«Sólo Dios y él saben que nunca tuve la intención de matarlo»
Melisa Zapata lleva dos años presa por el homicidio de un vecino con quien su familia mantenía un fuerte enfrentamiento. En mano a mano con Conclusión cuenta con detalle su historia y qué la llevó al fatal desenlace.
- Judiciales
- Abr 21, 2016
Por Florencia Vizzi
Las acciones de un segundo pueden cambiar toda una vida. Sobre eso puede dar testimonio Melisa Zapata, una joven de 29 años que acaba de cumplir dos de los diez años de la condena que le corresponden por el homicidio de un muchacho de 22 que vivía en el mismo barrio que ella. En un mano a mano con Conclusión, se atrevió a contar cómo se fue perfilando su camino y la sucesión de dramáticos sucesos que dieron el inesperado vuelco a su vida y que la llevó a la cárcel.
«No es necesario ser un delincuente para terminar en la cárcel. Yo no era ninguna delincuente y acá estoy«, enuncia Melisa. Le tiembla un poco la voz al hacerlo…
El lugar dónde lo dice es en «la escuelita», como todos llaman, en la Unidad Penal N° 5, a la muy modesta aula destinada a la educación formal dentro de la Cárcel de Mujeres, donde se encuentra cumpliendo condena por homicidio simple agravado por el uso de arma de fuego.
En la historia que se dispone a contar, se entretejen varias, la suya, la de su familia, la de Brian González, el chico de 22 años que murió a causa de un tiro del arma que ella disparó, la de sus hijas, la de la familia de Brian… Y en esa trama se refleja también la compleja situación social que se vive en los diferentes barrios de una ciudad que, en los últimos veinte años ha sufrido una intensa transformación signada por la violencia y la exclusión social, en la cual muchas veces las fuerzas policiales son parte del problema que deberían combatir.
«Pasa que el Remanso Valerio ya no es más el barrio de pescadores que supo ser, un asentamiento de trabajadores, de gente humilde… con el tiempo, se fue instalando gente que no son trabajadores, que son delincuentes, llegó un búnker de drogas… todo cambió. Se metió en ese barrio gente que andaba en cosas raras. Y tampoco es que iban a robar nada más, robaban y estropeaban a la gente, no importaba si era una mujer con una criatura o una pareja de ancianos, y no sólo robaban, sino que los estropeaban, los golpeaban mal» , narra la joven.
Melisa cuenta que siempre vivieron allí, en el Remanso, el histórico barrio de pescadores ubicado a la vera del río, entre el Puente Rosario Victoria y Granadero Baigorria. Aunque cuenta que, por temporadas, también vivió en la isla con sus abuelos. Es la primera vez que está presa y, hasta ahora, no tenía antecedentes penales.
El hecho que la llevó a prisión tuvo mucha prensa en su momento, un enfrentamiento entre familias que terminó, luego de un intento de robo y una violenta pelea a golpes de puño, con la muerte de Brian González, quien recibió un disparo del que ella fue la autora.
«Se dijeron muchas cosas, basta con leer los diarios, dijeron que lo matamos cobardemente, que lo agarramos entre tres, que fue a sangre fría… pero las cosas no fueron así, yo defendí la vida de mi hermano», relata, ya con la voz más firme.
Cuenta que hace muchos años que conocía a Brian, incluso mantuvieron una relación de amistad, pero con el tiempo, y la llegada al barrio de las drogas y gente de afuera, que nada tenían que ver con los pescadores, todo cambió.
«El enfrentamiento entre nosotros comenzó hace bastante tiempo atrás… las primeras denuncias datan del año 2002, o por ahí…», recuerda la joven. «Pero uno de los conflictos fuertes comenzó una tarde en que mi familia y yo presenciamos como este chico (por Brian) y otro integrante de la banda que tenían, asaltaban a una pareja debajo del puente. Los estaban golpeando sin parar y entonces empezamos a gritarles que no les peguen», rememora. «Al rato llegó la policía, así que les contamos todo, y en lugar de detenerlos a ellos, se llevaron un pibito que estaba por ahí y que no tenía nada que ver. Así que nos fuimos hasta la comisaría a hacer la denuncia, una de las tantas que hicimos. Todas las presentamos siempre en la misma comisaría, en la 24ª de Granadero Baigorria. Nunca tuvimos una respuesta».
—¿Por qué pensás que nunca tuvieron respuesta de la policía?
