100 años de conflictividad: la crisis venezolana y el rol de los Estados Unidos
La tensión entre Washington y el país bolivariano no da tregua ni siquiera en el contexto de pandemia. La crisis que se vive al interior del país podría resentirse aún más en un mundo post Covid-19, pero ese panorama no evita el aumento de las tensiones.
- Internacionales
- Jun 7, 2020
Por Victoria Musto*
Poco de nuevo tiene la crisis venezolana. Sin ánimo de realizar un racconto taxativo, los principales hitos de los últimos años que moldearon el vínculo de nuestra región -bajo el liderazgo de los Estados Unidos- con el país bolivariano estuvieron mediatizados por organizaciones internacionales, como las decisiones tomadas por la Organización de los Estados Americanos (OEA), especialmente determinando la suspensión de Venezuela como así también la suspensión del Mercosur y la creación en el año 2017 del Grupo de Lima. Además, el tema ocupó un lugar clave en la agenda de las múltiples visitas a la región de funcionarios de alto nivel norteamericanos. Por último, Washington y la Unión Europea decidieron aplicar una serie de sanciones de carácter económico-financieras.
El año 2019 abrió un nuevo capítulo en la historia. La reelección de Maduro fue cuestionada por la oposición, habilitando el clima necesario para la aparición en escena de Juan Guaidó como “presidente encargado”, aunque no existiese tal figura en la Constitución. Estados Unidos reconoció a Guaidó, inclusive Trump sostuvo una polémica frase (“Todas las opciones están sobre la mesa”) haciendo alusión a la posibilidad de intervención armada. Tal declaración no fue bien recibida por los países latinoamericanos, ni siquiera por aquellos países más alineados con el país del norte.
A pesar de todos los esfuerzos, el régimen de Maduro no cayó. Guaidó entonces desarrolló una estrategia basada en la ayuda humanitaria, pero organizaciones como Cruz Roja se desligaron del proyecto cuando se evidenció que se estaba utilizando tal ayuda como instrumento para derrocar el gobierno. Frente a esto, la profundización de las sanciones económicas fue entonces la estrategia predominante. Pero todavía un evento más marcaría el 2019. El 30 de abril, se puso en marcha la “Operación Libertad”, un intento de insurrección armada donde se vio como Guaidó y los pocos militares insurrectos no consiguieron tomar la base área militar La Carlota y quedó en evidencia que los efectivos de la fuerza implicados eran muy escasos, tenían nulo poder de fuego y actuaban de manera descoordinada (2).
En este contexto y mientras el mundo empezaba a dimensionar el impacto de la pandemia, Trump denunció a Maduro y a un número de funcionarios de alta jerarquía por corrupción y narcoterrorismo, ofreciendo recompensa a cambio de información sobre el magistrado venezolano. Una semana después, mediante un decreto del Departamento de Justicia, el gobierno norteamericano anunció una operación antinarcótica ampliada, lo cual significaba la duplicación de fuerzas estadounidenses en el mar Caribe y en el Pacífico Oriental según informó la BBC, bajo la ejecución del Comando Sur. Asimismo, el secretario de Estado, Mike Pompeo, anunció un posible plan de transición. Tal plan podría ser resumido como lo titularon varios periódicos internacionales: “Ni Maduro Ni Guaidó”. En la propuesta de Pompeo el gobierno de transición no incluía ninguna de las dos figuras y el levantamiento de sanciones estaba supeditado a la realización de elecciones. Ambas medidas fueron criticadas y rechazadas por la cancillería venezolana.
Pero como bien tituló The New York Times, la tela de araña sobre la que se balancea el elefante de Venezuela no podría resistir mucho más, y fue en este contexto que se llevó a cabo la “Operación Gedeón”. Como rescató Elman en su newsletter Mundo Propio, The Associated Press había anunciado el plan el 1° de mayo. Ese mismo día Jordan Goudreau – un canadiense que estuvo vinculado con el ejército norteamericano y que actualmente posee una empresa de seguridad en Estados Unidos, la misma que brindó seguridad para el concierto organizado por Richard Branson- decidió lanzarse a la acción a pesar de los desacuerdos con Juan José Rendón, asesor político de Guaidó. El vínculo entre Guaidó, Goudreau y Rendón quedo evidenciado tanto en la circulación de un documento como por un audio que difundió Maduro donde se escucha a Guaidó apoyando la causa. La operación fracasó, dejando un saldo de 8 abatidos y 13 detenidos, entre los cuales se cuentan 2 ciudadanos norteamericanos. A los pocos días, Rendón tuvo que presentar su renuncia.
