Mega Causa Guerrieri: el testimonio sobre el secuestro y la tortura de Santiago Mac Guire
En el juicio que comienza este lunes 1° de agosto en Rosario se incorporan 62 nuevas víctimas del terrorismo de Estado y serán acusados cinco miembros de la Policía y un aparato de inteligencia paralelo que no habían sido llevados antes a la Justicia.
- Ciudad
- Ago 1, 2022
Por Graciana Petrone
Este lunes 1° de agosto comienza en los Tribunales Federales de Rosario el juicio Guerrieri IV, en el que serán analizados 116 casos de víctimas de la última dictadura cívico militar, entre ellas, 62 que se incorporarán y cuyas historias no habían sido llevadas a la Justicia, pese que pasaron más de cuatro décadas del golpe de estado del 24 de maro de 1976.
En este tramo de la mega causa que tuvo inicio en 2009 bajo el nombre “Guerrieri I”, llegará a juicio por primera vez el caso de Eduardo Garat, abogado y escribano militante de Montoneros, quien fue secuestrado en la madrugada del 13 de abril de 1978 y quien aún está desaparecido.
Otro de los casos que serán juzgados es el de Ricardo Massa, quien estudiaba medicina en la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y fue desaparecido en agosto de 1977. Su madre, la referente histórica de Madres de Plaza 25 de Mayo Elsa “Chiche” Massa, murió en 2018 sin llegar a ver que se hizo Justicia para su hijo.
Otra de las causas que se analizarán en este juicio es la investigación sobre la connivencia de la Iglesia con las fuerzas amadas en el caso del ex sacerdote tercermundista Santiago Mac Guire, secuestrado en abril de 1978 en Rosario delante de su hijo Lucas de sólo cinco años y medio quien vio cómo una patota de tareas se llevaba a su papá, encapuchado, y dejando al niño sólo y llorando en medio de la calle.
Mac Guire estuvo privado de su libertad en un Centro Clandestino de Detención en un predio de la iglesia católica, puntualmente, el Ceferino Namuncurá, en Funes.
El secuestro, tortura y la posterior aparición del ex sacerdote, que había dejado los hábitos, se casó y tuvo cuatro hijos, “muestra la connivencia de la dictadura con la Iglesia” porque “ese lugar en donde estuvo detenido por primera vez mi papá fue vendido a la Aeronáutica”, contó su hijo Lucas Mac Guire a Conclusión. De hecho, se refiere al predio donde actualmente funciona el Liceo Aeronáutico de Funes.
—¿Cuál fue el camino para llegar hoy a este juicio como querellantes?
—Mi padre declaró ante la Conadep en 1984, él muere en 2001, pasaron muchos años y en 2009 en el primer tramo de la mega causa Guerrieri nos constituimos con mi madre como querellantes en el Juzgado de Instrucción a cargo del Juez federal Marcelo Bailaque. En esta cuarta etapa de la causa Guerrieri vamos a retomar, tanto el testimonio de mi papá como el de mi mamá que está fallecida. En este caso estamos citados todos, vamos a declarar al menos dos hermanos y quizás un tío también.
—¿Cuál será tu testimonio?
—La consistencia del testimonio tiene que ver, por un lado, con el secuestro de mi papá el 18 de abril de 1978 cuando estando conmigo, por La paz entre San Martín y Sarmiento alrededor de las cuatro o cinco de la tarde, recuerdo que iba con él en una bicicleta, en un asiento adelante, y nos cruza al menos un auto, nos caemos de la bicicleta, a mi padre le ponen una capucha y lo ponen en el piso del auto. Me dejan en la vía pública solo, lo que consiste en un abandono de persona, con el agravante que tenía cinco años y medio. A posteriori nos enteramos que habían secuestrado por esos días a distintas personas.
—¿Qué hizo tu familia para buscar a tu padre?
