MARTES, 26 DE NOV

El fracaso de la guerra contra las drogas explicado por 33 exnarcos

Una tesis de investigación elaborada a partir de entrevistas a personas que tuvieron alguna vinculación con el narcotráfico expone las causas del fracaso de las políticas actuales.

Karina García Reyes es del norte de México, una de las regiones más atravesadas por las balaceras y enfrentamientos. Hechos que comenzaron siendo esporádicos -cuenta- terminaron convirtiéndose en la escena cotidiana del día a día.

Ese terror la llevó a decidir estudiar un posgrado en el extranjero, ya que no quería continuar sus estudios «entre tanta inseguridad». Su destino fue Inglaterra, lugar en el que cultivó su interés académico por la violencia del narcotráfico y sus diferentes aristas.

Fue así que la frustración por la realidad de su territorio natal terminó transmutada en una una investigación de las políticas de seguridad empleadas por Felipe Calderón, presidente de México entre 2006 y 2012 a través de su tesis de máster, razón por la que lleva siete años estudiando el tema.

Reyes relató su historia el El País de España. Su tesis doctoral se enfocó en estudiar la violencia del narcotráfico a través del análisis de historias de vida. Esto la llevó a -entre octubre de 2014 y enero de 2015- entrevistar a 33 hombres que formaron parte de los cárteles de droga.

Las temáticas abordadas en las entrevistas -especificó- fueron varias: niñez y adolescencia, alcoholismo, drogas, vandalismo y su incursión en el circuito narco. El fin de la autora era entender el impacto de estas experiencias personales en el ingreso de los participantes en el narcotráfico y la construcción de una narrativa desde el punto de vista discursivo de los entrevistados.

Fuente: El País de España

El análisis propuesto por Reyes es clave para el abordaje de un fenómeno complejo, de explicación multicausal, y el diseño de políticas públicas y de seguridad acordes. «Hasta ahora, dichas políticas se diseñan bajo la lógica de quienes las diseñan. No sorprende, entonces, su gran fracaso», apuntó la investigadora en El País.

Narcos: ni mounstros ni víctimas

El primer punto del enfoque investigativo de Reyes estuvo abocado a resaltar que los narco son parte de la sociedad y no unos monstruos ajenos al contexto. Están expuestos a los mismos discursos, valores y tradiciones que todos los mexicanos -situación que puede transpolarse a otros países-. De esta manera, queda anulada la prédica gubernamental que suele reproducir un discurso binario -de raíz estadounidense- de «ellos» y «nosotros»; «buenos» y «malos». Esta burda simplificación no hace más que postergar la comprensión de los múltiples matices que revelan las causas de la violencia.

Según las entrevistas que la investigadora relata en el medio español, los participantes no se ven como víctimas ni como monstruos. Tampoco señalan que su ingreso al mundo narco como su «única opción» para sobrevivir». Reconocen que, si bien la economía informal les permitía sobrevivir bien y mantener a sus familias, ellos querían «más».

Fuente: El País

Los entrevistados tampoco se ven como criminales sanguinarios, como se les representa en las películas. Los participantes se autodefinen como agentes libres que decidieron trabajar en una industria ilegal, pero también se definen como personas “desechables”.

Este sentimiento de marginación, sumado a un consumo altamente problemático de estupefacientes y la falta de un propósito general de vida, hace que valoren poco sus vidas y que la muerte, en cambio, sea vista como un alivio.

Este es un tema clave a considerar en el diseño de políticas públicas. Una tarea central es evitar que más niños y jóvenes se sientan desechables.

«Mi investigación revela cómo los participantes reproducen el discurso binario del Gobierno. Se autodefinen como ‘ellos’, los marginados de la sociedad. No se consideran ‘nosotros’, parte de la sociedad civil. También reproducen la ética individualista que permea México desde la entrada del neoliberalismo a fines de los 80. Esta ética es un arma de doble filo: no culpan al Estado o a la sociedad por su condición de pobreza, pero tampoco sienten remordimiento por sus crímenes. Consideran que ellos tuvieron ‘la mala suerte’ de nacer pobres y marginados y sus víctimas tuvieron ‘la mala suerte’ de caer en sus manos. Su lógica es simple: ‘Cada quien que se rasque con sus propias uñas», señala Reyes.

