Robos, muertes, palabras y todo seguirá igual
Por Carlos Duclos
- Opiniones
- Ago 22, 2016
Por: Carlos Duclos
Lao Tsé, impulsor del taoísmo, decía que con buenas palabras se puede negociar, pero para engrandecerse se requieren buenas obras. Dicho de otro modo, o aplicado este pensamiento a la realidad del hombre como ser social, podría traducirse a este otro concepto: lo que se expresa bellamente en favor del prójimo carece de validez sino se es ejecutado. En materia de inseguridad en la provincia de Santa Fe, y puntualmente en la ciudad de Rosario, se dice mucho, se promete otro tanto, pero las palabras se quedan en la planta baja mientras los robos y las muertes van en un ascensor a toda velocidad alcanzando alturas no ya preocupantes, sino peligrosas y aún más.
En el mes de mayo, el ministro de Seguridad de la provincia de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, adelantó que se accionaría «hasta las últimas consecuencias» para que el «malnacido» que mató al chico de Amenábar y Dorrego «esté tras las rejas”. Buenas palabras, pero la acción, aún cuando buena, es insuficiente, porque la verdadera acción en críticas situaciones de inseguridad pasa, primordialmente, por evitar las acciones de robos y sobretodo muertes. El “malnacido” está preso, pero la vida a Nahuel no se la devuelve nadie y la paz a su familia tampoco.
Hace pocos días el mismo ministro volvió a hacer declaraciones, y esta vez dijo que “no estamos bien, más allá de que los números indiquen que estamos mejor. Es una realidad de Santa Fe y del país todo que tenemos una crisis en seguridad pública”. La verdad es que lejos de estar bien los rosarinos están pésimo y los números de la realidad no parecen estar mejor: más de 140 homicidios aproximadamente al promediar el año y una cantidad extraordinaria de robos no son una realidad que permita decir que se está mejor.
Un grado de impunidad que es intolerable
Pero responsabilizar sólo al ministro Pullaro (de cuyas buenas intenciones y bonhomía nadie duda) no sería del todo justo, aunque las políticas de prevención y exterminio de las causas del delito estén famélicas y sin fuerzas, si es que están. Las responsabilidades son compartidas por los tres poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) y cada uno de ellos tiene roles puntuales, específicos. Y queda pésimo que para “zafar” de la circunstancia que pone furiosos a los vecinos (con mucha razón) se estén tirando la pelota unos a otros, groseramente, como si este fuera un partido de handbol. Es ciertamente lamentable, grosero y hasta indignante que un legislador salga a complacer al público diciendo que la responsabilidad es de un juez ¿Es que acaso los legisladores no tienen la obligación de modificar y sancionar leyes que impidan, por ejemplo, este festival demoníaco de libertades a delincuentes peligrosos? ¿Es que los funcionarios del Ejecutivo no tienen la obligación de ejecutar políticas y acciones para mitigar la ola infernal de robos y homicidios que se suceden? Y se dice mitigar, porque se acepta el hecho incontrovertido que delito siempre existirá. Pero este grado exacerbado, que tiene a los vecinos enrejados en sus hogares y a los delincuentes libres, es intolerable.
No es simple atrapar al sapo cuando uno mismo es sapo
Por otro lado, y pasando ya a la responsabilidad judicial: ¿un juez no tiene la autonomía suficiente para resolver “según los casos y el perfil de quien delinquió”? Por otras parte: ¿No hay una institución llamada “juicio político o juris de enjuiciamiento” para aquel magistrado o funcionario que no cumpla adecuadamente con sus tareas? ¿Y entonces no sería conforme a derecho que aquellos que critican a los jueces impulsen el juicio pertinente y se eche sin más a los incompetentes?
Pero claro, se corre el riesgo de enfrentarse a una situación que haría de boomerang, porque es muy probable que los jueces aleguen que no hacen más que cumplir con la ley que el Legislador sancionó y el Ejecutivo promulgó; o que digan, por ejemplo, que las fuerzas policiales o penitenciarias están ingobernadas; o que el Poder Judicial no tiene facultades para prevenir el delito. Es decir, no es simple atrapar al sapo cuando uno mismo es sapo, decía un sabio de café.
Ante esta ola de robo, muerte y terror (porque esta ola provoca terror) nuevamente se convoca a marchas, nuevamente nosotros los periodistas hablamos, nuevamente hay indignación en todos los hogares, nuevamente los funcionarios, legisladores y jueces hablan, justifican y prometen, pero las acciones concretas para ver nacer buenos resultados no aparecen. Entonces, y para desgracia del ser humano común, nuevamente todo seguirá igual. Ojalá que así no sea.