Los Juegos Olímpicos y la masacre de Munich
Por Carlos Duclos
- Opiniones
- Ago 13, 2016
Por Carlos Duclos
Suele suceder en la historia del hombre que el entusiamo, la alegría y la esperanza se vuelven frustración y tristeza. Y suele ocurrir también, sin que sea justo, sin que medie razón para ello, que la vida se vuelva tragedia y se haga muerte prematuramente. Es esto último lo que les ocurrió a los once atletas Israelíes que en los Juegos Olímpicos de Munich del año 1972 fueron brutalmente masacrados por el grupo terrorista Septiembre Negro.
Lejos, muy lejos de lucubraciones violentas, distantes del mundo político, del fanatismo ideológico, los once habían ido a Alemania con el sueño sino de ganar una medalla, al menos de mostrar al mundo lo que ellos sabían hacer, lo que habían aprendido, lo que amaban: el deporte.
Eran las 5 de la madrugada del 5 de septiembre del año 1972 cuando ocho terroristas del grupo que respondía al líder Palestino Yasser Arafat, con la ayuda estratégica de sectores neo nazis alemanes, escalaron los muros de los apartamentos donde los deportistas dormían. Uno de ellos escuchó ruidos, sospechó que algo malo estaba sucediendo y se levantó rápidamente. No pudo hacer nada, pues al instante uno de los atacantes abrió la puerta, puso su fusil de palanca y evitó de esta manera que el atleta pudiera cerrarla e impedir el ingreso de los atacantes.
Sin embargo, en un acto de arrojo, resistió mientras daba la alarma a los demás. Gritó desesperadamente y algunos pocos de los atletas de Israel alcanzaron a escapar. Después toda defensa se hizo imposible y los once restantes fueron tomados de rehenes.
La necesaria negativa de Golda Meir a aceptar las demandas de los terroristas
Alemania acababa de demostrar al mundo su vulnerabilidad, su notoria incapacidad para brindar seguridad. Horas más tarde, mostraría otra cosa mucho peor: su renuencia a suspender los Juegos Olímpicos que finalmente se interrumpieron temporariamente por la presión mundial. Pero ahí no terminaría la historia en un país que no ha sabido ser intolerante con el mal.
Lo cierto es que, capturados los atletas judíos, los secuestradores exigieron para su liberación que el gobierno israelí dejara libres a más de 200 terroristas prisioneros en las cárceles de Israel.
Aquella mujer brillante y de carácter firme que lideraba el gobierno de la joven Nación, Golda Meir, no se podía permitir semejante muestra de debilidad ¿Liberar a 200 asesinos y violentos? ¡Jamás!
Ante el estado que tomaban los hechos y viendo que sus demandas no serían satisfechas, los terroristas demandaron un avión para ser trasladados a un país árabe. Para ello las autoridades alemanas pusieron a disposición helicópteros de traslado hasta el aeropuerto. Los rehenes fueros atados a los asientos de las aeronaves. Allí comenzaría el trágico final.
Una vez en el aeropuerto, un pésimo manejo de la policía, pero sobre todo un acto tan bárbaro como irracional de los hombres de Septiembre Negro, terminó con el ametrallamiento de varios atletas y finalmente la detonación de una granada en uno de los helicópteros que acabó con la vida de todos.
Posteriormente, algunas pericias indicaron que en la desesperación los deportistas habían mordido las cuerdas en el afán inútil de liberarse. Murieron maniatados, sin poder hacer nada.
Un tratamiento de la situación cuestionable hasta en la información que se suministraba
Las autoridades alemanas, en este triste episodio para la humanidad toda, se condujeron de mal en peor hasta en las noticias que suministraban. Se llegó a decir, increíblemente, que todo estaba por finalizar satisfactoriamente cuando en realidad todo estaba acabando dramáticamente.
El periodista Jim McKay anunció la muerte de todos los atletas con estas palabras: «Acabo de recibir la última información. Mi padre solía decir que nuestras más grandes esperanzas y nuestros peores temores rara vez se vuelven realidad. Nuestros peores temores se han vuelto realidad esta noche. Nos han dicho que había once rehenes. Dos fueron asesinados en sus habitaciones ayer por la mañana. Nueve fueron asesinados en el aeropuerto esta noche. Todos se han ido.»
Todos se fueron, todos: Moshe Weinberg (entrenador de lucha libre); Yossef Romano (halterofilista), Zeev Friedman (halterofilista), David Berger (halterofilista), Yakov Springer (juez de pesas, Eliezer Halfin(luchador), Yossef Gutfreund (árbitro de lucha libre), Kehat Shorr (entrenador de tiro), Mark Slavin (luchador), Andre Spitzer (entrenador de esgrima), Amitzur Shapira (entrenador de atletismo).Días más tarde un avión de la línea Alemana Lufthansa fue secuestrado, los captores exigieron al gobierno alemán la liberación de los terroristas de Septiembre Negro que habían sido detenidos y autores de la masacre. Alemania aceptó la exigencia.
Cuando el domingo 21 de agosto próximo se proceda a la ceremonia de clausura de estos juegos olímpicos que se realizan en Río, faltarán unos pocos días para que se recuerde un nuevo aniversario de un hecho dramático para el mundo cometido por entes cuya naturaleza es la violencia y la muerte. Violencia y muerte que siguen ejecutando, mientras muchos líderes del mundo permanecen indiferentes por omisión y a veces hasta por acción.