—Cuando mi papá desaparece mi mamá se va con nosotros y se presenta en el Obispado de Rosario para exigir que la atienda por entonces el obispo Guillermo Bolatti. Como mi padre había sido sacerdote, mi madre logra que Bolatti la atienda en persona. Nosotros éramos muy chiquitos, estábamos llorando, cansados y agobiados por una situación latente que era la desaparición de mi papá. Mi mamá le exige a Bolatti, le pide que por favor haga algo, que la Iglesia podía. Se sabía ya, y estaba muy impregnado en la opinión pública, de la connivencia como mínimo de la Iglesia con la dictadura. Años después nos enteramos, y es lo que iremos a reforzar a este juicio, de que la Iglesia fue cómplice y aportó con infraestructura edilicia, tanto como con capellanes, y demás recursos que tenía para que los centros clandestinos de detención funcionaran.
—La aparición de tu padre fue muy significativa tras la intervención de tu mamá, ¿cómo es que aparece?
—Desde el 18 de abril y por lo menos hasta fines de abril o principios de mayo, no nos queda bien claro, estuvo desaparecido. A partir de ese pedido de mi mamá en el Obispado, a los varios días recibimos una vista de Adolfo Luciano Jáuregui, (entonces jefe del cuerpo de Ejército con sede en Rosario). Fue aproximadamente el 25 de abril, en un allanamiento ilegal o por lo menos una intrusión en la que nos separan de mi mamá, nos encierran en un cuarto mientras la interrogan. Llegaron con una comitiva, soldados del Ejército, dispusieron entrar. Mi mamá les tuvo que abrir, estaba sola con nosotros y aterrada por todo lo que había pasado. Esto lo declara ella en 2010 y esto también forma parte de la causa y es lo que nosotros vamos a tratar de ventilar en el juicio.
—La connivencia de la Iglesia con la dictadura…
—Lo que termina de alguna manera de concretar esta idea de que la Iglesia aporta como mínimo en la causa de mi papá, es que es la misma Iglesia la que ayuda para que lo liberen. A los varios días de esta intrusión de este militar a mi casa nos llaman del Arzobispado y nos avisan de que mi papá había aparecido, que estaba en el Tercer Cuerpo de Ejército. Ahí hay una comunión, porque aparece a los días de haber ido mi mamá al Obispado.
—Pero no es a tu papá a quien traen…
—Ahí empieza todo lo que es el testimonio de mi papá, que está en Conadep. También el testimonio del sobreviviente Roberto Pistacchia quien cuenta lo que ocurrió desde adentro. Cuando lo van a buscar a mi papá, se equivocan de persona y lo liberan a Pistacchia por error. Tenían la orden de que tienen que pasar a la legalidad a Mac Guire y liberan a otro. Lo espera directamente Bolattii y, cuando lo encuentra, dice: ‘Pero este no es Santiago Mac Guire, vayan a buscar al Mac Guire que les pedí, pero este queda acá’, como diciendo que Pistacchia no debía volver a la clandestinidad.
—¿Qué ocurre cuando al fin aparece tu padre?
—Cuando lo traen a mi papá lo recibe (Eugenio) Zitelli, en ese momento capellán y a quien nosotros también denunciamos. Lo recibe quien era Cuy Donchi, de Gendarmería. Según la declaración en Conadep, estaban fumando y tomando café y ven que lo traen solados a la rastra porque no podía caminar solo y le preguntan que cómo estaba y mi padre que era religioso le contesta: ‘Qué le parece, el Señor me asiste’.
Con esto nosotros lo que tratamos de atestiguar, de poner como una prueba y una hipótesis es que tanto la Iglesia como el Ejército estaban trabajando juntos y con estos casos que eran pocos, porque tenemos que tener en cuenta que pasó un mes antes de Operación México, de que habían desmontado la Quinta de Funes y que a estos solados que lo traen de vuelta mi papá le pregunta a dónde había estado y le dice que en ‘Ceferino Namuncurá’, nada menos que un lugar de retiro espiritual en donde también estuvo muchísimos años Zitelli antes de morir.
