«Creer que por ser presidentes tenemos el poder, es una estupidez macabra»
El ex presidente de Uruguay consideró que el problema que enfrenta la democracia es la "excesiva concentración de la riqueza" y que "el veneno" del poder concentrado "está en las universidades".
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- Sep 11, 2016
Por Marcelo Chibotta – Fotos: Florencia Vizzi
Podría decirse que su nombre es Pepe y no José, y es más, el seudónimo que lo identifica hasta podría abarcar también a su apellido, todo junto…
José Pepe Mujica visitó la ciudad para participar de una serie actividades que lo contaron como orador central; además, recibió el doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de Rosario y ofreció un par de conferencias de prensa en el marco de una ceñida agenda.
No obstante, el histórico dirigente de la organización uruguaya Tupamaros, convertido hoy casi en un referente global, fue entrevistado en exclusiva por Conclusión donde entre otros conceptos dijo: «Ser presidente, más que nada, es ser una especie de chivo emisario que está ahí, porque lo necesitamos para pegarle todo lo que podamos para sacarnos la bronca».
Habló de cómo ve las relaciones de poder entre quienes son elegidos por los pueblos para el ejercicio de los cargos públicos y quienes no necesitan de la validación ciudadana que se logra desde el voto: «Está visto que el mercado solo, descarnado, no atiende los problemas sociales y hasta está demostrado que la economía puede crecer, pero al mismo tiempo también pueden crecer la desocupación y la pobreza».
El hombre que en algún momento dijo que no tuvo hijos porque se quedó a cambiar el mundo y que por ello se le fue el tiempo, el que tiene su auto como única propiedad y el que durante su época de guerrillero no era Pepe y sí era el «comandante Facundo», dejó durante el reportaje varias de sus opiniones sobre el poder, sobre la influencia del mercado en la vida de los pueblos y acerca de la disconformidad transformada en angustia existencial.
—A usted le tocó ejercer el poder conferido por su pueblo, ¿qué puede decir de los otros poderes que no son elegibles pero sin embargo ejercen su influencia?
–Nuestras sociedades contemporáneas son una malla espesa de intereses, a veces concurrentes, muchas veces contradictorios, que pugnan. El más importante es la existencia de clases sociales pero no son los únicos porque existen las corporaciones y el poder absoluto no existe…existe cierto grado de influencia, a veces por peso institucional a veces por peso económico, a veces por peso corporativo, a veces por coyuntura internacional, por lo que está pasando en el mundo. El creernos que por ser presidentes tenemos el poder, es una estupidez macabra. El presidente más que nada es una especie de chivo emisario que está ahí, que lo necesitamos para pegarte todo lo que podamos para sacarnos la bronca, porque en realidad no vemos, no podemos distinguir los hilos de fuerza que se mueven en la base de la sociedad. Para que la gente entienda, viene un capital importante de afuera que se quiere instalar, hay que hacerle un lugar porque uno tiene siempre tiene gente que es mano de obra que está sin trabajo y tiene la demanda y la presión laboral de la gente que se quiere ganar la vida, uno tiene que negociar y darle condiciones para que se instale y no se vaya para otro lado, con lo cual, uno le está dando una mano a alguien que ya tiene mucha plata…y de repente le está dando más mano que los que están en el país, y no puede salir de esa lógica porque usted tiene como urgencia solucionar el problema laboral de mucha gente. ¿Quiere decir que se tiene el poder?, no, se tiene una silla. El poder de lobby y de influencia política de los capitales concentrados, el mayor peligro de la democracia contemporánea es la excesiva tendencia a la concentración de la riqueza que se transforma indirectamente en una concentración de peso político, porque esa riqueza va a buscar decisiones que se tomen en los gobiernos, más o menos a favor de sus intereses.
—Esta descripción cruda y descarnada que Usted hace parece ser no tan esperanzada, ¿cuál sería la alternativa a esa visión?
—Tengo la esperanza en la lucha, pero si uno no ve los problemas con realismo…Estamos en un mundo que hoy tiene una dicotomía, y los próximos años van a ser así, alguna gente ingenuamente dice ‘hay un cambio de rumbo en la política de América Latina’…papá ¿no te das cuenta que hay un cambio global, en el mundo entero? ¿no te das cuenta que la (canciller alemana Ángela) Merkel, que no es una carmelita descalza, ni una progresista, ni una revolucionaria… ¡no! es una vieja conservadora que acaba de perder las elecciones en Westfalia con una derecha que es para gritar ¡socorro!… Y tenemos a (Donald) Trump peleando la presidencia de la primera potencia mundial… y está la señora (Marine) Le Pen en Francia con un discurso al que uno le dice ¡pará, decirle al planeta que pare que me bajo acá!
—¿Podría decir cuáles son los nombres y apellidos de aquellos que serían el correlato de esos sectores en América Latina?
