El que avivaba zonzos
Por: Rubén Alejandro Fraga
- Opiniones
- Nov 16, 2015
Por Rubén Alejandro Fraga
“El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza”. La cita es de Arturo Jauretche, uno de los intelectuales más polémicos y críticos de la sociedad y la política argentinas, de cuyo nacimiento se cumplieron 114 años el viernes pasado.
Y, precisamente, desde hace 11 años, cada 13 de noviembre se conmemora en la Argentina el Día del Pensamiento Nacional en honor al nacimiento de Jauretche, según la Ley 25.844/03 promulgada en 2004 por el ex presidente Néstor Carlos Kirchner. Esta norma requiere además, del Consejo Federal de Educación, “la incorporación de todos los temas relativos a la vida y a la obra del escritor, Arturo Jauretche, en los contenidos básicos comunes de la EGB y Polimodal, nacionales y las universidades”.
Dueño de una prosa que se emparentaba con la antigua tradición de los Hernández, Sarmiento y Mansilla, su profundo amor por la Patria hizo que a lo largo de los años Jauretche fuera sucesivamente conservador, radical y peronista, lo que lo llevó a decir de sí mismo que “subió al caballo por la derecha y bajó por la izquierda”.
Pensador, escritor, periodista, revolucionario, funcionario y dirigente político, la suma de su experiencia “callejera” y la altura de su mirada le permitieron, apenas pisada la madurez, adquirir la comprensión de las causas primeras que mantenían al país y a los argentinos en un estado de recurrente frustración. Con el uso inteligente del más puro sentido común, su rigurosa disciplina investigativa y un gran poder de síntesis, sorprendió a sus lectores permitiéndoles descubrir lo que estaba frente a sus ojos, hasta entonces enturbiado o ignorado por la propaganda de los poderosos. Pero, por sobre todo, fue un polemista respetuoso: Jauretche discutía sin descalificar al adversario.
Entre sus herramientas se destacan una prosa combativa, un estilo campechano, un humor filoso y una ironía demoledora. El resultado son obras que aún sorprenden por su vigencia y sus contenidos reveladores. “Asesorarse con los técnicos del FMI es lo mismo que ir al almacén con el manual del comprador, escrito por el almacenero”, solía decir.
Jauretche vino al mundo en los albores del siglo XX, ese que prometía hacer de la Argentina una gran nación, y se fue un 25 de mayo, en el cumpleaños de la Patria. Murió en 1974, 36 días antes que Juan Domingo Perón, a los 72 años.
Forja, de Yrigoyen a Perón
Arturo Martín Jauretche nació en Lincoln, provincia de Buenos Aires, el miércoles 13 de noviembre de 1901. Nieto de vascos, fue el mayor entre diez hermanos. Hijo de un dirigente conservador, ingresó a la agrupación creada por el general Julio Argentino Roca, y a los 18 años ya era secretario del Partido Conservador de Lincoln.
Sin embargo, poco después se volcó al movimiento reformista universitario y en 1922 se afilió al radicalismo, donde militó en la línea de Hipólito Yrigoyen. “Mucho de mi yrigoyenismo se lo debo a Homero Manzi, que tenía 20 años por esos días. Él me dio una de las explicaciones más orgánicas y tal vez más poéticas del caudillo y de lo que significó”, contó Jauretche.
Por eso, luego del golpe de estado del 6 de septiembre de 1930 que derrocó a Yrigoyen –el primero de los muchos que sufriría en país durante el siglo XX–, se integró a los grupos yrigoyenistas rebeldes que querían reimplantar un gobierno popular.
A fines de 1933 sufrió en carne propia la cruenta derrota del levantamiento de los coroneles Roberto Bosch y Gregorio Pomar contra el fraudulento gobierno del general Agustín Pedro Justo. Hundido en el arroyo San Joaquín, cerca de la localidad correntina de Paso de los Libres, con el máuser en alto y el agua al cuello, observó cómo las tropas de Justo cortaban las orejas de los caídos para ensartarlas en un aro. En los meses de cárcel que siguieron, escribió su primer libro: El Paso de los Libres, relato gauchesco de la última revolución radical, que se distingue por el privilegio de tener, en las ediciones de 1934 y 1960, a dos prologuistas tan antitéticos como Jorge Luis Borges y Jorge Abelardo Ramos.
Recuperada la libertad y sin romper su afiliación radical, el 29 de junio de 1935, en un sótano de la porteña calle Corrientes casi esquina Callao, fundó la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (Forja). El nombre de la agrupación, inspirado en un concepto de Yrigoyen, describe a la vez el panorama pavoroso de la década infame y la oportunidad luminosa que animaba a los jóvenes militantes del nacionalismo popular y democrático: “Todo taller de forja parece un mundo que se derrumba”.
“Somos una Argentina colonial. Queremos ser una Argentina libre”, fue la consigna que enarboló el grupo de jóvenes radicales compuesto por Jauretche, Manzi, Raúl Dellepiane, Juan Luis Alvarado, Jorge del Río, Juan Molás Terán, Gabriel del Mazo, Oscar Correa y Manuel Ortiz Pereyra, junto con Raúl Scalabrini Ortiz, quien no era afiliado radical. Con su sello, Forja publicó 13 memorables cuadernos para el estudio crítico del vasallaje extranjero y de la dependencia económica argentina.
Hasta que, próximo a cumplir 44 años, Jauretche se topó con el 17 de octubre del 45 y disolvió Forja para sumarse al movimiento liderado por Juan Domingo Perón. Al año siguiente fue convocado para presidir el Banco Provincia de Buenos Aires –de donde lo echaron por haberle dado un crédito al archienemigo diario La Prensa–.
