Gorilas refugiados del oro negro
En el Parque de Virunga grupos de gorilas buscan refugio en las colinas ruandesas, amenazados por las compañías que quieren extraer crudo en Congo.
- Internet
- Jul 18, 2015
Una petrolera británica ha estado pagando sumas millonarias a oficiales del ejército congoleño para facilitar su implantación en Virunga, el parque más antiguo de África. El objetivo, según denuncia el director del parque Virunga, es prolongar la guerra a las zonas de los primates para provocar su huida y comenzar las prospecciones de petróleo. En 20 años han muerto 140 guardias de un total de 660 por grupos rebeldes o cazadores furtivos. El director del parque recibió cuatro disparos el año pasado.
No es lo mismo vivir a un lado u otro de la frontera, aunque la divisoria separe un mismo paisaje en el que sus pobladores circulan sin visado. En la cara ruandesa, Umurinzi retoza entre la maleza mientras observa con pereza a los ocho mochileros que inmortalizan su siesta de 220 kilos. Recostado bajo los plataneros, el último rey de África tiene ademanes de hombre: observa a los paparazzi y resopla con cierto hartazgo, como si dijera: «Por favor, fotos, no».
Al otro lado de la frontera, en territorio congoleño, el pequeño Kaboko, que ya estaba manco por un machetazo de un cazador furtivo, muere sin que un veterinario pueda llegar a atenderle al orfanato de gorilas, donde sus hermanas Ndeze y Ndakasi lloran a su lado. La guerra ruge a su alrededor en el Parque de Virunga, el más antiguo y amenazado de África.
Mientras el turismo ayuda a preservar esta especie a un lado de la reserva, el conflicto congoleño persigue su total extinción al otro. Desde hace unos años, los gorilas de montaña del parque, donde habitan la mitad de los 800 ejemplares que quedan en el mundo, son el objetivo de oscuros intereses relacionados con lo que se esconde bajo sus cinco volcanes: enormes bolsas de petróleo.
En concreto la compañía británica Soco, especialista en operaciones de riesgo, lleva años pagando grandes cantidades de dinero a militares congoleños como el capitán Feruzi (42.250 dólares), a cuyos cheques tuvo acceso The New York Times. Además, los rebeldes del M23, la milicia que ocupó el parque hasta que el ejército congoleño la derrotó en 2014, admitieron haber cobrado importantes fondos pagados por agentes de esta petrolera para financiar sus ofensivas, como denuncia con cámaras ocultas el documental Virunga, nominado a los Oscar este mismo año.
La compañía alega que esos pagos iban destinados «a garantizar su seguridad» en esta tormentosa región, una de las más ricas del mundo en codiciados minerales como el coltán y base de 30 grupos armados. Pero según fuentes del propio parque, el objetivo de la petrolera está claro: «Desestabilizar la zona, encender una guerra muy rentable, hacer que los gorilas huyan y que las labores de protección de la reserva fracasen para comenzar las prospecciones».
La Ley internacional no permite la explotación petrolífera en una reserva natural. A eso se agarran el príncipe de la nobleza belga Emmanuel de Merode, director del Parque de Virunga, y sus valientes rangers. Viven amenazados por aquellos que anteponen el oro negro a la supervivencia de una especie en peligro de extinción.
La muestra es que 140 de estos vigilantes de primates han muerto en los últimos 20 años protegiendo a los gorilas. El propio De Merode fue tiroteado el año pasado y salvó su vida con cuatro balas en el cuerpo. Las heridas recibidas por salvaguardar este entorno han salvado a muchos de estos gorilas de la muerte.
Muhindo Kipasula, un guardia forestal de 38 años, ha sido el último afectado por estos ataques. Recibió tres disparos en la cabeza la pasada semana, pero los médicos evitaron su muerte. No es fácil ser héroe en el Congo.
En el cuartel general de estos valientes en Goma, cuentan historias de simios masacrados por esos mismos intereses. La última gran matanza, perpetrada por los hombres del señor de la guerra Laurent Nkunda, sucedió en 2007, aunque la guerra va dejando víctimas hasta nuestros días.
«Hay un ejemplar al que llamamos ‘El gorila solitario’. Es un silverback (macho dominante, con el lomo plateado) que vaga sólo por las montañas. Mataron a su familia y él quedó malherido. Ahora no puede integrarse en ningún grupo porque el resto de machos lo atacan y no puede defenderse. Está condenado a la soledad», dice uno de los guardias en la parte congoleña del parque de Virunga.
Quizá se trate de un gorila llamado Giraneza, el más fuerte de todos los machos alfa antes de caer herido, el hombre que pudo reinar.
Berenize, una de las dos únicas mujeres ranger ruandesas, asegura que «los gorilas de montaña están siendo víctimas de la guerra, igual que los seres humanos. Ellos no entienden de fronteras ni de pasaportes, así que huyen del estruendo de las bombas de un país a otro. Aquí han llegado varios grupos desde el Congo en los últimos años. El área ruandesa de las montañas de Virunga es pequeña en relación a la congoleña y en cambio es la que más gorilas acoge. Aquí se sienten seguros. Son refugiados del conflicto», explica.
La única forma de preservar la vida de estos primates es rentabilizarla con el turismo. Siguiendo el ejemplo del turístico lado ruandés, el parque congoleño ha vuelto a abrir sus puertas para recibir extranjeros.
Virunga es el parque más antiguo del continente (creado en 1925) y uno de los más ricos del mundo, una especie de Yellowstone africano con volcanes activos, elefantes, jirafas y gorilas de montaña a escasos metros de los visitantes. Cuando hay paz en esta zona convulsa de África los gorilas sólo se desplazan en busca de comida; pero cuando aumenta la tensión corren a otras zonas en busca de refugio. Los simios ya huelen la pólvora antes de que los señores de la guerra la dispersen.
«El macho es el que protege al grupo. Si muere, el resto de la familia está perdida. Por eso los silverback son el objetivo de los que quieren acabar con ellos», dice Eric Ndele, uno de los ranger.
Este ruandés lleva años guiando a los contados turistas que visitan cada día este enclave irrepetible. Estos guardianes de simios siguen sus huellas para saber dónde se instalan, los cuentan a diario para vigilar que la población no disminuya, avisan de cualquier enfermedad a los veterinarios e instruyen a los visitantes para que sepan cómo tratarlos: ellos te pueden tocar (y lo hacen) pero nosotros a ellos no. Toleran las fotos pero no los flashes. Ellos les hablan en su propio lenguaje y los simios, habituados al contacto humano, ya miran a los turistas a los ojos:de hombre a hombre.
Umurinzi es un privilegiado. No sólo por ser el macho dominante de tres hembras y el feliz padre de una decena de crías de su familia. Lo es por vivir en la franja de las montañas Virunga que se mantiene en paz, en una zona protegida para una de las especies más amenazadas del mundo.
Lo es porque si cruza la frontera hacia el otro lado tiene una legión de ángeles de la guarda, con el príncipe De Merode a la cabeza, velando para que siga vivo. Y porque recibe, a pesar de sus gestos de disgusto, una ráfaga de disparos diaria de turistas paparazzi. Lo único, el turismo, que aún puede salvar Virunga.
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El reportaje es parte del proyecto Fueling the war, becado por el European Journalism Centre y la Fundación Bill y Melinda Gates.