—Como cachetada, nosotros tenemos esa influencia que se da a nivel del mundo, y en los próximos años creo que vamos a tener una dicotomía peligrosa. Una tendencia, por un lado una situación parecida a la década del ’30 con regímenes ultra nacionalistas proteccionistas y de corte fascistoide, como por ejemplo es el gobierno de Turquía o el de (Vladimir) Putin, que son gobiernos de fierro que defienden su espacio con un ultra nacionalismo , y por el otro, la globalización de las transnacionales que van a tender a dejarnos las repúblicas con el aparato de apariencia, pero el verdadero poder en otro lado. Me parece que estas son las fuerzas que van a pelear en los próximos años. Nadie tiene en claro por dónde agarra y entonces uno se plantea que tiene necesidades de mantener una lucha reivindicativa de lo popular, porque está visto que el mercado solo, descarnado, no atiende los problemas sociales y hasta está demostrado que la economía puede crecer pero al mismo tiempo, también pueden crecer la desocupación y la pobreza.
—¿Y cómo estima usted que deben hacer esas sociedades, que hasta en grandes situaciones están desorganizadas, para enfrentarse a semejante poder?
—Con organización social y política, con lucha… yo creo que no tenemos otro camino… o resignarnos… El problema que dicho así es medio crudo, pero si no tenemos la valentía de ver las cosas con crudeza, tampoco nos damos cuenta de lo que tenemos por delante. ¿Cuál es la limitante que tienen ellos?, la más importante es que no tienen razón, porque es injusto, la segunda, que el propio avance tecnológico necesita gente cada vez más calificada…el veneno de ellos son las universidades, porque precisan mano de obra cada vez más calificada y ese tipo de hombre va a ser cada vez más difícil de manejar, porque tiene otras claves intelectuales. El viejo proletario que conocimos les queda como un recuerdo histórico, el de brinck (NdR: nombre que en Uruguay le dan a los mamelucos) y gorra de vasco…el proletario del futuro es el de túnica (NdR: en Uruguay significa guardapolvos) , que casi no suda pero no deja de ser proletario. Ese es el que va a generar más plusvalía. ¿Cuál es la contrapartida?, ese es más culto, más calificado potencialmente. Por eso yo vengo a hablar con la gente que está entrando en las universidades. Pienso que es por ese lado… y no es un problema que lo vea en la Argentina, eso lo he visto en Japón, en Turquía, en Alemania, en Francia. Hay una disconformidad, y hasta diría una angustia existencial. En este mundo se suicida más gente que la que muere en guerra más los homicidios. Si ponemos todos los homicidios del mundo y los que caen en la guerra, sumados, no equiparan a la gente que se suicida, eso es angustia existencial.
—¿Entonces dónde estaría el ancla que le pueda devolver al hombre su eje para superar esa crisis existencial?
—No puedo tener una respuesta de eso porque me supera. Creo que hay que incentivar y multiplicar el amor a la vida, que ningún valor es más importante que eso, que el amor a la vida. Hay que pelear por valores y hay que luchar por presentar un rostro de la política esperanzador, basado en el compromiso de la gente, porque si la gente no cree, no va a haber fuerza. Para que exista esa fuerza, mucha gente tiene que creer en los dirigentes que encausan las cosas, porque si no estamos fritos. No creo que los hombres fenomenales cambien la historia, no hay hombres fenomenales, hay causas fenomenales. Pero tiene que haber en alguna medida gente que las simbolice, porque eso sirve para aglutinar, pero ellas tienen que tener credibilidad y cuando se ven estas cosas que pasan contemporáneamente, la gente tiende a replegarse en un individualismo negativo, nihilista, donde da todo lo mismo… «Voy a hacer la mía»… y no todo es lo mismo, o no todo debe ser lo mismo, ésta es la cuestión, hay que reflotar la confianza.
—En esa cuestión del creer, vale hacer referencia a la incidencia de los grandes poderes a los que se refiere, que a través de sus medios de comunicación suelen orientar sobre qué cosas hay que creer, como por ejemplo en el mercado o en los objetos…
—Sí, los pueblos antiguos solían ser animistas, le atribuían a determinados objetos como piedras, palos, ciertas propiedades. Los hombres contemporáneos solemos ser animistas con las vidrieras, con las mercaderías o los cacharros que hay en las vidrieras. ¡Pobre de nosotros! El animismo que vale es el que tiene afectos, y como tal está ligado a las cosas vivas. Ningún objeto tiene la dignidad que tiene un gato, o cualquier cosa viva. Y por eso me parece que hay que amar la vida, pero bueno, yo no soy otra cosa que un pequeño sembrador de algunas inquietudes en el afán de que recojan algo en el mundo que venga.
—¿Qué diría como mensaje final?
—Como dicen los paisanos de mi país: «Siempre que llovió, paró».