Patria sí, obsecuencia no
Fiel a sus principios, don Arturo Jauretche se animó a criticar al mismísimo Perón mucho antes que los combativos de los 70. “Los obsecuentes le van a hacer daño”, le dijo al General en 1950. Y también le señaló “lo contraproducente de una propaganda oficial machacona y personalista”. Pero las advertencias cayeron en saco roto y la relación entre ambos se distanció. El “Pocho” prefería rodearse de adulones y obsecuentes… Con todo, tras el golpe del 16 de septiembre de 1955, que derrocó a Perón e instauró la autodenominada Revolución Libertadora, Jauretche no dudó en ponerse al frente de la Resistencia Peronista. Y eso pese a que su sobrino Ernesto Jauretche aseguraba que al saber de la huida de Perón Arturo estaba furioso y vociferaba: “¡Hijo de puta, cobarde de mierda, nos deja solos!”.
Arturo se exilió en Montevideo, fundó el semanario El ‘45 para defender “los 10 años de gobierno popular” –fue clausurado por la dictadura al tercer número–, colaboró con los semanarios Azul y Blanco y Segunda República. Por esos años, comenzó a destacarse como un polemista implacablemente crítico del antiperonismo y sus imposturas, al tiempo que la emprendía contra las modas y modos de lo que llamaba “la intelligentzia”. Así vieron la luz, entre otros libros, El Plan Prebisch: retorno al coloniaje, Los profetas del odio y la yapa, Ejército y política, Política nacional y revisionismo histórico, Prosa de hacha y tiza, Forja y la década infame, Filo, contrafilo y punta, El medio pelo en la sociedad argentina (apuntes para una sociología nacional) y Manual de zonceras argentinas.
“No se trata de cambiar de collar sino de dejar de ser perro”, “¿Libertad de prensa o libertad de empresa?”, “Regimiento de animémonos y vayan”, “Las señoras gordas”, “Tilingos y guarangos”, “Barajar y dar de nuevo”, fueron algunas de las innumerables frases y conceptos de don Arturo incorporados en el ideario popular a partir de sus 16 libros. “El uso de la expresión «oligarquía» en la acepción hoy popular, así como las expresiones «vendepatria» y «cipayo», las popularicé desde el periódico Señales y en otros de vida efímera en los años posteriores a la revolución de 1930”, rememoró. “Yo no soy un «vivo», soy apenas un gil avivado”, solía decir.
“En el territorio más rico de la tierra vive un pueblo pobre, mal nutrido y con salarios de hambre. Hasta que los argentinos no recuperemos para la Nación y el pueblo el dominio de nuestras riquezas, no seremos una Nación soberana ni un pueblo feliz”, escribió. También dejó frases proféticas como esta: “Los argentinos apenas si tendremos para pagarnos la comida de todos los días. Y cuando las industrias se liquiden y comience la desocupación, entonces habrá muchos que no tendrán ni para pagarse esa comida. Será el momento de la crisis deliberada y conscientemente provocada (…) No habrá entonces más remedio que contraer nuevas deudas e hipotecar definitivamente nuestro porvenir. Llegará entonces el momento de afrontar las dificultades mediante la enajenación de nuestros propios bienes, como los ferrocarriles, la flota mercante o las usinas”.
Pero también ponía sus esperanzas en los jóvenes: “La juventud tiene su lucha, que es derribar a las oligarquías entregadoras, a los conductores que desorientan y a los intereses extraños que nos explotan”, consideró. Y agregó: “No es posible quedarse a contemplar el ombligo de ayer y no ver el cordón umbilical que aparece a medida que todos los días nace una nueva Argentina a través de los jóvenes. No se lamenten los viejos de que los recién venidos ocupen los primeros puestos de la fila; porque siempre es así: se gana con los nuevos”.
Un “antigorila” de los dos lados
“Yo soy antigorila, pero soy antigorila de los dos lados, no creo que nuestra Patria se construya con revanchas. Se va a construir con unidad y con esperanza”, proclamó Jauretche y agregó: “Todos los sectores sociales deben estar unidos verticalmente por el destino común de la Nación. Se hace imposible pensar la política social sin una política nacional”.
Empecinado en esa unidad de “lo nacional”, una vez se le escapó una frase en contra de Perón y fue entre íntimos: “¿Qué se puede esperar de quien pone de ministro a su lacayo?” (el siniestro “Brujo” José López Rega). Era codirector de la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba) y había presenciado el 1º de mayo de 1974, el día en el que Perón se despidió del balcón de la Casa Rosada y también de la vida detrás de un vidrio blindado.
Jauretche presentía la catástrofe que se avecinaba y dicen que hasta había perdido su buen humor. Cuentan que por esos días vio en un bar cómo un tipo insultaba y tiraba del pelo a un pibe porque le había manchado una media al lustrarle los zapatos. “¡Te voy a enseñar a respetar, hijo de una gran puta!”, gritó, y se le fue encima, pero erró el trompazo y se cayó aparatosamente sobre la mesa del café. “Se nota que estoy viejo, si ya no puedo pegarle a un malandra”, murmuró amargamente.
Pocos días después, al regreso de un viaje a Bahía Blanca, un infarto hizo que su cuerpo se desplomara en el baño del departamento donde vivía en la ciudad de Buenos Aires. En otro de sus irónicos guiños, don Arturo Jauretche eligió morir el sábado 25 de mayo de 1974, justo el día de la Patria.