JUEVES, 21 DE NOV

El premio Nobel de Economía no acaba de convencer

Tras 75 laureados en su haber, La polémica sobre si Alfred Nobel habría tenido la idea de recompensar a los economistas aparece cada año. Esta vez, debe atribuirse el lunes a las 11.

Los economistas se equivocan regularmente y no se ponen nunca de acuerdo. Sin embargo, tienen su premio Nobel, cuya legitimidad sigue cuestionada tras 75 laureados en su haber.

El «premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel», el último de esta serie de galardones, debe atribuirse el lunes a las 11 en Estocolmo.

Este galardón cierra una temporada marcada por los premios atribuidos a la bielorrusa Svetlana Alexievich en Literatura y a los artífices del diálogo democrático en Túnez, en la categoría de Paz.

¿Verdadero Nobel o imitación? La polémica sobre si Alfred Nobel habría tenido la idea de recompensar a los economistas aparece cada año. Esta distinción se acopló a las otras a partir de 1969, para festejar los 300 años del banco central sueco.

La disciplina se diferencia de las Ciencias Naturales, recompensadas una semana antes, en que «no es una ciencia experimental», afirma en la página web de la Fundación Nobel el ex presidente del jurado de economía, Peter Englund.

Sin embargo, para otros muchos, sí que existe una economía experimental. En 2002, el premio lo recibió el estadounidense Vernon Smith, quien montaba pequeños mercados con sus estudiantes, por «haber convertido la experiencia en laboratorio en un instrumento de análisis económico empírico».

El jurado podría coronar a este año a economistas con una brillante carrera investigadora, que prefirieron abandonarla para enfrentarse a la dura realidad de la crisis financiera. El francés Olivier Blanchard, que abandonó sus funciones en el Fondo

Monetario Internacional, y el estadounidense Ben Bernanke, jubilado de la Reserva Federal.

Los favoritos son, no obstante, discretos profesores de universidades norteamericanas como el estadounidense de origen indio Avinash Dixit (Princeton), su compatriota Robert Barro (Harvard) o el finlandés Bengt Holström (MIT).

Concepto siempre tan malo 

La diversidad de decenas, incluso de centenares, de pretendientes refleja los profundos desacuerdos con los que cuenta esta disciplina.

Las Ciencias Económicas no han establecido realmente «leyes», que todos sus teóricos admitan como válidas. Por ejemplo, el postulado de una gran parte de la investigación, según el cual los agentes económicos son racionales, lo desmonta otra corriente representada por el premio Nobel de 2013, Robert Shiller.

Para Sheila Dow, profesora de Economía de la universidad de Stirling (Escocia), esta diversidad es una ventaja. «Es mejor tener toda una serie de enfoques en los que apoyarse (…) para solucionar los nuevos problemas económicos», explica a la AFP.

Dow aprecia que el jurado del Nobel sea «plural», al subrayar que «la economía puede ser una ciencia social madura y, en cambio, no aspirar a establecer leyes universales o un consenso generalizado».

Otros economistas critican, por su parte, el principio mismo del premio, ya que, buscando recompensar al investigador más brillante, sobrevalora las construcciones intelectuales abstractas, alejadas del funcionamiento real de la economía.

«El problema con la medalla Nobel no es tanto la elección de un hombre (…), sino el hecho de que designa a la economía como un campo científico digno de recibir un premio Nobel», escribía en 1970 un jovencísimo economista estadounidense, Michael Hudson.

Cuarenta y cinco años después, este concepto continúa siendo para él «tan malo», ya que «fundamentalmente hace propaganda de la teoría liberal de tipo Chicago», dice a la AFP, en referencia a la universidad homónima, la más laureada.

La disciplina ha ganado prestigio desde los años 1960 y 1970 con el afinamiento de modelos matemáticos, el aumento de efectivos y presupuestos en el departamento de economía de las universidades, y el lugar otorgado a los economistas en el debate público.

Sin embargo, sus méritos no logran acabar con el escepticismo del gran público. Estos economistas parecen incapaces de predecir crisis financieras o una inversión de la coyuntura económica, así como de plantear soluciones al desempleo masivo.

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