VIERNES, 29 DE NOV

EE.UU.: tienen empleo pero van a dormir a albergues para indigentes

El próximo ocupante de la Casa Blanca deberá afrontar problemas estructurales de Estados Unidos como el de los empleados que, al acabar su turno, recogen sus bártulos y tienen que irse a dormir a un albergue para indigentes.

“El próximo ocupante de la Casa Blanca deberá afrontar problemas estructurales de Estados Unidos como el de los empleados que, al acabar su turno, recogen sus bártulos y tienen que irse a dormir a un albergue para indigentes”.

Así de contundente es la afirmación de Amanda Mars, quien respecto de los estadounidenses “sin techo”, abunda en detalles en una nota publicada en el diario El País, de España.

La nota periodística es casi un relato novelado sobre la difícil situación por la que atraviesa un elevado número de personas en los Estados Unidos.

Este es el texto completo:

A la cita con este periódico, en el centro de Manhattan, llega tarde y azorada. En el trabajo también se presentará unos minutos después de la hora acordada. Las demoras se suceden y se retroalimentan. Como ese día tiene el turno de las tres de la tarde, probablemente no llegará a casa hasta pasadas las 10 de la noche y eso, a los 27 años, se lo apuntan como falta. No porque viva en el seno de una familia estricta, sino porque esa es la hora límite de llegada al albergue para indigentes en el que duerme cuando sale de trabajar en McDonald’s. Al menos, ese día es sábado y no se tiene que organizar para llevar y recoger del colegio a los niños de ocho, siete y cuatro años. Allí también suelen afearle los retrasos.

No es una rareza

La vida de Y., como pide que se la identifique, no es una rareza: una tercera parte de las familias que duermen en los centros para los sin techo de la ciudad tienen al frente a una persona con empleo. Pero en Nueva York, trabajar ya no significa ganarse la vida. En Estados Unidos como conjunto, tampoco: seis de cada 10 hogares que se encuentran bajo el umbral de la pobreza en todo el país tienen a al menos uno de sus miembros empleados, según el Instituto de Política Fiscal.

“Trabajo entre 25 y 30 horas semanales; no he conseguido que me den más. Y saco normalmente unos 280 dólares brutos a la semana. En cuanto los tengo, lo primero que hago es comprar la comida, no da para mucho más, pagar el teléfono, el metro… Necesito eso para poder trabajar”, explica. Lleva en el albergue para indigentes, junto con los niños y su pareja, desempleado, varios meses, desde que les desahuciaron de su apartamento en el distrito de Brooklyn. En Nueva York la vivienda es, además, un motor de pobreza: un estudio en el Bronx, construido en un programa dirigido a “bajos salarios”, cuesta 867 dólares mensuales (unos 790 euros), y para solicitarlo hay que acreditar un sueldo anual de entre 31.098 y 36.300 dólares (de 28.300 a 33.000 euros).

Con empleo pero sin techo

Cuando el trabajo no da lo bastante, el empleado recurre a la asistencia pública para cubrir sus necesidades básicas. El 71% de los sostenidos por los programas de ayuda a los pobres son hogares cuyo cabeza de familia trabaja, según un informe del Centro de Investigación del Empleo y la Educación de la Universidad de Berkeley, que cifra la factura anual de estas ayudas en 152.000 millones de dólares. Si una empresa con amplios beneficios paga sueldos inferiores al nivel de subsistencia, está trasladando los costes a los contribuyentes estadounidenses, concluyen estos investigadores.

El gigante de la distribución Walmart, la empresa con más trabajadores del país, que obtuvo unas ganancias de 14.690 millones de dólares limpios el año pasado, se topó con una polémica considerable en 2013. Algunas de sus tiendas en Ohio pedían donativos para los trabajadores de la cadena en situación de necesidad. “Por favor, donen aquí productos de comida para que los empleados en situación de necesidad puedan disfrutar de una cena de Acción de Gracias”, rezaba uno de los carteles fotografiados en Cleveland.

 

Datos preocupantes

 

“Si empresas tan grandes como Walmart o McDonald’s pagasen lo mínimo para vivir, todos esos recursos se destinarían a lo que realmente hace falta, y los subsidios no se convertirían, al final, en ayudas indirectas a las empresas que desde luego no necesitan”, se queja Héctor Figueroa, presidente del sindicato de trabajadores de servicios SEIU. Estas grandes corporaciones se han convertido en símbolos de la precariedad salarial del país, aunque el problema de los trabajadores pobres está extendido entre el sector servicios.

Lázaro Monterrey, de 40 años, lleva cinco meses trabajando en el aeropuerto de Boston y saca 10,5 dólares la hora, de miércoles a viernes, así como los domingos, de dos de la tarde a 22.30. Cuando estaba empleado en la construcción, se hacía con entre 15 y 20 dólares, lo cual era muy distinto. Cuida de su hija adolescente, recibe ayudas médicas para pobres y dinero en efectivo para comer.

 

Por mejores salarios

 

El de la comida rápida fue el sector que prendió la mecha de la lucha por el sueldo de 15 dólares por hora, que ha ganado varias batallas, como en California y Nueva York, cuyos gobiernos los han asumido como salario mínimo a lograr en un horizonte de varios años. Entre 2006 y 2014, el salario mínimo federal pasó de 5,25 a 7,25 dólares por hora. La presión también ha cambiado algunas cosas en las empresas. La citada McDonald’s elevó en 2015 el sueldo mínimo de sus empleados un 10%, hasta algo más de 10 dólares por hora. Y Walmart anunció ese mismo año que lo llevaría al mismo nivel. Pero algunos empleados se quejan de que ahora han perdido jornada.

Tras la Gran Recesión, el paro se halla en mínimos en el país más rico del mundo, pero muchos de esas nuevas labores ocupan menos de 40 horas semanales, aunque el trabajador pida más. Stan Veuger, del Instituto de Empresa Americano, un influyente laboratorio de ideas conservador, advierte de que un incremento de hasta 15 dólares la hora del salario mínimo supondría “la destrucción de muchos empleos”. A su juicio, “se les puede ayudar de otra forma, con ayudas en sus impuestos, por ejemplo, y dirigido a los hogares, no se puede afrontar igual el caso de un estudiante con su primer empleo y una familia”.

La de Y. es una más en una amalgama de estadísticas, aunque la situación le avergüence y oculte lo del albergue en el trabajo. La tendencia a la desigualdad no va de republicanos o demócratas, se ha construido con los años. Eso explica que trabajadores como ella no tengan precisamente las elecciones de la semana que viene en su cabeza.

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