La clave de la pobreza

Al analizar las entrevistas, la investigadora identificó un conjunto de regularidades e ideas asumidas como verdades, a las cuales denominó «discurso narco».

Tal afirma, el discurso del narco produce un significado de la pobreza tajante. Se asume que la gente pobre no tiene futuro y por lo tanto no tiene nada que perder. Como lo aseguró uno de sus entrevistados (Wilson): “Yo sabía que iba a crecer y morir en la pobreza y solo le preguntaba a Dios: ¿Por qué yo?”. La pobreza se naturaliza, se entiende como una condición inevitable sin señalar responsables. Se da por sentado que “alguien tiene que ser pobre” (Lamberto) y que “no puedes hacer nada para evitarlo” (Tabo).

Fuente: El País de España

Esta visión de pobreza -describe El País- implica una visión individualista del mundo: los individuos son responsables por su desarrollo económico y social. “Yo sabía que estaba solo, si quería algo lo tenía que obtener por mí mismo” (Rigoleto).

La lógica del discurso del narco desde el punto de vista de la pobreza es que los individuos están solos y por lo tanto impera “la ley del más fuerte” (Yuca). Así también lo explicó Cristian ante Reyes: “En mi barrio todos sabíamos las reglas: el que se duerme pierde. Esa era la ley. Tienes que ser rudo, violento, uno se tiene que cuidar porque nadie lo va a hacer por ti”.

El discurso del narco asume que los niños y jóvenes inevitablemente serán parte del circuito. “Cuando creces en un barrio pobre ya sabes que en algún punto te convertirás en drogadicto” (Palomo). Igualmente -dice la investigadora- las pandillas, que implican vandalismo y violencia diaria, son construidas como “la única manera de sobrevivir a la violencia en las calles” (Piochas). Por lo tanto, se da por sentado que estos jóvenes no tienen futuro y por eso son desechables: “Cuando eres drogadicto te ves a ti mismo como nada, peor que basura… ¿a quién le va a importar la vida de un pobre drogadicto?” (Palomo).

La muerte temprana de estos jóvenes también se percibe como inevitable: “Cuando ves tantos de tus compañeros morir en peleas, de una sobredosis, balaceados por la policía, tú piensas que ese también es tu futuro” (Tigre). De esta manera, se asume que el destino de los jóvenes pobres es fatal: “Siempre pensé que mi destino era morir, ya sea de una sobredosis o por una bala” (Pancho).

Bajo esta lógica, una de las pocas maneras de disfrutar la vida es a través del consumo de productos de lujo y la única manera de acceder a ellos es a través del “dinero fácil” que les proporciona “la vida fácil”. La vida fácil es el trabajo en el narcotráfico. La felicidad dada por el dinero fácil se entiende como efímera pero que merece la pena, porque se asume que “en este mundo, sin dinero no eres nadie” (Canastas). Se reconocen los peligros: “Un día puedes estar en un restaurante lujoso rodeado de mujeres hermosas, pero al día siguiente puedes despertar en un calabozo” (Ponciano). Así pues, la vida fácil se tiene que vivir rápido y al máximo: “Mi meta era disfrutar cada día como si fuera el último. No escatimaba en nada. Me compraba las mejores trocas (camionetas), los mejores vinos y tenía las mejores mujeres” (Jaime).

Violencia y machismo

Desde la perspectiva de Reyes, «el discurso del narco» también produce la idea de que “un hombre de verdad” tiene que ser agresivo, violento y mujeriego.

Los participantes de la investigación se referían a los barrios pobres como “la jungla” haciendo alusión a la ley del más fuerte. La violencia física es esencial para sobrevivir, literalmente.

El discurso del narco resalta un aspecto clave de la violencia: es aprendida. Los hombres no nacen, se hacen violentos. Como lo explicó Jorge: “Cuando era niño, los niños más grandes me pegaban, se aprovechaban de mí porque estaba solo. Yo no era violento, pero tuve que volverme violento, más violento que ellos. Lo tienes que hacer si quieres sobrevivir en las calles”.

En “la jungla” los hombres también sobreviven por tener una cierta reputación. Se asume que el “hombre de verdad” es heterosexual, mujeriego, “bueno para la parranda, las drogas y el alcohol” (Dávila).

