Rosario sin secretos: el Watergate telúrico que “hizo agua” en la aldea, allá por 1884

¿Como fue que llegó el servicio de agua potable a Rosario? ¿Quién o quiénes fueron los artífices y qué secretos y rencillas se tejieron detrás de las bombas y los planos? Graciela Molina te cuenta este fascinante capítulo de la historia de nuestra ciudad .

Fue un 6 de septiembre, el mismo día que en 1492 Cristóbal Colón partió desde La Gomera, último puerto canario antes de su travesía por el Atlántico; nació el humilde Nobel Luis Federico Leloir en 1906 y Uriburu derrocó a Irigoyen en 1930, cuando por estos lares un farmacéutico inglés, Andrés Mac Innes, depositaba 10.000 patacones fuertes como garantía en el escritorio del escribano municipal Andrés González del Solar, hermano de Nicanor y Melitón, aquel “patriota y poeta” al decir de Rafael Hernández que escribió, con apenas 20 años, su Oda a Cristóbal Colón en la que podemos advertir su ideal bolivariano de unidad continental: “Colón, tal vez mañana la noble raza del latino unido (la hora está cercana), formando una Nación fuerte y erguida, alce las sienes y los espacios mida”.


El primer intendente electo por voluntad popular, Octavio Grandoli, fue quien otorgó la concesión del servicio de aguas, una gran y costosa prueba ya que cuando se instalaron las bombas originales, y en 1887 arrancó el suministro, este se interrumpió a los pocos minutos porque… ¡no había abonados a quien proveer!

Atrás habían quedado las plazas con pozos y aljibes de baldes (25 de Mayo y López), la que estuvo en las cercanías del bulevar Santafesino (hoy Oroño), el cruce de Comercio (Laprida) y 9 de Julio y Mendoza entre 1º de Mayo y Belgrano (hoy Alem).

Atrás quedaron los aguadores del río que llevaban casa por casa, y los proyectos de Larguía, Lacroze, Silveira, Landois y Rigoni hasta llegar al depósito de aguas que se encontraba en la mismísima manzana en la que está emplazada la Asociación Empleados de Comercio, en “Conclusión”, una manzana histórica: Corrientes, Tucumán, Paraguay y Urquiza.

Atrás quedaron los aguateros que terminaron en medio del conflicto de intereses del entonces Presidente Ejecutor Pascual Páez, el carpintero que ascendió meteóricamente su patrimonio junto a su suegro, el comisario municipal Rossi, cuando provocaron una ignomiosa guerra entre Prugent y Mister Rodrigo Ross, el mister norteamericano que terminó sus días en un manicomio por la exacerbada presión recibida de las “administraciones” municipales.

De esto se ocupaba fogosamente el periódico El Sol en sus columnas al referirse a detritos de sumideros y letrinas, aguas inmundas del desperdicio de buques, materias fecales, lavado de ropa al contaminar con lejías, animales muertos, reptiles, despojos pútridos e insanos, osamentas que traían las crecidas del Paraná, especialmente la grande de 1878 que se llevó hasta la Pirámide Monumento que erigió el ingeniero Nicolás Grondona en la Isla El Espinillo para recordar la Batería Independencia que levantó Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano en 1812, en el glorioso momento que nos hizo Cuna de la Bandera.

Y también tenían, los diarios de entonces, material “caliente” por las obscena protección oficial de uno de los competidores sobre el otro y los despropósitos en materia de servicios y costos, ya que obligaban y prohibían, alternativamente, a los aguateros a suministrarse de las aguas que bajaban turbias no sólo del río sino del conflicto de intereses.

Volvamos a Mac Innes quien encarga las obras al ingeniero Carlos Danwey, posiblemente ancestro de su homónimo, actual presidente de la Asociación Argentina de Criadores de Shorthorn, cabañeros con más de 120 años de arraigo en nuestras pampas.

A la historia vernácula se suma Juan Staniforth para hacerse cargo de las cloacas y desagües, y en representación de The Rosario Water Works Company Limited, con sede en Londres, inaugura el servicio el 1º de febrero de 1888 con el gobernador José Gálvez, el intendente Pedro T. de Larrechea y el jefe de Policía Cosme Maciel, seguramente emparentado a don Luis Lamas que llegaría para eternizar su nombre junto al Parque de la Independencia.

Entre la impresión de la historia y la poca presión en algunos barrios del líquido elemento, sin dudas, mucha “agua ha pasado bajo el puente”.

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