Por Alejandro Maidana

Mientras que el espiral de violencia sigue atravesando medularmente a la sociedad, el dolor y la angustia siguen aferrados como abrojo en el corazón de quiénes perdieron un ser querido a través de un hecho violento. Un camino tan estoico como resiliente, que en la mayoría de las oportunidades empuja a quienes persiguen justicia, a debatirse con la soledad, la indiferencia y la vulnerabilidad laboral por el tiempo dispensado en la lucha.

La ciudad de la furia nos muestra de manera opulenta una metrópolis de cara al río, y otra muy distinta de las avenidas hacia a los márgenes. Un contraste muy explícito, una pintura desigual que encuentra en el desequilibrio social una de las respuestas a tamaño ocaso. Al retiro -o la nula aparición- del estado por los arrabales, donde los sueños se cuentan con los dedos de las manos y las muertes -junto a la falta de oportunidades- a montones. Allí emerge una realidad que lejos está de ser combatida desde el aspecto represivo, rancia receta electoralista que se repite una y otra vez, sin los resultados esperados. No sorprende.

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El crimen organizado sigue escalando, las puertas del narcotráfico siguen abiertas y disfrutando de las mieles del lavado, eslabón que, si bien se busca atacar, daría toda la impresión que su aceitado engranaje goza de muy buena salud. Por ello, preguntarse de dónde brota tanta violencia, pareciera un absurdo; los pibes, aquellos invisibilizados generación tras generación, hoy son la moneda de cambio de grupos violentos que dirimen sus disputas a puro plomo. Pero claro, ¿qué sucede cuando la muerte deja de golpear solo la puerta de las familias no pudientes? ¿Hay muertes que duelen más que otras? ¿Se pueden clasificar y jerarquizar las muertes? ¿Es posible que la sociedad este atravesada por una sensibilidad selectiva?

El deleznable asesinato de Joaquín, sucedido en el barrio de Arroyito, exacerbó los ánimos de una ciudad impregnada de violencia, que no encuentra consuelo ni en las masivas movilizaciones, ni en palabras edulcoradas con demagogia por parte del sector político. Las contiendas electorales suelen tener sus permitidos y algunos suelen empujar a ciertas polémicas, como la postura del intendente Pablo Javkin, quien, con el afán de hacerse eco del dolor de una familia, ofendió a muchísimas otras. “Es un día muy triste. El de Joaquín no es un asesinato más”; estas palabras encendieron un polvorín en aquellos familiares que aún no han podido hacer el duelo de sus seres queridos y tuvieron que padecer una postura estatal que remueve ese dolor convertido en estigma.

Protesta frente al Palacio de los Leones

Empujado por la angustia, la bronca y el dolor, un grupo de mujeres tomó la decisión de expresar estos sentimientos frente a la Municipalidad de Rosario. Tenían la necesidad de repudiar los dichos del intendente de la ciudad. Así fue como, a través de afiches, banderas y pintadas sobre la calzada, exteriorizaron lo mucho que tenían para compartir con el poder político y la sociedad también.

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Con la intención de conocer en profundidad cual fue la motivación que las movilizó a realizar esta protesta, integrantes de la Cooperativa Pariendo Justicia dialogaron con Conclusión. Gabriela Vega es hermana de Juan Manuel Vega, quién perdiera la vida en marzo de 2014, consultada por este diario sobre el porqué de la protesta, indicó: “Podría comenzar diciendo que ningún pibe nace ingeniero, ni choro. Son contextos, circunstancias, amores, un estado presente y una sociedad que abriga y acoge a las infancias, a las juventudes. Hoy quisimos recordarle al intendente de una ciudad dividida entre unos y otros, entre buenos y malos, entre gente bien y gente mal, entre académicos y gente que no, que todas esas muertes de la gente que no, de los pibes mal, nos duelen, que esos muertos tienen madres, tienen familia, amigos, que habitamos esta ciudad que nos puso en uno u otro lugar. Así la diagramaron estos que dicen arriba rosario, estos que nos gobiernan hace décadas y han convertido a esta ciudad en un cementerio de pobres. Las muertes que no importan, se las vamos a recordar siempre.

Lucila Pavón es hermana de David Peralta, un joven que perdió su vida en un siniestro vial en enero de 2016, al impiadoso vacío legal que cubre a este tipo de sucesos, le respondió con militancia y resiliencia. “El día de hoy resulta muy doloroso para mí, ya que cumpliría años mi hermano. Sumado a estos días que remueven mucho mi interior, tengo que soportar las palabras y postura política del intendente de la ciudad. Me gana la impotencia, y una vez más, me vence el dolor. Pienso en las madres, hermanas y hermanos, abuelos y familiares de todas las personas que sufren cada día. La cantidad de lágrimas derramadas sin que nadie se percate y tener que escuchar o leer el comentario de este señor, para no decirle otra cosa que después sería imposible publicar, me sobrepasa. Lo único que logran es hacer crecer el dolor, de las que lloramos invisibilizadas por no tener la oportunidad de salir en los medios masivos de desinformación. Por eso decidimos realizar la movida de hoy, ya que es nuestra obligación recordarles que nuestra sangre, nuestras vidas y la de los que amamos, también importan”.

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Nicolás y Franco Carballo fueron asesinados con solo 20 horas de diferencia en noviembre de 2016; Carla Carballo es su tía, quién decidió dejar atrás el miedo para poder abrazar la memoria y perseguir la esquiva justicia. “A veces siento que no estoy preparada para todo esto. Hoy, Franco, mi sobrino, estaría cumpliendo 26 años. Escuchar que las historias se repiten una y otra vez, y que la justicia sea selectiva al igual que la sociedad, me demuele. El barrio que nos vio nacer se ha manchado una y otra vez por los asesinatos a los pibes que vimos nacer, y que nadie, incluso mi familia, se animó a denunciar por miedo. Pero claro, a veces me pregunto ¿Miedo a qué? Si mi sobrino también era una persona de bien, con un hermoso futuro y con una hija de 1 año. Y así nos dejaron, así vivimos, y por eso queremos que nos visibilicen”.