En este discurso también se reconoce que, a diferencia de las mujeres, el hombre de verdad no puede mostrar sus miedos, sus emociones y debilidades, y la mejor manera de hacerlo es demostrar fuerza y dominio en todos los territorios: en la pandilla, en las peleas con pandillas rivales y en sus casas, con sus familias.

En las entrevistas un tema recurrente fue el rencor que los participantes sentían en contra de sus padres. De hecho, 28 de los 33 entrevistados admitieron que en algún punto de sus vidas su mayor ilusión era matar a sus padres. La violencia doméstica y de género son las primeras experiencias de vida de estos participantes. Todos coincidieron en que su mayor frustración era ver como sus padres golpeaban y abusaban de sus madres constantemente. Este tema es una constante en las narrativas, no solo cuando se abordó su niñez sino también cuando se tocaron temas de drogadicción, violencia y su incursión en el crimen.

Para algunos participantes, la fantasía de matar y hacer sufrir a sus padres era su mayor motivación para trabajar en el narco. Por ejemplo, Rorro explicó que “cuando era niño no tenía ilusiones, o planes para el futuro, mi único pensamiento era matar a mi padre cuando fuera grande, lo quería cortar en pedacitos” y ser parte del narco le otorgaba esta oportunidad. Ponciano también indicó que cuando le tocaba torturar personas se imaginaba que la persona era su padre “y los hacía sufrir con más ganas, como él nos hizo sufrir a nosotros”.

Las fantasías de los participantes sobre matar a sus padres son similares, todos coinciden en que los querían hacer sufrir, querían cobrar venganza no por su sufrimiento, sino por el de sus madres. Notablemente, todos también coinciden en que llegada la oportunidad no pudieron cumplir su fantasía. Facundo lo explica así: “Si hubiera querido, lo hubiera matado. Tenía docenas de sicarios trabajando para mí. Si hubiera querido, lo hubiera podido ver sufrir bajo tortura. Pero no pude, así que le dije: vete lejos de aquí, que no te vea. Si te vuelvo a ver te mato”.

Desafíos para América Latina

Las causas del crimen y violencia en América Latina son similares. Independientemente del tipo de violencia, de narcotráfico, militar, de guerrillas o de maras, al parecer de Reyes hay dos ejes transversales: la pobreza y las masculinidades tóxicas (el machismo). Las experiencias de vida diaria de aquellos que viven en pobreza son el caldo de cultivo para todo tipo de violencia (doméstica, de género, de pandillas). Todo esto enmarcado por un tipo de violencia invisible, y pocas veces reconocida, la violencia estructural del Estado.

«Académicos, políticos y sociedad civil tenemos que entender y aprender de estas experiencias. A pesar de que se reconoce a la pobreza como madre de todos los males, nosotros no sabemos lo que significa vivir en pobreza. El problema de la violencia únicamente se puede minimizar y evitar si se entiende y ataca localmente. Cada región, cada barrio, tiene problemas y necesidades específicas. Las políticas públicas diseñadas en masa no funcionarán. Y tal vez este es el gran problema, la solución de raíz al problema de la violencia no ofrece grandes recompensas a los políticos», apuntó la investigadora.

Igualmente, las masculinidades dominantes en nuestros países no solo justifican, sino que incentivan la violencia. La solución a los problemas en la región invariablemente es la agresión y políticas de seguridad militarizadas. «Las políticas no violentas no son una opción hasta ahora en nuestros países porque el machismo y la violencia están institucionalizados», publicó El País.

«La clave para atacar la violencia -continuó Reyes en su publicación- es entenderla: ¿de dónde viene? ¿Quién la justifica y cómo? ¿Cómo se reproduce? ¿Cómo se ha lidiado con ella? Para contestar estas preguntas, necesitamos un enfoque interdisciplinario y la disposición de nuestros Gobiernos a escuchar».

«Lo que más urge es un cambio de paradigma: que los militares regresen a los cuarteles, que los problemas complejos se empiecen a resolver localmente (aunque eso no les otorgue medallitas a los políticos) y dejar a un lado el discurso binario que justifica la muerte de ‘ellos’, el cual solo alimenta su indiferencia hacia ‘nosotros'», concluyó.

Fuente: El País de España

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