Pero los juegos de guerra todavía no habían terminado, el 24 de mayo llegaron a Venezuela buques iraníes con carga de combustible. Los mismos tienen como objetivo subsanar los altos niveles de escasez de gasolina a los cuales se enfrenta el país. Según afirman Bull y Rosales, la capacidad de refinamiento de Petróleos de Venezuela (PDVSA) ha ido mermando y las sanciones impuestas por Estados Unidos dificultan la venta internacional del petróleo venezolano, en un clima de caída de la demanda global (3). Mientras tanto, Maduro aseguraba que los buques serían escoltados por la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y como, comunicó El País, desde Teherán se le había advertido a la administración estadounidense que un acto hostil contra esta flota tendría consecuencias.
Los hechos muestran que la administración de Maduro aún tiene fortaleza, a pesar de las condiciones en las cuales se encuentra la ciudadanía. Como sostiene Sutherland, el aumento de la pobreza provocado por las sanciones es un estímulo poderoso para la emigración. Esto le conviene muchísimo al régimen, ya que facilita su control social. Menos habitantes significan menor presión sobre los subsidiados servicios públicos, menos protestas y más remesas. Además, dichas sanciones actúan aumentando la informalidad de la economía y su criminalización, con el surgimiento de mercados paralelos y la militarización de sectores estratégicos (3). La fragmentación de la oposición, resultante de sus múltiples fracasos, tampoco favorece la posibilidad un cambio positivo para los venezolanos.
Sumado a esto, al decir de Bull y Rosales, tres puntos impactarán de manera más punzante en el conflicto venezolano en el mundo de post-pandemia: el primer factor se relaciona con el debilitamiento del orden mundial que conocemos y la normalización de tendencias autoritarias, lo cual afecta a la posibilidad de establecer interlocutores legítimos en el conflicto y debilita las instituciones que podrían ofrecer apoyo; el segundo factor atañe al rol de los Estados Unidos como actor global, donde la creciente discrepancia entre liderazgo político y poderío económico dificulta una salida negociada y donde otros actores como Rusia, China o Cuba deben formar parte real de la negociación para una transición; finalmente, la condición de país petrolero de Venezuela obstaculiza su recuperación económica. Esta situación busca ser subsanada a través de la expansión de la minería de oro en el Arco Minero del Orinoco y su venta en circuitos internacionales opacos, sumado a los daños ambientales que tal actividad generan.
Si recordamos el tiempo en Macondo, el emblemático poblado imaginado por Gabriel García Marquéz en Cien Años de Soledad, vemos que se asemeja a la circularidad de las acciones de los Estados Unidos frente a aquellos países que considera problemáticos en América Latina. La observación del personaje Jose Arcadio Segundo “se estremeció con la comprobación de que el tiempo no pasaba, sino que daba vueltas en redondo”; bien podría describir el caso de Venezuela y –salvando algunas distancias– la similitud que presenta con otros casos históricos, como las sanciones y aislamiento a Cuba, la imputación al presidente nicaragüense Noriega como narcotraficante o los planes de intervención militar en Panamá. Además, no queda duda que los valores sostenidos por las partes –democracia y derechos humanos por Estados Unidos, antiimperialismo y socialismo en Venezuela– no son más que excusas de una disputa geopolítica donde el único valor que prima es el ejercicio del poder. En este estado de la situación, la resolución de la conflictividad venezolana se aleja más y más, porque esto “Quiere decir –sonrió el coronel Aureliano Buendía cuando terminó la lectura– que sólo estamos luchando por el poder”.
* Licenciada en Relaciones Internacionales (UNR), miembro de Café Internacional, ayudante en la cátedra de Política Internacional Latinoamericana (FCPOLIT – UNR).
(2) Sutherland, Manuel (2019). Venezuela: ¿Por qué volvió a fracasar la oposición?, Revista Nueva Sociedad n°282, ISSN: 0251-3552.
(3) Bull, Benedicte, Rosales, Antulio (2020). Nuevo escenario global: COVID-19 y perspectivas para una salida negociada en Venezuela, Análisis Carolina 31/2020, Fundación Carolina, Madrid. ISSN: 2695-4362 https://doi.org/10.33960/AC_31.2020