A 50 años de «la emergencia» en el primer paseo espacial
La carrera espacial protagonizada entre EEUU y la URSS tuvo como meta llegar a la Luna. Pero antes fue necesario que los astronautas pudieran gozar de un traje que les permitiera salir al exterior de sus naves. Hace 50 años el ruso Alekséi Leónov fue el primero en hacerlo.
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- Mar 21, 2015
El 18 de marzo, el calendario nos marcó el 50 aniversario de un gran hito en la historia de la exploración espacial: el cosmonauta Alekséi Leónov se convirtió en el primer ser humano en abandonar una nave durante un vuelo espacial.
Nunca me ha gustado el término «paseo espacial»; evoca una actividad desprovista de responsabilidad, distendida y relajada, algo que nada tiene que ver con la realidad. En el mundo aeroespacial, los «paseos espaciales» reciben el nombre técnico de «actividad extravehicular» y se suele reducir a un acrónimo: EVA (Extra Vehicular Activity).
En la década de los 60, la capacidad técnica para realizar EVA era muy perseguida por las potencias que protagonizaron la carrera espacial: EEUU y la URSS. Esta carrera tenía a la Luna por meta y, para explorarla, era necesario que los astronautas pudieran gozar de un traje que les permitiera salir al exterior de sus naves y moverse libremente por nuestro satélite, el cual, al estar desprovisto de atmósfera, presenta en su superficie las mismas condiciones medioambientales de vacío y radiación que se experimentan más allá de la atmósfera terrestre, a algo más de un centenar de kilómetros sobre la superficie de la Tierra. También era necesaria esta capacidad para realizar ciertos trabajos fuera de las naves y para realizar transferencias de tripulación en situaciones de emergencia entre naves que se acoplan, por ejemplo, en caso de que no se pudiera abrir el túnel que las conectaba.
La tripulación de la misión que voló la primera EVA de la historia estuvo compuesta por los cosmonautas Pável Beliáyev y Alekséi Leónov, ambos pilotos de las Fuerzas Aéreas Soviéticas, y se llevó a cabo a bordo de una nave Voskhod modificada a la que se designó Voskhod 2. Esta nave tenía una forma esférica a la que se había adaptado un anillo exterior por el que se desplegaba, una vez que la nave estuviera en el espacio, una innovadora esclusa cilíndrica hinchable, llamada Volga, a través de la que Leónov salió al espacio exterior provisto de una mochila de sustento vital y de un traje especial que estuvo unido a la nave por medio de un cable umbilical de algo más de cinco metros.
Las preparaciones para la salida de Leónov se iniciaron al poco de que la Voskhod se pusiera en órbita.
Después de hinchar el Volga y de presurizar su interior con aire, Beliáyev abrió la escotilla de entrada para que Leónov, ya dentro de su traje, se introdujera en la esclusa. Una vez hechas las pertinentes comprobaciones de funcionamiento, Beliáyev cerró la escotilla y procedió a despresurizar el Volga. Mientras estas operaciones se llevaban a cabo, Beliáyev mantuvo una conversación constante con Leónov, insistiéndole en que estuviera tranquilo y en que se ajustara al plan de vuelo en todo momento. Finalmente, apenas poco más de una hora y media después del lanzamiento, Beliáyev abrió por control remoto la escotilla por la que Leónov emergió pocos segundos después, al tiempo que la nave aparecía por el horizonte para entrar en comunicación con la estación de tierra de Yevpatoria, en Crimea, por la que se recibieron las imágenes de su salida y sus primeras palabras: «Puedo ver el Cáucaso».
Luego de asomar su cuerpo al completo, Leónov, que había estado firmemente agarrado al pasamano exterior de la esclusa, volando a más de 27.000 km/h y a más de 170 km de altitud, procedió a soltarse. «Fue una sensación extraordinaria…, era libre sobre el planeta Tierra, y lo veía, lo veía rotando majestuosamente debajo de mí». La emoción en el Control de la Misión en Moscú estaba desbordada: se acababa de lograr un gran éxito en la exploración espacial y un gran compañero con el que habían trabajado estrechamente estaba siendo el primer ser humano en vivir una experiencia semejante.
Mientras, sin embargo, el padre de Leónov no veía la situación de la misma manera. Acompañado de un grupo de periodistas que se habían congregado en su casa para seguir la misión, y sin saber que el objetivo del vuelo consistía en demostrar una salida extravehicular, el padre de Leónov observaba irritado las evoluciones de su hijo «¿Por qué actúa como un delincuente juvenil? Todos los demás pueden completar su misión sin salir de la nave, ¿qué hace saliendo ahí fuera? ¡Debe ser castigado por esto!». Su enfado, sin embargo, se disipó cuando pudo oír, con gran sorpresa y orgullo, la felicitación personal del secretario general del PCUS y presidente de la URSS, Leonid Brézhnev, a través del Control de la Misión en Moscú.
La EVA de Leónov estaba prevista que durara entre diez y quince minutos a pesar de que poseía provisiones de aire de algo más de dos horas. Su mochila le podía proveer sustento por unos 45 minutos y había un tanque de aire de emergencia fuera de la esclusa que le podía proporcionar 80 minutos adicionales. Si bien su EVA se desarrollaba con normalidad, hacia el final de su aventura extravehicular, Leónov comenzó a tener problemas. Su traje se había hinchado progresivamente más de lo esperado, hasta el punto de que sus pies y manos apenas alcanzaban a estar dentro de las botas y guantes del traje. Para cuando tuvo que ingresar en la esclusa y poner fin a su salida de doce minutos, pudo comprobar que no podía hacerlo entrando por los pies.
