VIERNES, 22 DE NOV

Música de cañerías

Los actores públicos responden por acciones públicas. Asi se construye o se derrumba la legitimidad.

Por Hernán Lascano

En la laguna de barro en que chapotean funcionarios judiciales encargados de juzgar la corrupción, entre tanta inmundicia amparada por las instituciones democráticas, hay una frase que entre tantas puede parecer marginal pero que es esencial sobre un malentendido de época. Es la marca de un gran equivoco que perdura por igual en los corazones y en las mentes de personas poderosas y personas sin poder. Es algo que en el chat del escándalo del viaje a Lago Escondido afirma el juez federal Julián Ercolini.

«Hay que organizar bien el discurso». Es un gran buraco que se traga a personas con los niveles más altos en educación formal. Se refiere a la perimida idea de que el control de la interpretación sobre un acontecimiento lo tiene quien define el modo en que ese acontecimiento será o no será contado. En la cabeza de Ercolini la posibilidad de consolidar la versión de un hecho pasa por construir una mentira sólida y luego asegurar el modo en que esa mentira va a ser contada.

El problema es algo que la teoria del lenguaje tiene zanjado hace mucho pero pocos prestarán atención. Y es que el orden del discurso es imprevisible, ingobernable, inesperado. El problema del lenguaje es que salta, precisamente, sobre lo escondido. Y que el campo del sentido es algo torrencial que tiene que ver mucho más con el que escucha que con el que enuncia. Las tradiciones de grandes teóricos en la materia como Jesús Martin Barbero o Anibal Ford proponen que para entender qué pasa hay que dejar de analizar los contenidos y hacer foco en qué hace la gente con lo que ve y escucha Es un gran malentendido que no se supera. «Dificil de explicar que todos juntos fuimos a otro lado sin dejar cabos sueltos».

Qué problema, doctor Ercolini. El lenguaje siempre deja cabos sueltos. Y las audiencias los van atando como se les antoja. Un grupo de jueces federales, un directivo de medios y un ministro de seguridad porteño hacen un viaje al reducto exclusivo de un magnate inglés en la Patagonia. Uno de los que viaja es el camarista que sobreseyó al que los invita por la compra fraudulenta de esa estancia que van a visitar. Nadie sabe por qué motivo todo ese grupo que articula poder real acepta esa invitación, viaja en avión, se aloja en los dominios del magnate, toma un helicóptero para ir a esquiar. Pero cuando ya de vuelta empiezan a pensar que tal vez eso los pondrá en aprietos, porque supone el delito de dádivas pero porque desnuda además de manera bochornosa relaciones oscuras, se ponen a confabular para encubrirlo.

Hace acordar un poco a Tarantino en «Perros de la calle, cuando los ladrones del banco tienen a uno de los propios desangrándose adentro de un depósito y deben organizar cómo sacarlo. Jueces federales, un procurador, un camarista, un agente legal de medios hablan de cómo demostrar que pagaron el avión, de armar facturas truchas que justifiquen el alojamiento, de como frenar notas periodísticas, de cooptar a una periodista para asegurar una historia que los proteja. Además celebran lo que hacen y se felicitan con impudicia ante cada idea que les afianza impunidad. En el legal y en el político es otro asunto. Pero al menos en el plano del habla no habrá protección. Porque no se puede jamás asegurar el sentido del relato. Bastó que un medio decidiera publicar para que las redes estallaran hablando de lo que se hablaba y de lo que no se hablaba. Y los que dialogaban sobre el affaire eran personas comunes pero también especialistas. Los medios más importantes tardaron 36 horas en mencionar el asunto. Debieron hacerlo porque el presidente de la República habló en cadena nacional resaltando la gravedad de los hechos y anunciando el juicio político de los magistrados. Los que quedó en evidencia al cabo de ese tiempo es el agujero negro de la omisión.

Hay por supuesto un asunto que no es una anécdota. Lo que produjo la difusión del contenido tiene toda la forma de un acto ilegal que es tremendamente perturbador y grave la interceptación ilícita de comunicaciones privadas. Pero eso implica que de probarse no habrá posibilidad de llegar en la Justicia, con ese solo elemento, a una resolución de mérito para los implicados. Ahora no solamente estamos hablando del campo jurídico. Esos contenidos difundidos también revelan conductas de funcionarios públicos, sobre hechos de interés público y con inexorable efecto público. Hace veinte años unos periodistas simularon apagar la cámara y dieron por terminada la entrevista con el presidente uruguayo Jorge Batlle al que siguieron grabando. En la convicción de no ser registrado, Batlle dijo que los argentinos son una manga de ladrones. Lo que hicieron los periodistas fue una canallada. Pero Batlle debió hacerse cargo de sus dichos, lo que hizo llorando, justamente porque el discurso es incontrolable y porque sus actos de habla, aunque haya sido víctima de una inequidad, tienen consecuencias sobre lo público

Es así. Los actores públicos responden por acciones públicas. Asi se construye o se derrumba la legitimidad. La filtración de los Panamá Papers fue un acto ilegal. Pero a los islandeses no les importó eso, sino que revelaban que su primer ministro no había declarado tener una sociedad off shore y eso le costo el cargo sin importar el origen ilegítimo de la información. ¿Por qué? Porque a los islandeses parece no gustarles que les diga qué está bien y qué está mal una persona que maneja dinero sucio.

Indudablemente se debe establecer cómo se produjo lo que fue una violación a la intimidad y establecer sanciones si eso se verifica. Pero ese hecho posibilitó saber que existe un chat donde un funcionario con funciones en Seguridad y que aspira a ser ministro del área en la Nación, enojado por la filtración que presume es de un oficial de la PSA, dice que lo va a subir a un patrullero y lo va a hacer cagar, como un matón de un grupo de tareas. Que varios jueces mienten al negar los hechos a la prensa. Que organizan «unificar» una versión falsa. Que se ufanan de que en base a sus posiciones de influencia paran en los medios la novedad que los afecta. Que se aseguran que una fiscal con Jurisdicción en la zona del paseo no los ponga en aprietos. Y que celebran un acto de encubrimiento de un delito presunto, recibir dádivas, en un coloquio colectivo donde el juez penal económico Pablo Yadarola propone cautela final al cerrar la versión común que oculte la mugre con estas palabras «De igual manera, limpiemos las armas por las dudas…. El lenguaje es como el deshielo de verano en la alta montaña, Como el agua desde la cumbre, corre imparable. El lenguaje nos deja en bolas. Después, como dice una frase tosca y de moda, contala como quieras. No importa quién dice lo que dice. Lo que se dice, o lo que no se dice, siempre tendrá un uso. Para los desesperados en controlar discursos puede ser una buena enseñanza. Ahi el que habló es de palo. El que escucha los juzga, señores jueces.

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