—¿Parte de esa connivencia es lo que intentarán profundizar en el juicio?
—Sí. Nosotros creemos que mi padre estuvo detenido ilegalmente en ese lugar porque ya estaba desmontada la quinta de Funes y no podían alojarlos en otro lugar. Todos los detenidos habían sido repartidos, si no me equivoco, en Granadero Baigorria, la quinta de Amelong. Esto es lo que nosotros tenemos para contar.
Una historia dramática
“También vamos a intentar explicar que por más que mi padre sobrevivió y gracias, entre comillas a la Iglesia, fueron seis años de presidio en los que nosotros fuimos a verlo continuamente en el ex Batallón 121, en Coronda, a La Plata , a la cárcel de Caseros, y luego en Rawson. Durante todos esos años nosotros padecimos innumerables malos tratos, requisas en que nos dejaban desnudos. Éramos niños. También nos pasaba de que nos reboten la visita porque nos decían que mi padre estaba en castigo. Después de muchos años nos enteramos que eran como nichos húmedos, oscuros, donde les retiraban las frazadas a la mañana y quedaban todo el día sobre el porlan húmedo. Poder contar, también como hijos de preso, todos los padecimientos que atravesamos”.
—¿Cómo les afectó todo esto siendo tan pequeños?
—Obviamente el sobrevivió. Tuvimos más suerte que nuestros hermanos que perdieron a sus padres, madres, hermanos y que les robaron a sus hijos y nietos. Pero que este ensañamiento perduraba en el tiempo y hacía que realmente nosotros tuviéramos una vida desgraciada. De hecho, mis hermanos ni hablaban de que mi papá estaba preso, Yo lo pude hablar, fui de muy chiquito al psicólogo porque el shock traumático de haber vivido su secuestro quedó siempre.
—¿Todo esto que referís será parte de tu testimonio?
—De alguna manera poder graficar todo eso, que no solamente fueron las torturas, los malos tratos y los años de encierro, sino que también fue ese señuelo que se sembró en la sociedad, en todos los familiares que íbamos a ver a nuestros seres queridos. Previo a eso también pienso explayarme que dos años antes, incluso tres meses antes del golpe del 76 nos cayó una patota a mi casa. Justo no estábamos y el vecino nos dijo que nos fuéramos, porque vinieron a romper todo. Nos tuvimos que escapar a Paraguay una madrugada.
—¿Cómo fue su vida en Paraguay?
—Fue algo terrible. En Paraguay estaba (Alfredo) Stroessner, pero mi papa tenía unos sacerdotes que nos cobijaron en un monasterio antiguo totalmente abandonado. Una vida muy dramática. Andábamos dando vueltas, y ahí nos cae otra patota paraguaya, por alguna denuncia anónima, estaba el Plan Cóndor. Tuvimos la suerte de estar. La vida era salir a vagar todo el día y volver a la noche, pero por ahí también te caían a la noche.
—¿Cómo regresan a la Argentina?
—Fue un antes y un después, porque mi papá entra a la Argentina clandestino y nosotros con mi mamá tuvimos que entrar con documentos y visas perdidas. Fueron años muy terribles y eso es lo que queremos contar. Además de que la prueba de la hipótesis de que el Ceferino Namuncurá estaba vinculado con la Iglesia, es que en 1979 una parte del predio se vendió a la Fuerza Aérea. Si bien no es el Ejército, se puede decir que las fuerzas se prestaban los lugares y bien pudo haber sido un espacio que ya tenía cedido la Fuerza Aérea por medio de los Salesianos. Y también la coincidencia de que después Zitelli va resguardado allí, mientras que tenía pedido de captura y con recursos de amparo que lo ayudaron a estar en libertad, estuvo mucho tiempo ahí.