—Y, porque la Policía es parte del problema, es que a la Policía no le convenía llevarse a esos pibes, porque sino ¿quién iba a robar para ellos? No iba a robar nadie… Era un grupo de 9 o 10 pibes, que recaudaban plata para ellos.
Así, después de esa afirmación, describe la mecánica de esos «arreglos» tácitos de los que mucho suele hablarse aunque pocas veces pueden comprobarse o resolverse: «La Policía los levanta en la calle y les pide plata, y si no le dan, te dicen ‘bueno te doy 24 horas, traeme tanta plata porque sino te levanto de nuevo y vas adentro’. Lo que pasa es que nosotros no arreglábamos con ellos, nosotros íbamos y hacíamos las denuncias y nos decían ‘vamos a arreglar’. En varias oportunidades nos mandaron adentro, 12, 14, 18 horas porque no teníamos plata para arreglar. Comisario que hubo ahí desde el 2001 en adelante, comisario que no hizo nada y siguen pidiendo plata. Desde ese año hasta ahora, no miento ¿eh?, mi mamá debe haber presentado unas 60 denuncias contra ese grupo de gente y nunca hicieron nada… también presentamos denuncias en la fiscalía y nada».
La espiral de violencia desatada fue creciendo rápidamente y nadie pudo o supo contenerla. Lo que hasta ahora habían sido enfrentamientos y denuncias se convirtió en agresión armada. Melisa recuerda el día que le balearon la casa.
«Me metí corriendo y les grité a las nenas: ‘tirénse al piso, háganse un bollito y quédense así hasta que mamá les diga que se pueden levantar’
«Yo tenía una casita precaria… ahora no me queda nada, pero era una casa armada con chapas. Para parar el frío, cuando las armamos tratamos de encimar varias chapas, cuatro o cinco, y las balas que tiraron las perforaron como si nada. Fue de tarde. Estaban mis dos hijas adentro, tomando la leche y yo estaba en la puerta. De repente, veo venir la moto… parecían… no sé, iban como guerreros, que iban a agarrar a tiros a todo el mundo, uno traía una escopeta apoyada en la rodilla y dos revólveres en la cintura, y el otro iba manejando con una mano y tirando con la otra. Fueron alrededor de 14 o 16 tiros…. me metí corriendo adentro y les grité a las nenas: ‘tirénse al piso, háganse un bollito y quédense así hasta que mamá les diga que se pueden levantar’. Fue tremendo. Quedó todo destrozado, una piletita que le había comprado a las nenas unos días, antes, el ropero, la ropa, todo lleno de agujeros. Por supuesto que hice la denuncia, hasta los de balística vinieron… yo les vi la cara, si fue a plena luz del día… pero no pasó nada. No los detuvieron, no los interrogaron, nada de nada», recuerda.
Fue en esos días que a Ismael, uno de los hermanos de Melisa, en una escalada de la pelea que ya no tendría vuelta atrás, le dispararon en el pecho.
«Pasa que mi hermano salió como loco a recriminarles lo que me habían hecho, sabía quienes eran y quiso ir a enfrentarlos, pero no le dieron tiempo de decir una palabra… le tiraron con la misma escopeta con la que balearon mi casa. Yo lo iba siguiendo, 4 o 5 metros detrás, y lo veo caer… y cuando cayó ya le salía sangre por la boca. Tenía 13 perdigones en el cuerpo, uno le dio cerca de la aorta y otro le perforó el pulmón. Empecé a gritar, pidiendo que me ayuden, gritaba ‘por favor ayúdenme que hirieron a mi hermano’ pero nadie salía… y sí, quién iba a salir, la gente tenía miedo… lo cargué como pude, hasta cerca de mi casa. Fueron diez minutos lo que tardé en llevarlo a la rastra, pero sentí que eran una eternidad… Hasta que encontré a un vecino que con su auto nos llevó hasta el hospital. Después vino la Policía, vinieron como 20 patrulleros, pero otra vez, nadie fue preso… todos sabíamos dónde estaban, estaban escondidos a tres cuadras de mi casa y se lo decíamos, pero ellos nos contestaban que no podían entrar a buscarlos porque no tenían orden de allanamiento. Y claro, ellos sabían que la Policía no los iba a entrar a buscar, si son todos socios. Ismael estuvo al borde de la muerte, estuvo con respirador, porque no podía respirar por sí mismo. Pero nadie fue preso por eso. Y ese mismo día, le incendiaron la casa a mi hermana, que se quedó en la calle».
