MIéRCOLES, 11 DE DIC

Arsénico y glifosato, una bomba de tiempo que explota en distintos organismos

Las regiones de Argentina superpuestas con alto contenido de arsénico, coinciden ampliamente con las áreas núcleo de producción de soja. Allí viven aproximadamente entre cuatro y cinco millones de personas, principalmente en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, La Pampa, Tucumán, Chaco, Santiago del Estero y Salta.

 

A lo largo de la historia, el arsénico y sus compuestos han sido utilizados con fines homicidas, más precisamente en formato de anhídrido arsenioso. A este polvo blanco insípido e inoloro, se lo denominó el rey de los venenos. Cabe destacar que el arsénico también ha sido empleado con fines terapéuticos, pero ha sido prácticamente borrado del mapa por la medicina occidental.

Se conocen los compuestos del arsénico desde la antigüedad, los usos más importantes del arsénico, es como preservante de la madera, que, según estimaciones mundiales, el 70% de la utilización de este semimetal se centra allí. Pero ¿y el resto? Diversas investigaciones se han encargado de profundizar el impacto del arsénico en la vida humana proveniente del consumo de agua y otros derivados.

Pero claro, en Argentina, y en especial en algunas provincias, la fusión del mismo con uno de los venenos más silenciosos, pero no menos contundentes, como el glifosato, enciende las alarmas desde hace un puñado importante de años. El modelo agroindustrial argentino es enemigo de la vida en todas sus ramificaciones, por ende, y si bien no sorprende los profundos impactos provenientes de las prácticas químicas, el camino negacionista del estado marcha de la mano con distintas enfermedades.

El arsénico es un metal presente de manera natural en muchas zonas del país, que genera una enfermedad crónica que se caracteriza, entre otras cosas, por lesiones en la piel, conocida como hidroarsenicismo. Según la OMS, la cantidad máxima de esta sustancia permitida en agua es de 10 microgramos por litro (mcg/l), aunque se está evaluando modificar esa cantidad y llevarla a cero. Sin embargo, muchas regiones del país superan esa cifra, entre las cuales se encuentran las provincias de Buenos Aires, Chaco, Córdoba, Santa Fe y Santiago del Estero, que son además las más fumigadas con glifosato.

La Argentina es uno de los sitios con mayor hidroarsenicismo del planeta y uno de los países con mayor uso de glifosato, lo que la vuelve un escenario de riesgo ecotoxicológico bastante importante, pero muchas veces hay que demostrar ese riesgo de manera experimental”, supo enfatizar el científico Rafael Lajmanovich, que investiga sobre el efecto ambiental y biológico de los plaguicidas desde hace más de 20 años.

En su investigación, Rafael Lajmanovich partió de la hipótesis del médico Channa Jayasumana, de Sri Lanka, que en 2014 postuló que el glifosato mezclado con metaloides (como el arsénico) producía enfermedad renal crónica. Bajo esta premisa, el grupo del Laboratorio de Ecotoxicología comenzó los análisis para este estudio en el año 2017. “Antes que ser un herbicida, el glifosato es un quelante de metales, es decir, que tiene afinidad por los metales. De hecho, fue patentado por Monsanto en 1964 como un producto para destapar cañerías”, advirtió, en una charla con el portal de la Universidad del Litoral.

El herbicida glifosato es el agroquímico más utilizado en el mundo y el responsable de la “revolución transgénica”. Sin embargo, no todas las personas saben cuál fue su origen. Antes de que Monsanto en la década de 1960 lo patentara como un herbicida, fue utilizado por la “Stauffer Chemical Company” como un agente quelante de desincrustación para tubos de cilindros de agua caliente y calderas. Estas sustancias químicas vulgarmente son llamadas “destapacañerías”.

En el capítulo 6 del recomendado libro del biólogo y filósofo Guillermo Folguera (Diálogos sobre el modelo agroindustrial argentino), el autor reproduce un tramo sumamente importante tomando como referencia un trabajo del investigador del Conicet y toxicólogo Rafael Lajmanovich. “En 2014 por investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Rajarata en Sri Lanka y del Departamento de Ciencias de la Salud de la Universidad Estatal de California, Estados Unidos, que sugirieron como hipótesis que el uso intensivo del herbicida en regiones con agua dura y con altos contenidos de arsénico puede llevar a la formación de complejos metálicos estables con los minerales y el arsénico, lo que impedía que sea desintoxicado por el hígado y le permitía ir directamente a los riñones”.

En este sentido, el arsénico y el cadmio son conocidos por ser tóxicos para los riñones (nefrotóxicos) contribuyendo a la epidemia de daño renal crónico que azota a poblaciones de este país y cuya causa no se relaciona con los factores de riesgo conocidos (diabetes, hipertensión, entre otras). “Esa hipótesis podría también guiar las investigaciones en otros países de Centroamérica que padecen esta enfermedad crónica que ha causado la muerte de miles de personas. Tomando como base a las investigaciones de Sri Lanka, considerando que Argentina está entre los países con mayor contenido de arsénico del planeta y, a su vez, también lidera el ranking mundial por la cantidad de glifosato usado por hectárea, se establece una hipótesis de potencial riesgo ecotoxicológico para la salud ambiental”.

Tal como se visualiza en distintos mapas, las regiones de Argentina superpuestas con alto contenido de arsénico coinciden ampliamente con las áreas núcleo de producción de soja. En donde aproximadamente viven cuatro y cinco millones de personas, desde el centro hacia el norte del territorio y estarían potencialmente afectadas por esta situación, principalmente en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, La Pampa, Tucumán, Chaco, Santiago del Estero y Salta.

La Argentina fumigada, expoliada y convertida en un desierto verde, sigue gritando su dolor en cada rinconcito digno de una patria desvencijada. Venenos y negocios, un combo tan aterrador como consolidado en el tiempo. Las promesas banas de un país pujante que daría su salto de calidad gracias al modelo extractivista, dejaron al descubierto el fin último de estas prácticas concentradoras de tierra y privilegios. Desde el desembarco de la megaminería en el teatro de operaciones de Andalgalá (Catamarca) a mediados de los 90, para que meses después haga lo propio el modelo transgénico y su paquete de agrotóxicos, la pobreza trepó del 22% a casi un 60%.

No hay salida a esta encerrona de no ser con un cambio radical en la matriz productiva de este país, algo que huele a utopía. Mientras caminamos lenta, pero sostenidamente hacia el cadalso, los guionistas de esta película apocalíptica amenazan con profundizar la devastación a través del RIGI (Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones). Una renovada puerta de entrada al saqueo, que con seguridad, tendrá como corolario la reconfiguración definitiva del país. El camino hacia reprimarización de la economía ya está en marcha, el sueño de un país para tan solo un puñado de millones de argentinos, también.

En una investigación publicada en 2019 que incluyó un informe con aval internacional, Rafael Lajmanovich y equipo, elaboraron un trabajo que detalló el impacto generado por la combinación de arsénico con glifosato. A continuación el mismo:

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