados– de afuera.