«Una mala pasada»
El día en que mató a Brian, es recordado por Melisa como una fatalidad, como una «mala pasada del destino» que acabó no sólo con la vida de él, sino con la de ella. «Esa noche me fui a dormir temprano porque me tocaba salir a pescar a las 5 de la mañana, así que a las 9 me fui a la cama. Como a las 10.15 o 10.30, me despiertan las voces de mis primos, que me llamaban a los gritos. Me levanto asustada y me dicen que le estaban pegando a mi hermano, que me apure y vaya que le estaban pegando mal. Así como estaba salí, alcancé a manotear las ojotas y una campera, y empecé a correr. Pero cuando llegué a la mitad de camino, frené, me pegué la vuelta y me volví a casa a buscar un arma que había comprado unas semanas atrás».
—¿Por qué compraste un arma?
—Porque tenía miedo de que me maten, a mí o a cualquiera de nosotros, porque a eso habían llegado las cosas, a un punto en que no sabía lo que iba a pasar… Entonces me volví, la busqué, la cargué y me la puse en la cintura. Porque yo sabía que a dónde iba no me iban a esperar con los brazos abiertos, me imaginé que iba a pasar cualquier cosa.
—Volviste, buscaste el arma y ¿qué pasó?
—Cuando llego los veo peleando mano a mano… según lo que me dijeron más tarde, Brian y su gente lo habían bajado a golpes de la bicicleta para robársela. Y después Ismael los fue a buscar… La cuestión es que cuando llego los veo peleando, y enseguida lo veo a Brian sacar su arma, la tenía escondida detrás de la rueda del auto del cuñado, que estaba ahí, y veo que, medio agazapado, le va a tirar. Entonces, lo primereé, saqué mi arma y disparé. Le tiré abajo, a las piernas. Nunca me imaginé que lo iba a matar, no quise matarlo. Pensé que le había tirado a las piernas. Cuando me enteré que estaba muerto no lo podía creer.
Melisa admite que no sabía usar el arma. «Sí había disparado -explica- porque somos pescadores, y cada tanto vamos a la isla a cazar, pero siempre con escopeta. Nunca había disparado un revólver… y lo que yo no sabía, y que aprendí después, durante el juicio, es que, a diferencia de la escopeta, la 22 se levanta cuando disparás. Yo le tiré a las piernas, pero cuando el disparo salió, el arma se levantó y terminé dándole en la 9ª costilla, del lado izquierdo».
En esta etapa, el relato parece hacerse más difícil para ella. Se evidencia cierta conmoción en el brillo de los ojos y en un casi imperceptible temblor en las manos. Sin embargo, en ningún momento baja la vista ni esquiva la mirada, por el contrario, mantiene el contacto visual con más intensidad que antes, como si quisiera, de esa forma, certificar que no está mintiendo.
«Siempre les pido perdón a mis hijas porque las dejé solas, yo era madre y padre para ellas y no tenían a nadie más en el mundo…»
«Cuando lo vi caer, me asusté mucho y salí corriendo -retoma- pero me fui de ahí pensando que le había dado en una pierna. Pasé por la casa de una amiga… me acuerdo que cuando llegué le dije: ‘le di un tiro en la pierna a Brian’. A los 10 minutos llamé por teléfono a un amigo que estaba con su hija internada en el Eva Perón, y le pregunté si lo habían llevado ahí a Brian y si sabía como estaba, y ese fue el momento en que me enteré de lo que realmente había pasado. Él me dijo que estaba muerto».
—¿Y que pensaste en ese momento, cuando te enteraste?
—No lo podía creer… simplemente no me lo creía. La llamé a mi mamá y le pregunté si era cierto. Cuando me dijo que sí, le pedí perdón, perdón por lo que había hecho… en ese momento pensé que mi vida estaba terminada y que yo no iba a poder vivir con esto. Se lo dije a ella, le dije ‘me voy a matar, yo no puedo con esto’. Pero me contestó que tenía que pensar en mis hijos.
Melisa hace una pausa, como si hubiera perdido el hilo por un momento, reflexiona unos segundos y enseguida retoma dónde había dejado: «Así que pensé un poco las cosas y entendí lo que tenía que hacer. Y la volví a llamar para decirle que me iba a presentar. Ella estuvo de acuerdo en que era ‘lo mejor que podía hacer’, al menos eso me dijo… y me pasó con el policía, o con el fiscal, no me acuerdo. El tipo quería irme a buscar en ese mismo momento, pero yo negocié y quedamos en que me iba a presentar en la 10ª porque no quería saber nada con la 24ª. Y hacía allá fui, caminé un rato antes, pasé como 5 o 6 veces por la puerta de la comisaría antes de entrar, pero finalmente, entré y me presenté».
