JUEVES, 21 DE NOV

Estados Unidos elige presidente en una votación bisagra que expone su actualidad

Donald Trump o Joe Biden. En lo que se anticipa como una votación récord, millones de estadounidenses votarán este martes al nuevo mandatario, como así también para renovar toda la Cámara baja del Congreso, un tercio del Senado y las legislaturas de la mayoría de los estados.

 

En lo que se anticipa como una votación récord, millones de estadounidenses terminarán por definir este martes quien será presidente por el período 2020-2024, como así también de votar para renovar toda la Cámara baja del Congreso, un tercio del Senado y las legislaturas de la mayoría de los estados, en medio de un fuerte clima de polarización política, de la peor crisis económica en décadas y con las cifras epidemiológicas de la pandemia aún sin control.

Por un lado, muchas encuestas pronostican una victoria del candidato opositor, el exvicepresidente Joe Biden, y su compañera de fórmula, la senadora Kamala Harris, tanto por el voto popular como en el Colegio Electoral, que es el que vale legalmente. Sin embargo, los sondeos se equivocaron hace cuatro años y, por eso, el presidente y candidato a la reelección, Donald Trump, sostiene que repetirá la sorpresa de 2016.

No obstante, estas elecciones tienen muchos condimentos nuevos: fue la campaña más cara de la historia de Estados Unidos; todo indica que por primera vez en la historia más gente habrá votado -por correo o presencialmente- antes del día de las elecciones que durante los comicios propiamente dichos; y el propio presidente agitó el fantasma de un fraude al punto de generar temores declarados de la oposición de una crisis poselectoral.

A esto se suma la inédita combinación de una pandemia que mató a más de 231.000 personas y profundizó la polarización entre un oficialismo que no la considera la prioridad política y una oposición que exige un cambio de rumbo, y una crisis económica que frenó el período de crecimiento más largo de la historia del país e inauguró una recesión, aún pese a algunos signos de recuperación.

En general, cuando un presidente busca su reelección, los comicios se convierten en una suerte de referéndum sobre su gestión. Pero esta vez, dado este complejo y distintivo contexto, el referéndum podría ampliar su alcance a los aliados más visibles de la Casa Blanca y al partido oficialista en general.

En realidad, se postula como un referéndum sobre si Estados Unidos quiere continuar liderando el proceso iniciado con la «globalización», y más antes aun, en tiempos de Roosevelt, o si continúa por sendero de corte más «nacionalista». En este enfoque es que se introducen los dardos de Trump al «Deep State», el estado profundo norteamericano, el «pozo» que dice querer vaciar. Biden (y todo el Partido Demócrata), en ese esquema representarían el institucionalismo más exacerbado, la opción de Wall Street. Sí, justo donde Trump construyó su «imperio» inmobiliario.

La oposición demócrata no solo logró movilizar un número inédito de millones de dólares para recuperar la Casa Blanca, sino para castigar, por ejemplo, a su hombre en el Congreso -el jefe de la bancada mayoritaria en el Senado, Mitch McConnell- y a uno de los artífices de su mayor legado (más de 200 confirmaciones de jueces conservadores, tres de ellos en la Corte Suprema), el presidente de la Comisión de Justicia en la misma cámara, Lindsey Graham.

Mientras nadie -excepto Trump- vislumbra la posibilidad de que la oposición demócrata pierda el control de la cámara baja del Congreso, la movilización nacional en torno a varias elecciones senatoriales puso en peligro el dominio republicano de la cámara alta.

Los republicanos poseen hoy una mayoría de 53-47 en el Senado y mañana se pondrán en juego 35 bancas, 23 en manos de ellos y 12, de los demócratas.

El posible avance demócrata que pronostican la mayoría de las encuestas también podría expandirse sobre las legislaturas locales que se renovarán mañana y que, en este año particular, suman un valor extra.

Tras el reciente censo nacional, todos los poderes legislativos de los estados deberán redibujar el año próximo los distritos electorales y ya no es secreto que en muchos casos el trazado beneficia a la mayoría parlamentaria del momento.

El dinero no es ni la única ni la principal señal de que esta elección logró movilizar más a la sociedad estadounidense

Un día antes de las elecciones, ya votó de manera anticipada en torno al 70% del total de la participación de 2016, una cifra sin precedentes que en Texas superó el 100% de la participación de la anterior elección presidencial y, en otros 11 estados, el 85%, incluidos seis estados considerados clave para el resultado final.

En Estados Unidos, no se conoce el tamaño del padrón antes de las elecciones, pero sí cuántos ciudadanos están en condiciones de registrarse y luego votar. Este año son un poco más de 239,2 millones, casi 9 millones más que hace cuatro años.

En 2016, cuando ganó Trump, más de 137,5 millones personas votaron. Con la elección anticipada de más de 94 millones de ciudadanos este año, muchos analistas creen que la participación podría crecer hasta 150 millones, lo que superaría incluso el nivel de 2008, cuando Barack Obama arrasó en las urnas.

Pero además del dinero y la participación, este año tiene un tercer elemento electoral inédito: Trump y sus continuas advertencias sobre un posible fraude. Al mismo tiempo que la oposición demócrata impulsaba el voto anticipado, la campaña presidencial republicana instalaba el fantasma de un fraude con los votos por correo.

Casi un 64% del voto anticipado se emitió de manera postal, lo que significa que en muchos estados será clave para el resultado final.

Pese a esto, aún hay sentencias pendientes en la Justicia federal y de varios estados sobre si parte de las flexibilizaciones para sufragar por correo son constitucionales.

Esto significa que parte de esos votos ya emitidos aún podrían ser anulados o, como advirtió la decana de los programas de Política Pública y Servicio Público de la Universidad de Hofstra de Nueva York, Meena Bose, podría generarse una crisis de poderes en los estados con cohabitación partidaria -Poder Ejecutivo de un color político y Legislativo de otro- sobre si deben ser contados.

En este último grupo hay cuatro estados con resultado abierto y que serán clave para cualquier victoria: Michigan, Pensilvania, Wisconsin y Carolina del Norte.

Junto a la posibilidad de una judicialización de los resultados estatales también crece el temor de lo que pueda suceder si, como ya muchos analistas descuentan, algunos estados clave no llegaran a anunciar sus resultados en la madrugada después de las elecciones.

El ejemplo más claro es Pensilvania, un estado en el que tanto Trump como Biden dedicaron gran parte de sus últimas horas de campaña.

«Es muy probable que Trump se declare ganador cuando una gran parte de los votos presenciales que favorecen a los republicanos hayan sido contados, pero antes a que el vasto número de votos demócratas por correo sean escrutados», advirtió el fin de semana el senador y exprecandidato presidencial demócrata Bernie Sanders, sintetizando el temor que hace semanas ya no esconde ni la oposición ni la academia ni los medios.

Del otro lado, muchos esperan para no dejarse «robar la elección». Vale recordar, en este caso un dato para nada menor: la sociedad norteamericana es una de las más armadas del mundo a nivel particular. u

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