Entrar con los pies por delante era importante ya que de esa forma podría alojarse directamente en su asiento dentro de la Voskhod, una nave de apenas 2,3 metros de diámetro y con muy poco espacio utilizable. Sin embargo, a pesar de sus intentos, Leónov no conseguía realizar esta operación. Llegó a la conclusión de que no podría introducirse en la esclusa con los pies por delante y decidió entrar de cabeza.
Entrar de cabeza también iba a implicar dificultades considerables. Debido al hinchamiento del traje, su capacidad de control sobre sus extremidades estaba muy mermada; realmente, sólo tenía una opción: expulsar aire de su traje a través de una válvula exterior que podía accionar manualmente. Leónov redujo la presión interior del traje hasta en un 40% y la llevó a los niveles de emergencia de algo menos de 0,27 atmósferas, lo que le permitió recobrar el control marginal necesario para introducirse de cabeza en la esclusa. Todas estas operaciones requerían un gran esfuerzo por parte de Leónov; su cansancio aumentaba y el sudor se acumulaba en el interior del traje; su ritmo cardíaco, de respiración y la temperatura interior también aumentaban… pero la situación no había acabado aquí.
Leónov sabía que una vez en el interior de la esclusa, tendría que darse la vuelta para poder entrar en la nave por los pies. Al menos, dentro de la esclusa tendría la fricción con la pared interior para poder ayudarse a dar la vuelta; la reducción de la presión interior del traje también ayudaba, pero girarse sobre sí mismo en el interior de una esclusa de un diámetro de apenas 1,2 metros, suponía todavía un enorme reto. En su esfuerzo, su corazón latía a más de 140 pulsaciones por minuto y su temperatura corporal había aumentado hasta los 38 grados. Sin embargo, finalmente, un Leónov exhausto y empapado en sudor, lograba la posición requerida en el interior del Volga, después de una operación de emergencia de algo más de diez minutos desde que se pusiera fin a su EVA.
Pero los problemas con esta misión no acabaron con este episodio de gran tensión vivido por Leónov. Para empezar, la escotilla que daba acceso al Volga no se pudo cerrar de forma hermética una vez que fue eyectada la esclusa. La falta de hermetismo resultó en una pequeña fuga de aire que el sistema de sustento vital compensó añadiendo oxígeno al interior de la nave, cuyo nivel llegó a alcanzar el 45%. Esto constituía un riesgo ya que se facilitaba la combustión a bordo a partir de alguna chispa accidental. Por otra parte, la presión interna en los tanques que presurizaban la nave descendió abruptamente hasta niveles que supusieron cierta preocupación en caso de que se tuviera que extender la duración del vuelo por alguna otra razón. Afortunadamente, estos niveles, aunque bajos, se estabilizaron, y la tripulación pudo, además, reducir el nivel de oxígeno en el interior de la nave a valores razonables antes de la reentrada.
La tripulación también se vio obligada a realizar un encendido de deorbitación de forma manual ya que el sistema automático no funcionó, y durante los primeros momentos de la reentrada, el módulo de servicio no se separó de la nave de descenso en la que iban alojados los cosmonautas. El módulo de servicio, que contiene diversos equipos, tanques y el motor de deorbitación, debía separarse para que la nave pudiera hacer su reentrada en la atmósfera sin infringir en la tripulación niveles de desaceleración excesivos. Leónov y Beliáyev llegaron a tener que soportar una fuerza de hasta diez veces su propio peso antes de que el módulo de servicio se separara finalmente.
Los cosmonautas prosiguieron su reentrada con cierta normalidad, pero debido a que el encendido orbital para iniciar el descenso a la Tierra había tenido que ser manual, la Voskhod acabó aterrizando a 386 km del lugar designado. Beliáyev y Leónov no sabían dónde estaban ni cuánto tiempo tardarían en encontrarlos. En medio de la taiga siberiana, el lugar donde habían tocado tierra resultaba estar densamente cubierto de árboles y de nieve, con lo que el acceso sería difícil para los servicios de rescate una vez les encontraran.
Afortunadamente, fueron divisados por algunos helicópteros que, cada vez en mayor número, les lanzaron mantas, botas, ropa y hasta una botella de coñac. Si bien las ropas quedaron colgadas de los árboles y la botella de coñac se rompió en su impacto contra el suelo, las mantas fueron de enorme utilidad para soportar la noche a -30 grados en el interior de la Voskhod. Al día siguiente, una partida de rescate les alcanzaba por tierra con esquís y avituallamiento para pasar otra noche, esta vez en mejores condiciones, e iniciar al día siguiente la travesía que les separaba de un claro donde pudieron aterrizar los helicópteros de rescate.
La historia de Beliáyev y Leónov en la misión Voskhod 2 constituye, por todas las vicisitudes que se vivieron y por el logro que se consiguió, una de las historias de exploración más interesantes que existen. A pesar de todos los problemas y los riesgos durante esta misión, el objetivo del vuelo se cumplió de forma satisfactoria, se marcó un hito en la historia, y la tripulación fue recuperada sana y salva. Cuando llegó el momento de ofrecer el preceptivo informe de la misión a las autoridades y a un comité del gobierno, después de la odisea de un intenso vuelo espacial repleto de dificultades y de tensión, Leónov, que no parecía tener muchas ganas de dar explicaciones, expuso de forma escueta y concluyente: «Provisto de un traje especial, el hombre puede sobrevivir y trabajar en el espacio exterior. Gracias por su atención».