—Vos sabés que podrías haber tirado el arma al río y hacerla desaparecer, ¿por qué no lo hiciste?
—Podría haber hecho mil cosas, pero yo creo que hice lo que tenía que hacer… porque no maté a un perro, todos ellos se portaron muy mal con nosotros pero yo no soy así, yo hice lo que había que hacer, podría haber tirado el arma en cualquier lado y no la iban a encontrar nunca más, pero preferí entregarme, por mí, por mis hijas, y también por Brian.
Unos meses después, cuando Melisa ya estaba presa, el ojo por ojo llegó. Y se cobró la vida de Cristian Zapata, de 33 años, uno de sus hermanos. Fue asesinado de cinco disparos en el pecho, en Barrio Copello, en la localidad de Capitán Bermúdez. Si bien primero se habló de un delito relacionado con las drogas, ni bien avanzó la investigación, quedó en claro que el móvil del asesinato fue la venganza por la muerte de Brian.
—¿Si volvieras para atrás harías lo mismo?
—No haría lo mismo, pero tendría que tener la ayuda de la Policía que deberíamos tener. Nada de esto hubiera pasado si la Policía hubiera hecho lo que tenía que hacer. Es lo que siempre decíamos cuando íbamos a hacer las denuncias. ¿Qué están esperando? ¿que muera un inocente, que muera una criatura?».
En efecto muchos son los inocentes tocados por este drama… las vidas de tres personas, la de Brian, la de Melisa, la de Cristian… la de los hijos que esta mujer ha dejado en el desamparo al caer en prisión…
«Siento que mis hijas están a la deriva… no están solas,, pero no me tienen a mí. Vienen todos los domingos. Es la visita que espero, es lo que me mantiene viva acá adentro»
La voz le tiembla nuevamente al afirmar que ella les contó la verdad: «Yo les dije ‘mamá está acá por tal y tal cosa’, traté de explicarles que quise defender a su tío… pero igual, siempre les pido perdón, cada vez que vienen… no por defender a mi familia, pero les pido perdón porque las dejé solas, yo las tenía a ellas y ellas me tenían a mí, y no tenían a nadie más en el mundo, yo era madre y padre para las dos… y ahora muchas veces vienen y me dicen ‘mami te extrañamos’ o ‘mami, te necesito’… y eso, me provoca un dolor inmenso. Todavía me quedan unos cuantos años».
«Pienso en Brian cada día…Sólo Dios y él saben que yo nunca tuve intención de matarlo»
—¿Te imaginaste alguna vez que algo así podía pasarte? ¿Qué podías matar a alguien o estar presa?
—Te lo juro por mis hijas que no, nunca me imaginé esta vida, terminar así… pero aprendí que una mala pasada del destino te lleva para cualquier lado… trato de llevarla, de pensar en que voy a hacer cuando salga. Sé que tengo que empezar muy de cero porque perdí todo lo que tenía y ya no puedo cometer más errores. Sé que tengo que agarrar a mis hijas e irme lo más lejos que pueda para empezar todo otra vez.
A medida que la tarde va cayendo, la entrevista comienza a agotarse. Melisa hace un recuento de sus esperanzas y de sus temores…
—¿Como llevás el día a día?
—Hay que llevarlo. Trato de estar ocupada. Me pongo a escribir, tengo mi trabajo, limpio los baños del penal, y con lo que gano puedo mantener mis gastos. Estoy haciendo primer año de la secundaria de nuevo acá. Me gusta escribir, no hablo con nadie, pero siempre tengo un cuaderno y una birome a mano.
—¿Pensás en Brian alguna vez?
—Pienso en Brian cada día…Yo lo conocía, más allá de que en un determinado momento de la vida, él agarró para un lado y nosotros para el otro… pero yo nunca quise matarlo. Digan lo que digan todos, yo siempre repito que sólo Dios y él saben que nunca tuve la intención de matarlo. Él lo sabe y sabe de mi arrepentimiento. A la familia le pedí perdón. Se los escribí en el Facebook… sé que no se hace nada con eso, pero les pedí que me perdonen, le expliqué que no había sido mi intención y que me dolía mucho lo que había pasado. Ojalá que Dios me perdone algún día, y a ellos también, por lo que nos hicieron a nosotros.